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Capítulo dos;¿Qué hice mal?

—¡Cuéntame todo! ¿Cómo fue tu primera vez? ¿Te dolió? –cuestiona mi madre demasiado emocionada del otro lado se la línea.

—Dolió solo un poco. –miento observando la caja con el aparato que Sebastián me regaló.

—¿Pero estás feliz? ¿Él fue cuidadoso?

—Sí mamá, lo fue.

—Yo sabía que iba a valer la pena que no te entregaras a nadie más, Sebastián seguramente vio tu virginidad como un tesoro, eso es algo que nadie guarda en este tiempo.  Ojalá quedes embarazada pronto, quiero nietos de inmediato, tu hermana Sarah aún no es capaz de hacerlo.

—Tal vez tiene problemas para quedar embarazada.

—Ella lo que quiere es no tenerlos por decisión propia y ni hablamos de Lila, esa niña está peor cada día. Solo me quedas tú, yo sé que tú si serás capaz de ser una mujer en la extensión de la palabra, y me darás nietos hermosos. ¿Verdad?

—Si mamá, mi casa es tan grande y hermosa. Cabrían diez niños aquí, yo sería feliz se tener la familia que tú siempre deseaste, grande y llena de hijos amorosos.

—Fue una pena que tu padre ya no quisiera tener más. Pero en fin, te dejo para que sigas con tu luna de miel. ¿Por cierto, a dónde irán? –cuestiona pero la puerta se abre y entra Sebastián.

—Mamá llegó Sebastián, te llamo después. –cuelgo la llamada y me levanto de la cama.

Corro hasta él para abrazarlo pero antes de siquiera poder hacerlo me toma por las muñecas.

—¿Qué carajos llevas puesto? –me pregunta en tono serio.

—Es una pijama, anoche no quería dormir sola y creí que usándola podría sentirte aquí a un lado.

—Regla número uno, no toques mis cosas, Tania. Eso incluye mi ropa, no me importa si crees que usarla te hará sentir mejor, es mía y no me gusta compartirla. Ahora ve a darte un baño, ponte ropa limpia y arréglate por qué vamos a salir. Empaca algunas prendas frescas.

—¿Viajaremos? ¿A dónde? –cuestiono emocionada pero si mirada me congela.

—¿Recuerdas por qué eres perfecta? –cuestiona acomodando un mechón de mi cabello.

—¿Por ser callada y obediente?

—Y bonita, no lo olvides. Una mujer que no parlotea es mil veces mejor que esas ruidosas que no paran de hablar.

Asiento y suelta mis muñecas, camina hasta el armario y toma una maleta pequeña y la deja sobre la cama.

—Solo empaca poco, si necesitas ropa o el viaje se alarga allá podrás comprar más.

—Si Sebastián. –respondo y bajo la mirada.

—Que sexy se vio eso. –señala llegando hasta mi, levanto la mirada confundida por lo que acaba de decir, acaricia mi mejilla y pasa el dedo sobre mis labios–. Hazlo de nuevo.

—¿Hacer qué?

—Di, "si, Sebastián" con la mirada hacia el piso. –me pide y yo no entiendo nada, puedo notar la emoción que desprenden sus palabras así que no pregunto mas y lo hago.

—Sí, Sebastián. –murmuro y bajo la mirada.

—Oh carajo. –sisea y toma mi cara entre sus manos.

Me besa con fuerza y con manos rápidas quita su pijama de mi cuerpo. Yo me siento aturdida por su reacción pero cuando comienza a besar mi cuello y algo dentro de mi comienza a relajarse, me permito disfrutar un poco.

"Mi problema" como él lo llamó, no está solucionado y eso me pone algo nerviosa, pero no quiero que se enoje si lo detengo. Mi madre me dijo que cuando los hombres tienen ganas, debemos aceptarlo, así no nos van a cambiar por alguien más.

Siento que baja el pantalón y besa mis labios con algo de rudeza. Ni siquiera puedo verle desnudo o algo que me permita ver más allá de su pecho, solo escucho como baja el cierre de su pantalón y luego todo por mi mente es dolor.

Sus movimientos son rápidos y sin cuidado, su frente comienza a perlarse de sudor y yo estoy luchando por no llorar, mientras más lo hace más duele, ni siquiera soy capaz de pedirle que pare.

Las palabras de Sarah vienen a mi mente, pero las alejo de inmediato. Sabía que iba a doler y estaba preparada para esto...quizás no como quería pero lo estaré.

