Hueles a café barato

Capítulo 2

Hueles a café barato

Estaba a punto de ser asesinada por el sujeto inglés y con traje de diseñador de lujo delante de mí. Los enormes ojos azules del señor Walker se abrieron con tanta exageración que presentí que en cualquier momento iba a explotar. Ambos dirigimos nuestras miradas hacia mi teléfono, que, por mandado del diablo, empezó a reproducir el audio que le envié a mi novio por W******p.

—Hablemos más tarde. Ahora estoy con el gruñón de mi jefe. ¿Recuerdas al señor Collins, el sujeto que mordía las manzanas en el manzano de tus padres en Michigan y luego las dejaba en las canastas del producido, y solía insultarnos cada vez que le pedíamos que no lo hiciera…? Bueno, mi jefe es mucho peor que ese viejo apestoso. Se nota que es un maldito dolor en el culo.

Apreté los párpados y fruncí los labios cuando un grupo de mujeres coreanas que pasaban justo a nuestro lado escucharon cada una de mis declaraciones. El castaño llevó sus dedos índice y pulgar hacia el puente de su nariz para, acto seguido, soltar una extensa ráfaga de aire entre sus labios. Bien, estaba molesto, tan molesto que debería alejarme cincuenta mil metros.

—Señor… —empecé a decir. Sin embargo, Elijah me señaló con su mano derecha para que me callara.

—No. —Estaba más que segura de que iba a llamar a Recursos Humanos para despedirme—. Nombre y apellido.

Mordí mi labio inferior. No había trabajado tanto para llegar hasta donde estaba hoy como para terminar siendo despedida en mi primer día como asistente de presidencia. Tenía que hacer algo ahora mismo. Debía pensar en algo que me ayudara a salir de este embrollo en el que me metí por mi estúpida lengua y la chismosería que siempre me ganaba.

—Déjeme explicarle, señor Walker. Verá, no estaba hablando de usted. —Mis ojos se cerraron por el miedo que todo mi cuerpo sentía ahora mismo. Entretanto, las palabras salían sin parar de mi boca como solía hacerlo cada vez que estaba nerviosa—. No lo conozco, aunque tengo que admitir que sí tiene cara de culo. Es más, me dijeron que era demasiado gruñón, y aunque al principio no quise creerlo, al verlo hoy lo confirmé. Como sabrá, no me importa que me grite. ¿Podría…? —Al abrir mis ojos, mi jefe ya se estaba marchando.

Agarré sus maletas, las cuales había dejado en la mitad del pasillo, y salí corriendo detrás de él como alma que lleva el diablo. Un paso de Elijah Walker era como tres míos, así que debía darme prisa antes de que toda esta situación se tornara mucho peor.

Cuando por fin pude alcanzarlo, mis hombros subían y bajaban con rapidez por la falta de aire en mi cuerpo. Mi peinado ahora estaba destruido, mientras que mi uniforme se hallaba desencajado.

—Señor…

—Cállate. Ya vi que no eres buena con las palabras. —Observó su teléfono—. Llévame a mi apartamento en Broadway. —Se colocó a un costado de su coche.

Miré lo bonito que estaba el cielo a mediodía en Los Ángeles. De repente, alguien aplaudió sobre mi cara, obligándome a brincar sobre mis propios pies.

—¿Qué estás esperando, novata?

«¿Novata? ¡¿A quién está llamando novata?!».

—Tengo cuatro años en la compañía, señor.

—Tenías —confesó desafiante—. Deja de perder el tiempo y ábreme la puerta de mi coche. —Señaló despectivamente su Rolex.

—¿Quieres que te abra la puerta? —pregunté incrédula ante todo esto.

—¿Para qué crees que te pago?

—Necesito saber algo. —Tiré sus maletas a un lado.

Elijah entreabrió los labios ante mi acción.

—¿Qué, niñita? —Me aniquiló con la mirada.

Bufé y miré hacia un costado.

«¡Este hombre es increíblemente arrogante!».

—¿También tengo que ayudarte a ir al baño? —Me crucé de brazos.

—¿Perdona?

Asentí con velocidad.

—Con eso de que no eres capaz de ni siquiera abrir una puerta pensé que quizá tus manos eran débiles… o eras re-tra-sa-do. —Las últimas palabras las arrastré tanto que casi me escupí al ver las facciones de su cara—. ¿Eres o no eres? Porque con esa cara creo que lo eres —mascullé, y le abrí la puerta trasera del coche.

—¿Qué cosa?

Mordí mi labio inferior. Estaba a nada de explotar en carcajadas.

—Retrasado.

Elijah arrugó la cara, molesto.

