Ambos niños habían llegado al jardín, este yacía siempre solitario por los empleados que se hallaban en la empresa en horarios como aquel. Derek solía ir solo a aquel lugar apartado, lo hacía cuando no quería permanecer en la empresa, él era intolerante al ruido, por eso iba allí, solo, pero aquel día fue distinto, pues a su lado tenía la compañía de aquella hermosa rubia, solo ellos dos estaban en aquel desierto jardín, solo ellos dos… de una manera tal vez no tan metafórica, la víctima y el verdugo. La rubia tomó asiento en un pequeño banquillo color blanco, mientras apretujó su suave oso de felpa y relamió una vez más aquella paleta acaramelada, Derek también tomó asiento, muy cerca de ella, demasiado cerca, podría cargarla con facilidad si lo quisiera, ella era y siempre sería mucho más pequeña que él, no era alguien que hablase demasiado, ella odiaba mantener contacto visual con alguien, pero él lo amaba. La miraba como solo un demente lo haría. —¿Cuántos años tienes, Adalia?
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