Jesenia veía el rostro de Albert sobre su cara gritándole, pero no podía escucharlo con claridad. Estaba aturdida, algo sorda y su visión no era del todo clara.Él la cargó como si ella fuera de papel, sacándola de aquella casa que olía a humo y ardía. Le pareció que las brumas del portal la rodeaban, pues solo veía neblinas.Sin embargo, no sentía su frío característico, sino un calor que la ahogaba y le quemaba la garganta.Cuando Albert la colocó en el suelo del exterior, permitiendo que gotas de lluvia le mojaran el rostro, su cuerpo comenzó a reaccionar y sus oídos a destaparse.El sonido de unas despiadadas llamas le erizó toda la piel. Buscó incorporarse con dificultad, viendo como la cabaña estaba cubierta por un fuego gigantesco. El terror la embargó.El cristal de las ventanas estaba roto, quizás, por la explosión. Por los huecos que dejaba salía un humo denso, con llamaradas de un fuego cruel y asesino que se consumía todo a su paso.El recuerdo de su casa en llamas y de su
Gregory se sentó sobre el pasto, las manos le ardían y le sangraban. Él las veía con pena y rabia mientras la lluvia pretendía lavarle la sangre dándole una visión más clara de sus enormes heridas y quemaduras.Las lágrimas no dejaban de correrle por las mejillas, bañándole aún más el rostro endurecido. Frente a él, los restos de la vivienda donde había estado encerrada Jesenia y los niños seguía ardiendo, pero con menos intensidad.Los guerreros se habían encargado de aplacar sus llamas al agitar las maderas buscando a su hermano.Deibi se encontraba a varios metros de distancia, también sentado en el suelo, pero recostado del tronco de un árbol y con las rodillas dobladas para poder apoyar los brazos en ellas.Su mirada irascible la tenía clavada en la tierra, le era imposible dirigirla a otro lado, mucho menos a su derecha, donde yacía el cuerpo sin vida de Albert, completamente calcinado.Gabriel, luego de ayudar a encontrar a los niños rescatados, quienes habían corrido con deses
Las inmensas montañas que rodean a La Costa se hallaban cubiertas por neblina. Las carreteras, vacías y húmedas, se mantenían durante el día en una semipenumbra, y en la noche, estaban arropadas por una densa oscuridad que no era silenciosa.Pasos, susurros, siseos y gruñidos bajos solían escucharse en cada tramo, mezclados con el suave silbido del viento cuando pasaba entre las ramas de los bambúes y por el tenue recorrido del agua que bajaba entre las rocas.La soledad era constante, rota en pocas ocasiones por el rápido andar de algún auto, que con nerviosismo atravesaba a toda velocidad el serpenteante camino hasta llegar al pueblo.Ese asentamiento, que una vez fue cálido y lleno de colorido, ahora resultaba un lugar solitario y polvoriento. La mayoría de las casas se hallaban deshabitadas, con sus puertas bloqueadas por gruesos candados y comenzando a descorcharse por la sal que volaba por los aires.En los rincones crecía desbordante la maleza, sirviendo de refugio a innumerabl
Jesenia corrió para salir de la casa de los Aldama y alcanzar a Deibi antes de que este subiera al auto.—¡Idiota! —gritó, logrando que él se detuviera, suspirara hondo y mirara al cielo con cansancio. Ella se apresuró por ubicarse frente a él y encararlo, apoyando un dedo en su pecho. Ahora Deibi, en apariencia, era diferente. Se dejó crecer algo de barba y el cabello poseía mechones largos, sin peinar, que llevaba oculto bajo una gorra que se ponía con la visera atrás—. Deja de esconderte y asume tu responsabilidad —exigió entre dientes.—Ser niñero no es mi responsabilidad —rebatió el guerrero con enfado y apoyó las manos en sus caderas inclinándose hacia la chica pretendiendo intimidarla con su altura y musculatura.Pero Jesenia se había convertido en una domadora de bestias salvajes. Las actitudes arrogantes y prepotentes las dominaba con facilidad, más aún la de los guerreros. También colocó sus manos en las caderas y aproximó su rostro endurecido hacia Deibi.—Ser un hermano co
