FAITH
Me quedé embarazada siendo aún muy joven y cuando la estabilidad sentimental entre Nate y yo era más importante que la económica. Ya no podía considerar ni que fuéramos amigos y eso era triste, muy triste, porque Nate lo había sido todo para mi: mi mejor amigo, mi pareja, el chico con el que me casaría y formaría una familia...
Llamé al timbre de su casa. Recuerdo que fue lo primero que compró cuando tuvo dinero: la casa. Antes vivíamos en un pequeño piso alquilado, demasiado pequeño pero nos mantenía juntos; al mudarnos, las dimensiones de la casa empezaron a sentirse como una metáfora de nuestra relación.
Nate abrió la puerta de entrada: un portón blanco de madera oscura. Escuché a Alan llamarme desde alguna parte de la casa y lo vi salir desfilando de la cocina.
—Ha hecho los deberes —comentó, seguramente antes de que yo pudiera echarle en cara que no sería la primera vez que ignoraba sus tareas—. Y dice que tienes un nuevo amigo que se pasa por el apartamento.
Lo ignoré. A veces era mejor ni intentarlo antes de que me hiciera hervir la sangre. ¿Qué le importaba? ¡Él me dejó! ¡Él dejó lo nuestro de lado!
—Alan, vámonos, cariño.
—Voy mami.
¡Pero qué adorable era!
—¿Es que me vas a ignorar? —replicó Nate, cruzado de brazos contra el portón y con ese gesto tan poco expresivo—. Somos adultos, Faith.
Cada vez que le veía me preguntaba si quedaría rastro del chico que era. El chico que era feliz sin dinero. El chico que me quería.
—No es que te ignore, es que prefiero evitar discutir.
—¿Por qué vamos a discutir? Sólo te he preguntado.
Casi me reí. ¿No era obvio?
—Porque tú y yo sólo discutimos, Nate —repliqué.
—Ya, porque soy un gilipollas, ¿no?
Por lo menos lo sabia. ¿Necesitaba que se lo admitiera, otra vez?
—Básicamente —admití.
Apretó los labios y asintió lentamente, asumiéndolo como si no hubiéramos tenido esta pequeña discusión mil veces antes. Él me buscaba las cosquillas, a Nate le gustaba fingir que nada era su culpa y ya no sabía si es que se le había olvidado por qué terminamos o si es que era realmente gilipollas; después yo le insultaba y él resoplaba como si mi enfado fuera injusto.
Alan me miró desde el pasillo cuando terminó de ponerse las zapatillas. Se levantó de un salto. Sonreí. Sonreía mucho cuando lo miraba. Alan era lo que más me sacó adelante tras la ruptura. Sin él, no sé dónde habría terminado.
—¿Nos vamos ya?
—¡Sí! —canturreó nuestro hijo—. Mañana tengo taller de rotuladores en clase. Te haré un dibujo papá.
Nate dejó de mirarme para despedirse de Alan y en cuanto pude, nos dimos la vuelta para volver a casa.
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Trabajaba en la recepción de un gimnasio. Todas las mañanas de lunes a viernes y por fortuna era en las horas en las que Alan estaba en el colegio. Trabajaba tranquila, sin mucho ajetreo y dedicándome a sonreír a los clientes y al resto de compañeros.
—Buenos días.
Sonreí. Levantando la cabeza de algunos papeles vi a Zed inclinarse sobre el escritorio.
—Hola —reí—. Vienes pronto hoy.
—Tengo el día libre en el trabajo. Quiero invitarte después a comer.
Si Zed tenía algo bueno, era que me entendía y respetaba el hecho de que tuviera un hijo.
—Tengo que recoger a Alan del colegio —dije.
—Lo sé, me refería a que vinieras con él.
A Zed le gustaba salir y que viniera Alan. Llevábamos poco pero nos habían confundido un par de veces con una bonita familia y a veces achacaba a Zed que a con treinta años y sin hijos, quizás le urgía formar una familia. Y a mi no me desagradaba del todo porque la realidad era que desde que tenía memoria yo siempre había querido una familia y estar con alguien. Había estado con Nate desde los trece años y verme sola, de repente, me hacía sentir desubicada y perdida.
