Jonathan detuvo su Toyota Range Rover en el estacionamiento de la casa de Baudilio. A la vista de los turistas, la casa parecía deshabitada. Maleza, hojas muertas y penumbras era lo que la rodeaba. De las columnas del porche colgaban gruesas telarañas y el salitre descorchaba las paredes.Luego de la muerte de su esposa y de la pérdida de la bestia, Baudilio vivió como un ermitaño, encerrado en la parte trasera de su vivienda ocupándose de estudiar antiguos libros de la sociedad étnica y retomando las costumbres mágicas que esta poseyó en el pasado.—¡Déjame ayudarte! —exigió Jonathan, bajándose con prontitud del auto para acercarse a la puerta del copiloto.Baudilio saltó del asiento cargando dos libros gruesos y largos, cuyas hojas estaban a punto de fragmentarse por la humedad y el tiempo. Olían a podrido y hasta tenían larvas de polillas viviendo en su interior, pero él estaba feliz al haberlos encontrado en una caja para trastes en la cochera de la casa de Gabriel Veldetta.—¡Déj
Esa noche, Jonathan se esforzó por mantener una actitud templada mientras cenaba con sus padres, pero al terminar, enseguida se inventó la excusa de que debía reunirse con el resto de los guerreros para marcharse y dirigirse a la casa de Javier. La impaciencia le tenía ganada la batalla.Manejó hasta el hogar de su hermano sin poder evitar que los nervios lo atormentaran. Sabía a qué se enfrentaría y aunque se consideraba un hombre de personalidad fuerte y precavida, no estaba seguro de contar con la fortaleza necesaria para dominar la situación. Necesitaba verla, pero estaba seguro de que Deibi estaría allí, con ella.La noche caía en La Costa y, como se estaba volviendo habitual en esa región, espesas nubes de lluvia ensombrecían aún más a la selva. No era época para lluvias tan seguidas, pero llevaban semanas siendo agobiados por un mal clima que comenzaba a amenazar a los cultivos.Detuvo su camioneta frente a la casa y bajó sintiendo a la brisa fría cubrirle el rostro. Se encamin
Atravesaron en silencio los extensos sembradíos de cacao. Jesenia miraba de reojo y con anhelo la forma en que las grandes manos de Jonathan se aferraban al volante del auto, sosteniéndolo con firmeza.Ansiaba sentir alrededor suyo el agarre de sus dedos, que a la distancia se notaban fuertes y ágiles.Suspiró hondo, odiándose a sí misma por esa sensación de ansiedad y hambre que la embargaba. Siempre había sido atrevida y osada con los hombres, pero con Jonathan sentía temor. Una emoción que le costaba comprender y eso la enfadaba.—Me encanta tu auto —expresó para iniciar una conversación. Él la miró un instante con las pupilas bañadas de deseo.—Me alegro.—Imagino que vives llevando a chicas a todos lados —comentó con un deje de celos.—Bueno, ¿mi madre cuenta?Ella se carcajeó por la ocurrencia, liberando un poco de tensión. Jonathan la observó con mayor interés. Le encantaba esa risa.—Seguro que tienes a todas las chicas de La Costa babeando por ti —insistió, pero esta vez con
Al encarar de nuevo a Jesenia, el estómago de Jonathan se apretó en un puño al ver su rostro juguetón.Estaba ansioso por probar sus labios, que parecían jugosos gajos de dulce mandarina, pero al detallar sus ojos y divisar en ellos el brillo de la picardía, apretó el ceño. Ella lo estaba retando, quería ponerlo a prueba.—¿Quieres conocer esta religión? —La mujer asintió emocionada—. Entonces, ven —la invitó, tomándola de la mano e ignorando las quejas del santero que estuvo hablando con ella. A Jesenia, la mirada firme y segura de Jonathan la atrapó, dejándola sin argumentos; más aún la calidez de su mano, que envolvió la suya arropándola en su totalidad—. En La Costa tenemos a santeros antiguos que se han ganado un gran respeto y conocen a la perfección la religión que pregonan, no estos recién llegados que vienen por el licor que regalan y el dinero fácil —expuso con rencor. La chica se dejó llevar fascinada. Le encantaba que lucharan por ella.Salieron de esa casa en dirección a
