Quince minutos después, el auto las dejó afuera de lo que parecía un local abandonado. A los alrededores habían otros similares, pero que sin duda estaban menos habitados. Otra cosa que también llamaba mucho la atención es que esta era la única casa que tenía guardianes hasta en la puerta.
Katya se imaginó que dentro de esas cuatro paredes encontraría quizás un político o un exiliado. Fuese quien fuese, debía ser profesional y discreta.
Sylvana motivó a Katya a entrar y ambas se vieron dentro de una pequeña casa que apenas y contaba con una sala poco decorada y una cocina que solamente tenía un viejo refrigerador y una mesa de madera con cuatro sillas. De una de esas sillas, se levantó un hombre de aspecto abatido. Su cabello rojo estaba peinado hacia abajo, como si la lluvia lo hubiese aplastado, tenía enormes ojeras y su ropa estaba desaliñada y llena de sangre seca.
Sylvana, quien parecía muy familiar ante el hombre, bufó.
– Haz tenido mejores días, Arg.
– ¡Cállate! –Gruñó el hombre, apestaba a cerveza vieja.
Sylvana giró sus ojos, girándose hacia Katya. – Él es Argus, el tipo que te llamó anoche entre lágrimas.
Argus le sonrió con coquetería.
– Doctora, finalmente la conozco.
Katya tragó grueso, sintiendo su ansiedad incrementarse.
– ¿Dónde está el paciente?
Tanto Argus como Sylvana parecieron recordar de pronto el verdadero para que Katya estuviese allí. Argus con pasos rápidos y pesados llevó a Katya más profundo en la casa, donde solamente ella logró ver un baño y un par de viejas habitaciones más. Al final, la ingresó por una puerta de metal que tenía un seguro electrónico. Aquello le causó inseguridad a Katya. ¿Cómo, en una casa tan vieja y mal cuidada, podía haber una tecnología como esa?
Después, donde Sylvana no quiso seguirla más, había una habitación completamente blanca y estéril. Ni siquiera parecía la misma casa. Eran solamente cuatro paredes con un pequeño cuadrado de cortinas en el centro, donde había una camilla con un acostado en ella. Estaba conectado a varios aparatos y un suero colgaba de un tubo hasta su brazo. Habían varias personas a su alrededor, mirándolo con nerviosismo. Katya se dio cuenta al instante que ellos no sabían qué hacer.
Katya miró una vez más a Argus a su lado, quien la miraba con una pregunta intrínseca en sus ojos. "¿Haría aquello o no?" Claro que lo haría.
Dio un paso adelante, dejando atrás a Argus y su bolso, y comenzó a dar ordenes a los enfermeros que allí estaban. Descubrió al hombre bajo la manta y, bajo toda la sangre y los vendajes sucios, supo que no era un político. De hecho, era muy guapo, de unos 28 años, quizás, de piel bronceada, barba bien recortada y cabello negro azabache. Katya apretó sus ojos para concentrarse y miró la herida.
Unas cuantas horas después, Katya pudo sonreír por el trabajo que había hecho. Los enfermeros y otro doctor ayudante la felicitaron por lo bien que había ido y Katya se sintió feliz de haber aceptado por primera vez. A Argus y a Sylvana se le dio la noticia de lo bien que había ido la operación y ambos agradecieron con honesta alegría a Katya también.
Todo era tranquilidad y esperanzas, hasta que el hombre que acababa de ser operado, despertó.
Todos se habían ido. Cada enfermero había sido despachado, Sylvana había ido a dormir en un hotel y Argus prometió que regresaría pronto. Solamente quedaban en aquella casa casa guardia de seguridad y Katya, a quien ni siquiera se le había dicho el nombre del paciente.
Así que cuando él abrió sus hermosos ojos verdes y lo primero que hizo fue sonreírle, las mejillas de Katya ardieron de vergüenza.
– ¿Señor, quiere algo? ¿Agua? –Le ofreció Katya.
– Eres tan hermosa –Katya no supo cómo reaccionar, de hecho que aquello fuese lo primero que él dijera estaba haciendo que su corazón se acelerara y su cara ardiera aún más–. ¿Dónde habías estado? –Preguntó en tono triste.
– Señor, creo que me está confundiendo. Soy Katya...
– ¿Puedes volver? –El hermoso hombre de ojos verdes estiró su mano has intentar rozar la mejilla de Katya, pero ella se apartó antes de que eso sucediese. Cada persona reaccionaba de formas diferentes a los analgésicos; ella agradeció internamente que él no despertara violentamente, pero digamos que aquella forma de hablarle y la suavidad en sus ojos no era tampoco lo que ella hubiese deseado–. No sabes cuánto te he extrañado, si tan solo pudiera llegar a ti... abandonaría hasta mi vida por volver a verte...