—Va a salir todo pintado, hoy tenía un taller de rotuladores.
—¿Y eso qué es?
—Su clase de artes plásticas —respondí y nos reímos.
Se cruzó de brazos sobre el mostrador. Sus brazos musculados tensaron la camiseta de licra y alargó la mano para quitarme el pelo de la cara. Zed era el hombre que merecía.
—Voy a entrenar un poco. Salgo a las cuatro y nos vamos.
—Vale —accedí—. Aquí te espero.
Desde la recepción yo no veía a la gente entrenar y no es que el trajín de entradas y salidas me hiciera entretenido el rato. Conocí a Zed porque era el que siempre me sonría, saludaba, a veces se paraba a hablar conmigo, y un día me pidió una cita. Hacía demasiado que nadie me pedía una cita. Y Zed era romántico, y le gustaba, y me hacía la vida un poco más divertida.
A las cuatro estaba duchado, su pelo rubio aún goteaba cuando nos montamos en mi coche para ir a recoger a Alan. Se gustaban y eso me gustaba porque era capaz de ver un posible futuro con Zed.
—Te lo dije —murmuré al volver a ponerme tras el volante.
Zed giró el cuello entre los asientos.
—Yo lo veo bastante colorido. ¿A qué mola?
—¡Mola! —exclamó Alan desde su silla—. Mi profesora me ha regañado.
—Ya me lo ha dicho —comenté—. Le has pintado la camiseta a otro niño.
En eso se parecía a su padre. Había visto las miles de trifulcas en las que Nate se había metido a lo largo de los años.
Zed puso el GPS en la pantalla del coche hacia un italiano. Alan se volvió loco y se atiborró a macarrones. Le estaba limpiando la boca por tercera vez cuando escuché a Zed reírse y le vi doblar y redoblar su servilleta de tela.
—El sábado tengo una fiesta de empresa, me gustaría que vinieras conmigo —comentó—. No será hasta muy tarde.
Miré a Alan y sopesé las pocas opciones que tenía con él. ¿Llamar a Nate para que lo cuidara? Seguramente pensaría que estaba siendo una mala madre por no aprovechar mi fin de semana con él... Descartado. ¿Pedirle a Helen (mi mejor y casi única amiga) que lo cuidara un par de horas?
—Sí, ¿por qué no? Llamaré a Helen a ver si puede cuidarlo unas horas. ¿Cómo de formal tengo que ir?
Zed sacó su perfecta dentadura blanca.
—Sólo un poco. Sea como sea siempre estás bien.
Sonreí también. Zed era todo un buen hombre.
Después de la comida lo llevé a su casa, se inclinó sobre las marchas y me besó. Cada vez que Zed me besaba me revolvía el estómago con unas cosquillas que llegué a pensar que jamás volvería a tener. Pero ahí estaban. Me apartó los mechones oscuros de la cara y, sujetándome las mejillas entre sus grandes manos, me acarició los labios con los suyos. Fue un simple roce, algo suave. Zed era muy gentil conmigo hasta en la intimidad, esa clase de hombre al que miras y que sabes que es un trozo de pan. Todo lo contrario a Nate.
FAITHHelen era una buena amiga. La había conocido tras la ruptura con Nate cuando me mudé al apartamento porque, aparte de ser mi mejor amiga, era mi vecina. Vivía en el piso de arriba y debíamos ser las más jóvenes de todo el edificio.El sábado se quedó con Alan. Bajó en pijama y se acopló en mi sofá.—No me importa dormir aquí si quieres pasar la noche entera fuera —dijo.—No sé... creo que volveré pronto.—Estás muy guapa como para que no dejes que Zed lo disfrute.Le lancé un cojín. Zed me escribió a los pocos segundos:ZED: estoy abajoLlevaba toda la tarde corriendo de un lado a otro y no me había puesto el vestido hasta el último minuto para no arruinarlo. No tenía muchas más opciones de vestimenta. Cogí el pequeño bolso de hombro del sofá y le repetí a Helen lo que ya sabía sobre Alan.—Dile a tu madre que estaremos bien —le dijo y mi hijo me miró—. ¡Te quedas con tu tía favorita!Me incliné sobre el respaldo y le di un beso en la mejilla tersa y suave. Alan me lo devolvió.
