Sudores recorrían su piel, su pecho subía y bajaba. Dolía.
—¡Ya basta! —gritó con desesperación. Un golpe seco, sangre y cuerpo desparramado.
Huyó. Por fin sería libre. Corrió y corrió sin importar la incomodidad o el dolor. Su destino era incierto y adentrarse al bosque un peligro para una jovencita inexperta en la vida, para una mujer que nunca se valió por sí misma. Lágrimas de desconcierto y temor se desbordaban de sus ojos enrojecidos, todavía no se creía que estaba escapando.
El bosque oscuro se lo hacía más difícil; sin embargo, una luz fue la señal que le indicó que estaba fuera, pero...
Sam despertó de golpe. Inhaló y exhaló para no tener otra crisis; se levantó de la cama y se dirigió a la cocina temblorosa.
—Hola, Anabela. —Ella se volteó y frunció el ceño cuando vio al grandote detrás de ella con una canasta de manzanas. Sus ojos pardos desviaban la mirada con expresión de vergüenza y su labio inferior estaba atrapado entre sus dientes. Pudo notar un leve sonrojo en la piel color caramelo que le provocó mucha ternura. Pero no entendía su interés en ella y eso la hacía sentir incómoda. Samuel, como muchos de los trabajadores de la hacienda, era solo un conocido, una persona con la que ni siquiera podría imaginarse una relación cercana.—Hola, Samuel —respondió con cortesía, pero con marcada frialdad. No quería malos entendidos ni ilusionarlo, era mejor poner la distancia desde el principio.—Los muchachos y yo estábamos recogiendo manzanas y pensé que querrías estas, son las más rojas y jugosas
Anabela se abrazaba a sí misma y lágrimas mojaban sus mejillas. Las imágenes de ese tipo abusando de ella se mostraban en su cabeza en segundos que parecían eternos. Estaba temblando, tenía mucho miedo de volver a vivir aquello, prefería morir, no permitiría que él se saliese con la suya otra vez. No lo soportaba, lo odiaba y deseaba matarlo con sus propias manos. ¿Por qué dejó su arma? Ya se imaginaba a Arthur regañándolas, él les había advertido sobre salir desarmadas.Miró su caballo. ¡No estaba lejos! Las chicas ese mantenían en silencio mientras los hombres de ese ser asqueroso las observaban con maldad. Necesitaba ir por ayuda. Henry se acercó y los nervios la abordaron, no, prefería morir. Corrió hacia su caballo y de un salto lo cabalgó, por suerte ella era rápida y una de las mejores jinetes en la hacienda, su
—¿Está bien? —Samuel se colocó al lado de Jacqueline, quien estaba sentada en el comedor de la cocina. Nidia le pasó una taza de té para que se calmara, puesto que aún temblaba de la impresión.—Sí, gracias. Si ustedes no hubiesen llegado a tiempo... —Lágrimas cubrieron sus ojos. Samuel se acercó, dudó un poco, pero verla tan vulnerable lo conmovió. Entonces, se atrevió. Jacqueline agrandó los ojos al sentirse cubierta por los musculosos y firmes brazos del grandulón. Lloró sobre su pecho, su calidez le inspiraba confianza y por primera vez se sintió bien la protección de un hombre; tal vez no estaba mal dejarse cuidar de vez en cuando.Después de que todos salieron de la conmoción, frente a la puerta de madera, Samuel se debatía entre tocar o no. Quería verla, pero temía imp
¡Tres años! Todo ese tiempo cubriendo su rostro, temerosa de que alguien la descubriese. Sus manos temblaban y lágrimas mojaban sus mejillas, su corazón latía con brusquedad y su respiración estaba acelerada. Se sentía tan expuesta y vulnerable, tan fea.Arthur se acercó estupefacto y levantó su mentón; sus miradas se encontraron y ella no supo descifrar ese brillo en sus ojos cafés.—¡Eres tan hermosa! —Limpió las lágrimas que rodaban por su piel y la abrazó—. Te amo, Sam y me duele que te hayan hecho daño.Ella lloró sobre su hombro. Él sostuvo su rostro entre sus manos y la observó con fascinación.—Tus labios son tan lindos... Tu nariz es perfecta, todo tu rostro es simétrico y hermoso.—No lo es. —Ella sollozó y él acarició la
El frío de la noche y la soledad la torturaban y, pese a que estaba cubierta con sus sábanas, aquella sensación gélida no la dejaba dormir. Las lágrimas mojaban sus mejillas y su pecho dolía.—Papá... —balbuceaba hipando en posición fetal. Lo extrañaba y necesitaba. ¡Si tan solo no se hubiera casado con Daniel! Si su padre no se hubiese muerto, ¿ese hombre la trataría con respeto? Se levantó de la cama con intención de tomar aire fresco, en el pasillo, unos quejidos llamaron su atención. Corrió hacia la habitación de su esposo y su corazón empezó a palpitar con rapidez. Sabía lo que ellos hacían, pero verlo con sus ojos era muy doloroso.Salió corriendo de allí y volvió a su habitación, una vez en su lugar seguro, lloró con libertad.
Arthur y Sam caminaban por las calles asfaltadas del pueblo. Ella aferrada a su brazo y escondiéndose detrás de él cuando las personas se les acercaban a saludar. El día estaba hermoso y las calles alegres y coloridas.Mujeres y hombres le daban regalos y bendecían su relación, pues Arthur era una persona muy querida en su región porque ayudaba a los más necesitados. Llegaron a un puesto de flores y a Sam le brillaron los ojos.—Quiero un ramo colorido para esta hermosa dama —pidió Arthur sonriente mientras la abrazaba por la cintura. Parecía un niño pequeño aferrado a Sam, cosa que a ella hacía feliz, pero también le causaba tristeza. ¿Cuánto le duraría la felicidad?Después de recorrer el pueblo y comprar chucherías, bailar en las plazas y jugar con un grupo de niños; Arthur la montó sobre su cabal
Anabela escuchaba a Arthur avergonzada. Después de la cena, él se sentó junto a ella en una parte solitaria del patio para conversar sobre su comportamiento de la mañana.—Lo sé y estoy muy apenada. —Ella miró las estrellas, sonrojada—. Les pediré perdón antes de partir, lo prometo.—Bien, preciosa. —Él la abrazó—. Pero me preocupas, ¿acaso te interesa Samuel?Ella suspiró y mordió su labio inferior.—No lo sé... Cuando Iván me dejó, él se me acercó y fue muy lindo. Luego se alejó y me evadía, yo ignoré el asunto, pues estaba muy herida. Sabes lo mucho que amé a Iván, teníamos tres años de noviazgo y pronto íbamos a casarnos.—Sí, lo sé. El muy tonto se casó con la hija de Rom&a
Frotaba su pequeña barriga con temor y lágrimas en sus ojos. Tenía cuatro meses de embarazo y su peso era muy bajo. Temía por su bebé y las consecuencias que su mala alimentación, el maltrato, la falta de chequeo médico y la forma tan precaria en la que vivía le podían traer a su criatura. Sabía que su barriga debía estar un poco más grande, entendía que muchas primerizas no hacían grandes panzas, pero era consciente de que en ella influía la desnutrición y la anemia.Como animal peligroso, estaba encerrada en un pequeño y sucio cuarto cerca de los establos. Sin cama ni muebles, solo paja y un plato sin lavar donde le echaban mala comida una vez al día. Tenía que sobrevivir y ser fuerte por su hijo o hija. Temía el no poder parir a su bebé o que se muriera en cualquier momento.—Debemos esca