Katya miró en todas direcciones, ¿podía huir ahora?
– Señor, soy su doctora, Katya Koslov. Fui contratada como su doctora... –Al oír el nombre, el hombre se tensó fuertemente y abrió sus ojos de la sorpresa. Él parpadeó varias veces hasta que pareció que por fin enfocó bien a Katya. Aquella debilidad que había antes en sus vidriosos ojos, se esfumó tan rápido que el hielo que se reemplazó en su mirada y la tensión en sus expresiones faciales, dejó estupefacta a Katya. Cuando Egan la miró de nuevo, en su rostro ya no había ninguna mirada cálida ni embobada. De hecho, no había nada–. ¿Desea que lo ayude a moverse?
– Sí.
Katya lo ayudó y, con ayuda de la camilla, logró dejarlo en una posición que iba entre lo sentado y recostado. El hombre no dio las gracias ni dijo nada más después de eso.
– Señor, no sé su nombre pero si desea que llame a Arg...
– Soy Egan Caruso, y no tienes que llamar a nadie. –Katya apretó sus labios en una fina línea y asintió. El tipo hablaba como un robot.
– Un placer, señor Caruso. Yo soy Kat...
– Ya lo haz dicho tres veces –le interrumpió Egan, Katya decidió cerrar la boca y no decir nada más–. Así que, ¿Argus te contrató? –Katya asintió–. ¿Te hizo firmar algún contrato? –Katy negó y aquello enojó mucho a Egan, solamente que no lo demostró–. ¿Te habló sobre mí?
– No, señor. Pero me dijo que debía ser confidencial.
Egan asintió. – Confidencial –repitió, sin duda como burla–. ¿Cuánto te ofreció?
Las mejillas de Katya se volvieron a enrojecer.
– Una tarjeta negra y mi propia clínica privada, señor.
Egan volvió a asentir y Katya deseó poder saber si aquello también lo enojaba.
– ¿Tienes hijos?, ¿esposo? –Katya volvió a negar a las dos preguntas y Egan tardó unos segundos en volver a hablar–. Bien, esta es la situación: Argus no te va a pagar, él no tiene dinero, ingenua de ti que dijiste que sí –Katya sintió la bilis devolverse por su garganta; él tenía razón, boba que había sido–. Sin embargo, yo sí tengo. Y mucho. Seré yo quien te pague eso. Pero sé que necesitaré cuidados post-operatorios, así que te daré el pago a cambio de que te encargues de mí. No pienso pagarte todo solo por una sencilla operación.
Katya quiso reír.
– ¿Sencilla? Fueron casi seis horas de operación y una malla en su pectoral. Es tan sencillo que tuvieron que buscar una completa desconocida porque sus enfermeros no sabían qué hacer con usted.
Ella creyó que él la echaría por haber sido sarcástica, pero en realidad en el rostro de él había algo más, algo diferente a la usual inexpresividad de cansancio. Había algo como orgullo.
– Mi oferta se mantiene –Katya sintió sus hombros decaer, estaba cansada y solo quería dormir y comer algo–. El pago por tus servicios de enfermera. Sino, la puerta está disponible.
Katya quiso hacer crujir sus dientes de la rabia que sintió en ese momento.
– ¡Eso no es posible! –Egan levantó una ceja y sus ojos verdes dejaron sin aliento a Katya–. Argus prometió ese pago por la operación y la discreción. Nada más, yo no pienso bañarlo ni alimentarlo a usted. ¡No era parte del trato!
Y entonces, por el rostro de Egan se extendió una sonrisa al tiempo que alzaba una pistola que había sacado de debajo de su almohada. Katya sintió su sangre helarse, ya lo había descubierto: Egan no era ningún político, era un corrupto.
Egan levantó la pistola y apuntó directo a la cabeza de Katya. Ella levantó sus manos por acto reflejo y se preguntó cómo es que siendo él el herido que no podía levantarse sin ayuda, era quién parecía tener la ventaja entr los dos.
– Dirás qué sí, aceptarás mi oferta. –La voz grave de Egan hizo que ella tragara grueso. Como Katya no respondió nada, el dedo de Egan le quitó el seguro al arma.
– Está bien, lo haré.
– Dilo. –Escupió Egan.
– Aceptaré la oferta.
