Hellen extendió su mano hacia aquel sujeto con la que había logrado llevarse mejor de lo que siquiera pudo llegar a imaginar. Era más, ahora que caía en cuenta era la primera vez que estaba sola con un hombre en cuarto, con la insinuación de tener intimidad. En su niñez y en su adolescencia no había tenido un novio, aunque sí había estado enamorada de algún chico en secreto y también se había sentido atraída por uno que otro. Pero nunca había concretado, ni vivido, una experiencia romántica como la que ocurre en las películas o en los libros. O más bien, no había compartido una noche especial con su media naranja. Se sonrojó por un instante y se halló intranquila al sentir el esbelto palmar de él. Además, esos ojos azul marino la veían de forma directa y atenta. ¿Qué era lo que había pasado? ¿Por qué se había puesto así de nerviosa de repente? Podía notar las firmes facciones del rostro de ese extraño y no podía dejar de pensar, que era alguien muy atractivo. ¿Con quién estaba tratando
—Ya le he dicho que no hagas algo que no desees —comentó Hadriel, pero sin sonar brusco o como si la estuviera exhortando. Ya había tenido suficiente.—¿Y si lo quiero? —dijo Hellen, respondiendo con rapidez y certeza—. Al principio le expresé que no deseaba hacerlo. Pero, ¿y si en el poco tiempo que ha pasado hubiera cambiado de parecer? Yo, al igual que usted, no tengo experiencia en el amor o en nada de esto. No somos tan diferentes en ese aspecto. Pertenecemos a mundos diferentes y cuando sean las siete, lo más seguro es que no volvamos a vernos nunca más en esta vida.Hadriel había sido sorprendido por segunda vez en esa misma madrugada y más de lo que había llegado a serlo en sus veinticuatro años. No sabía por qué, pero ya no veía con desagrado esa opción. Al contrario, justo como comentaba ella, en estos pocos minutos había modificado sus ideales. Además, que, por fin, pudo descansar de su interminable persecución de los recuerdos con el encuentro con la mujer doliente a la qu
—¿Podemos sentarnos? —preguntó Hellen, un poco cansada por estar de pie. Además, que usar tacones no era algo que había usado con frecuencia, solo desde la semana pasada—. Tengo otra idea —comentó—. Usted primero.—Claro —contestó Hadriel, que accedería a cualquier cosa que ella estuviera por sugerir.Hellen fue la que lo guio al sillón y le indicó que se sentara en el mueble. Recogió su vestido y se acomodó ahorcajadas en el firme regazo de aquel hombre. Estaba abierta de piernas a ese extraño, que la aseguró de nuevo por la espalda. Entonces, de nuevo retomaron su intensa sesión de besos, en la que en cada ocasión iba sintiendo más gusto. Sus cabezas se movían en un lento vaivén y sus labios se acoplaban, como si tuvieran vida propia. Un calor nació en su cuerpo; estaba ardiendo y su razonamiento cada vez se iba nublando. Entonces, tuvo la iniciativa al quitarle la camisa y la corbata. Las dejó caer en el suelo y continuó en su nuevo apasionante descubrimiento.Hadriel sobaba la esp
Hadriel creyó que se había arrepentido, pero solo que no quería ser vista allí, en ese lugar. Lo comprendía y lo respetaba—Entiendo. Eres libre de detenerlo cuando ya no estés segura de seguir —dijo él, con tranquilidad—. En cualquier momento.Hadriel se levantó y se quitó la ropa que le faltaba, así como los zapatos y la medias. No imaginó que era él quien le estaba dando un espectáculo a la que se suponía debía atenderlo esa cita. Si saberlo, los papales de comprado y acompañante se había invertido. Era más, ya no había ningún rol en ese sentido, solo dos personas que había accedido a pasarla bien juntos, con un límite y con total consentimiento de las partes.Las cosas, sin duda alguna, no habían salido como esperaban. Uno había ido solo para cancelar cualquier servicio que hubieran contratado y la otra había deseado que él jamás llegara. No obstante, ahora los dos no aguantaban las ganas de seguir descubriendo ese pasional mundo que se había abierto ante ellos.Hellen, tumbada en
