—¿Ir juntos esta noche a la iglesia? —preguntó Richard, con el ceño fruncido por la preocupación—. ¿Estás segura de que es una buena idea, Valentina? Lo que dijo tu amigo Anselmo suena... inquietante.
—Precisamente por eso, Richard —respondí, sintiendo una mezcla de miedo y excitación—. Necesitamos saber qué está pasando. Si las campanas van a sonar solas en una iglesia vacía, algo extraño ocurre aquí.
—Pero, ¿cómo vamos a entrar? —preguntó, mirando hacia la iglesia que se alzaba imponente en la distancia—. Seguro que estará cerrada con llave.
Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.
—No te preocupes por eso —dijo Richard, con un brillo travieso en los ojos—. Cuando era niño, solía colarme en la iglesia todo el tiempo. Sé de una puerta trasera en el jardín que siempre estaba un poco suelta. Nadie la vigilaba.
—¿En serio? —pregunté, sorprendida—. ¿Te colabas en la iglesia? ¿Para qué?
Richard se encogió de hombros, con una sonrisa nostálgica.
—Curiosidad de niño, supongo. A veces jugábamos a las escondidas allí con mis amigos. Era un lugar misterioso y silencioso, perfecto para eso.
—¿Y crees que esa puerta seguirá abierta? —pregunté, con una pizca de escepticismo.
—No lo sé con certeza —admitió Richard—. Pero vale la pena intentarlo, ¿no crees? Es nuestra mejor oportunidad de entrar sin que nadie nos vea.
Asentí, sintiendo que la adrenalina comenzaba a correr por mis venas. La idea de colarnos en la iglesia en medio de la noche, siguiendo una pista de un sueño misterioso, era a la vez aterradora y emocionante.
—Está bien, Richard —dije, con determinación—. Vamos a la iglesia esta noche. Pero ten cuidado. Si Anselmo tiene razón, podríamos encontrarnos con algo... inesperado.
—Tenlo por seguro —respondió Richard, con una mirada seria—. Estaré a tu lado, Valentina. Pase lo que pase.
Decidimos separarnos para no levantar sospechas y acordamos encontrarnos en la puerta trasera de la iglesia alrededor de las siete de la noche, justo cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las colinas.
De vuelta en mi habitación del hotel, mientras me arreglaba para salir, un escalofrío me recorrió la espalda al pensar en lo que podríamos encontrar en la iglesia. Justo cuando terminaba de ponerme una chaqueta oscura, mi teléfono sonó. Era Gustavo.
—Mi amor, ¿cómo has estado? —dijo su voz al otro lado de la línea.
—Bien, todo bien —respondí, tratando de sonar lo más normal posible, aunque su llamada me había tomado por sorpresa.
—¿Por qué suenas como si estuvieras disgustada por mi llamada? —preguntó, con un tono de preocupación en su voz.
—No es nada, Gustavo —mentí—. Solo que tengo que salir en este momento.
—¿De noche? —preguntó, con incredulidad—. ¿A dónde vas tan tarde?
—Estoy investigando algo en la villa —expliqué, tratando de ser vaga—. Algo que me tiene intrigada.
—¿Y vas sola? —preguntó, con un tono de alarma en su voz.
—No —respondí rápidamente—. Voy con un amigo.
Un silencio incómodo se extendió por la línea. Sentí la punzada de culpa por no ser completamente honesta con él, pero no podía contarle sobre los sueños de Anselmo y mi extraña investigación. No me creería.
—¿Un amigo? —repitió Gustavo, con un tono de voz que no pude descifrar—. ¿Qué clase de amigo?
—Solo un amigo del pueblo —dije, tratando de sonar despreocupada—. No te preocupes, Gustavo. Estaré bien. Te llamo mañana.
—Valentina... —comenzó a decir, pero lo interrumpí suavemente.
—Tengo que irme, mi amor. Te quiero.
