Egan tenía apenas seis años cuando descubrió la sangre. Quizás alguna vez vio a alguien cortarse ligeramente con un cuchillo mientras picaba vegetales o alguna herida en su rodilla. Pero nunca nada comparado con aquel día que él cumplió seis años.
Pese a que su familia no era mucho de celebrar, su madre horneó ese día un pastel. El padre de Egan estaba como de costumbre encerrado en su oficina, hablando por teléfono y contando enormes fajas de billetes. La madre de Egan estaba ese día acompañándolo, igual que el tío Elian, pero era costumbre verlo rondar la casa, con un vaso de licor y un cigarrillo.
En la seguridad de la enorme y confinada sala de su casa, Egan saltó en el sofá y gritó de emoción al ver como su madre entraba con el pastel de seis velas. Ella comenzó a cantar una hermosa melodia que repetía una y otra vez "feliz cumpleaños", y Egan sintió que la emoción le hacía cosquillas en el estómago.
La madre de Egan se arrodilló en el suelo al tiempo que él saltaba del sofá y se quedaba de pie, preparado para soplar las velas. Su madre terminó de cantar y el tío de Egan aplaudió a la espera de que él soplara las velas. Un par de amas de llaves de la mansión también se habían detenido a mirar el espectáculo.
Egan sintió la felicidad instalarse en su pecho: era tibia y le provocaban lágrimas. Miró también la belleza en el rostro de su madre: sus ojos miel, la ubicación de cada peca, su cabello rubio. Todo en ella era más que perfecto.
Tomando aire en sus pulmones, Egan se preparó para soplar las velas de su pastel. Pero la ráfaga que apagó las velas no provino de Egan, sino de tres balas que salieron del tipo armado y cuyo rostro estaba cubierto con un pasamontaña. La madre de Egan fue la única en caer, la sangre bañó toda la alfombra y salpicó por el cuerpo de Egan. El disparo había sido certero y limpio hacia la cabeza, los sesos y el líquido viscoso que estaba en lugar del hermoso rostro de su madre era lo único que Egan podía mirar.
Antes de que hubiese otro accidente, el tío de Egan lo tomó en brazos y lo sacó con enorme rapidez de la escena, mientas que dejaba a los guardias de su padre encargarse del enmascarado. Pero incluso con todo los años que transcurrieron después de eso, Egan siguió viendo el rostro destrozado de su madre cada vez que cerraba los ojos.
Despertó otra mañana más, bañado en un sudor frío, con un grito silencioso atorado en su garganta. Cuando recordó que todo era un simple sueño, tomó aire y se levantó lo más rápido que pudo.
Por eso odiaba dormir, ¿hasta cuándo tendría que recordarse no hacerlo por más de noventa minutos seguidos? En su defensa, ese día estaba cumpliendo 21 años de fallecida su madre. Aquello le provocaba una sensación de malestar en todo el cuerpo. Sin embargo se sacudió las emociones de encima y buscó algo de ropa que ponerse. La debilidad estaba solo permitida dentro de la puerta de su habitación. Fuera de ella, donde todo el mundo lo observaba, él no tenía derecho a sentir absolutamente nada.
Cuando Egan se puso su traje verde oscuro y salió de su habitación, su caporegime estaba esperándolo en su puerta.
– Dime que es lo que quieres ahora, Argus –escupió con desdén–. Te he dado dinero para armas nuevas, les di un fin de semana a tus hombres para que fuesen a ver a sus prostitutas baratas y te dejé robarte todas las joyas de Bronte antes de matarlo. Dime, por favor –rogó Egan con fingida súplica mientras bajaba las escaleras en forma de caracol hasta el primer piso–, qué quieres ahora. Tienes tres segundos o te corto la lengua yo mismo.
Argus, un borracho y amigo de la infancia de Egan, era el líder de los hombres encargados del trabajo sucio. También era un desangrón que le gustaba acabar con el dinero amasado por la mafia incluso antes de tenerlo.
