Bajo coacción

Elian estaba en la terraza, en el segundo piso del club donde El Nido siempre se reunía. No había nadie más en ella que Egan y el mismo Elian, además de todos su guardias por supuesto. Pero Elian se sentía tan feliz, tan contento de haber cumplido su cometido, que por primera vez en su vida sintió ganas de orar, hacer una plegaria en agradecimiento.

Él no era muy diestro en eso, pero hizo su mejor esfuerzo juntando sus dos manos y elevando su mirada al cielo poco estrellado de ese atardecer. Miró las nubes, miró el sol y Elian respiró profundamente el aire fresco de esa casi noche.

– Oh, Eros –dijo Elian–. Oh, mi hermanito. Finalmente he vengado tu nombre. He hecho pagar a Artem todo lo que nos hizo, todo lo que sufrimos a causa de él y de tu esposa. Ella debe estar revolcándose en el infierno junto a su hija con Artem –Elian rio, triunfante–. Pero lo que no sabes, hermano mayor, es que tu hijo ahora trabaja para mí. Es irónico, ¿cierto? Cuando estábamos vivo, yo debía hacer cualquier
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