Justo cuando las lágrimas amenzaron los ojos de Katya, quien era tan orgullosa como para hacer lo imposible porque no salieran, tocaron a la puerta.
– ¿Quién es? –Preguntó Egan. Katya permaneció completamente tiesa.
– Soy Boris, señor –respondieron desde el otro lado–. Traje conmigo a un repartidor que trajo unos medicamentos para la doctora.
Katya sintió su corazón acelerarse: esa era su oportunidad para huir de ahí, el cartero podía llamar a la policía. Pero cuando la mirada de Katya se encontró con los ojos verdes de Egan y la pistola que seguía mirándola, supo que debía dar marcha atrás a su plan.
Ya había aceptado quedarse junto a Egan.
Eso no quiere decir que Katya no intentó escapar.– Abre la puerta.Y a ante la orden de Egan, la puerta se abrió y lo primero que Katya vio fue el desolado pasillo ser interrumpido por un hombre muy grande y robusto, que parecía recién salido de la cárcel. Los ojos de él vieron primero a Katya, sin una mezcla de simpatía, y después a Egan, a quien el gran hombre le dedicó un respetuoso saludo con la cabeza.– Me alegra que esté despierto, señor Caruso. –Pronunció.– Yo también, Boris –respondió Egan–. Deja que la doctora Koslov reciba el paquete.Sin por favor ni gracias; aquello en verdad le molestaba a Katya. Pero ella simplemente miró una última vez al tal Boris asustada, para después recibir al larguirucho y delgado repartidor que esperaba pacientemente detrás de él.Era muy joven para estar trabajando, pero Katya se forzó a sonreírle amigablemente.Katya mantuvo su sonrisa mientras recogía la bolsa y se inclinaba para firmar la factura. Miraba de reojo a Boris que la miraba con a
Tras esa última amenaza, Katya no volvió a hablar. Y si aquello a Egan le parecía extraño, no lo demostró. Incluso parecía que estaba menos tenso en silencio. Entre el guardaespaldas de antes, Boris, y Katya lograron llevar a Egan a la sala, pasando por la casa donde había solamente una pequeña habitación con una cama donde Egan podía descansar. Él, no permitiendo que Katya de alejara a más de dos pasos de él, bromeó sobre que podían compartir la cama. Katya solamente respondió que preferiría dormir incluso en la mesa antes que con él. Decidieron dejarlo en un sofá de la sala, donde él inmediatamente comenzó una serie de llamadas en todo tipo de idiomas. Katya no quiso entrometerse en lo absoluto, de hecho, sentada en un sofá frente a Egan, vigilada tanto por él como por Boris, el cansancio comenzó a apoderarse de ella.Katya resistió tanto el sueño como pudo, pero sus ojos se cerraron unos cortos minutos en donde un cabeceo la despertó. Halló entonces a Egan observándola con una de su
Y entonces hubo algo en la mirada de Egan que se ablandó. Él alzó una mano y acaricia con ella la mejilla de Katya. Pese a que ella no hubiese dejado que él la tocará, si eso significaba que se iría con ellas, no se apartó de su tacto. Egan reconoció lo que hizo un momento después y bajó la mano, así también como parto su mirada de Katya.– ¡No pienso abandonar a mis hombres! –Gritó enfurecido.Katya estaba lista para replicar una vez más, pero entonces un balazo terminó de derribar la barrera de guardias de Egan. Sylvana regreso a su posición y comenzó a disparar a diestra y siniestra con su escopeta. Egan también empezó a disparar con su brazo contrario al lado donde había sido la operación. Pero los militares eran cada vez más y, con sus chalecos antibalas y números mayores, la pelea llegó hasta donde estaba Katya.Ella no sabía pelear, sabía cómo defenderse, pero en ese momento de pelea no supo cómo reaccionar. Egan se movió primero y empezó a luchar. Prontamente él y Katya se vie
Katya miró una última vez la puerta que tocaban sin descanso y después se giró hacia Egan. Él estaba inexpresivo como siempre, y sin duda no estaba esperando a nadie. Katya tomó aire y, tras quitarse los guantes y todo el material médico, se dirigió hacia la puerta para abrirle a la persona del otro lado que no paraba de golpearla como un primate.Pero antes de que Katya pudiera siquiera tomar el pomo, la puerta se abrió de golpe. Bueno, más que se abrió, fue tirada por completo de sus pernos y terminó a unos metros dentro de la habitación. Katya logró apartarse a tiempo antes de ser golpeada por la puerta y pisoteada por todos los hombres que entraron después como soldados, vestidos de negros, con una pequeña insignia bordada de una copa de vino con un cuchillo incrustado.Al principio, ella se preocupó porque fuese alguna fuerza hostil que querían llevarse a Egan a la cárcel nuevamente. Pero cuando los vio acercarse a Egan y preguntarle incesantemente "¿señor, está bien?", ahí ella