FAITHA veces parecía que me tenía rencor.—¿Vienes a molestarme?Sus zapatillas pisaron el césped, crujió y se sentó en la fuente a mi lado.—Sólo vengo a fumar —dijo como si nada, encendiéndose un cigarro.Lo dejé pasar. Desde que dejamos, no habíamos pasado más de diez minutos juntos, ni siquiera hablamos nunca las cosas. Lo dejamos y fue como si aquello nos convirtiera en extraños.El humo de su cigarro se entremezcló con el olor de su colonia.—Alan está con Helen —dije—. Es mi mejor amiga, vive en el piso de arriba.Era raro que no supiera quién era Helen. Antes, Nate sabía todo de mi vida, hasta los detalles más irrelevantes y tontos. Nate siempre había sido el primero para mi, la persona a la que corría por cualquier cosa. Entonces, ya ni siquiera sabía quién era mi mejor amiga, como tampoco sabía que mi hermana había vuelto a contactarme y que yo estaba pensando en responderle el correo electrónico que me mandó.—Podrías haberme llamado.—Ya... no sé. Estás muy gilipollas y c
FAITHNate no tenía mucha familia. Sus padres murieron a sus diez años y se había criado con su tía (que le odiaba), así que para él fue muy fácil coger las maletas. Pero yo tenía una familia perfecta, con unos padres que me querían y mi hermana pequeña que era adorable. Los problemas llegaron a mi casa junto a Nate. Tenía trece años y él catorce. Mis andadas adolescentes a medida qué crecía se hicieron tan frecuentes que llegaba tarde a casa y suspendí un par de exámenes. Yo siempre supe que no era culpa de Nathaniel, sino de las hormonas adolescentes y el primer amor, pero resulta que explicarle eso a los padres es casi imposible. Según ellos yo sólo debía estudiar, entrar en una buena universidad y darle ejemplo a mi hermana pequeña.Nunca entendieron que pudiera enamorarme de alguien tan rebelde que parecía no tener futuro.Nunca entendieron que Nate siempre me animaba a sacar mejores notas.Nunca entendieron que Nathaniel me hacía feliz.El colmo fue querer seguirlo. No iba a ir
FAITHHelen y yo cenamos juntas y se empezó a reír.—Lo siento —se reía—, pero es que te pones muy graciosa cuando estás enfadada con él.—Me saca de mis casillas —admití.Era lo que mejor se le daba a Nate esos últimos años: sacarme de quicio. Aparecía y se creía mejor, con el poder sobre mí, y me había dejado sin plan para ese fin de semana. ¿Iba a estar encerrada en casa mordiéndome las uñas?—¿No te ha llamado tu hermana? —preguntó y yo negué.Al final me decidí a hablar con Clara, pero no había sido valiente como para llamarla yo, así que le envíe mi número de teléfono para que ella lo hiciera. Todavía no había tenido noticias y cada vez que me sonaba el teléfono algo dentro de mí se moría de nervios.—No. ¿De verdad tienes que salir con ese tío mañana? —refunfuñé.—¡Oye! Que es un buen hombre, puedes venir si quieres, le diré que...—No no —Helen no podía ser siempre mi salvavidas—. Ve y disfruta.—¿Y tú qué harás?Picoteando una patata del menú a domicilio me encogí de hombros.