Un quejido doloroso sale de mis labios pero él pone su mano sobre ellos silenciandome.

—Calladita te ves bonita. –dice antes de sentir la tibieza correr por entre mis piernas.

Se separa de mi causandome aún más dolor  y camina hasta el baño. Yo aún recostada en la cama y desnuda, miro hacia el techo preguntándome si realmente así debía ser por no tener experiencia.

Observo la m*****a caja del consolador y cierro los ojos. Debí solucionar mi problema como él me lo pidió y no estar pasando por este momento.

Me levanto de la cama y busco mi bata de baño, cubro mi cuerpo y lo veo salir bañado y fresco.

Se acerca a la mesa de noche y presiona un botón, a los segundos aparece una mujer con uniforme. Es entonces que me doy cuenta que hicimos el amor con la puerta abierta.

—Señor, ¿necesita algo?

—Si, llévate la pijama que está sobre la cama y deséchala. Véndela, dónala, quémala, no la quiero.

—Por supuesto que sí, señor.

La mujer toma la pijama y sale de la habitación, yo me aferro a mi bata de baño y me trago el nudo en la garganta.

—No tardes, odio llegar tarde.

—Si Sebastián.

—Eres tan perfecta, Tania. –dice levantando mi cara con su dedo–, eres todo lo que está bien para mi. Callada, bonita y obediente, bendito el día en el que acepté ese absurdo trato entre nosotros padres.

»Aunque te confieso que creí que serías como Sarah o peor, como esa hermana rara tuya, ¿Cómo dices que se llama? –cuestiona y yo presiono los labios–, da igual, de entre ellas eres la mejor, por eso tu padre tenía tanto cuidado contigo y no es para menos.

»Ahora que estamos casados, todo será diferente para ti, serás una mujer ejemplar y perfecta, seré la envidia de todos, solo deja que te vean, ahora ve a bañarte, estaré desayunando.

De nuevo, deja un beso sobre mis labios y camina hasta el vestidor, paso saliva sonriendo como el nudo se hace más grande, camino hasta el baño y hago lo que pidió.

El dolor aún sigue ahí, pero una vez que estoy bajo el agua tibia todos mis músculos se relajan, lloro solo un poco por qué si no lo hago voy a ahogarme y no necesito eso, Sebastián no necesita tener a una esposa llorona justo después de hacer el amor.

***

Con mi maleta lista y con atuendo impecable, bajo las escaleras hasta el comedor. Tuve algunos contratiempos debido a que manché la toalla blanca de sangre, mi madre me habló sobre esto, la señal de mi virginidad. Al llegar al comedor me encuentro con Sebastián a punto de terminar el desayuno. Me señala una silla que queda a metro y medio de él.

—El desayuno se sirve siempre a las ocho de la mañana, si no estás aquí a esa hora, vestida y preparada, tendrás que esperar al almuerzo, el personal de la cocina tiene horario, hay un chef especializado para cada comida, por lo que no pueden disponer de tu tiempo, hoy pedí que te prepararán lo mismo que a mí pero solo por qué es tu primer día aquí.

»De camino a dónde vamos te daré todos los datos que necesitas saber sobre todo en  la casa. Hay un club al que podrás ir y cuando lo hagas tienes que portar mi apellido por todo lo alto, gasta dinero, compra cosas, ve a comidas de beneficencia y esas cosas que hacen todas las mujeres de la alta sociedad, aquí hay un gimnasio para que siempre estés en forma, no quiero pretextos. Si necesitas algo más pídemelo.

—¿En qué momento saldremos tú y yo? –cuestiono y deja de comer para mirarme.

—Es decir, todo eso lo haré sola, lo entiendo, ¿pero en qué momento hacemos cosas juntos? ¿Cómo esposos?

—Tener sexo e ir a los eventos importantes es lo que haremos juntos, como esposos. Lo demás puedes hacerlo con tus amigas. ¿Si tienes verdad?

Niego con la cabeza sintiendo vergüenza por mi respuesta.

—Bueno, quizás las mujeres de al rededor quieran invitarte a su círculo, por lo que sé son demasiado selectivas pero moveré algunos hilos para que te acepten.

—Puedo lograr que ellas me acepten si me conocen. –aseguro y lo veo reír.

—Ah, adoro que seas tan inocente. ¿Sabes que me sorprende? Qué en tu posición aún pretendas que ellas van a aceptarte nada más por qué si. La mayoría de ahí te odia solo por ser mi esposa, deja de ser tan tonta.

