FAITH
A veces parecía que me tenía rencor.
—¿Vienes a molestarme?
Sus zapatillas pisaron el césped, crujió y se sentó en la fuente a mi lado.
—Sólo vengo a fumar —dijo como si nada, encendiéndose un cigarro.
Lo dejé pasar. Desde que dejamos, no habíamos pasado más de diez minutos juntos, ni siquiera hablamos nunca las cosas. Lo dejamos y fue como si aquello nos convirtiera en extraños.
El humo de su cigarro se entremezcló con el olor de su colonia.
—Alan está con Helen —dije—. Es mi mejor amiga, vive en el piso de arriba.
Era raro que no supiera quién era Helen. Antes, Nate sabía todo de mi vida, hasta los detalles más irrelevantes y tontos. Nate siempre había sido el primero para mi, la persona a la que corría por cualquier cosa. Entonces, ya ni siquiera sabía quién era mi mejor amiga, como tampoco sabía que mi hermana había vuelto a contactarme y que yo estaba pensando en responderle el correo electrónico que me mandó.
—Podrías haberme llamado.
—Ya... no sé. Estás muy gilipollas y cuestionable desde que nos separamos.
Asintió mirando al frente. Apretó la mandíbula y soltó el humo. Nate siempre era arrebatadamente atractivo, incluso esa noche y cualquier otra.
—¿Ya le has contado que me odias? —soltó. Su pregunta me pilló desprevenida.
—Yo no te odio, ¿de dónde sacas eso?
—No tienes que mentirme, sé que no me soportabas.
La risa me cosquilleó la garganta y Nate me miró. Fue raro volver a reírme por algo que decía y que sonaba tan loco.
—Te volviste un imbécil pero nunca te he odiado. Si te iba a dejar no era por eso.
Él no hizo ni una mueca, se encogió de hombros y siguió fumando.
—Tampoco estabas enamorada de mi así así que si no era una cosa era la otra.
Pensaba que era obvio notar lo mucho que yo le quería. Había aguantado hasta el final escudando la realidad insostenible en que, quizás, quererle era suficiente para estar a su lado.
—En realidad iba a dejarte porque no quiero que nuestro hijo se críe con unos padres que solo discuten —admití. ¿Por qué nunca habíamos hablado de eso? ¿Llevaba años pensando que lo odiaba de verdad, que no lo quería? Era hasta ofensivo—. Y que sepas que me ofende que digas que no te quería cuando he estado desde los trece años dándolo todo por ti. Estaba enamorada y te amaba, Nate, pero no era suficiente.
Pese a que Nate era todo en base a lo que mi mundo giraba. Cuando empezaron los problemas lloré demasiado encerrada en el baño, horrorizada de tener el final que hemos tenido. Lo había dejado todo por él, literalmente todo, y parecía que se le había olvidado.
Una parte de mi esperaba que mis palabras le dieran un golpe de conciencia. Le miré esperando una reacción, una contracción de mueca, ¡lo más mínimo!, pero su gesto siguió siendo el mismo. Desvió sus ojos oscuros a los farolillos que alumbraban el jardín y le pegó otra calada al cigarro. << Nate, hazme caso, por favor >> Sonaba patética.
—¿Te gusta ese tío?
¿Eso era todo lo que iba a decir?
—Supongo, sí —musité desganada. ¿Qué esperaba de él? ¿Que me dijera que también me había amado hasta el final? ¿Un agradecimiento por todo? ¿Un lamento por haber sido un gilipollas?
Se pasó la mano por el pelo. Odiaba la gomina, ir repeinado y demasiado formal.
—¿Supones?
—Es un buen hombre, y debería volver con él.
Me levanté de la fuente, me alisé el vestido y di media vuelta. Tenía el corazón encogido por lo que fuera.
—Faith —me llamó.
Giré el cuello lo suficiente para descubrir cómo me miraba.
—¿Si?
—Estás preciosa.
Dos palabras. Dos palabras tuvo que soltar para recordarme el chico que era, el que me repetía a cada rato lo mucho que me quería y que haría cualquier cosa por mi, el que me repetía lo guapa que estaba en chándal, enferma, vomitando embarazada o bien vestida para una cita. El chico del que me enamoré.
