Adalia subió las escaleras corriendo, el dolor en todo su cuerpo de manera evidente no le permitió correr a una gran velocidad durante mucho tiempo.
Cuando iba a terminar de subir el ultimo escalón sufrió un desliz del cual trató de incorporarse lo más rápido que toda la situación se lo permitió.
Su rostro estaba empezando a inflamarse, síntoma evidente de lágrimas, mordía sus labios mientras corría, al mismo tiempo temblaba como una pequeña niña asustada, creyó caerse, al menos unos cuatro veces en aquella corta trayectoria, finalmente llegó a la puerta de la habitación, sus manos resbalosas a causa del sudor fueron a parar al picaporte el cual intentaba abrir con desesperación, su batalla por abrir el picaporte se complicaba a causa de las lágrimas que nublaban por completo su vista, pero finalmente logró hacerlo.
Una vez el paso disponible, ella ingresó a la habitación y cerró la puerta de un gran empujón que resonó, se sentía sofocada, de todas las ventan
Dóciles, blandos como pluma de ángel, así eran los labios de ella, salpicados de aquel fascinante e hipnotizante matiz rosado que parecía calcar perfectamente la naturaleza de la más rosácea y húmeda flor. Sus labios eran deliciosos, placenteros, era grato para él poder besarlos, dulces como el más particular chocolate, una vez Chad se adhirió a estos, dudó en aquel instante tener la fuerza de voluntad que se requería para dejarlos ir. Ella cargaba sobre sus hombros un peso masivo, la tensión parecía estar estrangulando su delgado cuello, pero aquel beso logró marchitar poco a poco la tensión de su mente, aquel beso logró entre todos sus traumáticos recuerdos, apaciguar su miedo. Los dedos de Chad, se sentían como suaves plumas acariciando el cabello color mazorca de la muchacha, masajearon su cráneo con una lentitud placentera, relajándo
La muchacha rubia mordió su labio inferior, formando un hilarante aspaviento con estos. Su cadera dolía, no era un dolor garrafal hasta el punto en el que resultaba inaguantable, pero si le aguijoneaba de vez en cuando: se había alejado de una manera en exceso violenta de él, se había golpeado a sí misma, había sido imprevisto, incluso para ella; él la observaba raro, con un sabor de duda reposando sobre su mirada, ella podía casi apostar que, de no tratarse de Chad, de tratarse de otra persona, la hubiese estado mirando como si ella fuese una enferma mental o algo similar, pues Adalia no podía negarse que estaba avergonzada de sus propios actos. Pese a esto, no era capaz de doblegarlos, los traumas tenían mucho más peso que ella. Los traumas pesaban mucho más que sus insuficientes recuerdos felices.—¿Estás... segura de qué estás bien? —ins
Adalia tragó saliva muy pesadamente, los ojos dilatados de Chad, expectantes por estar al corriente de que diría ella, parecían acuchillarla al pasar de cada segundo; y aunque estaba muy fuera de contexto aquel pensamiento, en un instante ella notó que la mirada del muchacho era bastante recóndita, aunque no en un sentido pavoroso o conminatorio, era... solo recóndita, como el mar en estado de calma.—La r-razón por l-la q-que... t-te alejé de m-mi es porque... b-bueno... tú... tú sabes que tengo un n-novio, ¿c-cierto? —Chad asintió con irrisorio entusiasmo. Se acomodó en su lugar y siguió con sus profundos orbes descansados sobre la menuda muchacha frente a él. —P-Pues... s-sabes... las parejas... él y yo c-como cualquier p-pareja normal... tú sabes...Inmediatamente escuchó aquello, Chad delineó en su rostro una
