Capítulo 30

CAPÍTULO XXX. EL DOLOR DE LOS RECUERDOS

Gael

La rabia que sentía en aquel momento me guio por sí sola a una de las bibliotecas. Ni siquiera tenía claro lo que quería hacer, pero necesitaba estar solo, encerrarme con mi propia tormenta, esa que me destruía un poco más cada día. Necesitaba estar solo, porque mi sangre estaba maldita y alguien como yo fue creado para matar. Eso era lo que hacía, eso era lo que haría siempre.

Ese era mi destino.

Cerré la puerta detrás de mí y me detuve a algunos pasos del pasillo principal, clavando la mirada en el suelo. Podía sentir cómo el color de mis ojos cambiaba, transformándose de gris a una brillante tonalidad plata, mientras que mis músculos se volvían rígidos, marcándose más bajo mi piel.

Mi cuerpo clamaba por transformarse, por rendirse ante lo que yo era y destruirlo todo, pero debía luchar contra mí mismo

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