Parte 4. Capítulo 19. La voz del demonio

Tuvieron que ir al poblado de Chivacoa por insumos. El espiritista les había pedido que cubrieran los gastos de la sesión, así que tuvieron que adquirir flores, frutas, licor, cigarros y hojillas, entre otras cosas, para llevar a la montaña de Sorte.

Se internaron en lo más profundo de la selva hasta llegar a un claro donde el suelo había sido desprovisto de hierba y era posible realizar una fogata.

El espiritista era un muchacho joven, alto y delgado, aunque de contextura fuerte. Su rostro estaba surcado por cicatrices y su piel por marcas de golpes recientes.

—Echémoslo a la suerte —propuso Jonathan, sin apartar su mirada molesta del resto de los presentes.

El espiritista estaba acompañado por un grupo de jóvenes de piel negra que serían quienes se encargarían de tocar los tambores y con el fuego de la fogata afinaban los cueros; había además una mujer obesa, vestida con una camiseta que parecía estar a punto de romperse por lo ajustada que le quedaba y con unas bermudas descolorida
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