Él tragó saliva. Apagó de manera brusca la televisión. Giró su cuerpo hacia Adalia. Lucía enojado, pero de un segundo a otro su expresión se suavizó, lo cual, en lugar de transmitirle calma a Adalia, llenó su corazón del más corrompedor desasosiego.
Derek la tomó por la cintura, sentándola sobre él. Ella sintió un violento frío atravesarla la columna, tenía un muy mal presentimiento. Sentir los labios de Derek sobre los suyos solo la alteró más, la saliva no pasó por su garganta, se sentía genuinamente nerviosa, la expresión de Derek indicaba lo peor, y era que, cuando Derek se encontraba calmado, algo andaba mal, mal para ella, por supuesto.
—Él está bien —le respondió—. Tu padre se encuentra bien.
Mentiras. Se podían casi palpar en el aire.
—¿Y
La había cargado entre sus brazos, luego de haberla obligado a tragarse unas drogas para dormir, el vómito que descansaba a un costado del sofá revelaba los esfuerzos de Adalia por evitar que esa pastilla llegara a su organismo, la ropa mojada y los cojines también húmedos eran una evidencia más. Ahora ella se encontraba sobre sus brazos, desmayada, libre por un par de segundos del infierno en el que se había convertido su vida. Cuando llegó a la habitación, dejó el fino cuerpo de Adalia sobre la cama, colocó una sábana sobre sus extremidades, tan débiles que parecía ser solo necesario un simple suspiro para partirlas. Se acostó al lado de ella, llevó la punta de su dedo hacia los labios de Adalia, acariciándolos con suavidad. Irónico era el hecho de que los dedos que la acariciaban con tanto empeño y delicadeza, eran los mismos que le sacaban gritos de dolor. Acarició el cabello de la muchacha, con delicadeza, amaba su cabello tanto que no se encargaba de ocultarlo. Podría
La sirvienta era quien solía administrarle los alimentos a ambos, pues Adalia escaso conocimiento tenía en el área de la cocina y Derek ninguno. Él pedía para ella ensaladas, jugos sin azúcar, cocteles de frutas… nada con grasa, nada de carne, nada de carbohidratos. A pesar de ver lo delgada que se tornaba Adalia, no pedía nada que pudiese ayudarla a subir de peso, la rubia no comprendía la razón, no lo cuestionaba tampoco.En aquel momento, ella se encontraba desayunando, él no le permitía hacerlo por su propia cuenta, llevaba la comida hacia la boca de la rubia, de manera lenta, como si se tratase de un bebé, pero ella estaba ciertamente acostumbrada a aquel comportamiento absurdo, y mientras comía, su mirada estaba perdida en la nada. Su mente, como lo acostumbrado, era un constante parloteo perseverante, pensaba en demasiadas cosas a la vez, y era irónico, pues sus ojo
Se estremeció de inmediato al escucharlo hablar de aquella manera, aunque aquella fría sensación no nació en ella a raíz de sus palabras, si no de lo que se podía leer bajo estas, si no de la oscuridad de la que se caló su mirada al decirlo.—No l-le hagas nada a mi mad-dre… p-por f-favor… por favor… por… por… por… favor… Derek… —le imploró girándose hacia él, no le gustaba humillarse rogándole por cosas, pero tarde o temprano siempre terminaba haciéndolo. Él la miró con soberbia, amaba verla asustada, temblorosa, tartamudeando a causa de él.—¿Qué te hace pensar que no le he hecho nada?La mirada de Adalia se convirtió en hielo, pero rápidamente se derritió dejando salir gruesas lágrimas que resbalaron hasta su esbelto y tan lastimado cuello. N
Ella se espantó en el momento en el que vio lágrimas deslizándose desde los ojos de él, en lugar de generarle los usuales sentimientos que se tenía al ver a una persona llorar, ella sintió un profundo miedo, pues él no era cualquier otra persona, él era un monstruo, ver a un monstruo llorar era aterrador. Podría tratarse de una táctica más de él para persuadirla, pensó Adalia, ya no sabía que esperar.—¡Cállate! —le gritó Derek, secando sus lágrimas de manera rápida, lo que antes era una mirada llorosa se convirtió en una cargada de cólera, aunque, dolor y furia, iban de la mano, solían disfrazarse el uno del otro, o uno gritaba cuando era el otro el que verdaderamente debía de hacerlo. Tal vez toda su furia era dolor, tal vez todo lo que lo torturaban eran recuerdos.En aquel instante, Adalia trag&o
