Ella se acercó con sigilo mientras sus lágrimas salían mojando su rostro. La puerta estaba medio abierta y eso facilitaba su espionaje. ¿Por qué se torturaba? Sus manos temblaban y su corazón dolía. ¡No era justo! Ella debería estar allí, ella debería disfrutar de aquella intimidad.
Sam se despertó con lágrimas en los ojos, soñar sobre sus recuerdos le abría esa herida que trataba de ignorar, pues no sabía cómo curarla. La soledad carcomía sus huesos, tal vez era lo que merecía, después de todo. Fue presuntuosa al desear amor, compañía, pasión. ¿Por qué? Sacudió su cabeza tratando de echar esos pensamientos nocivos, era increíble cómo las palabras malignas de otros podían herir tanto que, terminas creyéndolas. No, no debería sentirse culpable por querer amar y sentirse amada, no debería tener un concepto tan bajo de ella y culparse por querer tener pasión en su vida, por desear experimentar el placer, si es que en realidad existía.¿Cómo sería esa experiencia? Todos hablaban de aquello como si fuera bueno, además ella fue testigo de cómo su prima lo disfrutaba, debía ser bueno. Pero ella no lo sintió así, fue doloroso y violento. Fue humillante. Había soñado tanto con aquel encuentro, con sus besos y caricias. ¿Por qué le hizo tanto daño? Ella lo amaba y creyó ser la mujer más feliz del mundo cuando se casaron. Pero su felicidad no duró mucho, su padre murió en la celebración y su mundo se fue con él.
Aún recordaba sus ojos verdes, como ella creía que brillaban por amor. Pudo recordar…
Flashback
—Samay —Daniel se acercó a ella con una sonrisa que era inevitable no sonrojarse—. Debo irme ya. Es tarde y no está bien que te esté visitando de noche, no quiero que las malas lenguas opaquen tu buena reputación de señorita decente.
—Entiendo. —Ella hizo un puchero. Era difícil tenerlo solo para ella, puesto que casi siempre, su padre se la pasaba conversando con él cuando este la visitaba. Salían muy poco y siempre era una caminata corta en el parque. Ella tendía a observarlo de lejos mientras trabajaba junto a su padre, él era su hombre de confianza y quién lo ayudaba a administrar la hacienda, es por esto que el señor Fraga estaba muy complacido con su compromiso.
—No te preocupes, pronto nos casaremos y estaremos juntitos siempre. Te amo, Samay. —Daniel pronunció tomando sus manos, ella se sonrojó al instante, pero estaba muy decepcionada. No quería un beso en las manos como siempre, deseaba probar sus labios. Ya tenían bastante tiempo de noviazgo y pronto se casarían, pero ella nunca había sido besada. La curiosidad y el deseo le quitaban la paz; sin embargo, como señorita decente y de su casa no debía pedirlo. Se acercó más a él con la esperanza de que este le regalara más esa noche, solo pedía un beso en los labios, probar el sabor de su boca, conocer por qué las parejas disfrutaban aquello.
—Daniel... —Lo jaló cuando este se despidió con el gesto sobre sus manos. Estaba tan nerviosa que sentía se desmayaría, sus mejillas se tiñeron de rojo y su corazón palpitaba con intensidad—. ¿Puedes darme un beso en los labios? Somos novios, está bien si nos besamos...
—¡No! —Ella se exaltó con su interrupción—. No está bien, Samay. Deberías ir a la iglesia más seguido y dejar de hablar con tu prima, al parecer, ella es mala influencia para ti. Te amo, pero no aceptaré ese comportamiento de tu parte, serás mi esposa, una mujer casta y de su casa. Solo te besaré en los labios después de casarnos. Me despido. —Ondeó su mano con frialdad y se marchó enojado. Samay no pudo evitar llorar, se sentía tan avergonzada. No debió pedir aquello, fue demasiado atrevida.
Fin del flashback
Sam limpió esas lágrimas que se le escaparon. Recordar su pasado todavía dolía; la forma cruel con que destrozaron su inocencia y alegría, de cómo sus ilusiones fueron pisoteadas y lo que creyó sería su mayor felicidad, fue su desgracia.
Seis meses después...Arthur mantuvo su lucha contra los maleantes de su región y trató de encarcelar a Henry Jones por el crimen contra Anabela, pero no había tenido éxito; aun así, continuaba luchando por ello.Logró que el gobernador de aquel lugar lleno de corrupción y abusos, por lo menos bajara los impuestos a los asalariados y que se les pagara el día de trabajo con justicia. Muchas mujeres eran acosadas en las pequeñas empresas de la región por lo que él creó una institución para protegerlas y que pudiesen quejarse sin perder sus empleos. Él estaba aliado a la familia Ben, quienes eran personas influyentes en la región cercana y luchaban por la justicia e integridad social. Arthur visitaba a la familia muy seguido por mandato de su padre y ya era tiempo de asumir su responsabilidad como el único heredero Connovan y partícipe de la alianza justiciera, que más que hacer justicia, se enfocaban en sus propios beneficios; no obstante, era lo único que tenía a mano para llevar algo de paz y recursos a su región.
