La pastilla de color azul

Capítulo 5

La pastilla de color azul

Mis dedos penetraron el cuero cabelludo de mi sedoso y castaño cabello mientras aniquilaba con la mirada al estúpido británico delante de mí. ¿De verdad iba a hacer esto ahora? ¿De verdad era tan gilipollas como para intentar atemorizarme delante de mi propio novio? Me alejé bruscamente de su agarre. No estaba dispuesta a seguir soportando más insultos esta noche, así que lo mejor por ahora era ponerle los pies sobre la tierra a este maldito canalla.

—¿Qué crees que haces? —Lo encaré y me coloqué a su par, aunque mi baja estatura de un metro con cincuenta y siete no me permitía verme más ruda de lo que necesitaba—. ¿Irme contigo a dónde? ¡Señor Walker, le recuerdo que el acoso sexual es un delito grave en nuestro país!

—¿De qué hablas? —Elijah miró hacia un costado y sus labios formaron una enorme sonrisa—. ¿Crees que me interesas de esta manera? ¡Buff! ¡Por favor, señorita James! Tengo gustos refinados.

—Señor —Negan usó un tono de voz de advertencia—, es casi la medianoche. ¿Para qué necesita a mi novia a esta hora? —«¡Eso, mi amor, marca tu territorio!»—. ¿Qué cree usted que llegaría a pensar algún reportero que lo vea con Emilia? Para usted será muy fácil desmentir o sencillamente no decir nada, pero para ella… —me escondió detrás de su enorme espalda bien formada gracias al gimnasio— sería difícil defenderse de todas las personas que la juzgarían sin conocerla.

Elijah y Negan se miraron cara a cara. Podía sentir la tensión del momento. Ambos mantenían sus espaldas erguidas, como una lucha de poder para ver quién sería el ganador. Sin embargo, estaba más que segura de que ninguno daría su brazo a torcer.

 —La señorita James es mi asistente. Tiene un contrato con mi compañía que estipula que debe cumplir cualquier necesidad que su jefe requiera.

—¿Necesidad? ¿Qué necesidad puede tener a esta hora?

—¿Le preocupa que tenga otras intenciones con su novia? —La enorme risa burlona que se escapaba de los labios del magnate me provocó náuseas—. Puede que para sus gustos exóticos Emilia sea maravillosa ante sus ojos, pero, créame, señor Griffin, no tendría estómago para tocarle así sea un mechón de cabello.

«¡Bastardo!».

Mis fosas nasales se ensancharon por la ira que había acumulado gracias a este pedazo de m****a, y aunque buscaba la manera de golpearlo, mi novio me separó de mi jefe con uno de sus brazos.

—¡No estoy en horario laboral, señor Walker! —Mis pies se colocaron en puntitas. ¡Por Dios!, jamás había notado la diferencia colosal entre él y yo. ¿Cuánto medía? ¿Dos metros? Necesitaba verme intimidante, pero, por obvias razones, no lo lograba para nada.

—Creo que no me has entendido, señorita James. —El empresario se alejó un poco de nosotros—. Tienes que venir a mí cada vez que yo lo pida. Has firmado un contrato de servicio exclusivo para mí. ¿Acaso no leíste la letra pequeña? ¿Así de estúpida y despistada eres? —Tecleó algo en su móvil para luego hacer sonar el mío—. Puede leer detenidamente la copia de lo que firmó hoy si no me cree.

Negan me arrebató el teléfono de la mano para después maldecir.

—Esto es abuso de poder, señor Walker. —Elijah asintió como si todo esto le causara gracia—. Emilia no es un objeto que pueda usar a su antojo. Ella ha hecho un excelente trabajo para su compañía, y si aún no me he involucrado en todo esto, es porque así lo desea mi novia. ¿Piensa que puede humillarla delante de mí solo por tener dinero? ¡Yo también lo tengo, señor! ¡Soy tan poderoso como usted lo es! —Su cuerpo comenzó a temblar.

Estaba enojado.

—¿Ya terminaste de comportarte como un niño? ¿Cuántos años tienes? ¿Veinte?

Corrí como pude para meterme en medio de ambos en el momento en que el pelinegro trataba de encarar al empresario. Elijah sonreía. Entretanto, mis ojos solo observaban a mi novio. Jamás lo había visto de este modo. Negan siempre fue una persona pacífica. A sus treinta y dos años era quien mantenía las cosas calmadas entre nosotros, pero comprendía que  lo había llevado hasta su límite.

¿Quién en su sano juicio permitiría que humillaran a su novia delante de él?

—Detente —escupí, y coloqué mis manos sobre los pechos de ambos.

«¡Mierda!».

Mis ojos se dirigieron hacia el magnate. Mis dedos sentían la dureza de su torso bien formado y caliente. Negué, porque no podía hacer esto ahora mismo. Tragué saliva cuando todos mis pensamientos volvieron a mi jefe.

—¿Qué creen que están haciendo ambos?

«¡Ya lo sé!».

Me veía ridícula en medio de los dos. Era demasiado pequeña para tratar de contener a semejantes colosales, pero al menos buscaba la manera de calmar las aguas por aquí.

—¿Puedes tranquilizar a tu chihuahua? —«Sí, señores, me acaba de llamar perro delante de todos». Me quita del medio de un solo tirón—. Vámonos, Emilia —ordenó.

—¡Eres mi jefe, no mi dueño! ¡No pretendo ir a ningún lado! —grité al sentir cómo me arrastraba del brazo. No obstante, mis pies se detuvieron en el momento en que el doctor que tenía como novio me sostuvo del brazo libre.

«¡Me van a partir a la mitad!».

