—¡Suéltame, maldito! —dijo Valentina, retorciéndose con todas sus fuerzas. Su mano libre se estrelló contra el rostro de Gustavo, un golpe seco que lo hizo tambalearse hacia atrás, aunque sin soltar su agarre.—¡Eres mía, te digo! —gruñó Gustavo, apretando aún más su brazo, sus ojos inyectados en ira—. No vas a volver con ese idiota.—¡Nunca! —replicó Valentina, pateándolo en la espinilla con fuerza. El dolor hizo que Gustavo aflojara momentáneamente su agarre, y ella aprovechó la oportunidad para liberarse.Retrocedió unos pasos, poniéndose en guardia, con la respiración agitada. —¡Aléjate de mí, Gustavo! No quiero nada contigo. Lo nuestro se acabó hace mucho tiempo.—¡Mientes! —gritó él, avanzando hacia ella con los puños cerrados—. En el fondo sabes que me amas. Ese idiota no te entiende. Yo sí.—Estás delirando —espetó Valentina, buscando desesperadamente una salida. La calle estaba desierta a esas horas. Tragó saliva y elevó la voz—. ¡Ayuda! ¡Alguien, ayúdeme!Gustavo se abalanzó
Las lágrimas comenzaron a brotar de los ojos de Valentina, esta vez no por el miedo o la rabia, sino por una profunda angustia y un remordimiento punzante. Richard, desconcertado por su repentino llanto, la abrazó con fuerza, acariciando su cabello.—¿Qué pasa, mi amor? ¿Qué te sucede? —preguntó Richard con voz suave, su preocupación palpable.Valentina se aferró a él, sollozando contra su pecho. —Tengo un problema... un problema muy grave, Richard. ¿Por qué...? ¿Por qué acepté a una persona como Gustavo en mi vida? ¿Por qué me dejé engañar por él tantas veces? ¡Casi te pierdo! ¡Casi destruyo lo que tenemos por mi culpa!Sus palabras eran entrecortadas por el llanto, la culpa la ahogaba. Se separó un poco para mirarlo a los ojos, las lágrimas resbalando por sus mejillas.—¿Qué me pasa, Richard? ¿Por qué fui tan ciega? ¿Por qué permití que ese hombre se interpusiera entre nosotros? No merezco tu amor... después de todo esto...Diciendo estas palabras, se aferró a él nuevamente, abrazán
El apartamento de Gustavo. La tensión en el aire es palpable. Estamos sentados en el sofá, pero la distancia entre nosotros parece insalvable. Sus palabras resuenan en mi cabeza, como un eco lejano y doloroso. "Tiempo", dice. "Necesitas tiempo". ¿Tiempo para qué? ¿Para que se desvanezca lo que sentimos? ¿Para que se enfríe el amor que creí eterno?Miro a Gustavo, buscando en sus ojos alguna señal de duda, de arrepentimiento. Pero solo veo preocupación, una preocupación que me duele más que la indiferencia. Se supone que nos vamos a casar. En unos meses.Él se acerca, intenta tomar mi mano, pero me aparto. No quiero su consuelo, no quiero su lástima. Quiero que me entienda, que me apoye. Pero él solo ve mi dolor, mi confusión. Y cree que la solución es alejarme, dejarlo todo atrás.—Valentina, cariño, tenemos que hablar.—Ya lo estamos haciendo, ¿no?—Sé que estás pasando por un momento difícil con lo del trabajo. Y me duele verte así.—¿Así cómo?—Desanimada, perdida. Necesitas un res
Con el corazón aun latiendofuerte por la reciente conversación con Gustavo y la llamada de mi jefe, tomé una decisión impulsiva. Villa Esperanza. Nueve horas de distancia, un viaje que nunca antes había considerado. Pero la frase de la postal resonaba en mi mente: "Donde los secretos duermen, la verdad espera". Necesitaba respuestas, y Villa Esperanza parecía ser el único lugar donde podía encontrarlas.Nunca había hecho un viaje tan incómodo, pero interesante. Nueve horas en autobús, un trayecto que se sintió eterno. El paisaje cambiaba lentamente, la ciudad dando paso a campos verdes y luego a colinas ondulantes. La soledad se apoderaba de mí, pero la determinación me mantenía firme.Al llegar al último pueblo antes de Villa Esperanza, descubrí que el acceso final era por lancha. Un pequeño muelle, el agua salpicando con fuerza, el olor a sal y a mar. La lancha, vieja y desgastada, parecía un símbolo de la aventura que estaba a punto de comenzar.El viaje en lancha fue aún más difí