– Buenos días también para ti, Egan –murmuró Argus–. Realmente no vengo a pedirte dinero...
– Más te valía. –Replicó Egan mientras entraba a la cocina y ni siquiera le dirigía una mirada a la cocinera cabizbaja que estaba terminando de poner la mesa.
– ...Realmente venía a decirte que el avión para partir a Sacra Corona está listo y lo puedes abordar en cualquier momento. Ya mis hombres están esperándote.
Egan miró de reojo con cinismo a Argus.
– Pueden esperar un poco más –Argus arrugó su ceño ante aquella respuesta–. ¿Dónde está mi consigliere? No iré a ningún lado hasta hablar con él.
Egan, quien aunque tenía un enorme plato con comida frente a él, simplemente tomó la taza de café dispuesta a un lado de él y tomó un largo trago. Le quemó la garganta a su paso, incluso la cocinera jadeó de asombro, pero Egan la ignoró como siempre y leyó las noticias en el periódico matutino que también estaba esperándolo en la mesa de vidrio.
Argus se mofó antes de sentarse en una silla junto a Egan y, arrebatándole el plato de huevos revueltos, se comió casi la mitad de un solo bocado. Egan simplemente lo asesinó con la mirada porque, sinceramente, no cargaba nada punzante encima en ese momento.
– Ya que esperaremos, desayunaré un poco.
– No creo. –Con gran rapidez, Egan tomó el plato de las manos de Argus y lo tiró en el fregadero con todo y comida. Algo sonó a roto al hacerlo, pero Egan si lo notó, no le prestó mucha atención–. Nos vamos ya mismo. Nos encontraremos con mi tío en el camino.
Al llegar al avión, Egan se subió en él sin prestarle demasiada atención a la azafatas que le lanzaban miradas curiosas ni a los guardias de su tío que lo miraban completamente serios debajo de sus capuchas y cubre bocas. Egan ni siquiera se molestó en quitarse sus lentes de sol una vez estuvo dentro del avión y rechazó sin decir ninguna palabra un plato con botanas que le estaba ofreciendo una linda mujer vestida ridículamente. Sin embargo, Egan no desperdició la oportunidad de aceptar el vaso con whisky escocés de las bebidas de su tío que le ofreció una joven afazata.
Una vez estuvo sentado en su asiento y el avión despegó, su canoso y pálido tío, Elian, le sonrió con orgullo desde el otro lado de la mesa que compartían.
– Macallan –anunció su tío–, de 64 años de añejo.
Egan estaba impresionado por aquello, pero sin mucho esfuerzo logró lucir indiferente y encogerse de hombros mientras se bebía el resto del contenido de su vaso.
– Con un poco de suerte, la misma edad a la que llegarás cuando mueras de cáncer de pulmón –su tío bufó e, ignorando por completo el comentario de su sobrino, le sirvió más del líquido de la hermosa botella a Egan–. Sé que tienes la información, quiero que me digas todo.
Egan se inclinó sobre la mesa y su traje se tensó en la zona de los hombros y la espalda. Elian simplemente sonrió ante la prisa de Egan.
– Macallan –repitió Elian con una sonrisa de duende tramposo–, ruso de nacimiento pero actualmente residenciado en Italia, Sacra Corona. Es conocido como "el cobarde" porque dicen que siempre contrata a sicarios, no importa cuán caro le salga, para hacer el trabajo que él no se atreve a hacer. Las historias de los bajos mundos dicen que él nunca ha tocado una pistola. Se especula que desde el inicio de los tiempos, él odiaba a tu padre y a tu madre por motivos personales. Yo no creo esa basura, pero siempre en todas las mentiras hay algo de verdad.
Egan levantó una ceja y arrugó su inexpresivo rostro.
– ¿Y dices que él mató a mi madre por motivos personales?
