Capítulo 76.

Seguía sin poder abrir sus ojos, siendo corroída por una angustia nerviosa, seguía sin poder abrir sus faroles tan azules como lo era la definición del color mismo; aún era por completo ignorante de en donde se hallaba, en presencia de quienes se encontraba y que era lo que le destinaba.

No quería ser una persona prejuiciosa, pues bastante que le desagradaban las personas de aquel tipo, no quería creer que quien la había recogido del bosque, cuando desmayada había caído, se trataba de un depravado, pues escuchando sus palabras, bajo un análisis algo crítico, no parecían las palabras de un depravado, parecían las palabras de un hombre común, que había encontrado a una muchacha en el bosque, y no queriendo dejarla a su suerte, con caridad, la había recogido y llevado a su vivienda, pero justo ahí radicaba aquella incertidumbre que Adalia tenía sembrada en su mente, incertidumbre que florecía al pasar de cada segundo: ¿por qué aquel hombre, que la había recogido, no había llamado

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