FAITHZed debía estar delante de mi con su pelo rubio y su sonrisa encantadora, no dejaría de decir lo guapa que yo estaba y de hablarme de sus cuentas contables y mil cosas más... sin embargo, levantaba la mirada y veía el pelo castaño de Nathaniel y sus cejas juntas mirándome tan extrañado a como yo me sentía, como si fuera imposible vernos allí sentados uno frente al otro.—¿Con quién está Alan? —le pregunté.—Con la niñera, es de confianza —dijo y yo resoplé antes de darme cuenta de lo que pareció—. Tiene cincuenta años, no me he acostado con ella.—No me importa con quién te acuestes o dejes de hacerlo —respondí rápida.>—Ya —siseó con burla.—Lo digo enserio, no me importa.Nate se rió.—No he dicho que lo haga.Nos tomaron nota y en cuanto el camarero se fue, Nate se pasó las manos por el pelo sin dejar de mirarme. De alguna forma u otra se sentía lo raro que era estar allí después de cosa de dos años sin ser cercanos. Habíamos pasado de serlo
FAITHMontada en su coche vi que Zed me había llamado, seguramente dudando de qué había sido de mi sábado noche sin él. Apagué la pantalla en cuanto Nate se sentó tras el volante. Si me era completamente sincera, no quería volver a casa y estar sola y comerme la cabeza dándole vueltas al teléfono entre las manos sin nada mejor que hacer que atiborrarme a helado.—Suéltalo —lo escuché decir.Le miré. Nate me devolvió la mirada bajo la oscura noche y casi sonreí. Creo que nunca dejaríamos de conocernos.—Ha sido un poco desastre la cena, hemos vuelto a discutir.Cuando sonrió, sentí que era la primera vez en toda la noche que estábamos de acuerdo en algo.—Es lo que mejor se nos da últimamente —dijo.Y ojalá no fuera así. Yo era consciente de que le saltaba al cuello a la mínima, lo llevaba haciendo desde que nuestra relación se empezó a ir a pique, y ojalá no hubiera sido así. Ojalá Nate nunca hubiera puesto el dinero por encima de lo que éramos. Tal vez si hubiéramos hablado más abier
NATHANIEL¿Desconfiar de mi? ¿De verdad había dicho esa mierda? Podía haber sido un gilipollas, el gilipollas que ella había visto en mi porque empecé con las drogas y esos temas, pero jamás hubo consumición alguna que me hiciera olvidar que yo le pertenecía a ella. Ni siquiera después de dejarlo.—¿Has pensado que te engañé?Se llevó el vaso a los labios. Aquel gesto me puso la piel de gallina y me dolió. ¿Cómo coño podía pensar eso?—Bueno... —empezó.—¿Bueno qué? No me jodas, Faith, nunca he sido tan malo contigo.Me apunto con su uña puntiaguda, muy a la defensiva. Ya veía que hablar solo nos llevaba a discutir una y otra y otra vez. Seguro que con ese rubio oxigenado ni se levantaban la voz. Era un acojonado de la vida, un sumiso, un tío que no la merecía.—Eh, que yo no he dicho que fueras malo conmigo. ¿Qué querías que pensara si llegabas dando tumbos y discutíamos? No iba a vivir así toda mi vida y mucho menos con nuestro hijo. No me prometiste una vida de discusiones, Nate, y
FAITHLa cama era demasiado cómoda para ser la mía, y el triple de grande para siquiera entrar en mi apartamento. "Ay Dios". Por lo menos seguía vestida y no se había tomado el atrevimiento de "ponerme cómoda", porque le habría saltado al cuello. Aunque estaba en su cama, o en la que en algún momento fue mía también. ¿Habíamos dormido juntos?Me arrastré por la tarima al pasillo y fui directa a la habitación de Alan. Seguía dormido, tranquilo... me quedé deambulando por ahí. Encontré a Nathaniel durmiendo en la habitación de invitados, tan tranquilo y relajado que parecían mentira nuestros problemas. Bajé a la cocina, pasé por el salón, salí al jardín... no había nadie trabajando, nadie haciendo el desayuno o alguna de esas tareas que Nate pensaba que podía quitarse con el dinero.A la tercera vuelta lo encontré en la cocina, descamisado y con el pelo aún alborotado. Me quedé ahí estática, mirando como los músculos de su cuerpo se movían y como los pantalones de pijama le colgaban de