Elian frunció su nariz y pasó su mano por su corto cabello. – ¿"El cobarde"? Ni por 10 millones de libras esterlinas besadas por los labios de la misma reina –Egan empezaba a sentirse irritado por la impaciencia–. Pero él sabe algo, él debe saber quien lo hizo. Así que lo contacté para que se viera conmigo esta noche en una carretera cerrada. Él piensa que nos veremos porque tengo una oferta que hacerle por su casa en Villa Aurora, pero en realidad esa rata me robó unos papeles muy importantes la última vez que hicimos una negociación.– ¿Y yo qué tengo que ver aquí? –Elian sonrió con sus todos sus dientes amarillentos ante la pregunta de Egan.– Planeo hacerlo devolverme lo que es mío. Pero después de eso, será todo tuyo: lo dejaré en tus manos para que le saques la verdad sobre el asesino de tu madre –Elian agitó su mano en el aire mientras desviaba su mirada y la perdía en algún punto de la ventana del avión. Lucía nervioso, acomodando continuamente las solapas de la chaqueta de su
Katya tenía solo 20 años cuando se graduó como doctora. Era la más joven de su clase en graduarse y con buenas calificaciones. Hizo todo un año de residencia en un hospital local y ganó mucho reconocimiento por lo joven y lista que era. Al menos reconocimiento en Rusia, porque cuando viajó a Italia ocurrió todo lo contrario.Desde muy temprana edad, ella y su mejor amigo, Ivan, habían soñado con recorrer toda Europa juntos. Incluso, puesto que ambos tenían tan buenas calificaciones, decidieron estudiar juntos en la universidad. Habían compartido tanto que hasta habían intentado salir en su momento, pero descubrieron que eran mejores como amigos que como pareja. Por lo que, por las buenas, decidieron seguir siendo compañeros de viaje.Cuando llegaron a Italia, buscaron empleo en un hospital local donde habían oído que llegaban casos particularmente complicados y donde había fama de que estaban los mejores doctores. También se decía que necesitaban personal, por lo que cuando ambos llev
Quince minutos después, el auto las dejó afuera de lo que parecía un local abandonado. A los alrededores habían otros similares, pero que sin duda estaban menos habitados. Otra cosa que también llamaba mucho la atención es que esta era la única casa que tenía guardianes hasta en la puerta.Katya se imaginó que dentro de esas cuatro paredes encontraría quizás un político o un exiliado. Fuese quien fuese, debía ser profesional y discreta.Sylvana motivó a Katya a entrar y ambas se vieron dentro de una pequeña casa que apenas y contaba con una sala poco decorada y una cocina que solamente tenía un viejo refrigerador y una mesa de madera con cuatro sillas. De una de esas sillas, se levantó un hombre de aspecto abatido. Su cabello rojo estaba peinado hacia abajo, como si la lluvia lo hubiese aplastado, tenía enormes ojeras y su ropa estaba desaliñada y llena de sangre seca.Sylvana, quien parecía muy familiar ante el hombre, bufó.– Haz tenido mejores días, Arg.– ¡Cállate! –Gruñó el hombr
Eso no quiere decir que Katya no intentó escapar.– Abre la puerta.Y a ante la orden de Egan, la puerta se abrió y lo primero que Katya vio fue el desolado pasillo ser interrumpido por un hombre muy grande y robusto, que parecía recién salido de la cárcel. Los ojos de él vieron primero a Katya, sin una mezcla de simpatía, y después a Egan, a quien el gran hombre le dedicó un respetuoso saludo con la cabeza.– Me alegra que esté despierto, señor Caruso. –Pronunció.– Yo también, Boris –respondió Egan–. Deja que la doctora Koslov reciba el paquete.Sin por favor ni gracias; aquello en verdad le molestaba a Katya. Pero ella simplemente miró una última vez al tal Boris asustada, para después recibir al larguirucho y delgado repartidor que esperaba pacientemente detrás de él.Era muy joven para estar trabajando, pero Katya se forzó a sonreírle amigablemente.Katya mantuvo su sonrisa mientras recogía la bolsa y se inclinaba para firmar la factura. Miraba de reojo a Boris que la miraba con a
