Prometo no decir nada

Eso no quiere decir que Katya no intentó escapar.

– Abre la puerta.

Y a ante la orden de Egan, la puerta se abrió y lo primero que Katya vio fue el desolado pasillo ser interrumpido por un hombre muy grande y robusto, que parecía recién salido de la cárcel. Los ojos de él vieron primero a Katya, sin una mezcla de simpatía, y después a Egan, a quien el gran hombre le dedicó un respetuoso saludo con la cabeza.

– Me alegra que esté despierto, señor Caruso. –Pronunció.

– Yo también, Boris –respondió Egan–. Deja que la doctora Koslov reciba el paquete.

Sin por favor ni gracias; aquello en verdad le molestaba a Katya. Pero ella simplemente miró una última vez al tal Boris asustada, para después recibir al larguirucho y delgado repartidor que esperaba pacientemente detrás de él.

Era muy joven para estar trabajando, pero Katya se forzó a sonreírle amigablemente.

Katya mantuvo su sonrisa mientras recogía la bolsa y se inclinaba para firmar la factura. Miraba de reojo a Boris que la miraba con atención y no necesitaba mirar a Egan para saber que él estaba justo detrás de ella con una pistola en la mano.

– Aquí tiene, doctora –le dijo con mucha amabilidad el repartidor, entregándole una bolsa de farmacia llena de cajas pequeñas–. ¿Cómo está su paciente?

Tragó en grueso. – Estable. Pero, ya sabes, estar forzadamente aquí, en esa condición, no es nada agradable para nadie. Especialmente para mí, en lo personal.

Katya se sentía tensa, a punto de desmayarse. Así que cuando el repartidor, algo confundido y extrañado, fue instado por Boris a salir, Katya supo que ahí se había ido su oportunidad de libertad. Las lágrimas se precipitaron hasta sus ojos y una muy pequeña y traicionera logró escapar.

Cuando la puerta se cerró en la nariz de Katya y ella tuvo que respirar para controlar el creciente pánico que sentía, Egan carraspeó.

– Admito que eso fue estúpido de mi parte –Katya tuvo miedo de girarse y enfrentarlo–, de verdad. Fui un completo idiota al creer que una simple palabra tuya diciéndome que estarías conmigo era suficiente. Ya veo que no.

Katya se secó con mucho disimulo la lágrima que había rodado por su mejilla y se controló para no temblar por la impotencia.

– No niego lo de estúpido.

Y entonces Egan rió. Ella creía que él era de los de ser fríos y no tener sentimientos, pero al parecer se había equivocado; él sí tenía algo para sentir: burla. Katya se giró y lo enfrentó. Seguía recostado en la camilla, el arma yaciendo plácida y cómodamente a un lado de su mano. El rostro de Egan no expresaba mucho, pero su voz destilaba un enojo y una desesperación que Katya no comprendía su origen.

– Ya veo que debo ser más precavido contigo –Egan comenzó a bajar las piernas de la camilla y se tomó con fuerza del hombro cuando los puntos tiraron con dolor–. ¿No piensas ayudarme? Para eso estás aquí. –Le recordó.

Katya giró sus ojos, pero al recordar la pistola se encaminó hacia Egan y, rodeándolo de la cintura, lo ayudó a ponerse de pie. Él gruñó, pero a pasos pequeños se dirigió con ayuda de Katya hacia su reloj y ropa que estaban cerca de la camilla. Desde la perspectiva tan cercana que Katya lo sostenía, podía sentir la calidez que irradiaba todo su cuerpo, así como de los músculos duros y definidos de su espalda. Él era una cabeza entera más alto que ella, con probablemente unos veinte kilos más. ¿Cómo en el mundo él creyó que sería buena idea contratarla (obligarla) a ella para ser su enfermera?

Aquello no lograba entrar por completo en la cabeza de Katya. Ella seguía creyendo que al final del día podría irse a casa, pero él estaba decidido.

No obstante, ella también estaba decidida en encontrar una forma de salir de allí.

