Tristán esperaba sentado en el despacho del director de la clínica en la que había pasado la mayor parte de su vida a que este le recibiera. Las enfermeras y operarias del centro se habían alegrado al verle, pero no podían dejar de mirarle con curiosidad y algunas con cierto miedo. La historia se había expandido con la velocidad de la pólvora.
El jefe y el director del orfanato no habían tenido suerte. La pena máxima al delito cometido era de más de quince años, por lo que el delito no había prescrito, quedaba poco menos de un año para que lo hiciera. Aurora tampoco se salvó, aunque su pena fuese menor.
El dueño del bar que les había proporcionado la falsa coartada, hacía años que había muerto.
Tristán observó por la ventana que tenía al frente. Las estelas blancas de los aviones atravesaban el cielo azul e hiz
Era una mañana fría de diciembre, muy cerca de las vacaciones escolares de Navidad, y Malena reaccionó con un respingo ante el tono festivo que había puesto en su móvil, como si hubiera llevado toda su vida esperando aquella llamada.Su dedo índice se deslizó sobre la pantalla y sus labios pintados de rojo se apretaron uno contra otro justo antes de contestar. Había reconocido el largo número, pero aún se negaba a creerlo.—¿Si?—¿Es usted Malena Gálvez?—Sí, soy yo.La voz histérica al otro lado de la línea confirmaba sus peores temores.—Por favor, necesitamos que venga al colegio lo antes posible, tenemos un grave problema con su hijo. No sería mala idea si pudiera avisar también a su mar…—Salgo ya.No esperó a escuchar la respuesta. Se había arregla
El sanatorio estaba en el centro de la ciudad, y a los padres de Tristán les costó un buen rato encontrar aparcamiento, así que llegaron con unos minutos de retraso a la cita con el psiquiatra que trataba a su hijo.Malena se veía especialmente nerviosa. Iba a hacer tres años del ingreso del niño y los avances habían sido mínimos. Incluso el personal sanitario se mostraba desconcertado ante la actitud del niño, cada vez más retraída y llena de alucinaciones.Mientras una de las recepcionistas les acompañaba a lo largo del pasillo que llevaba al despacho del doctor Urrutia, Román tomó a Malena de la mano y ella recibió el apoyo con alivio. Después del incidente de Tristán en el colegio, también ella se había tenido que poner a tratamiento psicológico y habían quedado al descubierto sus sentimientos de culpa, la sensació
—No.La voz de Román llegó hasta Malena como algo molesto sin saber porqué. A ella también le horrorizaba aquella palabra, pero la negación rotunda de su marido la impulsaba a buscar un resquicio de esperanza en ella para rebatir aquel “no” que apartaba toda posibilidad de recuperación.El doctor Urrutia esperaba aquella reacción. Malena veía que no se había reflejado ni un ápice de sorpresa en su rostro y tampoco asomaba en su voz cuando habló.—Bien, sé que el electroshock no tiene buena fama. Está claro que la televisión y el cine no han ayudado demasiado. Estoy seguro de que han visto Alguien voló sobre el nido del cuco y seguramente tienen la imagen de Jack Nicholson en su cabeza en estos mismos momentos.Hizo una pausa. Ninguno de ellos contestó.—No es así —afirmó el doctor.
Como cuatro años después de la negación de los padres de Tristán a que se le tratara mediante el electroshock, Josué apareció en la vida del chico.Era un muchacho de dieciséis años también, esquelético, de ojos saltones y mejillas chupadas, con un gesto serio y reconcentrado. El uniforme del sanatorio le quedaba enorme, como si llevara años en la institución y su cuerpo hubiese ido menguando dentro de la ropa. Pero Tristán no le había visto antes en los siete años que llevaba internado.Llegó un día a la hora de la comida y se sentó en una mesa vacía como a unos seis o siete metros de distancia por detrás de Tristán. La hora de las comidas era el momento más ajetreado del día. Las enfermeras y las operarias se manejaban con rapidez y destreza entre los internos, repartiendo comida y limpiando y ayudando a los
Cuando Tristán aún estaba en el orfanato, una noche se había levantado acuciado por una sed insoportable. Había recorrido descalzo el pasillo de baldosas frías, con dibujos geométricos, hasta llegar a la puerta acristalada del cuarto de baño. Giró el grifo del agua, pero no salía ni una gota.El orfanato era un edificio de tres plantas y Tristán dormía en la más alta, así que bajó al baño de la segunda planta y volvió a comprobar que no salía agua.Una planta más abajo probó suerte en la cocina. El grifo emitió un ruido gutural, casi como si alguien tratara de arrancarse una flema de la garganta, y, cuando al cerrar el grifo lo siguió escuchando, se giró seguro de lo que iba a encontrarse.El chico estaba frente a él. Tenía unos ojos grandes y hundidos y estaba muy delgado. Su piel aparec&ia
Pero, pasaron dos años más y Tristán no volvió a escuchar la voz de Josué en su cabeza.A punto de cumplir los dieciocho, los fantasmas se habían vuelto una constante, pero no por ello dejaban de aterrorizarle.Dos días antes de sufrir el incidente, el doctor Urrutia le había hecho ir a visitarlo a su despacho. El doctor se mostraba preocupado por los escasos avances. Cada visita de los padres de Tristán eran una tortura para él. Malena había envejecido de forma prematura. Podía imaginar el dolor de aquella mujer: castigada por sus deseos irrealizables de tener un hijo, había adoptado a aquel niño y tras depositar en él su amor había tenido que renunciar a sus sueños de nuevo, pero una renuncia a medias, una renuncia que no terminaba de ser un descanso para ninguno. En cada visita, le hablaba de algún tipo de terapia nueva sobre la que hab&iacut
Despertó con aquella sensación de humedad que le empapaba el cuerpo y le cubría de sudor y miedo. Miró a los pies y vio al chico pelirrojo, transpirando aquel vapor enfermizo, parecido al humo, pero con una chispa de pánico en su expresión, en vez de aquel gesto un poco ido.No miraba a Tristán, miraba hacia la puerta de la habitación.Antes de percatarse del ruido del pomo, Tristán vio a cuatro…cinco, no, allí al fondo veía a uno o dos fantasmas más, esparcidos por su habitación.Todos dirigían sus ojos hacia la puerta, todos tenían aquella expresión de pánico.“Mátalo” le dijo el pelirrojo sin mirarle. Sin embargo, no usó el tono autoritario con el que solían hablarle siempre, sino uno suave, asustado, casi como un susurro que dejase escapar entre sus labios resecos y llagados.Trist&
Malena apretaba los nudillos contra su boca. Tristán había pasado dos noches en observación en el Hospital General tras el incendio, y luego le habían devuelto a la clínica. El doctor Urrutia había sido muy contundente en sus declaraciones.—Creo que finge. Una parte de él tiene un miedo atroz a salir al mundo exterior, se ha criado en instituciones prácticamente toda su vida y saber que iba a volver a su casa le aterraba.Román levantó el rostro que había mantenido fijo hacia el suelo y se encaró con el doctor.—¿Cree que finge? Un chico de dieciocho años lleva fingiendo desde como mínimo los nueve con una dosis de medicación encima superior incluso a la que le correspondería, según usted mismo nos dijo.El doctor mantuvo la mirada del padre. Tenía razón. El caso de Tristán se le escapaba de