CAPÍTULO XXVII. INSTINTOS INHUMANOS
Gael
Neil y yo partimos a caballo hacia la zona que la señorita nos indicó antes. Con lo lejos que se encontraba del Palacio, me sorprendió saber que Anissa cruzara todo aquel trecho para ir a trabajar todos los días. Era demasiado, sin mencionar todas las labores que tenía que hacer ahí, o lo peligroso que era para ella estar sola de noche por esos lugares.
Se exponía a demasiados peligros y eso, al mismo tiempo, aumentaba mi admiración por ella. Era muy valiente.
Sin embargo, eso no evitaba que me preocupara por ella, como en aquel momento. A una parte de mí le habría gustado sentir que todo eran exageraciones mías y que la encontraría en cualquier momento, con una de sus astutas sonrisas y sus ojos verdes brillando como lo hacía el sol aquell
CAPÍTULO XXVIII. AYUDARAnissaHabía perdido la cuenta del tiempo que llevaba encerrada en aquel lugar, pues no había suficiente luz en él como para saber cuándo era de día y cuándo era de noche. Solo estaba consciente de que los aros de las cadenas lastimaban mi piel. Podía sentir cómo esta ardía por el roce, dificultando aún más mis movimientos.También tenía el estómago hundido por el hambre. En todo aquel tiempo, solo me habían llevado tres piezas de pan duro y tres veces agua. La debilidad y el agotamiento arropaban mis huesos, tanto como lo hacía el dolor latente en mi pecho.Las únicas veces en las que me retiraban las cadenas, era cuando necesitaba ir al baño. Un guardia sujetaba mis tobillos y mis muñecas a una cadena más l
CAPÍTULO XXIX. ENFRENTAMIENTO Gael Después de enviar a Neil por las cosas que Anissa necesitaba, me dirigí directamente a la oficina de mi padre. Estaba furioso con toda la situación y era un verdadero infierno contenerme. Mi sangre hervía por la rabia que estaba sintiendo en aquel momento. ¿Cómo pudo haber sido tan maldito, para dejar a Anissa encerrada en los calabozos? Al llegar a su puerta, ni siquiera me preocupé por tocar. Giré la manilla para abrirla y entré, entonces la cerré detrás de mí; con un portazo. Desde su asiento, mi padre enderezó la espalda y me miró con apremio. —Pero, ¡¿qué te pasa?! —profirió. —No, ¡¿qué diablos te pasa a ti?! —espeté, caminando hasta estar frente a su escritorio—. ¡¿Por qué ordenaste que encerraran a Anissa?! El rostro de mi padre se endureció, haciendo que los huesos
CAPÍTULO XXX. EL DOLOR DE LOS RECUERDOS Gael La rabia que sentía en aquel momento me guio por sí sola a una de las bibliotecas. Ni siquiera tenía claro lo que quería hacer, pero necesitaba estar solo, encerrarme con mi propia tormenta, esa que me destruía un poco más cada día. Necesitaba estar solo, porque mi sangre estaba maldita y alguien como yo fue creado para matar. Eso era lo que hacía, eso era lo que haría siempre. Ese era mi destino. Cerré la puerta detrás de mí y me detuve a algunos pasos del pasillo principal, clavando la mirada en el suelo. Podía sentir cómo el color de mis ojos cambiaba, transformándose de gris a una brillante tonalidad plata, mientras que mis músculos se volvían rígidos, marcándose más bajo mi piel. Mi cuerpo clamaba por transformarse, por rendirse ante lo que yo era y destruirlo todo, pero debía luchar contra mí mismo
CAPÍTULO XXXI. PRELUDIOGael—¿Señor?Escuché a Neil, al otro lado de la puerta. Había tocado un par de veces.Aún me encontraba sentado en el piso, con las rodillas flexionadas y los codos apoyados sobre ellas. Mis ojos se perdían en ninguna parte, quizá demostrando una parte del abatimiento que sentía en aquel momento. Había estado tan metido en mis pensamientos, en esos malditos recuerdos, que apenas regresé al presente cuando Neil llamó.Levanté la mirada, para apoyar la cabeza del borde del escritorio.—Pasa, Neil —respondí.Oí la puerta abrirse y el castaño apareció después en mi campo visual. Lo vi de soslayo, mis ojos seguían extraviados en algún punto incierto de la pared.&md
CAPÍTULO XXXII. ANHELOAnissa¿Gael acababa de pedirme que fuera su esposa?Estaba más que perpleja. Incluso, el ritmo de mi corazón había aumentado su ritmo, mientras que de mis labios tardaron en salir las palabras. Ninguna de ellas fue una respuesta; sino, por el contrario, una pregunta.—¿Casarme contigo? —repetí, con la voz en un hilo.El castaño asintió. Sus ojos grises no se separaban de los míos.—Te pido que seas mi esposa, Anissa.Estaba descolocada por esa propuesta, en todos los sentidos. Y estábamos tan cerca, que eso no me dejaba pensar con claridad. Todo lo que podía hacer era perderme en la tonalidad diáfana de sus ojos, mientras sus palabras se repetían de forma incesante dentro de mi mente.Debí hacer un esfuer
CAPÍTULO XXXIII. RESPUESTAAnissaLa propuesta de Gael me tenía descolocada por completo. Y, más que eso, el fervor que ardía en sus ojos porque yo aceptara. No podía negar que tenía miedo. Y, mucho. Si accedía, estaría adentrándome por completo no solo en el compromiso más importante de mi vida, sino también en los más grandes peligros.Pero, de cualquier manera, ¿eso no era lo que significaba ser quien era? No podía continuar pretendiendo hacer a un lado que era una Noctelarus y, como tal, tenía responsabilidades qué cumplir. Mi tía terminó perdiendo su vida y yo no iba a ignorar un hecho de tal magnitud. Ella pudo haber sido la primera víctima de los Ereseos que rondaban el pueblo. ¿Cuántos más serían? No podía qued
CAPÍTULO XXXIV. HONRAR SU MEMORIAAnissaEl sol comenzaba a ocultarse entre las montañas cuando mi tía fue sepultada. El cielo se vestía de colores pasteles, rosa y naranja, mientras el ocaso desprendía los últimos rayos de un día que sucumbía.Tal como Gael lo dijo, Neil nos ayudó con la sepultura. Nadie lo sabía, más que nosotros tres. Prefería mantenerlo de esa manera. Todo lo que necesitaba era un lugar donde sus restos descansaran…, un lugar al cual pudiera ir a visitarla y llevarle flores.En ese preciso momento, tenía un pequeño ramo de margaritas entre mis manos. Yo misma las recogí en la pradera y había muchas más a nuestro alrededor.Estábamos en un lugar bastante alejado del pueblo y del bosque. Ja
CAPÍTULO XXXV. LA AMENAZA DE LOS ERESEOSGaelHabían pasado varios días desde que Anissa aceptó ser mi esposa.Aún me parecía irreal pensar en ello, no solo porque jamás había considerado dar un paso como ese, sino también porque se trataba de ella. Por un momento, pensé que no aceptaría. No la habría culpado, si esa hubiese sido su decisión. El que yo apareciera de pronto con una propuesta como esa era algo que podía haberla alejado inmediatamente de mí.Pero eso no sucedió.Y aunque el motivo de nuestro matrimonio fuera para proteger al pueblo de los peligros que estaban por llegar, tenía claro que respetaría a Anissa. Siempre. Se convertiría en mi reina y le rendiría lealtad por ello.Cada ve