Derek se sentó sobre el sofá que había en aquella casa. Siempre cargaba un bolígrafo consigo así que la sacó, entre su bolsillo tenía una hoja de papel doblada, así que hizo lo mismo que con el bolígrafo; lo sacó, a diferencia de lo que Adalia tenía creído, entre las intenciones de Derek no estaba el lastimar a su madre, el regalo que le enviaría sería simplemente una carta, no aclaró eso con Adalia porque le gustaba ver el horror dibujado en sus ojos. Rió ante el recuerdo de la rubia nerviosa cuando él le había dicho que le enviaría un regalo a su madre.Colocó el papel sobre un cojín del sofá, se le hacía dificultoso el escribir sobre aquel cojín, pero debía de hacerlo allí, pues, aunque una simple orden de él diciéndole a Adalia que se mantuviera quieta en su lugar sería su
La sirvienta se encontraba entre la espada y la pared, tambaleándose entre un filo bastante frágil, al caer podría romperse en dos, incluso al quedarse quieta podría resultar herida, así de peligrosa era la situación en la que se encontraba: por un lado, si le decía que no a la que —según lo que había visto—, era la mujer de su jefe, podría meterse en problemas, pero si hacía algo que no iba en común con las normas de Derek… se metería todavía más en serios problemas. Pero también cabía la posibilidad de que, independientemente de la decisión que tomase, terminara involucrada en asuntos que no le concernían, solo por encontrarse en el lugar equivocado.—Señorita… yo no creo que el señor quiera que yo le preste mi celular… d-debería… creo que debería de notificarle eso a &e
Adalia alejó el celular de su oído para poder sollozar sin ser escuchada, sentía un calor escalar por su garganta. La voz de su madre siempre la rompía, más sabiendo la ignorancia que la mujer sufría. Adalia quería gritarle tantas cosas, quería gritarle por auxilio, quería decirle que su pequeña niña sufría, que su pequeña niña había sido violada tantas veces que no se inmutaba ante una violación más, que su pequeña niña había sido golpeada, usada, escupida, pisada, humillada, arrastrada, que su pequeña niña había asesinado, que su pequeña niña había intentado suicidarse, que su pequeña niña había perdido el brillo de sus ojos, que su pequeña niña ya no era una niña más, era un saco de carne fofa que caminaba por inercia, que jadeaba de dolor al ser penetrada por un hombre al que odiaba con todo el vigor de su corazón, que todo los días le imploraba al cielo que el final de su vida llegase con prontitud, su madre no sabía que su pequeña niña había sido rota… tantas cosas para decirl
Ninguno de los dos sabía que decir, cosa que era bastante irónica si se tomaba en cuenta los discursos tan convencedores que ambos daban a sus empleados, aunque esto era distinto, muy distinto de hecho. No era lo mismo dar un discurso en la empresa que enfrentar cara a cara a los demonios de ambos.Matthew y Derek se encontraban cara a cara el uno del otro, Derek con las piernas cruzadas y una taza con té en una mano y su padre solo observando hacia un punto vacío… vacío como su mente.—¿Me citaste aquí solo para mirarnos la cara? —Derek rompió el silencio que los envolvía, incluso en aquel instante se notaba sereno, no había rastro de preocupación en su rostro, como si de cierta forma, no le importara que su padre hubiese leído aquellas páginas de su diario. Ni siquiera recordaba haberlas escritos, pero, claro que recordaba lo que había en estas escrito