Tras esa última amenaza, Katya no volvió a hablar. Y si aquello a Egan le parecía extraño, no lo demostró. Incluso parecía que estaba menos tenso en silencio. Entre el guardaespaldas de antes, Boris, y Katya lograron llevar a Egan a la sala, pasando por la casa donde había solamente una pequeña habitación con una cama donde Egan podía descansar. Él, no permitiendo que Katya de alejara a más de dos pasos de él, bromeó sobre que podían compartir la cama. Katya solamente respondió que preferiría dormir incluso en la mesa antes que con él. Decidieron dejarlo en un sofá de la sala, donde él inmediatamente comenzó una serie de llamadas en todo tipo de idiomas. Katya no quiso entrometerse en lo absoluto, de hecho, sentada en un sofá frente a Egan, vigilada tanto por él como por Boris, el cansancio comenzó a apoderarse de ella.Katya resistió tanto el sueño como pudo, pero sus ojos se cerraron unos cortos minutos en donde un cabeceo la despertó. Halló entonces a Egan observándola con una de su
Y entonces hubo algo en la mirada de Egan que se ablandó. Él alzó una mano y acaricia con ella la mejilla de Katya. Pese a que ella no hubiese dejado que él la tocará, si eso significaba que se iría con ellas, no se apartó de su tacto. Egan reconoció lo que hizo un momento después y bajó la mano, así también como parto su mirada de Katya.– ¡No pienso abandonar a mis hombres! –Gritó enfurecido.Katya estaba lista para replicar una vez más, pero entonces un balazo terminó de derribar la barrera de guardias de Egan. Sylvana regreso a su posición y comenzó a disparar a diestra y siniestra con su escopeta. Egan también empezó a disparar con su brazo contrario al lado donde había sido la operación. Pero los militares eran cada vez más y, con sus chalecos antibalas y números mayores, la pelea llegó hasta donde estaba Katya.Ella no sabía pelear, sabía cómo defenderse, pero en ese momento de pelea no supo cómo reaccionar. Egan se movió primero y empezó a luchar. Prontamente él y Katya se vie
Katya miró una última vez la puerta que tocaban sin descanso y después se giró hacia Egan. Él estaba inexpresivo como siempre, y sin duda no estaba esperando a nadie. Katya tomó aire y, tras quitarse los guantes y todo el material médico, se dirigió hacia la puerta para abrirle a la persona del otro lado que no paraba de golpearla como un primate.Pero antes de que Katya pudiera siquiera tomar el pomo, la puerta se abrió de golpe. Bueno, más que se abrió, fue tirada por completo de sus pernos y terminó a unos metros dentro de la habitación. Katya logró apartarse a tiempo antes de ser golpeada por la puerta y pisoteada por todos los hombres que entraron después como soldados, vestidos de negros, con una pequeña insignia bordada de una copa de vino con un cuchillo incrustado.Al principio, ella se preocupó porque fuese alguna fuerza hostil que querían llevarse a Egan a la cárcel nuevamente. Pero cuando los vio acercarse a Egan y preguntarle incesantemente "¿señor, está bien?", ahí ella
Katya sintió las lágrimas empezar a salir de sus ojos. Quería hacerse un ovillo y llorar, estaba más que desesperada en ese momento. Quería volver a ver a su madre, a Ivan, a sus amigos de la universidad; quería volver a ver el mundo, salir a un centro comercial. Pero si este mafioso la tomaba como esclava, rehén o lo que fuese, Katya estaba bastante segura que todo eso sería lo menos que vería.– Sylvana, por favor –sollozó, se oía completamente patética, pero su última opción era apelar por la empatía de esa chica–. Yo no quiero esto... ¡Esto no era parte del trato! No pueden hacerme esto.Sylvana volvió a tomarla del brazo cuando sintió que Katya estaba a punto de sucumbir a patadas otra vez.– No me hagas tener que atarte de brazos y piernas –pese a qué Katya no podía verle su rostro, sentía en la voz de Sylvana que era sincera al decir que ella no quería hacerlo–. Y sabes que no puedo liberarte. No solo porque es una orden de Egan, sino porque también