Hadriel adoptó un semblante inexpresivo e inmutable. Eso nunca le había importado. Si era algo que todos pensaban que era imposible de hacer, entonces estaba en lo correcto, porque nadie elegía sus actos, ni sus decisiones. Era libre de hacer lo que quisiera y con quien lo dispusiera. Su voluntad no era controlada por nadie, ni siquiera por su propio padre, que era a la persona que más respetaba.Hellen se aferró en la musculosa espalda de su compañero, mientras él le retiraba la braga con cuidado; lo hizo sin desviar la mirada de ella; lo cual le pareció muy atento y caballeroso de parte de él. Debido a cuando lo detuvo para que no la viera allí abajo, se había mantenido discreto y comprensivo. Estaba nerviosa y asustada, pero con cada acto y gesto que él le dedicaba, iba tomando más seguridad de su decisión de entregarse a él. Su respiración era intermitente y pesada. Estaba siendo ensanchada en su intimidad. La firme virtud se hacía paso de manera lenta en su interior. Rasguñó con
Hellen tensó su cuerpo y sintió en el interior de su virtud como era llenada por el calor de ese hombre que la hacía desbordar en su humanidad. Sus piernas se habían entumecido y el peso del cuerpo de él, contra el suyo la habían dejado inmóvil.—¿Se encuentra bien? —preguntó Hadriel, después de haberse recuperado.—Sí. Gracias —contestó ella, con sumisión, mientras respiraba con agitación.Hellen moldeó una ligera sonrisa en la comisura de su boca. Y se encontró embelesada cuando él le respondió, haciendo el mismo gesto.—¿Quieres ducharte? —preguntó él, con tono apacibleHadriel acarició la sonrojada mejilla de ella y también le tocó con ternura los labios. No quería que la confianza que habían forjado se derrumbara, solo por el hecho de haber terminado. Así le daría a entender que no tenía por qué adoptar otra actitud. Además, la velada de la madrugada apenas estaba comenzando. Tenía el presentimiento que aún podía explorar más cosas desconocidas juntos.—Sí —dijo Hellen, con tranq
La rutina bien planeada y elaborada de Hadriel había sido asaltada por una mariposa, cuyo aleteo había aflorado raros sentimientos que se habían mantenido ocultos en los lugares más inhóspitos de su alma. No era amor, ni tampoco enamoramiento. Era un enorme deseo de protección y pasión, los que habían emergido de ser al compartir con ella. Llegó espacioso baño, en el que los vidrios de la ventana, así como los de la sala de estar, dejaban ver un maravilloso paisaje de la ciudad. Había una tina, que estaba encima de pequeños pisos más pequeños, y junto a ella había una silla. Estaba el lavabo con un enorme espejo. También se podía divisar un armario de vidrio donde estaban las toallas y demás ropas sanitarias, y al lado estaba la zona de la ducha, protegido por muros de cristal. La puso con cuidado en el piso y se dio media vuelta. Agarró dos de las toallas que estaban disponibles; liberándose así del de la pesada sábana, para pasar a taparse con la nueva prenda que había alcanzado. Es
Hadriel se dio media vuelta y contempló la vista trasera de su Cenicienta; era diferente a cuando estaba acostada, por supuesto la disposición era diferente, pues ahora estaba de pie. La línea del dorso se le evidenciaba más, así como los huesos de los finos omoplatos y más personal aún, la hendidura interglútea. Cerró la regadera y untó jabón en la esponja que no había utilizado que, de igual característica, ambas eran de color escarlata. La pasó con cuidado en por la espalda y la restregó con cuidado. Se entretuvo recorriendo el dorso de su Cenicienta, como si fuera un pintor, pasando la punta del pincel sobre un delicado pliegue. Así, luego se detuvo en la parte baja de la cintura y reflexionó en si debía continuar bajando. Tragó saliva debido a la excitación que de nuevo afloraba en él. No era lo correcto, pero cuando ella le preguntó si le quería lavarle la espalda, ¿le estaba dando vía libre para que lo hiciera? ¿No? Sus manos se sacudían, pero decidió hacerlo. Su mano sobó los