Cuando Tristán aún estaba en el orfanato, una noche se había levantado acuciado por una sed insoportable. Había recorrido descalzo el pasillo de baldosas frías, con dibujos geométricos, hasta llegar a la puerta acristalada del cuarto de baño. Giró el grifo del agua, pero no salía ni una gota.
El orfanato era un edificio de tres plantas y Tristán dormía en la más alta, así que bajó al baño de la segunda planta y volvió a comprobar que no salía agua.
Una planta más abajo probó suerte en la cocina. El grifo emitió un ruido gutural, casi como si alguien tratara de arrancarse una flema de la garganta, y, cuando al cerrar el grifo lo siguió escuchando, se giró seguro de lo que iba a encontrarse.
El chico estaba frente a él. Tenía unos ojos grandes y hundidos y estaba muy delgado. Su piel aparec&ia
Pero, pasaron dos años más y Tristán no volvió a escuchar la voz de Josué en su cabeza.A punto de cumplir los dieciocho, los fantasmas se habían vuelto una constante, pero no por ello dejaban de aterrorizarle.Dos días antes de sufrir el incidente, el doctor Urrutia le había hecho ir a visitarlo a su despacho. El doctor se mostraba preocupado por los escasos avances. Cada visita de los padres de Tristán eran una tortura para él. Malena había envejecido de forma prematura. Podía imaginar el dolor de aquella mujer: castigada por sus deseos irrealizables de tener un hijo, había adoptado a aquel niño y tras depositar en él su amor había tenido que renunciar a sus sueños de nuevo, pero una renuncia a medias, una renuncia que no terminaba de ser un descanso para ninguno. En cada visita, le hablaba de algún tipo de terapia nueva sobre la que hab&iacut
Despertó con aquella sensación de humedad que le empapaba el cuerpo y le cubría de sudor y miedo. Miró a los pies y vio al chico pelirrojo, transpirando aquel vapor enfermizo, parecido al humo, pero con una chispa de pánico en su expresión, en vez de aquel gesto un poco ido.No miraba a Tristán, miraba hacia la puerta de la habitación.Antes de percatarse del ruido del pomo, Tristán vio a cuatro…cinco, no, allí al fondo veía a uno o dos fantasmas más, esparcidos por su habitación.Todos dirigían sus ojos hacia la puerta, todos tenían aquella expresión de pánico.“Mátalo” le dijo el pelirrojo sin mirarle. Sin embargo, no usó el tono autoritario con el que solían hablarle siempre, sino uno suave, asustado, casi como un susurro que dejase escapar entre sus labios resecos y llagados.Trist&
Malena apretaba los nudillos contra su boca. Tristán había pasado dos noches en observación en el Hospital General tras el incendio, y luego le habían devuelto a la clínica. El doctor Urrutia había sido muy contundente en sus declaraciones.—Creo que finge. Una parte de él tiene un miedo atroz a salir al mundo exterior, se ha criado en instituciones prácticamente toda su vida y saber que iba a volver a su casa le aterraba.Román levantó el rostro que había mantenido fijo hacia el suelo y se encaró con el doctor.—¿Cree que finge? Un chico de dieciocho años lleva fingiendo desde como mínimo los nueve con una dosis de medicación encima superior incluso a la que le correspondería, según usted mismo nos dijo.El doctor mantuvo la mirada del padre. Tenía razón. El caso de Tristán se le escapaba de
Tristán saltó en la camilla, pero no recordaba nada de esto. Cuando recuperó la conciencia estaba en su nueva habitación. Tardó unos segundos en reconocer el lugar y después trató de recordar lo que había sucedido.Sabía que el fantasma del chico pelirrojo había estado en su conciencia mientras le aplicaban el electro shock. ¿Qué más? Vértigo, miedo, angustia. Una caída. Sí, recordaba el pánico que sentía al caer y presentir el golpe. Estaba en un ascensor, subía plantas y plantas…“Tristán, amigo ¿cómo estás?”Tristán enfocó la vista en el techo de la habitación, como si fuese Dios quién le había hablado, aunque él sabía muy bien de quién era aquella voz.“Josué, pensé que te había perdido”
Primero tomó un autobús, después lo que llamaban un coche de línea, y se apeó en Cuñera. Desde que se sentó en el asiento del primero, los fantasmas desaparecieron como por arte de magia.Cuando se apeó del coche de línea en Cuñera, eran cerca de las ocho de la tarde y tiraba un aire frío. Tristán dejó su mochila en el suelo y se puso su cazadora mientras un corrillo de ancianas arropadas en chales de lana le observaban sin ningún tipo de disimulo.Tristán volvió a colgar su mochila de los hombros y se dirigió hacia el grupo de señoras.—Buenas tardes —murmuró.Las señoras contestaron de la misma forma, algunas solo movieron la cabeza en señal de saludo, pero ninguna de ellas le quitó un ojo de encima.—Estoy buscando el antiguo orfanato —continuó Tristán.
Sintió que algo le agitaba. Durante unos segundos los ligeros empujones penetraron en su sueño y él se dejó zarandear. Después, de repente, recordó dónde se encontraba y se incorporó de un golpe en el diván esperando encontrarse de frente con alguno de los fantasmas.Tuvo que enfocar la vista.La muchacha que le había agitado para despertarle se hallaba a su lado, pero se había alejado ligeramente ante el salto de Tristán. Era joven, Tristán le calculó más o menos su misma edad.—Menudo lugar que te has buscado para dormir —dijo sin dejar de mirarle.Tristán acabó de incorporarse en el sucio diván hasta quedar en posición de sentado. Ya era de día y la luz se colaba por la ventana del despacho y sobre todo por el hueco en el otro lado del edificio a través de la puerta del despacho que la muchacha h
La chica consultó la hora en su móvil.—Me queda media hora antes de entrar a trabajar. Regístrate en la pensión y te invito a desayunar. Ya te ducharás y cambiarás luego —dijo echando un vistazo a las ropas sucias de Tristán.Ella entró con el chico para que la mujer que les atendió no se asustara con sus pintas, y esta cedió y le acabó entregando la llave de sus habitaciones. Después salieron con prisa y la chica le dirigió hasta una pequeña cafetería en la que también vendían pan y pasteles. Se sentaron en una pequeña mesa redonda de mármol y el hombre que trajinaba tras la barra elevó una ceja hacia ellos.—Yo lo de siempre —la chica se volvió hacia Tristán—¿Qué vas a tomar?Tristán pidió un café con leche y después esperó
Tristán regresó a la pensión. La señora Carmen regaba unos tiestos con geranios que tenía colgados en la fachada de la casa y le miró con desconfianza, aunque hubiese venido recomendado por Sarita, la hija de uno de los agentes de policía.En la habitación, Tristán dejó la mochila sobre la cama y recorrió la estancia con la mirada. No era muy grande, pero todo se veía limpio y la ventana, que daba directamente a la calle pues estaba en la planta baja, dejaba entrar mucha luz. Se acercó y echó un vistazo al exterior. Apenas se veía a algún vecino a aquella hora de la mañana.Abrió su mochila y extrajo la escasa ropa que había guardado en casa: cuatro calzoncillos, dos pares de calcetines, un par de camisetas interiores de manga larga, una sudadera más a parte de la que llevaba puesta… Cazadoras solo había traído