Parte 3. Capítulo 38. La profecía

Gregory se sentó sobre el pasto, las manos le ardían y le sangraban. Él las veía con pena y rabia mientras la lluvia pretendía lavarle la sangre dándole una visión más clara de sus enormes heridas y quemaduras.

Las lágrimas no dejaban de correrle por las mejillas, bañándole aún más el rostro endurecido. Frente a él, los restos de la vivienda donde había estado encerrada Jesenia y los niños seguía ardiendo, pero con menos intensidad.

Los guerreros se habían encargado de aplacar sus llamas al agitar las maderas buscando a su hermano.

Deibi se encontraba a varios metros de distancia, también sentado en el suelo, pero recostado del tronco de un árbol y con las rodillas dobladas para poder apoyar los brazos en ellas.

Su mirada irascible la tenía clavada en la tierra, le era imposible dirigirla a otro lado, mucho menos a su derecha, donde yacía el cuerpo sin vida de Albert, completamente calcinado.

Gabriel, luego de ayudar a encontrar a los niños rescatados, quienes habían corrido con deses
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