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FAITH

Helen era una buena amiga. La había conocido tras la ruptura con Nate cuando me mudé al apartamento porque, aparte de ser mi mejor amiga, era mi vecina. Vivía en el piso de arriba y debíamos ser las más jóvenes de todo el edificio.

El sábado se quedó con Alan. Bajó en pijama y se acopló en mi sofá.

—No me importa dormir aquí si quieres pasar la noche entera fuera —dijo.

—No sé... creo que volveré pronto.

—Estás muy guapa como para que no dejes que Zed lo disfrute.

Le lancé un cojín. Zed me escribió a los pocos segundos:

ZED: estoy abajo

Llevaba toda la tarde corriendo de un lado a otro y no me había puesto el vestido hasta el último minuto para no arruinarlo. No tenía muchas más opciones de vestimenta. Cogí el pequeño bolso de hombro del sofá y le repetí a Helen lo que ya sabía sobre Alan.

—Dile a tu madre que estaremos bien —le dijo y mi hijo me miró—. ¡Te quedas con tu tía favorita!

Me incliné sobre el respaldo y le di un beso en la mejilla tersa y suave. Alan me lo devolvió. A Helen le revolví el pelo y la escuché quejarse.

—¡Adiós, mamá!

—Adiós. Os quiero.

Bajé sujetándome al pasamanos para no caerme con los tacones de aguja. Era la primera vez en años que iba a un lugar tan formal, no asistía a nada parecido desde que Nate me llevaba a sus cosas de empresa. Había sacado del fondo del armario el único vestido acorde: negro y largo hasta los tobillos, sin tirantes y con un escote recto. Para mi, un vestido de lo más normal.

—Estás muy guapa —dijo Zed nada más verme.

Estaba trajeado, apoyado en su coche y tocándose los botones de la camisa. Muy guapo para poder decir que era mi pareja.

—Tú también estás muy guapo.

Estiró el brazo y enganchó sus dedos en la tela de mi vestido acercándome a él. Abrí la boca mucho antes de recibir la suya, ansiosa por el contacto de sus labios sobre los míos. Zed me rodeó con fuerza y lo estreché también los segundos necesarios para darme ánimos el resto de la noche.

—Helen se ha ofrecido a estar con Alan toda la noche —susurré contra su boca.

Me dio un beso casto y se alejó. Me abrió la puerta de su coche.

Cuando llegamos vi que era una especie de salón de actos reservado para la cena de empresa. Y, como temía, los vestidos de las demás mujeres eran mucho más extravagantes que el mío. Las personas se paseaban de un lado al otro, salían al jardín y fumaban y se saludaban como si fueran amigos de toda la vida. Zed saludó a unos cuantos y me presentó como su novia. Luego, me cogió de la mano y me llevó a la barra a por algo de beber.

—¿Se hacen tantos amigos trabajando de contable? —bromeé.

—Uy sí, los números dan mucha conversación en la oficina.

Nos reímos aunque Zed se puso recto de un segundo al otro, toqueteándose las mangas de la americana carraspeó.

—¿Pasándolo bien? —preguntó una voz tan conocida y familiar que todavía me provocaba un sentimiento de seguridad

Me puse recta yo también. Con la piel de gallina di media vuelta. Sentí la mano de Zed buscar mi cintura y acercarse a mí, pero lo único en lo que pude fijarme fue en Nate. En el dichoso Nate. Con sus pantalones de traje y la camisa y unas zapatillas relucientes, porque usar zapatos nunca fue lo suyo. ¿Qué hacía Nate ahí? ¿Es que estaba metido en todos los negocios de la ciudad? ¿En cuántas empresas estaba involucrado?

—Sí... Disfrutando de la fiesta —respondió Zed.

Para sus treinta años, Zed era un mandado. Con tal de no discutir o meterse en el más ligero problema, me di cuenta de que era un hombre que pasaba por la vida en silencio.

—Ya veo —musitó Nate sin quitar sus ojos de mi, seguramente preguntándose qué diablos pintaba yo allí con alguien en lugar de estar con Alan en casa.