Katya sintió las lágrimas empezar a salir de sus ojos. Quería hacerse un ovillo y llorar, estaba más que desesperada en ese momento. Quería volver a ver a su madre, a Ivan, a sus amigos de la universidad; quería volver a ver el mundo, salir a un centro comercial. Pero si este mafioso la tomaba como esclava, rehén o lo que fuese, Katya estaba bastante segura que todo eso sería lo menos que vería.– Sylvana, por favor –sollozó, se oía completamente patética, pero su última opción era apelar por la empatía de esa chica–. Yo no quiero esto... ¡Esto no era parte del trato! No pueden hacerme esto.Sylvana volvió a tomarla del brazo cuando sintió que Katya estaba a punto de sucumbir a patadas otra vez.– No me hagas tener que atarte de brazos y piernas –pese a qué Katya no podía verle su rostro, sentía en la voz de Sylvana que era sincera al decir que ella no quería hacerlo–. Y sabes que no puedo liberarte. No solo porque es una orden de Egan, sino porque también
Era imposible para Katya saber cuánto tiempo había pasado cuando se estaba bajo tierra, sin luz solar, sin reloj, sin esperanzas. No durmió, tampoco comió bien a pesar de que su plato lucía significativamente mejor que el de los demás presos. Sylvana había ido a verla quizás dos o tres veces, pero Katya sentía que todo simplemente había dejado de existir. Sylvana insistía en que estaba convenciendo a Egan de soltarla, también alegaba que Argus estaba muy avergonzado por lo sucedido. Katya estaba tan enojada que si en ese preciso instante se encontraba frente a Argus o a Egan, ella sinceramente lo único que haría es golpearlos hasta que sus propias manos colapsaran. Katya tuvo tanto tiempo sin nada qué hacer, que su mente tuvo oportunidad de imaginarse los mil escenarios que podrían haber ocurrido con Ivan en casa, cuando éste había despertado y Katya no estuvo allá. Quizás él se habría alarmado y habría llamado a la policía. Aquello le dio esperanzas a Katy. Si Ivan había llamado a l
¿Dónde está tu madre? Katya sintió las lágrimas picar tras sus ojos y su garganta cerrarse como si una soga la ahorcara. No quería llorar; no quería que su madre saliera lastimada o afectada de aquella situación en la que ella se había metido sola. – En Rusia, Siberia –Katya miró a Elián, él por algún motivo lució aliviado al escuchar aquello. Katya también sintió el alivio colarse en su pecho. – Muy bien, ¿ves que no es muy difícil? –Felicitó Elián, como quien quiere domesticar un perro a su conveniencia–. ¿Algún padre, hermanos, hijos amigos cercanos? –Katya negó, no iba a delatar a Ivan–. Eres una chica solitaria. ¿Qué edad tiene, doctora Koslov? Katya tomó aire. – Este año cumplo veintidós. – ¿Cómo llegó aquí? – Un carro me dejó en la puerta, entré con mis propios pies. –Katya se sintió bien al inicio por el chiste, pero cuando Elián lució decepcionado por su muestra infantil de sarcasmo y rebeldía, Katya no supo por qué su orgullo se desinfló también. Elián tomó aire y mer
Las manos y rodillas de Katya comenzaron a temblar sin control, incluso creyó que no podría mantenerse por mucho más. Si había algo peor que tener que ocultar el secreto de la mafia de Egan, era tener que pertenecer a ella y casarse con el mismísimo jefe.Aquello simplemente no era cierto, incluso le provocó risa.– Es un chiste, ¿verdad? –Katya caminó por la celda y esperó que Egan negara lo que acababa de decir, pero él no lo hizo–. Egan, eres un mafioso, vil y despreciable. ¿Crees que me casaría contigo, con todo esto que haces? –Katya señaló el calabozo a su alrededor. Egan apretó fuertemente los puños, a poco de perder la paciencia–. Además, ni siquiera te conozco y tampoco deseo conocerte. Te salvé la vida como un acto egoísta en busca de un mejor futuro para mi carrera. Y gracias a eso, terminé aquí. Pero si salir de aquí significa casarme contigo, prefiero quedarme aquí un poco más.Egan giró los ojos. Él se mantuvo en silencio un largo rato, como si estuviese meditando. Katya