—Sebastian no es necesario que...

—¡Carajo! Llegaremos tarde, termina eso en lo que voy a terminar unas cosas.

—Ya terminé. –aseguro cuando apenas comenzaba a comer.

La verdad es que su actitud me ha quitado el apetito.

—Bien, en eso caso espérame en el auto. Ahí tu madre mandó una bolsa con algunas de tus pertenencias, tu teléfono viene ahí, no te separes de él. Lo vas a necesitar cuando esté fuera.

Asiento en silencio y me levanto de la silla. Camino hasta la salida en dónde el chófer ya ha subido las maletas al coche. Me abre la puerta y entro.

Tomo la bolsa que dijo y tomo mi teléfono, hay mensajes del grupo que tengo con Sarah y Lila, preguntándome cómo fue mi primera noche.

"Maravillosa, Sebastián es un hombre increíble y me trata con mucho amor" les respondo a ambas y solo recibo un cara de fastidio por parte de Lila y una enamorada por parte de Sarah.

Lo guardo y siento las mentiras atorarse en mi garganta. Quizás si hablo con él y le digo lo que necesito de él,  todo sea diferente.

***

Llegamos hasta el aeropuerto y el coche se detiene. Sebastián se apresura a bajar del auto y lo rodea, abre la puerta para mí y me ayuda a bajar. Antes de cerrar la puerta deja un beso en mis labios y luego me carga sin aviso.

Yo grito obviamente por la sorpresa y río nerviosa, y no puedo pasar por alto su cara después de eso. Me baja con cuidado y sonríe se manera forzada.

—Lo arruinaste pero fingiré que no fue así. Subamos al avión.  –me pide tomando mi mano.

Siento de nuevo que cometí un error y que debí mantenerme callada pero la impresión me obligó a hacerlo. Estoy a un lado de encontrar el punto de bienestar con Sebastián y siempre termino arruinandolo. El venenoso pensamiento de que él pueda dejarme por otra se instala en mi cabeza, pero lo alejo cuando siento que me envuelve en sus brazos y me besa despacio, pongo mis manos sobre su pecho y suspiro.

Me gusta estar así, sintiendo sus caricias, su calidez, respirar su perfume, pero también me confunde un poco su actitud.

—¡Sebastián! –la llama una voz femenina.

Sebastián se separa un poco de mi pero toma mi mano y entrelaza sus dedos con los míos.

—Ah, hola Leah.

—¿Qué haces aquí? –le pregunta ella y Sebastián mira sus uñas con interés.

—Me voy de luna de miel. –responde con una sonrisa en sus labios y yo me siento la mujer más afortunada del mundo.

—¿Cuándo te casaste? –cuestiona con visible sorpresa.

—Ayer, lamento no haberte enviado la invitación pero me dijeron que estabas en Grecia.

—Si, visité a mis padres. Pero me alegra que por fin hayas decidido tomar un buen camino.

—Si, Tania es una mujer increíble, solo basta con verla para saber que es perfecta.

—¡Sebastián! –murmuro y siento como mis mejillas se calientan.

—Es que mírate, eres tan hermosa y tus mejillas rojas te hacen ver aún más. Soy tan afortunado.

—Yo soy tan afortunada. Eres un hombre increíble.

Leah se aclara la garganta y nosotros dejamos de derramar miel.

—Perdona, no puedo evitarlo. Tania, ella es Leah Martell, una vieja amiga, –dice y ella extiende su mano hacia mi–. Leah, ella es Tania, mi esposa.

—Es un gusto conocerte Tania, y felicidades a ambos, espero que un día de estos podamos salir a tomar un café.

—Por supuesto que...

—Quizas no sea posible, –me interrumpe–, Tania es amiga de Marjorie Ballart, y según tengo entendido ustedes dos no se llevan bien.

—Es una pena, felicidades nuevamente, un gusto conocerte Tania, adiós Sebastián.

La chica camina lejos de nosotros y Sebastián suspira y se frota las sienes.

—Subamos al avión, es tarde. –me dice y camina a paso presuroso.

De nuevo ese hueco se instala en mi pecho pero termino por caminar detrás de él. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué?

Empiezaubamos al avión, es tarde. –me dice y camina a paso presuroso.

De nuevo ese hueco se instala en mi pecho pero termino por caminar detrás de él. ¿Qué estoy haciendo mal? ¿Qué?

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