Mientras el júbilo estallaba entre el público asistente y les gritaban ovaciones y amenazas a los corredores por lo que habían apostado, Deibi se alejó hacia una colina para tener una mejor visión de la competencia.Los motociclistas debían recorrer un camino escarpado de aproximadamente un kilómetro, con subidas casi verticales y senderos llenos de enormes peñascos, peligrosas zanjas, troncos caídos y raíces brotadas.Regresaban por una vía paralela débilmente trazada a un costado de la montaña, donde la tierra era húmeda e inconsistente y por un costado daba a un despeñadero. Corrían el riesgo de resbalar hacia el precipicio o quedar encallados.Deibi apretó la mandíbula, entendió lo que Gregory buscaba.Allí no tenía oportunidad de utilizar sus instintos y capacidades sobrenaturales para superar los obstáculos, había demasiadas personas presentes, algunas se encontraban incluso, apostadas en diversas zonas portando cámaras de fotos y de video para inmortalizar el momento. Si quedab
Los guerreros se habían reunido en la casa de Baudilio luego de solventar el conflicto en la montaña, para discutir por lo ocurrido mientras el líder ojeaba uno de los tantos libros de la sociedad que poseía.—No puedes seguir actuando de esa manera —expuso Jonathan con enfado en dirección a Gregory. El chico se encontraba sentado en una silla con los codos apoyados en sus muslos, retorciendo las manos entre sí y con sus ojos furiosos clavados en el suelo. Odiaba que lo reprendieran como a un niño—. ¿Quieres matarte? Perfecto, ¡hazlo! —bramó parado frente a él e inclinándose un poco buscando que Gregory lo observara, sin éxito. Javier y Gabriel compartieron entre sí una mirada inconforme, aunque prefirieron no intervenir—. ¿Por qué tienes que afectarnos a nosotros? ¿No te das cuenta que con tus acciones nos pones a todos en peligro?—No puse en riesgo nuestro secreto. No permití que mi bestia se mostrara.—¡Pero no puedes evitar que la nuestra sí lo haga cuando se presente un inconven
La había estado vigilando durante dos días, como si fuera un delincuente pendiente de su víctima. No podía dejar de seguirla, sentía una poderosa necesidad por estar cerca de ella, pero además, estaba inquieto.Esa chica lo había visto con los ojos amarillos de la bestia, con garras filosas en las manos y largos colmillos sobresaliendo de su boca.Cualquier ser humano normal se hubiera asustado por esa revelación, quizás, habría corrido, gritado o vociferado a los cuatro vientos ese misterioso fenómeno, pero ella no. Ella parecía habituada a esos encuentros sobrenaturales.Seguía con atención como la joven se movía por La Costa, como si conociese la región, a pesar de ser primera vez que él la veía. Una chica como esa jamás la habría pasado desapercibida.Quería aparentar rudeza. Lideraba a un grupo de revoltosos que se paseaba en moto por el pueblo y por las playas siendo ruidosos y desordenados.Fastidiaban a los pocos comerciantes que aún hacían funcionar sus negocios en aquel pueb
Mary llegó a la casa recreacional abandonada, donde en esa ocasión se habían escondido sus compañeros, estacionando con rapidez la moto bajo un árbol de uva de playa de menos de dos metros de altura, cuyas ramas frondosas colgaban como una sombrilla.Corrió al interior de la casa, sin saludar a los chicos que se hallaban desperdigados en los alrededores. Unos medio dormidos, otros fumando marihuana y escuchando música en una pequeña radio.Dos de ellos, la pareja de sujetos con mayor edad en el grupo y quienes poseían un prontuario policial más largo y complejo, afilaban machetes con los que pensaban asustar a los pobladores para provocar a las bestias.Ese era el trabajo de ese grupo de revoltosos. Alborotar a las bestias y distraerlas mientras «otros» organizaban dentro del poblado el ataque final que las doblegaría.Mary, aunque debía acompañarlos y liderarlos, poseía una tarea de mayor riesgo. Entró apresurada a la habitación donde había guardado su mochila, la abrió nerviosa y sa