El día siguiente amaneció con un sol radiante, pintando Villa Esperanza con una luz dorada. Después de un desayuno sencillo pero delicioso en el hotel, decidí explorar el pueblo a pie. Las calles estrechas y empedradas me llevaban a través de casas de colores vibrantes, jardines llenos de flores y pequeñas tiendas con encanto.Mientras caminaba, me encontré con Anselmo, quien parecía estar disfrutando de un paseo matutino. Su sonrisa cálida me invitó a unirme a él, y pronto estábamos conversando sobre la vida cotidiana en Villa Esperanza. Me habló de las tradiciones del pueblo, de los pescadores que salían al mar al amanecer y de las fiestas que animaban las noches de verano.En medio de la conversación, sentí que era el momento de compartir mi historia.—Anselmo, hay algo que quiero contarte —dije, deteniéndome para mirarlo a los ojos—. La razón por la que vine a Villa Esperanza... no fue solo por un cambio de aires.—¿No? —preguntó, con curiosidad.—Encontré una postal de este lugar
La curiosidad me carcomía. A pesar de mi escepticismo, no podía ignorar la extraña coincidencia de la llave. "¿Y si Anselmo tiene razón?", pensé, sintiendo un escalofrío. "No pierdo nada con investigar".Comencé a buscar la llave, explorando los alrededores del árbol donde Anselmo había estado sentado. La encontré lejos de donde el estaba, lo cual me hizo pensar que él simplemente la puso allí, y así hacerme creer que tuvo un sueño. "Que viejito más raro", pensé. "Como si no tuviera nada mejor que hacer". Aun así, ya tenía la llave en mis manos.La llave era vieja y oxidada, con un aire misterioso. La examiné con detenimiento, preguntándome qué secretos podría ocultar. "¿Dónde estará el faro?", me pregunté, mirando hacia el horizonte.Pregunté a algunas personas en el pueblo, y me indicaron un sendero que conducía a la costa rocosa. El faro se alzaba majestuoso en la distancia, una torre de piedra gris que parecía desafiar al tiempo.Cuando estaba preguntando a las personas de la vill
La cafetería donde trabaja Irene. Valentina se acerca a la barra, donde Irene está limpiando tazas.Valentina Intrigada por el misterio de Esmeralda.—Hola, Irene. ¿Tienes un momento?—Claro, Valentina. ¿Qué te trae por aquí?—Necesito tu ayuda con algo.—Dime.—Ayer, Richard y yo fuimos al faro. Encontramos una caja de madera con un nombre escrito en ella: Esmeralda. ¿Te suena de algo?Irene frunce el ceño, pensativa.—Esmeralda... No, no me suena. Pero es un nombre bonito.—Es extraño. No sabemos quién es. Y la caja estaba escondida en un compartimento secreto del faro.—¿Un compartimento secreto? Esto se pone interesante.—Sí. Y creo que Esmeralda tiene algo que ver con el misterio de Villa Esperanza.—¿Por qué lo dices?—No lo sé. Es solo una corazonada.—Bueno, si quieres que te ayude a investigar, cuenta conmigo.—¿En serio?—Claro que sí. Me encantan los misterios.—Gracias, Irene. Eres una gran ayuda.—De nada. ¿Por dónde empezamos?—No lo sé. ¿Conoces a alguien en el pueblo q
—¿Ir juntos esta noche a la iglesia? —preguntó Richard, con el ceño fruncido por la preocupación—. ¿Estás segura de que es una buena idea, Valentina? Lo que dijo tu amigo Anselmo suena... inquietante.—Precisamente por eso, Richard —respondí, sintiendo una mezcla de miedo y excitación—. Necesitamos saber qué está pasando. Si las campanas van a sonar solas en una iglesia vacía, algo extraño ocurre aquí.—Pero, ¿cómo vamos a entrar? —preguntó, mirando hacia la iglesia que se alzaba imponente en la distancia—. Seguro que estará cerrada con llave.Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.—No te preocupes por eso —dijo Richard, con un brillo travieso en los ojos—. Cuando era niño, solía colarme en la iglesia todo el tiempo. Sé de una puerta trasera en el jardín que siempre estaba un poco suelta. Nadie la vigilaba.—¿En serio? —pregunté, sorprendida—. ¿Te colabas en la iglesia? ¿Para qué?Richard se encogió de hombros, con una sonrisa nostálgica.—Curiosidad de niño, supongo. A veces ju