Colgué el teléfono antes de que pudiera decir algo más. Sentí un nudo en el estómago. Sabía que Gustavo estaba preocupado, y mi falta de transparencia no ayudaba en nada. Pero en ese momento, mi curiosidad y mi necesidad de respuestas eran más fuertes que mi culpa. Tenía que ir a esa iglesia. Tenía que descubrir qué significaban las campanas que sonaban en la oscuridad. Y Richard me esperaba.
Llegué al punto de encuentro acordado, la puerta trasera de la iglesia, pero Richard aún no estaba allí. La penumbra comenzaba a envolver el pequeño jardín descuidado, y la silueta imponente del templo se alzaba contra el cielo crepuscular, infundiendo al ambiente una sensación de misterio y ligera inquietud. Me quedé parada, observando las sombras alargarse y escuchando el suave susurro del viento entre los árboles.
De repente, una voz grave, casi espectral, susurró justo en mi oído: "Buscando algo, Valentina?".
Pegué un grito ahogado, llevándome una mano al pecho. Mi corazón latía a mil por hora, y por una fracción de segundo, la imagen de un fantasma surgió en mi mente.
—¡Bu! —volvió a decir la voz, esta vez más cerca, y una risa contenida la acompañó.
Me giré de golpe y vi a Richard, apoyado contra un muro, con una sonrisa traviesa iluminando su rostro.
—¡Hay, Richard! ¡Me asustaste! —exclamé, con el corazón aún latiendo con fuerza.
Él se echó a reír, con esa picardía que a veces me exasperaba y otras... bueno, otras me resultaba intrigante. En ese momento, mientras su risa resonaba suavemente en el silencio y se alisaba el cabello castaño con los dedos, en un gesto despreocupado, lo vi de una forma diferente. La tenue luz de la luna que se filtraba entre las ramas resaltaba sus facciones, y por primera vez, me pareció increíblemente guapo. Su sonrisa juguetona ya no me molestaba tanto; de hecho, sentí una punzada cálida, casi dulce, en el pecho al observarlo.
—Vamos —me dijo Richard, su voz ahora más suave, después de su pequeña broma. Extendió su mano y, sin dudarlo, la tomé. Su tacto era cálido y firme, y una corriente eléctrica pareció recorrer mi brazo al entrelazar nuestros dedos.
—Te enseñaré dónde queda la puerta secreta —añadió, guiándome con suavidad a través de la maleza del jardín que rodeaba la iglesia. La oscuridad se había intensificado, y la tenue luz de la luna apenas alcanzaba a iluminar nuestro camino. Sentía su mano sujetando la mía con firmeza, y esa simple acción me transmitía una extraña sensación de seguridad en medio de la creciente inquietud que me embargaba ante la idea de entrar en la iglesia a esas horas.
Caminamos en silencio por un sendero apenas visible, rodeando la imponente estructura de piedra. Richard parecía conocer bien el terreno, moviéndose con confianza entre los arbustos y las sombras. Finalmente, nos detuvimos ante una sección de la pared cubierta de hiedra.
—Aquí es —susurró Richard, señalando un punto específico entre las hojas—. Detrás de esta hiedra hay una pequeña puerta. Siempre estaba un poco desvencijada.
Con cuidado, apartó las ramas y las hojas, revelando una puerta de madera oscura, casi camuflada por la vegetación. Efectivamente, parecía antigua y ligeramente desencajada en uno de sus lados.
—¿Crees que podremos abrirla? —pregunté, sintiendo un nudo de expectación en el estómago.
—Solo hay una forma de saberlo —respondió Richard, soltando mi mano para intentar mover la puerta.
Richard forcejeó un poco con la puerta, que chirrió con un sonido lúgubre al ceder finalmente. Con un suave empujón, la abrió lo suficiente como para que pudiéramos colarnos en el interior. El aire dentro era frío y olía a humedad y a madera vieja.
—¿Vamos a la torre? —pregunté en un susurro, aunque en realidad recordaba perfectamente que Anselmo solo había mencionado la iglesia, no específicamente la torre de las campanas. Era una excusa para mantenernos juntos y explorar el lugar.