A la mañana siguiente, Jonathan estaba sentado en la mesa del comedor de la casa de sus padres mirando distraído la nada. Recordar la exquisitez y suavidad de los labios de Jesenia lo mantenían en un estado catatónico.Le era imposible pensar en algo diferente. Nunca en su vida había probado un elixir tan delicioso y prohibido.Aunque poseía un anexo solo para él en esa misma propiedad, en esa ocasión se encontraba allí, ya que su padre le había pedido que desayunara con ellos para hablar de los problemas en La Costa, pero él estaba muy distraído por la inestabilidad de sus emociones, por eso le costaba seguir la conversación.—Ey, Jonathan, ¿me estás escuchando? —oyó que su padre preguntaba, disgustado.Se obligó a salir de sus pensamientos para mirarlo con fijeza. El hombre era tan alto como él, pero de cuerpo robusto. Su semblante severo y autoritario le remarcaba el ceño que siempre llevaba fruncido.—Perdón, ¿qué dijiste? —consultó contrariado. Lorenzo suspiró exhausto.—¿Qué te
—¿Cómo haces para soportar la vida en este lugar tan solitario? —preguntó Jesenia a Isabel mientras caminaban a través de un sendero de tierra sumergiéndose en la selva.—Disfruto de la naturaleza —alegó la chica, y estiró sus manos para sentir el cosquilleo de las espigas en sus palmas, cerrando los ojos en dirección al cielo. Le encantaba que la brisa fresca le rozara el rostro.Jesenia observó los alrededores con recelo. No podía negar que el lugar era hermoso. La diversa tonalidad de verdes de la vegetación hacía resaltar la intensidad de los colores vivos de las flores, frutos y aves.Ella se sentía como un hada en medio de un paraje de fantasía, pero la selva era tan tupida, que en muchos rincones reinaban las sombras. Se podían encontrar túneles de follaje donde los sonidos de los grillos con facilidad eran confundidos con el gruñido de un fiero animal.A Jesenia esos corredores oscuros le traían a la memoria amargos recuerdos, de cuando era una niña de apenas nueve años, a qui
Corría a toda velocidad por la empinada montaña. Aquel olor lo estaba enloqueciendo.Subió ayudándose de rocas y raíces brotadas para escalar la pendiente, cuya pared, en ocasiones, era casi vertical y con zonas propicias para los desprendimientos, ya que el suelo estaba debilitado por culpa de las lluvias.Sin embargo, para Jonathan era fácil trepar. La agilidad que le aportaba la bestia lo hacía superar cualquier obstáculo, como si aquello fuera un juego de niños, pero para un humano común esa aventura representaría un gran riesgo.Solo personas bien entrenadas y con mucha experiencia podían atravesar la montaña por aquel camino, o alguien con dotes sobrenaturales, como los guerreros.—¡Te gané! —exclamó Deibi al verlo llegar al lugar donde provenía el fuerte olor. Él se le había adelantado por unos segundos.—¿Todo para ti es una competencia? —reclamó.El aroma que habían captado durante su ronda de vigilancia era de sangre y restos humanos en descomposición, había posibilidades de
Se marchó sintiendo su pecho apretado por la rabia que lo embargaba. No sabía qué le ocurría, pero sus emociones, que antes habían sido la más serenas y racionales del grupo, ahora parecían una caldera en ebullición estando a punto de hacer implosión.Si no se calmaba sería un peligro para todos. Sobre todo, para ella.Una hora después salía de la casa del líder acompañado por uno de sus hermanos.—Baudilio me entregó todo el material que tenía sobre los niños perdidos —notificó Albert y le mostró a Jonathan los tres cuadernos repletos de artículos de periódicos y otras anotaciones que el líder le había facilitado, al tiempo que subía al asiento del copiloto de la Toyota Range Rover.—Te dije que tenía mucha información —aseveró Jonathan poniendo el auto en marcha para dirigirse a la casa de Javier.—Hasta se dio a la tarea de visitar a las familias de los niños para recolectar más datos de los que la policía había recogido. Se tomó muy enserio este tema. Pensé que invertía todo su ti