—No.
La voz de Román llegó hasta Malena como algo molesto sin saber porqué. A ella también le horrorizaba aquella palabra, pero la negación rotunda de su marido la impulsaba a buscar un resquicio de esperanza en ella para rebatir aquel “no” que apartaba toda posibilidad de recuperación.
El doctor Urrutia esperaba aquella reacción. Malena veía que no se había reflejado ni un ápice de sorpresa en su rostro y tampoco asomaba en su voz cuando habló.
—Bien, sé que el electroshock no tiene buena fama. Está claro que la televisión y el cine no han ayudado demasiado. Estoy seguro de que han visto Alguien voló sobre el nido del cuco y seguramente tienen la imagen de Jack Nicholson en su cabeza en estos mismos momentos.
Hizo una pausa. Ninguno de ellos contestó.
—No es así —afirmó el doctor.
Malena recordaba perfectamente la película de Alguien voló sobre el nido del cuco. También había leído la novela. Era cierto lo que el doctor había afirmado, a su cabeza había acudido la imagen de Jack Nicholson recibiendo las corrientes eléctricas y un escalofrío había recorrido todo su cuerpo, como si fuera a ella misma a la que estaban aplicando el tratamiento que la provocaría convulsiones y tremendos dolores. También asimilaba las corrientes a determinadas técnicas de tortura.
Como si el doctor pudiera leerle el pensamiento siguió hablando mientras le dirigía una mirada abierta y sincera.
—Lo primero que quiero que sepan es que su aplicación no es dolorosa. El paciente está anestesiado y no se entera de nada.
Entonces fue Román quien cogió el relevo.
—No es el dolor lo que más me preocupa, doctor.
—¿Qué es, entonces?
—Los efectos.
El doctor respiró de forma ruidosa y se recostó en su silla. Torció un poco la boca y colocó las manos unidas sobre su vientre, ligeramente hinchado. Se notaba que estaba buscando la forma de dirigirse a ellos sin meterles más miedo del que veía reflejado en sus caras, pero tratando de ser sincero.
—Es cierto que tiene efectos secundarios, en algunos casos incluso pueden permanecer durante meses, pero los efectos positivos pueden ser con creces mucho mayores.
Malena alargó un poco el cuello, como si tratara de acercar su mente a la del doctor.
—¿De qué efectos estamos hablando?
—Los más comunes son las náuseas, dolores de cabeza, vértigo y…el inevitable y a su vez el más duradero es la pérdida de memoria.
Malena puso una mano frente a su boca de forma inconsciente y Román negó con la cabeza al tiempo que volvía a hablar.
—Creo que no es una buena idea.
El doctor se estaba dando por vencido.
—Lógicamente la última decisión deben tomarla ustedes, sólo quiero que sepan que es un método muy efectivo en las esquizofrenias, como lo es en algunos tipos de depresiones con ideas suicidas.
Malena pasó la lengua sobre su labio inferior y lo mordisqueó nerviosa. La palabra “efectividad” era como una droga para ella. Encontrar algo que supusiera una mejoría en Tristán era su único objetivo en la vida.
—¿Cómo, cómo sería el tratamiento?
—Malena…
La voz de Román la irritaba. Ella alargó un brazo rogándole que esperara.
—Doctor, por favor…
El doctor esperó un segundo para ver la reacción de Román. Cuando comprendió que estaba dispuesto a ceder ante la petición de información de su mujer volvió a hablar.
—Como les he dicho, el paciente se somete a anestesia general y además está controlado constantemente mediante encefalogramas mientras se le suministran las corrientes. Se le colocan los electrodos en el cuero cabelludo y se aplica una corriente eléctrica que provoca una breve convulsión.
—¿Convulsión?
—Sí —el doctor bajó un poco el rostro mientras elevaba los ojos—, es como una convulsión espontanea de tipo epiléptica y…ese “ataque” es seguido de un coma del que el paciente despierta en un estado de confusión que dura entre cinco, treinta o más minutos.
El silencio quedó de nuevo instalado en el despacho, sólo roto por el ruido de los motores y los claxon de los autos.
Malena volvió a preguntar.
—¿Cuántas veces? ¿Cuántas sesiones?
—Unas tres veces por semana durante dos o cuatro semanas, es decir, unas ocho o doce sesiones, dependiendo de los resultados. La mejoría suele ser rápida, también se lo digo.
Malena estaba a punto de ceder, abrió la boca dispuesta a dar su opinión, pero Román hizo una última pregunta.
—Es rápido pero ¿y duradero? ¿la mejoría se mantiene en el tiempo?
El doctor estiró los labios seguro de que acababa de perder la partida.
—No puedo mentirles, si quieren saber mi opinión creo que es una buena idea y yo les recomendaría que dieran su permiso, pero es cierto, las recaídas son frecuentes, incluso en pacientes que siguen tomando medicación.