– ¿Qué haces? –Le preguntó Katya en cuanto Egan se soltó de ella, recostó su espalda contra la pared y simplemente se quedó mirándola a los ojos con reconocimiento, como si él ya estuviese acostumbrado a mirarla.

Egan cayó en cuenta de lo que estaba haciendo y dejó de mirarla por completo. – Me voy a vestir –anunció y Katya tan rápido como un rayo, le dio la espalda y se cruzó de brazos. Aquello hizo reír suavemente a Egan, como si intentara evitar que ella se diera cuenta que él se estaba riendo–. Ayudarme es parte de tu trabajo. Me haz visto por dentro, pero te aseguro que la vista exterior es mucho más placentera.

– No, gracias.

Egan rió con sorna. – Es cómico ver que evitas mirarme no por pudor, sino por inexperiencia. –Katya sintió su rostro enrojecer y unas ganas incontrolables de darle una bofetada.

– Claro que n...

– ¿Alguna vez haz visto a un hombre desnudo? –Katya no respondió, no porque la pregunta fuese negativa, sino porque después iría la pregunta "¿cuántos?". Allí era donde la pregunta se volvía penosa–. Dése la vuelta, doctora Katya.

Katya tuvo que tragar en grueso el nudo que se estaba apretando en su garganta cuando escuchó el profundo acento que le salió al hablar. Se negó rotundamente a girarse, así que cruzó se cruzó de brazos y no se movió de su lugar. Hasta que sintió el cañón frío del arma en su espalda.

Ella comenzó a girarse, pero si Egan creía que la podía tener a su disposición solo porque era poseedor de un arma, estaba muy equivocado.

Desde ahora ella se dedicaría a hacerle la vida imposible.

Katya se giró pero mantuvo sus brazos cruzados, dándose cuenta que era cierto lo que él había dicho: la vista exterior era algo completamente diferente. Su piel es bronceada, su espalda ancha y su cintura pequeña, enmarcados por unos abdominales muy definidos. Cuando Egan la vio resistirse, chasqueó su lengua y bajó el arma hasta la cinturilla de su pantalón. Katya tuvo que tragar otra vez para no seguir el arma con la mirada.

– Solo ayúdame a ponerme la camisa.

– Por...

– Porque sí. –Respondió Egan, encogiéndose de hombros.

– "Por favor", debes decir "por favor".

Egan quedó sorprendido al ser tomado desprevenido.

– Me vas a ayudar. –Otra vez su voz grave y amenazante.

Katya suspiró, mientras se inclinaba para amarrar las agujetas de los zapatos de Egan. Sus ojos se iluminaron cuando Katya estuvo completamente arrodillada.

– Yo también necesito ropa –interrumpió Katya la inmunda imaginación de Egan, él levantó una ceja sin recordar el hilo de la conversación–. Tengo que volver a mi departamento y buscar ropa. Yo no traje suficiente.

Katya pensó en Ivan y se felicitó por no tartamudear ni sonar nerviosa. Pero Egan no se veía afectado por su petición.

– Te diría que sí, pero te has visto muy comprometida ya con el negocio –a Katya se le cayó la cara y sintió su sangre helarse–. No dudo en que lo primero que usted será llamar a la policía.

Katya sintió su labio temblar mientras se volvía a poner de pie y comenzaba a abotonar la camisa de Egan. Él, mientras tanto, no apartó nunca la mirada de sus manos. Aquello causó que Katya se pusiera nerviosa, tanto que cuando su mano rozó por accidente el abdomen de Egan, ella no pudo evitar tener un escalofrío. Las pilas de Egan estaban dilatadas cuando volvió su mirada a Katya, el verde había pasado a ser solamente un halo tenue y sombrío.

– Prometo no decirle a nadie.

Aquello rompió el breve hechizo que se había formado. Egan apartó la mano de Katya de su camisa y terminó de hacerlo el mismo. Katya, por otro lado, aunque no sabía exactamente por qué, se sintió repentinamente fría

– No irás a ningún lado –declaró con voz imponente–. Te quedarás a mi lado y yo mismo me aseguraré que no abrirás más la boca.

Rebe Siro

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