—Ella no va a ningún lado —  aniquiló con la mirada al inversionista de su hospital.

—¿Quién lo dice? ¿Tú? —se burló.

—Emilia es mi novia.

El castaño bajó la cabeza.

—Pero yo soy su jefe.

«¡Me van a volver loca!».

—¡Tiempo! ¡Necesito tiempo! —exclamé al ver que ya se iban a dar en la madre—. No iré con ninguno de los dos.

—¿Qué? —entonaron al unísono.

—¿Qué les pasa a los dos? —Casi me ahogué por la falta de oxígeno en mi cuerpo—. ¡Soy una persona! ¡No soy tuya! —señalé al pelinegro —¡Ni tuya! —encaré a mi amado novio—. ¡Soy mía! ¡Siempre seré mía! Señor Walker —dirigí mis palabras hacia el vicepresidente de la compañía para la cual trabajaba—, nos vemos mañana en la empresa.

—¡Me estás desobedeciendo! —musitó alterado.

Conmigo se iba a estrellar contra esa pared.

—¿Te llevo a casa, amor? —Negué ante la pregunta de mi novio—. ¿Por qué?

—¡Aquí todos llevan por igual! Hasta que no se comporten, esto no va a funcionar.

¿Controlarme a mí? ¡Jamás!

¡Jamás debí comportarme como lo hice, y ahora me arrepentía!

Las asistentes de los demás empresarios que formaban la sociedad de Go Space me dejaban un exceso de documentos que ellas debían organizar para la entrega de la nueva campaña publicitaria de nuestra compañía. Sin embargo, a Elijah se le ocurrió la brillante y pésima idea de otorgarme todo ese trabajo a mí sola. Enterré la cabeza en mi escritorio. Mi cabello estaba alborotado por la forma tan salvaje en cómo había destrozado mi precioso peinado esta mañana ante semejante noticia salvaje.

Miré con odio la puerta de cristal que daba hacia la oficina del bastardo de Elijah Walker. Lo comprendía: ¡me estaba declarando la guerra!

El teléfono a mi lado comenzó a sonar sin detenerse, hasta que levanté la bocina de mala gana.

—¿Diga?

—Un café para ahora —dictó el vicepresidente.

—¿Cómo lo…? —Mis palabras fueron cortadas. ¡Me colgó antes de permitirme hablar!

«¡Lo odio! ¡Lo odio con toda mi alma!».

Apreté mi mandíbula con fuerza. Si por mí fuese, desde hacía mucho tiempo le hubiese puesto veneno a su estúpido expreso mañanero.

«¡Eso, Emilia! ¡Envenena a tu jefe y sé por fin libre!».

Negué cuando el sonido de la cafetera me informó que mi pedido estaba listo. A Elijah le encantaba el café un poco dulce, con notas de canela, pero hoy, por su orgullo, no me dijo nada. ¿Qué podía pasarme si le hacía algunas modificaciones? Caminé apresuradamente hacia su oficina. Mis dedos apretaron los bordes de la bandeja de planta en donde llevaba la taza humeante.

Mis piernas se sentían como gelatina.

Tenía que hacerlo.

¡Tenía que vengarme!

Apenas entré mis ojos se fijaron en un británico desliñado. El castaño firmaba una pila grande de papeles que se hallaban regados por todo su escritorio. Su cabello estaba alborotado, quizá por el estrés que él sentía ahora mismo.

«¡No lo hagas!», me gritaba ese lado bueno de mí.

«¡Te llamó chihuahua!», contraatacó mi lado diabólico, que deseaba asesinarlo con sus propias manos.

—Deja el café en esa bandeja —mandó sin levantar la mirada hacia mí—. Emilia —pronunció mi nombre, y dejó a un lado lo que hacía.

—¿Señor?

No me descubrió, ¿verdad?

«¡Mi corazón se va a salir!».

—¿Le enviaste flores a mi prometida?

—Sí, señor, junto a una joya de Tiffany por su aniversario con ella.

«¡Arrogante!».

Ni siquiera era capaz de elegir por él mismo un simple regalo para la mujer que decía amar.

—Bien. Reserva un restaurante lujoso y una habitación de hotel en el lugar de siempre.

¿Lugar de siempre? ¡Maldición! Como estaban las cosas entre nosotros, lo más probable era que me asesinara si trataba de preguntar cuál era el «lugar de siempre».

—¿Algo más, señor?

—Sí. —Dejó caer sus manos sobre el borde de su escritorio—. ¿Podrías pasarme mi medicamento para el golpe en la cabeza que recibí ayer por tu culpa?

«¡Respira! ¡No lo mates, no todavía!».

Caminé pausadamente hacia la maleta que me señaló, metí la mano sin mucho misterio y saqué una pastilla azul dentro de un pequeño frasco.

—Tráeme mi café también.

Sonreí.

«Voy a disfrutar tanto esto».

—Con gusto, señor.

Necesitaba controlarme si no quería que Elijah Walker se diera cuenta de mis planes.

—¡¿Qué m****a, Emilia?! —Tosió con fuerza—. ¿Qué tiene mi café? ¿Le echaste sal a esto?

Mis manos cubrieron mis labios como si todo fuese sorpresivo para mí.

—¿De verdad? Oh, no me di cuenta.

—¡Eres una tonta! —Se levantó de su asiento.

—¡No grites! ¡Si lo haces, la pastilla azul no tendrá efecto!

—¿Azul? ¡La pastilla es blanca!

—No, es de color azul.

Su rostro palideció.

—Sabes que tengo una reunión importante ahora con los filipinos, ¿cierto?

—¿Qué sucede, señor?

—Me acabas de dar viagra.

      

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