Capítulo 59.

La tensión era tan palpable que constreñía el corazón de la rubia. Él escuchaba con sumo esmero lo que ella le contaba, cosa que estremecía en cantidad a la de por sí asustada muchacha. Los ojos de Derek eran lo más parecido a un irascible mar que había perdido por completo la noción de su desenfrenado vaivén, se veían tan ahítos de furor aglomerado que ella sentía un muy profundo miedo de continuar hablando, pues sentía que, en cualquier momento, él estallaría furioso contra ella, lo sentía en cada palabra que dejaba resbalar fuera de sus labios.

Derek, apenas parpadeaba, cada palabra que la muchacha decía salía trémula, y por la expresión delineada en el rostro de Derek no parecía creer en absoluto aquella historia que Adalia le contaba. Ella había optado por contarle la mentira del robo; y justo así lo había hecho: le había dicho que un hombre, de gran estatura, delgado como un cisne, incluso algo demacrado y entrado ya en edad, había sido el causante de

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