Apreté los labios en una sonrisa y caminé dentro. No volví a ver a Nate en toda la noche.
—¿Nos vamos a mi casa? —me ofreció Zed no muy tarde.
—Vale —accedí.
Antes de salir por las puertas eché un último vistazo atrás. Zed me puso su americana sobre los hombros y me besó la cabeza.
—¿Está todo bien?
—Sí... sí. Todo bien —le sonreí.
---
NATHANIEL
Era consciente de que había cambiado, así como creía ser consciente de que Faith había dejado de quererme por lo que fuera, seguramente por el echo de que era el gilipollas que ella creía que era. Me había repetido tantas veces aquel insulto que parecía que había reemplazado mi nombre. Y yo era un egoísta de manual, el claro indicio estaba en Faith y en haberla arrastrado conmigo a todas partes; pero no fui un egoísta al dejarla, al pensar que si ya no me quería era mejor que tuviera otras oportunidades.
Sólo discutíamos. Se volvió insoportable volver a casa. Llegaba y ella estaba ahí, esperándome con las garras afiladas para increparme por cualquier tontería. Nos había sacado de la miseria. No teníamos nada y de un momento a otro podía darle cualquier cosa. Nos habíamos sacrificado para eso, no para que al final lo nuestro se fuera a la m****a. ¿Qué quería? ¿Seguir viviendo en un piso diminuto con Alan? ¿Deslomarse por el sueldo mínimo?
—¿Nueva conquista?
Regan se sentó a mi lado en la fuente. Era un buen colega, pero no estaba para que me jodieran esa noche cuando yo solito ya me la había jodido.
—No —respondí.
—Estaba buena.
Apreté los puños.
—Es Faith, así que no me toques los cojones con ella.
—¿Tu ex? —se sorprendió.
No hablaba casi nada de Faith porque si no hablaba de ella, no dolía. Fue jodido darme cuenta de que la chica a la que siempre había querido ya ni me miraba de la misma forma. ¿Y todo para qué? ¿Para que fuera y me dijera que yo estaba equivocado? ¿Que en realidad sí que me había seguido queriendo?
—Me largo —siseé.
Faith me había enfadado demasiado a lo largo de los años. Me enfadaba que fuera una estirada apara algunas cosas. Me enfadaba que siempre dudara de mi. Me enfadaba que me echara en cara las cosas que acordábamos. Me enfadaban cosas que al final del día no importaban porque nos queríamos. Discutir nunca me había importado si al final estábamos enamorados. El amor y sus chorradas.
—Venga no me jodas, ¿a dónde vas? Nos íbamos a ir a dónde sabes en un rato. ¿Te lo vas a perder?
—No me perderé mucho.
Tiré el cigarro a la fuente.
De camino a mi coche la vi dentro, sonriente con en el rubio oxigenado. << Menudo gilipollas >> ¿Qué le había visto? ¿Había estado saliendo con más tíos? De sólo pensarlo me entró un escalofrío. La sola idea de que Faith no estuviera a mi alcance me irritaba. Seguía obsesionado con ella de forma enfermiza.
La dejé para que buscara a otro pero siempre con la fe de que tarde o temprano volvería, porque sin mi, Faith no era Faith. Faith era la chica de trece años que me acogió en el instituo, la chica que creció conmigo, la chica que estaba tan cegada que me seguía a ciegas. Faith era la madre de mi hijo. Faith era mía y de nadie más. Nunca sería de otro. Sólo mía.
