XXII Premio humanitario

La excitante sesión en la sala de masajes con Sam terminó y ambos salieron. Qué talentosa se había vuelto ella desde que la conociera, había crecido, había madurado y también algo más, pero no encontraba la palabra adecuada para describirlo.

Y la encontraba más hermosa cada vez que la miraba. Tal vez esas velas que ella usaba tuvieran alguna esencia hipnótica porque así se sentía, en las nubes.

Su adorada madre se encargó de bajarlo a tierra de golpe.

—Vlad, querido, te buscaba precisamente para hablar de Samantha. Mañana tengo la recepción con la gente de INVERGROUP y quería que me la prestaras.

Prestarla, como si fuera una cosa, algo que podía usarse, reemplazarse y, eventualmente, descartarse. Su despreciable progenitora ni siquiera disimulaba su frialdad y malicia.

Tal vez lo hacía a propósito, para probarlo. Sí, eso debía ser, así averiguaría qué tan importante era la muchacha para él.

—Bien. Haz con ella lo que quieras —dijo Vlad.

Siguió caminando por el pasillo, sin atreverse
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