Una hija

Katya intentaba respirar, controlar cada respiración. Ella apretaba fuertemente la mano de Argus, quien valientemente se había ofrecido a quedarse con Katya mientras Sylvana le buscaba algo de beber.

Las contracciones de Katya eran cada vez más fuertes. Al inicio, quizás las primeras tres horas, solo fueron dolores que con contener la respiración tres segundos, se iban. Pero al pasar el rato, Katya tenía que gritar para aliviar algo de su dolor. Y ni siquiera lo aliviaba por completo, no, solo una proporción pequeña. Gritar era más un desahogo que una solución a su dolor. Pero apretarle los dedos a Argus tampoco era menos satisfactorio.

El pobre ni siquiera se quejaba de que Katya le estuviese destripando las manos. En su lugar sostenía a Katya cuando aparecían sus contracciones cada vez más frecuentes, más largas y muchos más dolorosas. Katya estaba sudando, Sylvana le ayudaba secándole el sudor y las lágrimas, y le daba un poco de agua de vez en cuando.

Pero, honestamente, ni siquie
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