Ella lanzó un atronador lamento.—Fu-ue en un m-momento d-de desesperac-cion el aborto y m-me siento c-como un monstruo p-por ello —comentó ella. Mentirle de manera tan sínica a Chad la estaba consumiendo. Se sentía un asco de persona, porque sabía que él era sumamente sensible a ese tipo de temas, debido a que, largos años atrás, la madre de Chad había tenido un aborto que casi le había costado la vida; cada segundo, Adalia se sentía más y más miserable por mentirle con algo así. Era como confesarle a alguien cual es tu punto débil y que ese alguien empiece a pellizcarte justo en aquella zona, justo así se sentía ella, así sentía Adalia que estaba haciendo con Chad.—No... no eres un monstruo... yo... no... no sé la razón por la que lo hiciste, pero debes de tener una, sé que no eres una
La mirada de Adalia dio un raudo desplazamiento a la ventana que quedaba a su mano derecha, su corazón se plegó con tanto miedo que lo sintió casi detonar dentro de su pecho: la ventana estaba totalmente quebrada, del todo destrozada, tanto así que debía de ser muy fidedigna la excusa que Adalia contase como para que Derek en verdad le creyese y no la masacrara allí mismo a golpes.Por un momento, maldijo a Chad entre vagos pensamientos, después, a los breves segundos, se arrepintió por hacerlo; aunque él tenía, de hecho, la culpa de la inquietud que en aquel instante la acongojaba, no era posible para ella arrojarle más peso a Chad encima, y menos con la mentira que le había contado, solo intentó esclarecer sus pensamientos y sacar a Chad de ellos.Permaneció unos cuantos segundos paralizada en medio de la recamara, pues su mente estaba tan desordenada que no
Adalia se posicionó avivadamente de pie, tomó unas cuantas joyas de las muchas que permanecían arrojadas con desbarajuste sobre el deslizadizo suelo, las sujetó entre sus manos, cubiertas de una robusta capa de sudor, corrió lo más rápido que la situación se lo permitió en dirección al baño y una vez ahí, abrió el retrete y arrojó las joyas de Derek, asegurándose de que estas se desaparecieran por completo de su campo de visión: aquello era parte de su plan, lo único que en aquel momento su mente consiguió idear era fingir un robo, decir que unos hombres habían entrado por la ventana a robar, y debido a aquel acontecimiento era que esta se encontraba rota con tanta violencia; aquella fue la única idea que franqueó por los constreñidos pasadizos de su angustiada mente, lo único que tal vez, esperaba ella, pudiese justificar a
La tensión era tan palpable que constreñía el corazón de la rubia. Él escuchaba con sumo esmero lo que ella le contaba, cosa que estremecía en cantidad a la de por sí asustada muchacha. Los ojos de Derek eran lo más parecido a un irascible mar que había perdido por completo la noción de su desenfrenado vaivén, se veían tan ahítos de furor aglomerado que ella sentía un muy profundo miedo de continuar hablando, pues sentía que, en cualquier momento, él estallaría furioso contra ella, lo sentía en cada palabra que dejaba resbalar fuera de sus labios.Derek, apenas parpadeaba, cada palabra que la muchacha decía salía trémula, y por la expresión delineada en el rostro de Derek no parecía creer en absoluto aquella historia que Adalia le contaba. Ella había optado por contarle la mentira del robo; y justo así lo había hecho: le había dicho que un hombre, de gran estatura, delgado como un cisne, incluso algo demacrado y entrado ya en edad, había sido el causante de
Quitó sus enormes manos del demacrado cuello de la muchacha, la soltó mientras esta tosía con mucha aspereza y recobraba el aire que sus pulmones chillaban por tener, le tomaría unos buenos minutos recomponerse del todo.Él se paró de encima de ella, y como la enclenque muñeca en la que él la había convertido, la jaló del suelo, parándola y sentándola sobre la cama con mucha facilidad.La muchacha no dejaba de toser, sentía su garganta rasposa, dolía, pensaba en pedirle agua a Derek, pero sabía que la respuesta obvia que recibiría era una negación, él estaba demasiado enfurecido. Suerte tenía ella de que él hubiese dejado de estrangularla.—¡Habla ahora mismo! —exigió Derek sujetándola por la parte de atrás del cuello y acercándola a él de manera violenta