—Ella es mi pareja, Faith... —Zed hizo el intento, pero con Nate había cosas imposibles.

—Lo sé —le cortó, podía oír casi la burla en su voz—. Es la madre de mi hijo así que debo saber mucho mejor que tú quién es.

¿Por qué tenía que ser tan gilipollas tantas veces? ¿Qué le costaba sonreír y largarse?

Resoplé. Recuerdo notar como Zed me soltó la cintura y los ojos arrogantes de Nate me miraron, ya ni siquiera sabía leerlos y eso que existía un tiempo en el que cada vez que lo miraba, yo sabía exactamente lo que pensaba. No quedaba nada de eso. Nathaniel no era mi Nate.

Me debatí unos segundos entre si mandarle a la m****a y discutir, o pasar de él. Elegí la segunda y di media vuelta.

—¿Vamos por ahí? —le pedí.

Zed asintió y dejó su refresco en la barra.

—¿Dónde está Alan? —escuché a mis espaldas. No fue una pregunta, fue un reclamo. ¿Dudaba de mi?

Zed volvió a mirarme, me preguntó con la mirada muchas cosas.

—Vámonos —insistí.

Ya no me rodeó la cintura, pero me cogió de la mano y esperé que aquello me disolviera las ganas que tenía de confrontar a Nate. Quería darme la vuelta y gritarle que no me hiciera esas preguntas pretenciosas que ocultaban algún tipo de duda de mi maternidad. Quería repetirle lo gilipollas que era.

Cuando nos alejamos, el corazón dejó de latirme desbocado. Le solté la mano a Zed y me aparté el pelo liso de la cara (había tardado casi cuarenta minutos en alisármelo).

—Es mi jefe —dijo Zed—, o algo así.

—Es el padre de Alan —dije yo.

Caminamos juntos hasta la barra al otro lado de la estancia, lejos de Nate aunque no de sus miradas que me persiguieron toda la noche.

Zed se recostó contra la barra con un brazo y me miró. Me acarició la mejilla y como si no importara, me besó. Zed era bueno, demasiado bueno. Quería que me gustara, enamorarme de él y esas cosas.

—No me importa, Faith. Si vas a estar incómoda podemos irnos o...

—No, no pasa nada —le aseguré. No me había arreglado tanto para volver a casa—. Voy a pedirme otra copa.

—¿Segura que quieres que nos quedemos?

Nate no iba a influir en mi vida. Ni él ni su gilipollismo.

Me encorvé sobre la barra para pedirle la copa al camarero. Miré a Zed y él me devolvió la mirada con una mueca en los labios. Casi ni le había contado de mi historia con Nate porque pintarlo de malo delante de otras personas no era algo que quisiera hacer. Me limité a decirle: << No funcionaron las cosas >>

—Estoy bien —sonreí—. Terminamos bien por Alan. Ahora estoy contigo.

Por fin sonrió. Y por cómo era Zed, supe que no indagaría en el tema.

Un par de horas después habíamos hablado con tanta gente que ya ni me acordaba del nombre del señor que se reía con Zed. Estaba abrumada por muchas cosas: la música, las risas y conversaciones, el dolor de los tacones... Nate. Solté a Zed y me abaniqué.

—¿Estás bien? —se preocupó.

—Sí. Voy a salir un rato fuera y llamaré a Helen.

—¿Quieres que te acompañe?

—No hace falta —sonreí—. Sigue con tus cosas de contable —bromeé.

—Ten cuidado —me pidió. Era tan protector y bueno...

Di una última sonrisa y me arremangué la falda del vestido para evitar tropezarme. El jardín era amplio y precioso, envuelto en un manto de brisa y humo de tabaco de las personas que salían a fumar. Los tacones se me hundían en el césped mientras deambulaba entre los farolillos hacia la fuente de delfines que escupían agua. Planté el culo en el cemento aunque el agua me salpicara al caer.

FAITH: ¿estáis bien?

FAITH: Nate está aquí. Casi monta el numerito

FAITH: es un gilipollas

—¿Ese rubio oxigenado se ha cansado de pasearte por ahí?

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