En el más allá

Sylvana le dedicó una sonrisa al guardaespaldas, para después caminar con paso seguro y un rostro enojado hasta que Egan.

– ¡Estás loco de remate si harás esto en verdad! –Sylvana se atravesó entre Katya y Egan, extendiendo sus brazos como cuando era una niña y no permitía a Egan ver la televisión–. ¡Egan Alessandro Caruso, te lo advierto…!

– ¡Sylvana! –Rugió Elian–. Vete de aquí, esto no te incumbe.

Egan miró con severidad a su prima. – Sé que eso que tienes en tu mano es la belladona, dámela.

Sylvana apartó el pequeño frasco lejos del alcance de Egan.

– Tendrás que quitármelo tú mismo si lo quieres –Sylvana desvió su mirada hacia su padre–. Vi a Boris con esto y lo noqueé de inmediato. No permitiré que le den esto a Katya, y mucho menos si está embarazada.

Katya sintió las lágrimas calientes derramarse por sus mejillas. Al fin alguien que entendía y era razonable.

Egan, sin embargo, era más alto y atlético que su prima. En un parpadeo, arrebató el frasco de su mano y lo sostuvo. ¿En
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