CAPÍTULO XXIV. ANGUSTIA
Anissa
Mi anatomía temblaba, siendo sacudida por el profundo dolor y el llanto que estaba atrapado en mis fauces, ahogándome. Su cuerpo estaba ahí, tendido en el suelo, con profundas heridas provocadas con garras, su garganta destrozada, sus ojos vacíos y sin vida; con la sangre por doquier.
Había sido asesinada por las bestias.
Me llevé las manos al rostro, cubriendo mis labios, mientras mi vista se empañaba por todas las lágrimas que ardían en mis ojos. Era una imagen espantosa, monstruosa, la que tenía frente a mí.
Entonces, grité. Me era imposible contenerlo más. Necesitaba estallar de alguna manera, soltar el pánico y el horror que pulsaban dentro de mí. Grité, rindiéndome ante el llanto, derrumbándome; con mis
CAPÍTULO XXV. LOS PELIGROS DE STEIGGADGaelHabía pasado un rato desde que Anissa se marchó, pero yo no podía dejar de pensar en ella.Me encontraba sentado en uno de los sofás del salón compartido con mi habitación, uno de mis brazos descansaba sobre el reposabrazos y mis ojos se perdían en ninguna parte en específico. Mientras tanto, mi mente seguía fuera del Palacio, en el momento en el que ella dejó caer la protección de su collar para abrazarme.Aún podía sentir su cuerpo pequeño y delgado entre mis brazos, aferrándose a mí como nadie lo había hecho antes.«No eres una maldición para mí.»Tragué pesado, al recordar su voz evocando esas palabras, la seguridad con la que las pronunció y e
CAPÍTULO XXVI. ENCONTRARLAGaelHabían pasado tres días desde que vi a Anissa y no había vuelto a tener noticias de ella. Eso me tenía inquieto. Con todos los peligros que estaban merodeando el Reino, especialmente los peligros a los que ella se exponía, necesitaba asegurarme de que estaba bien.No esperaría más tiempo para obtener una respuesta.—Neil —Lo interrumpí. El castaño había estado hablando—. Espera, no puedo seguir con esta conversación.Aquella mañana, él fue al pueblo para revisar algunas zonas que le indiqué, en ese momento se encontraba explicándome sobre los posibles sospechosos, esos que bien podían ser cambia formas. Siempre tenían cierto patrón de actitudes que los delataban; controlar sus instintos se
CAPÍTULO XXVII. INSTINTOS INHUMANOSGaelNeil y yo partimos a caballo hacia la zona que la señorita nos indicó antes. Con lo lejos que se encontraba del Palacio, me sorprendió saber que Anissa cruzara todo aquel trecho para ir a trabajar todos los días. Era demasiado, sin mencionar todas las labores que tenía que hacer ahí, o lo peligroso que era para ella estar sola de noche por esos lugares.Se exponía a demasiados peligros y eso, al mismo tiempo, aumentaba mi admiración por ella. Era muy valiente.Sin embargo, eso no evitaba que me preocupara por ella, como en aquel momento. A una parte de mí le habría gustado sentir que todo eran exageraciones mías y que la encontraría en cualquier momento, con una de sus astutas sonrisas y sus ojos verdes brillando como lo hacía el sol aquell
CAPÍTULO XXVIII. AYUDARAnissaHabía perdido la cuenta del tiempo que llevaba encerrada en aquel lugar, pues no había suficiente luz en él como para saber cuándo era de día y cuándo era de noche. Solo estaba consciente de que los aros de las cadenas lastimaban mi piel. Podía sentir cómo esta ardía por el roce, dificultando aún más mis movimientos.También tenía el estómago hundido por el hambre. En todo aquel tiempo, solo me habían llevado tres piezas de pan duro y tres veces agua. La debilidad y el agotamiento arropaban mis huesos, tanto como lo hacía el dolor latente en mi pecho.Las únicas veces en las que me retiraban las cadenas, era cuando necesitaba ir al baño. Un guardia sujetaba mis tobillos y mis muñecas a una cadena más l
CAPÍTULO XXIX. ENFRENTAMIENTO Gael Después de enviar a Neil por las cosas que Anissa necesitaba, me dirigí directamente a la oficina de mi padre. Estaba furioso con toda la situación y era un verdadero infierno contenerme. Mi sangre hervía por la rabia que estaba sintiendo en aquel momento. ¿Cómo pudo haber sido tan maldito, para dejar a Anissa encerrada en los calabozos? Al llegar a su puerta, ni siquiera me preocupé por tocar. Giré la manilla para abrirla y entré, entonces la cerré detrás de mí; con un portazo. Desde su asiento, mi padre enderezó la espalda y me miró con apremio. —Pero, ¡¿qué te pasa?! —profirió. —No, ¡¿qué diablos te pasa a ti?! —espeté, caminando hasta estar frente a su escritorio—. ¡¿Por qué ordenaste que encerraran a Anissa?! El rostro de mi padre se endureció, haciendo que los huesos
CAPÍTULO XXX. EL DOLOR DE LOS RECUERDOS Gael La rabia que sentía en aquel momento me guio por sí sola a una de las bibliotecas. Ni siquiera tenía claro lo que quería hacer, pero necesitaba estar solo, encerrarme con mi propia tormenta, esa que me destruía un poco más cada día. Necesitaba estar solo, porque mi sangre estaba maldita y alguien como yo fue creado para matar. Eso era lo que hacía, eso era lo que haría siempre. Ese era mi destino. Cerré la puerta detrás de mí y me detuve a algunos pasos del pasillo principal, clavando la mirada en el suelo. Podía sentir cómo el color de mis ojos cambiaba, transformándose de gris a una brillante tonalidad plata, mientras que mis músculos se volvían rígidos, marcándose más bajo mi piel. Mi cuerpo clamaba por transformarse, por rendirse ante lo que yo era y destruirlo todo, pero debía luchar contra mí mismo
CAPÍTULO XXXI. PRELUDIOGael—¿Señor?Escuché a Neil, al otro lado de la puerta. Había tocado un par de veces.Aún me encontraba sentado en el piso, con las rodillas flexionadas y los codos apoyados sobre ellas. Mis ojos se perdían en ninguna parte, quizá demostrando una parte del abatimiento que sentía en aquel momento. Había estado tan metido en mis pensamientos, en esos malditos recuerdos, que apenas regresé al presente cuando Neil llamó.Levanté la mirada, para apoyar la cabeza del borde del escritorio.—Pasa, Neil —respondí.Oí la puerta abrirse y el castaño apareció después en mi campo visual. Lo vi de soslayo, mis ojos seguían extraviados en algún punto incierto de la pared.&md
CAPÍTULO XXXII. ANHELOAnissa¿Gael acababa de pedirme que fuera su esposa?Estaba más que perpleja. Incluso, el ritmo de mi corazón había aumentado su ritmo, mientras que de mis labios tardaron en salir las palabras. Ninguna de ellas fue una respuesta; sino, por el contrario, una pregunta.—¿Casarme contigo? —repetí, con la voz en un hilo.El castaño asintió. Sus ojos grises no se separaban de los míos.—Te pido que seas mi esposa, Anissa.Estaba descolocada por esa propuesta, en todos los sentidos. Y estábamos tan cerca, que eso no me dejaba pensar con claridad. Todo lo que podía hacer era perderme en la tonalidad diáfana de sus ojos, mientras sus palabras se repetían de forma incesante dentro de mi mente.Debí hacer un esfuer