FAITHNate no tenía mucha familia. Sus padres murieron a sus diez años y se había criado con su tía (que le odiaba), así que para él fue muy fácil coger las maletas. Pero yo tenía una familia perfecta, con unos padres que me querían y mi hermana pequeña que era adorable. Los problemas llegaron a mi casa junto a Nate. Tenía trece años y él catorce. Mis andadas adolescentes a medida qué crecía se hicieron tan frecuentes que llegaba tarde a casa y suspendí un par de exámenes. Yo siempre supe que no era culpa de Nathaniel, sino de las hormonas adolescentes y el primer amor, pero resulta que explicarle eso a los padres es casi imposible. Según ellos yo sólo debía estudiar, entrar en una buena universidad y darle ejemplo a mi hermana pequeña.Nunca entendieron que pudiera enamorarme de alguien tan rebelde que parecía no tener futuro.Nunca entendieron que Nate siempre me animaba a sacar mejores notas.Nunca entendieron que Nathaniel me hacía feliz.El colmo fue querer seguirlo. No iba a ir
FAITHHelen y yo cenamos juntas y se empezó a reír.—Lo siento —se reía—, pero es que te pones muy graciosa cuando estás enfadada con él.—Me saca de mis casillas —admití.Era lo que mejor se le daba a Nate esos últimos años: sacarme de quicio. Aparecía y se creía mejor, con el poder sobre mí, y me había dejado sin plan para ese fin de semana. ¿Iba a estar encerrada en casa mordiéndome las uñas?—¿No te ha llamado tu hermana? —preguntó y yo negué.Al final me decidí a hablar con Clara, pero no había sido valiente como para llamarla yo, así que le envíe mi número de teléfono para que ella lo hiciera. Todavía no había tenido noticias y cada vez que me sonaba el teléfono algo dentro de mí se moría de nervios.—No. ¿De verdad tienes que salir con ese tío mañana? —refunfuñé.—¡Oye! Que es un buen hombre, puedes venir si quieres, le diré que...—No no —Helen no podía ser siempre mi salvavidas—. Ve y disfruta.—¿Y tú qué harás?Picoteando una patata del menú a domicilio me encogí de hombros.
FAITHZed debía estar delante de mi con su pelo rubio y su sonrisa encantadora, no dejaría de decir lo guapa que yo estaba y de hablarme de sus cuentas contables y mil cosas más... sin embargo, levantaba la mirada y veía el pelo castaño de Nathaniel y sus cejas juntas mirándome tan extrañado a como yo me sentía, como si fuera imposible vernos allí sentados uno frente al otro.—¿Con quién está Alan? —le pregunté.—Con la niñera, es de confianza —dijo y yo resoplé antes de darme cuenta de lo que pareció—. Tiene cincuenta años, no me he acostado con ella.—No me importa con quién te acuestes o dejes de hacerlo —respondí rápida.>—Ya —siseó con burla.—Lo digo enserio, no me importa.Nate se rió.—No he dicho que lo haga.Nos tomaron nota y en cuanto el camarero se fue, Nate se pasó las manos por el pelo sin dejar de mirarme. De alguna forma u otra se sentía lo raro que era estar allí después de cosa de dos años sin ser cercanos. Habíamos pasado de serlo
FAITHMontada en su coche vi que Zed me había llamado, seguramente dudando de qué había sido de mi sábado noche sin él. Apagué la pantalla en cuanto Nate se sentó tras el volante. Si me era completamente sincera, no quería volver a casa y estar sola y comerme la cabeza dándole vueltas al teléfono entre las manos sin nada mejor que hacer que atiborrarme a helado.—Suéltalo —lo escuché decir.Le miré. Nate me devolvió la mirada bajo la oscura noche y casi sonreí. Creo que nunca dejaríamos de conocernos.—Ha sido un poco desastre la cena, hemos vuelto a discutir.Cuando sonrió, sentí que era la primera vez en toda la noche que estábamos de acuerdo en algo.—Es lo que mejor se nos da últimamente —dijo.Y ojalá no fuera así. Yo era consciente de que le saltaba al cuello a la mínima, lo llevaba haciendo desde que nuestra relación se empezó a ir a pique, y ojalá no hubiera sido así. Ojalá Nate nunca hubiera puesto el dinero por encima de lo que éramos. Tal vez si hubiéramos hablado más abier