Como cuatro años después de la negación de los padres de Tristán a que se le tratara mediante el electroshock, Josué apareció en la vida del chico.Era un muchacho de dieciséis años también, esquelético, de ojos saltones y mejillas chupadas, con un gesto serio y reconcentrado. El uniforme del sanatorio le quedaba enorme, como si llevara años en la institución y su cuerpo hubiese ido menguando dentro de la ropa. Pero Tristán no le había visto antes en los siete años que llevaba internado.Llegó un día a la hora de la comida y se sentó en una mesa vacía como a unos seis o siete metros de distancia por detrás de Tristán. La hora de las comidas era el momento más ajetreado del día. Las enfermeras y las operarias se manejaban con rapidez y destreza entre los internos, repartiendo comida y limpiando y ayudando a los
Cuando Tristán aún estaba en el orfanato, una noche se había levantado acuciado por una sed insoportable. Había recorrido descalzo el pasillo de baldosas frías, con dibujos geométricos, hasta llegar a la puerta acristalada del cuarto de baño. Giró el grifo del agua, pero no salía ni una gota.El orfanato era un edificio de tres plantas y Tristán dormía en la más alta, así que bajó al baño de la segunda planta y volvió a comprobar que no salía agua.Una planta más abajo probó suerte en la cocina. El grifo emitió un ruido gutural, casi como si alguien tratara de arrancarse una flema de la garganta, y, cuando al cerrar el grifo lo siguió escuchando, se giró seguro de lo que iba a encontrarse.El chico estaba frente a él. Tenía unos ojos grandes y hundidos y estaba muy delgado. Su piel aparec&ia
Pero, pasaron dos años más y Tristán no volvió a escuchar la voz de Josué en su cabeza.A punto de cumplir los dieciocho, los fantasmas se habían vuelto una constante, pero no por ello dejaban de aterrorizarle.Dos días antes de sufrir el incidente, el doctor Urrutia le había hecho ir a visitarlo a su despacho. El doctor se mostraba preocupado por los escasos avances. Cada visita de los padres de Tristán eran una tortura para él. Malena había envejecido de forma prematura. Podía imaginar el dolor de aquella mujer: castigada por sus deseos irrealizables de tener un hijo, había adoptado a aquel niño y tras depositar en él su amor había tenido que renunciar a sus sueños de nuevo, pero una renuncia a medias, una renuncia que no terminaba de ser un descanso para ninguno. En cada visita, le hablaba de algún tipo de terapia nueva sobre la que hab&iacut
Despertó con aquella sensación de humedad que le empapaba el cuerpo y le cubría de sudor y miedo. Miró a los pies y vio al chico pelirrojo, transpirando aquel vapor enfermizo, parecido al humo, pero con una chispa de pánico en su expresión, en vez de aquel gesto un poco ido.No miraba a Tristán, miraba hacia la puerta de la habitación.Antes de percatarse del ruido del pomo, Tristán vio a cuatro…cinco, no, allí al fondo veía a uno o dos fantasmas más, esparcidos por su habitación.Todos dirigían sus ojos hacia la puerta, todos tenían aquella expresión de pánico.“Mátalo” le dijo el pelirrojo sin mirarle. Sin embargo, no usó el tono autoritario con el que solían hablarle siempre, sino uno suave, asustado, casi como un susurro que dejase escapar entre sus labios resecos y llagados.Trist&
Malena apretaba los nudillos contra su boca. Tristán había pasado dos noches en observación en el Hospital General tras el incendio, y luego le habían devuelto a la clínica. El doctor Urrutia había sido muy contundente en sus declaraciones.—Creo que finge. Una parte de él tiene un miedo atroz a salir al mundo exterior, se ha criado en instituciones prácticamente toda su vida y saber que iba a volver a su casa le aterraba.Román levantó el rostro que había mantenido fijo hacia el suelo y se encaró con el doctor.—¿Cree que finge? Un chico de dieciocho años lleva fingiendo desde como mínimo los nueve con una dosis de medicación encima superior incluso a la que le correspondería, según usted mismo nos dijo.El doctor mantuvo la mirada del padre. Tenía razón. El caso de Tristán se le escapaba de
Tristán saltó en la camilla, pero no recordaba nada de esto. Cuando recuperó la conciencia estaba en su nueva habitación. Tardó unos segundos en reconocer el lugar y después trató de recordar lo que había sucedido.Sabía que el fantasma del chico pelirrojo había estado en su conciencia mientras le aplicaban el electro shock. ¿Qué más? Vértigo, miedo, angustia. Una caída. Sí, recordaba el pánico que sentía al caer y presentir el golpe. Estaba en un ascensor, subía plantas y plantas…“Tristán, amigo ¿cómo estás?”Tristán enfocó la vista en el techo de la habitación, como si fuese Dios quién le había hablado, aunque él sabía muy bien de quién era aquella voz.“Josué, pensé que te había perdido”
Primero tomó un autobús, después lo que llamaban un coche de línea, y se apeó en Cuñera. Desde que se sentó en el asiento del primero, los fantasmas desaparecieron como por arte de magia.Cuando se apeó del coche de línea en Cuñera, eran cerca de las ocho de la tarde y tiraba un aire frío. Tristán dejó su mochila en el suelo y se puso su cazadora mientras un corrillo de ancianas arropadas en chales de lana le observaban sin ningún tipo de disimulo.Tristán volvió a colgar su mochila de los hombros y se dirigió hacia el grupo de señoras.—Buenas tardes —murmuró.Las señoras contestaron de la misma forma, algunas solo movieron la cabeza en señal de saludo, pero ninguna de ellas le quitó un ojo de encima.—Estoy buscando el antiguo orfanato —continuó Tristán.
Sintió que algo le agitaba. Durante unos segundos los ligeros empujones penetraron en su sueño y él se dejó zarandear. Después, de repente, recordó dónde se encontraba y se incorporó de un golpe en el diván esperando encontrarse de frente con alguno de los fantasmas.Tuvo que enfocar la vista.La muchacha que le había agitado para despertarle se hallaba a su lado, pero se había alejado ligeramente ante el salto de Tristán. Era joven, Tristán le calculó más o menos su misma edad.—Menudo lugar que te has buscado para dormir —dijo sin dejar de mirarle.Tristán acabó de incorporarse en el sucio diván hasta quedar en posición de sentado. Ya era de día y la luz se colaba por la ventana del despacho y sobre todo por el hueco en el otro lado del edificio a través de la puerta del despacho que la muchacha h