Arthur regresaba de visitar a la familia Ben y llegó a un pueblo pequeño junto a sus hombres para pasar la noche. Aún el sol no se había puesto, por lo tanto, él aprovechó para encontrar posadas disponibles. Murmullos de hombres y súplicas de una mujer captaron su atención. Cabalgó hasta aquel desolado callejón y sus hombres lo siguieron entendiendo que ayudaría a quien necesitase su socorro. Así era él, se arriesgaba por ayudar a otros. Saltó de su caballo indignado al ver unos hombres acosar a una indefensa mujer, al parecer era una mendiga, probablemente una de esas mujeres que perdían la razón y no tenían quien se hiciese cargo de ellas, entonces vagaban en las calles pidiendo qué comer y soportando todo tipo de abusos. Caminó decidido a romperle la cara a esos desgraciados que reían al golpear y querer desnudar a esa joven que rogaba por misericordia. Sus hombres sacaron sus armas y apuntaron en dirección a los maleantes, quienes levantaron sus manos perplejos y pálidos del miedo. Por su parte, Arthur se dirigió a la mendiga quien estaba de rodillas llorando, se arrodilló frente a ella y extendió su mano para ayudarla a ponerse de pie.
—Tranquila, no te haré daño. —Ella reaccionó con nerviosismo al escuchar su voz. Levantó su rostro con incredulidad y Arthur se quedó helado por la impresión. Era ella. Su corazón palpitó con agitación y sus ojos se cristalizaron. La mujer que le había salvado la vida y curado su herida, quien cuidó de él por todo un mes y le regaló momentos inolvidables se encontraba frente a él. Aunque su rostro estaba cubierto por ese horrendo trapo que no era el velo rojo que él recordaba, ya no tenía su exquisito aroma a especies y hierbas, más bien apestaba, él la reconoció. Ella estaba triste y perdida, sus ropas sucias y rotas, se notaba su extrema delgadez por la desnutrición y su cabello se mostraba más enmarañado de lo que lo recordaba. Era ella, a pesar de su hedor y descuido, era esa mujer que lo acogió, era la mujer del velo.
—Sam... —balbuceó impresionado. Ella le evadió la mirada y se distanció, no quería que la viera tan demacrada y sucia.—Aléjate de mí —profirió casi en un susurro y se puso de pies con intención de marcharse. Esto no le podía estar pasando, ¿por qué tenía que aparecer en su peor momento? No soportaba la vergüenza y la incomodidad. Él, tan lindo y pulcro; con ropas finas y joyería cara, perfumado con ese delicioso aroma. Y ella, una mendiga desnutrida, sucia y vestida con harapos. Era una pesadilla que el hombre que le gustaba —porque a pesar de que habían pasado seis largos meses sin verlo, sus sentimientos por él afloraron con solo escuchar su voz—, la viera en esas fachas y con ese hedor. Debía huir, no soportaba estar en su presencia un segundo más.—No, Sam. —La con
Habían pasado tres meses. Sam ya había recuperado su peso y su piel tenía color. Cada día se veía más enérgica y saludable y ya no se percibía con tanta timidez como la primera vez que llegó a la hacienda. Raúl se la pasaba detrás de ella haciéndole preguntas imprudentes y tratando de descubrir la razón de cubrir su rostro, ya ella lo ignoraba y solo reía ante sus ocurrencias.—Yo le debo mucho al jefe. —El chico se sentó sobre la grama y llevó una ramita a la boca—. Mis padres murieron en un tiroteo cuando yo tenía diez y duré tres años viviendo en las calles y robando en los mercados para poder comer. Un día un señor que vendía manzanas me descubrió robándole y me persiguió con un rifle. Choqué con el señor Connovan y él le aseguró al hombre que se en
Sam se acostó sobre la cama de su padre y se abrazó a su almohada. ¡Lo extrañaba tanto! Aunque habían pasado cuatro meses de su muerte aún no lo superaba. Estaba sola y sin nadie quien la consolara. Su padre fue un huérfano que llegó a dónde estaba con el trabajo duro y por la misericordia de un doctor, quien lo preparó en el área de la medicina. En ese tiempo no se exigía tanto de los médicos y algunas personas ejercían con libertad, una causa de muerte para muchos pacientes quienes creían en médicos sin preparación previa. Su padre no solo le enseñó cómo funcionaba el cuerpo humano, también le enseñó sobre el poder medicinal de las plantas. Ella se dio muy buena y hasta tomó clases con profesionales, paró sus estudios cuando se comprometió con la promesa de retomarlos después de cumplir un a&