NATHANIEL¿Desconfiar de mi? ¿De verdad había dicho esa mierda? Podía haber sido un gilipollas, el gilipollas que ella había visto en mi porque empecé con las drogas y esos temas, pero jamás hubo consumición alguna que me hiciera olvidar que yo le pertenecía a ella. Ni siquiera después de dejarlo.—¿Has pensado que te engañé?Se llevó el vaso a los labios. Aquel gesto me puso la piel de gallina y me dolió. ¿Cómo coño podía pensar eso?—Bueno... —empezó.—¿Bueno qué? No me jodas, Faith, nunca he sido tan malo contigo.Me apunto con su uña puntiaguda, muy a la defensiva. Ya veía que hablar solo nos llevaba a discutir una y otra y otra vez. Seguro que con ese rubio oxigenado ni se levantaban la voz. Era un acojonado de la vida, un sumiso, un tío que no la merecía.—Eh, que yo no he dicho que fueras malo conmigo. ¿Qué querías que pensara si llegabas dando tumbos y discutíamos? No iba a vivir así toda mi vida y mucho menos con nuestro hijo. No me prometiste una vida de discusiones, Nate, y
FAITHLa cama era demasiado cómoda para ser la mía, y el triple de grande para siquiera entrar en mi apartamento. "Ay Dios". Por lo menos seguía vestida y no se había tomado el atrevimiento de "ponerme cómoda", porque le habría saltado al cuello. Aunque estaba en su cama, o en la que en algún momento fue mía también. ¿Habíamos dormido juntos?Me arrastré por la tarima al pasillo y fui directa a la habitación de Alan. Seguía dormido, tranquilo... me quedé deambulando por ahí. Encontré a Nathaniel durmiendo en la habitación de invitados, tan tranquilo y relajado que parecían mentira nuestros problemas. Bajé a la cocina, pasé por el salón, salí al jardín... no había nadie trabajando, nadie haciendo el desayuno o alguna de esas tareas que Nate pensaba que podía quitarse con el dinero.A la tercera vuelta lo encontré en la cocina, descamisado y con el pelo aún alborotado. Me quedé ahí estática, mirando como los músculos de su cuerpo se movían y como los pantalones de pijama le colgaban de
FAITH—¡Qué fuerte! —chilló Helen por vigésima vez—. No me puedo creer que casi te lo montaras con tu ex.—Yo tampoco —admití—. Es que...—¿Te va tan mal con Zed? Si es un trozo de pan.Zed. ¡Pobre Zed! Le había puesto los cuernos y lo peor es que ni siquiera había pensado en él hasta que Helen me lo recordó.—No nos va mal, pero no sé... Si me hubieras conocido cuando estaba con Nathaniel lo entenderías mejor.—Oh, es que te entiendo. Es el padre de tu hijo y has estado con él toda la vida —comentó como si fueran las cosas más simples del mundo—. Y no te lo quería decir porque te pones muy irascible con el tema, pero cada vez que hablabas de él se notaba un montón que le seguías queriendo. —Se encogió de hombros—. Igual deberíais daros otra oportunidad."Darnos otra oportunidad" Sonaba descabellado. Nate ya me había roto en mil pedazos.—No creo que sea una buena idea.—No es cosa de ideas, es de lo que sientas. Además, está forrado.—Ay Dios, no me hables del dinero que por eso just
FAITHSe nos hizo tan tarde y dimos tantas vueltas que terminamos haciéndolo en mi cama y las sábanas se salieron de las esquinas. Me vi a mí misma cerrándome la boca para no gritar, recordándome que nuestro hijo estaba en la habitación de al lado y que aquello no era la película porno que parecía.—¿Me vas a decir ahora que no estamos hechos para estar juntos?Le tapé la boca con mi mano. Sacó la lengua y la lamió.—Asqueroso —musité, limpiándome las bajas en su pecho agitado, desnudo y sudoroso.¿Por qué no lo estaba echando a patadas de mi casa?—No decías eso hace... como diez segundos.Aquel era el Nate que recordaba con mejor cara, el que bromeaba todo el tiempo y me hacía reír sobre todas las peleas que pudiéramos tener.La cama se hundió un poco cuando giró y el brazo suyo que descansaba bajo mi mejilla se tensó. Sentí sus dedos recorrerme la espalda desnuda y el calor de su boca besarme el hombro. Dudé en si hacerme la dormida hasta que se marchara, pero quizás, y conociéndolo