Tristán recogió la mochila de su habitación y dejó la pensión. Era su última noche, su última oportunidad. Pasara lo que pasara a la mañana siguiente tomaría ese autobús de vuelta a casa.
Caminaba a paso rápido por la carretera, iluminado con su pequeña linterna, sorteando el miedo y el frío. Atravesó el bosquecillo silencioso y se plantó frente al edificio del orfanato. En ningún momento se percató de la sombra que le seguía desde que saliera de la pensión.
Tiró la mochila al otro lado del muro y escaló por la parte más baja, donde este se hallaba semiderruido. Observó que en la puerta de entrada desencajada había colocado una cinta policial y un cartel de prohibido el paso, como si algo así pudiera detenerle.
Se introdujo en el orfanato con la seguridad de que esa noche encontraría
Tristán salió a toda prisa del orfanato. La sangre le hervía, no podía creerse lo que acababa de descubrir y cómo los culpables se habían salido con la suya quedando impunes.Se dirigió hacia la parte más baja del muro. Se quitó la mochila y la lanzó al otro lado, y cuando estaba dispuesto a saltar para escalar a lo alto, escuchó una voz tras de él.—Esta vez vas a salir por la puerta.Tristán se quedó paralizado. Se giró para ver en la oscuridad al antiguo director del orfanato. “Él”, como ella le nombraba. En sus manos tenía un pequeño arpón de pesca y Tristán no puso en duda que estaba dispuesto a utilizarlo contra él.—Camina —le dijo el hombre.Tristán se volvió y comenzó a caminar despacio delante del hombre. Calculó la posibilidad de salir
Sara se levantó más temprano de lo habitual. El coche de línea de la mañana pasaba por Cuñera a las ocho menos cuarto. Se vistió apesadumbrada por saber que Tristán finalmente desaparecería de su vida. Él sí se iría de Cuñera. Su confesión de la noche anterior le había sonado demasiado seria y dolorosa como para ser una mentira, como para que no hubiese más que querido reírse de ella.Desayunó sola. Su padre ya habría comenzado su turno a las siete, probablemente se acaba de ir de casa. Pensó en él. Pensó en ella, cuando también quería ver fantasmas, o al menos uno, el de su madre. Hacía tiempo que había dejado de creer en ello.Tristán había traído de vuelta todos aquellos recuerdos y ahora se los volvería a llevar.Llegó a la pensión sobre las sie
Sara terminó de leer el diario y lo soltó como si le quemase en las manos. No podía ser. El jefe de policía, el hombre bondadoso que la había rescatado siendo una adolescente tonta, y su mujer Aurora, la dulce señora que apenas si salía de su cuarto aquejada por la fibromialgia, había sido capaz de encubrir a su esposo y al director y librarse de aquel bebé trasladándolo a la otra punta del país.Miró el cuaderno sin decidirse a qué hacer con él. ¿Dónde estaba Tristán? ¿Por qué había dejado su mochila abandonada al otro lado del muro? ¿Había leído aquel diario? Sin duda. Había vuelto al orfanato para eso. No había olvidado que había visto algo en aquella viga la vez anterior, cuando todo parecía derrumbarse.Sara tomó de nuevo el diario entre sus manos y guardó sujeto e
El padre sujetaba a Sara, que poco a poco, iba recobrando parte de tranquilidad. El padre tomó sus mejillas y vio el pánico en los ojos de su hija.—¿Qué está pasando, Sara?Sara jadeó ruidosamente mientras rebuscaba levantando el jersey para extraer el cuaderno de tapas verdes. El director la observaba, rígido, mientras intercambiaba su mirada entre el cuaderno y el jefe de policía.—¡Quería quitarme esto! —lo levantó frente al director — Porque sabe que aquí se cuenta todo lo que nos han ocultado durante años.El jefe de policía le quitó el cuaderno de un manotazo que dejó sorprendido al padre de la chica.—Sí, también usted aparece, Rogelio —dijo Sara encarándole.El golpe se escuchó de pronto, perfectamente audible en el recibidor.—¡Es Trist&aacu
Tristán esperaba sentado en el despacho del director de la clínica en la que había pasado la mayor parte de su vida a que este le recibiera. Las enfermeras y operarias del centro se habían alegrado al verle, pero no podían dejar de mirarle con curiosidad y algunas con cierto miedo. La historia se había expandido con la velocidad de la pólvora.El jefe y el director del orfanato no habían tenido suerte. La pena máxima al delito cometido era de más de quince años, por lo que el delito no había prescrito, quedaba poco menos de un año para que lo hiciera. Aurora tampoco se salvó, aunque su pena fuese menor.El dueño del bar que les había proporcionado la falsa coartada, hacía años que había muerto.Tristán observó por la ventana que tenía al frente. Las estelas blancas de los aviones atravesaban el cielo azul e hiz
Era una mañana fría de diciembre, muy cerca de las vacaciones escolares de Navidad, y Malena reaccionó con un respingo ante el tono festivo que había puesto en su móvil, como si hubiera llevado toda su vida esperando aquella llamada.Su dedo índice se deslizó sobre la pantalla y sus labios pintados de rojo se apretaron uno contra otro justo antes de contestar. Había reconocido el largo número, pero aún se negaba a creerlo.—¿Si?—¿Es usted Malena Gálvez?—Sí, soy yo.La voz histérica al otro lado de la línea confirmaba sus peores temores.—Por favor, necesitamos que venga al colegio lo antes posible, tenemos un grave problema con su hijo. No sería mala idea si pudiera avisar también a su mar…—Salgo ya.No esperó a escuchar la respuesta. Se había arregla
El sanatorio estaba en el centro de la ciudad, y a los padres de Tristán les costó un buen rato encontrar aparcamiento, así que llegaron con unos minutos de retraso a la cita con el psiquiatra que trataba a su hijo.Malena se veía especialmente nerviosa. Iba a hacer tres años del ingreso del niño y los avances habían sido mínimos. Incluso el personal sanitario se mostraba desconcertado ante la actitud del niño, cada vez más retraída y llena de alucinaciones.Mientras una de las recepcionistas les acompañaba a lo largo del pasillo que llevaba al despacho del doctor Urrutia, Román tomó a Malena de la mano y ella recibió el apoyo con alivio. Después del incidente de Tristán en el colegio, también ella se había tenido que poner a tratamiento psicológico y habían quedado al descubierto sus sentimientos de culpa, la sensació
—No.La voz de Román llegó hasta Malena como algo molesto sin saber porqué. A ella también le horrorizaba aquella palabra, pero la negación rotunda de su marido la impulsaba a buscar un resquicio de esperanza en ella para rebatir aquel “no” que apartaba toda posibilidad de recuperación.El doctor Urrutia esperaba aquella reacción. Malena veía que no se había reflejado ni un ápice de sorpresa en su rostro y tampoco asomaba en su voz cuando habló.—Bien, sé que el electroshock no tiene buena fama. Está claro que la televisión y el cine no han ayudado demasiado. Estoy seguro de que han visto Alguien voló sobre el nido del cuco y seguramente tienen la imagen de Jack Nicholson en su cabeza en estos mismos momentos.Hizo una pausa. Ninguno de ellos contestó.—No es así —afirmó el doctor.