—Eres una inservible. —La pelirroja escupió con superioridad—. Siempre creyéndote más santa que los demás y mírate, no eres nadie, Samay.—¿Qué quieres, Bárbara? —inquirió entre dientes, simplemente no la soportaba y solo deseaba que saliera de su habitación.—Para ti, Señora Bárbara. Tú solo eres una arrimada en mi casa, estoy cansada de ti y de que mires con lujuria a mi marido. Daniel es mío, Samay, no te hagas ilusiones.—¡Deja de decir estupideces! Daniel es mi esposo y esta es mi casa. Yo soy la heredera de papá, la única arrimada aquí eres tú.—Ja, ja, ja, ja, ja… —La pelirroja rio con sorna—. ¿Tu esposo? Le das asco, Samay. Para que te enteres de una buena vez y sepas cu&aacu
Sam se echó un poco de perfume y se miró en el espejo. Tocó su manto azul oscuro que hacía juego con su vestuario de tono celeste y perla. Resaltó sus ojos color avellana con delineador negro y sombra blanca. Se había puesto labial, aunque nadie iba a ver sus labios, pero era para mantenerlos humectados. Su cabello lucía hermoso y sedoso, aunque solo se mostraba una parte de este porque el velo cubría casi todo su rostro incluyendo su cabellera. Había cambiado mucho desde que Arthur la llevó a la hacienda, ya no estaba desaliñada y su cabello no parecía un nido de aves.A veces era incómodo usar el velo y no sabía cómo comería con altura delante de aquellas personas, pues se vería raro cuando entrara el tenedor por debajo de la tela. ¿Algún día superaría su trauma? ¿Podría ella liberar su rostro de aquel velo? La nost
Sudores recorrían su piel, su pecho subía y bajaba. Dolía.—¡Ya basta! —gritó con desesperación. Un golpe seco, sangre y cuerpo desparramado.Huyó. Por fin sería libre. Corrió y corrió sin importar la incomodidad o el dolor. Su destino era incierto y adentrarse al bosque un peligro para una jovencita inexperta en la vida, para una mujer que nunca se valió por sí misma. Lágrimas de desconcierto y temor se desbordaban de sus ojos enrojecidos, todavía no se creía que estaba escapando.El bosque oscuro se lo hacía más difícil; sin embargo, una luz fue la señal que le indicó que estaba fuera, pero...Sam despertó de golpe. Inhaló y exhaló para no tener otra crisis; se levantó de la cama y se dirigió a la cocina temblorosa.
—Hola, Anabela. —Ella se volteó y frunció el ceño cuando vio al grandote detrás de ella con una canasta de manzanas. Sus ojos pardos desviaban la mirada con expresión de vergüenza y su labio inferior estaba atrapado entre sus dientes. Pudo notar un leve sonrojo en la piel color caramelo que le provocó mucha ternura. Pero no entendía su interés en ella y eso la hacía sentir incómoda. Samuel, como muchos de los trabajadores de la hacienda, era solo un conocido, una persona con la que ni siquiera podría imaginarse una relación cercana.—Hola, Samuel —respondió con cortesía, pero con marcada frialdad. No quería malos entendidos ni ilusionarlo, era mejor poner la distancia desde el principio.—Los muchachos y yo estábamos recogiendo manzanas y pensé que querrías estas, son las más rojas y jugosas
Anabela se abrazaba a sí misma y lágrimas mojaban sus mejillas. Las imágenes de ese tipo abusando de ella se mostraban en su cabeza en segundos que parecían eternos. Estaba temblando, tenía mucho miedo de volver a vivir aquello, prefería morir, no permitiría que él se saliese con la suya otra vez. No lo soportaba, lo odiaba y deseaba matarlo con sus propias manos. ¿Por qué dejó su arma? Ya se imaginaba a Arthur regañándolas, él les había advertido sobre salir desarmadas.Miró su caballo. ¡No estaba lejos! Las chicas ese mantenían en silencio mientras los hombres de ese ser asqueroso las observaban con maldad. Necesitaba ir por ayuda. Henry se acercó y los nervios la abordaron, no, prefería morir. Corrió hacia su caballo y de un salto lo cabalgó, por suerte ella era rápida y una de las mejores jinetes en la hacienda, su