—¡Estás despedida!

Acomodé el espejo retrovisor para poder mirarlo cuando me subí a su coche. No iba a permitir que me siguiera hablando de esta manera.

—Usted no puede hacer eso —casi lo reté.

—¿Cómo dices? —se ofendió—. ¡Por supuesto que sí puedo! ¡Soy tu maldito jefe!

Formé una boquita de pato con mis labios mientras negaba.

—Tu papá me contrató —ataqué—, no tú.

—Pero ¡yo soy el jefe!

Mis oídos dolieron con su grito.

La forma erguida de su espalda, el reloj costoso en su muñeca derecha, los zapatos de suela roja que usaba y aquel olor de Clive Christian’s que desprendía de todo su cuerpo me hacían darme cuenta de que su padre lo mimó toda la vida. Hasta ahora, Elijah Walker no tuvo que mover ni un solo músculo para obtener todo lo que quiso. Era solo un nepobaby que nació en cuna de oro. Al igual que la bruja de su prometida, cree que el resto del mundo le pertenece solo por el simple hecho de portar el apellido que tiene.

Ridículos y estúpidos.

—Meh. Error, es tu padre. —Me reí y encendí el vehículo.

—Soy el vicepresidente, puedo despedirte.

—Otro error. Tu padre es el presidente, y si él me contrató, tu poder no sirve de mucho aquí.

—¡Insolente!

—Suelen decírmelo a veces. Entonces, ¿a tu casa o a la mía? Es que ya es hora de almorzar, y no he comido na…

—Cállate, y conduce hacia mi apartamento, ¡rápido!

Ahora entendía por qué Carlotta se lo dejó meter de otro.

—¿Puedo poner a BTS?

—¿A quién?

—A…

Me interrumpió: —¡¿A quién le importa?! ¡Solo conduce!

Intentaba manejar lo más despacio posible. A esta hora el tránsito en Los Ángeles se volvía demasiado pesado, así que prefería tomármelo con calma. Observé la hora en mi teléfono. Eran casi las cinco de la tarde, por lo que todo andaba bien por ahora.

Manos sobre el volante y mirada al frente. No necesitaba más que esto.

El clima era demasiado agradable hoy. Atravesábamos el verano. Para esta época, las fuertes temperaturas te obligaban a trasportarte a la playa o a ir a esos resorts lujosos en donde podías pasar un día entero en las piscinas, pretendiendo ser rica. Al menos algo bueno me pasaba entre tanta desgracia.

Debía soportarlo. Solo debía aguantar lo más que pudiera, ya que lo menos que deseaba era arruinar mi currículo por un tipejo idiota como lo era mi engreído jefe.

—Necesito que agendes para mañana a primera hora una reunión con los nuevos inversionistas de la India —declaró, y miró su iPad—. También envíale flores a mi prometida. Mañana es nuestro aniversario… ¡Carajo!

Me sorprendió un poco.

—¡¿Qué sucede?! —Empujé con mi pie el acelerador.

—Maneja rápido. Mi cita con Carlotta… —Contempló su teléfono y maldijo—. Mi chef acaba de cancelar. Tú, bicho —mis manos apretaron el volante al oírlo dirigirse a mí tan despectivamente—, ¿sabes cocinar?

—¿Qué? ¿Por qué? —Lo miré una vez más por el espejo. Un tipo en una camioneta blanca se me atravesó al frente, así que necesitaba pasarlo lo más rápido posible y así evitar el siguiente semáforo en rojo.

—Necesito que cocines comida italiana para mi prometida y para mí esta noche.

—¡No voy a hacer eso!

—No es una solicitud, es una orden, señorita James.

—¡Soy una asistente, no una cocinera! —respondí sin quitarle la mirada por el retrovisor.

—¡Eres un jodido grano en el culo! Si no vas a cocinar, entonces lárgate de mi empresa.

—¡Que no es tu empresa, señor gruñón!

Los gritos por parte y parte llenaron el estrecho lugar.

—¿Cómo me acabas de llamar?

—¡Gruñón! ¡Gruñón! —me mofé de él, hasta que mi mandíbula comenzó a dolerme.

—¡Mira hacia el frente!

—¡No me grites! ¿Por qué me tienes que gritar? —Giré mi cabeza hacia él.

—¡Mierda! ¡Emilia, mira hacia el frente! ¡Carajo!

Y lo siguiente que sentí fue un fuerte golpe.

Acababa de estrellar un coche de ciento seis mil dólares, y lo peor era que la frente de mi jefe sangraba.

«¡Alguien que me mate ya!».

Al menos no tuve que cocinar hoy.

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