Richard se detuvo un momento, mirando a su alrededor en la penumbra del interior.
—Ahora que lo pienso... tienes razón —dijo, con un tono pensativo—. Anselmo solo dijo que debíamos estar en la iglesia cuando repiquen las campanas. No mencionó la torre.
—Exacto —confirmé, sintiéndome un poco avergonzada por mi intento de dirigirnos a la torre, pero aliviada de que Richard no pareciera darse cuenta de mi pequeña manipulación.
—Entonces, supongo que deberíamos quedarnos aquí abajo y esperar —dijo Richard, con un encogimiento de hombros—. No sé tú, pero no me apetece subir esas escaleras de caracol en la oscuridad sin saber qué vamos a encontrar.
Asentí rápidamente, aliviada de que sugiriera exactamente lo que yo quería.
—Me parece perfecto —susurré—. Busquemos un lugar donde podamos esperar sin que nos vean.
Richard y yo nos habíamos agachado detrás de unas pesadas cortinas de terciopelo que cubrían una de las ventanas laterales de la iglesia. La oscuridad era casi total, solo interrumpida por las débiles rendijas de luz que se filtraban entre las gruesas telas. El silencio era denso, roto únicamente por nuestros suaves suspiros y el ocasional crujido de la madera del viejo edificio.En ese reducido espacio, escondidos del mundo exterior, sentí la cercanía de su cuerpo al mío. Su hombro rozaba mi brazo, y nuestras rodillas casi se tocaban. Podía percibir el calor que emanaba de él, un calor reconfortante en la frialdad del ambiente. Su respiración era apenas audible, pero la sentía cerca, casi como un suave aliento en mi nuca.La tensión en el aire era palpable, una mezcla de expectación por lo que pudiera suceder y una creciente conciencia de la presencia del otro. En la oscuridad, mis otros sentidos se agudizaron. Percibía el ligero aroma a tierra húmeda y a incienso viejo que emanaba d
—Richard —dije, la urgencia marcando cada sílaba—, tenemos que ir a buscar a esa mujer. A la Vieja Elara.Richard, que estaba terminando su café con una expresión pensativa, levantó la vista.—¿Ahora? ¿Estás segura, Valentina? Irene dijo que vive apartada...—Sí, estoy segura —afirmé, mi determinación firme—. Ella podría tener las respuestas que necesitamos sobre Esperanza. No podemos perder tiempo. ¿Vendrás conmigo?Una vacilación cruzó su rostro, pero su preocupación por mí y la creciente intriga en sus ojos terminaron por decidirlo.—Está bien —dijo, levantándose—. Vamos.Salimos de la cafetería y preguntamos a un par de pescadores en el puerto por el sendero que bordeaba la costa norte hacia la cabaña de Elara. Nos indicaron un camino estrecho que serpenteaba entre la maleza, alejándose de las coloridas casas del pueblo.A medida que nos adentrábamos en el sendero, el paisaje comenzó a transformarse. Dejamos atrás el bullicio del puerto y nos internamos en una zona más rebelde, do
Cuando Richard tocó la puerta, el sonido resonó en el silencio de la tarde, un golpe seco y hueco que pareció reverberar en el interior de la cabaña. Pasaron unos segundos de tensa espera, y entonces, la puerta se abrió lentamente, revelando la figura de la Vieja Elara.Era una mujer de una edad indeterminada, con el rostro surcado por profundas arrugas que contaban la historia de una vida larga y solitaria. Sus ojos, opacos y nublados, indicaban su ceguera, pero su mirada parecía penetrar más allá de la visión física, como si pudiera ver el mundo a través de otros sentidos.Elara no nos dio una bienvenida cálida. Su postura era erguida, casi rígida, y su expresión, aunque no hostil, era distante y reservada. No nos invitó a entrar, ni nos preguntó nuestros nombres. Simplemente se quedó allí, en el umbral de la puerta, observándonos con sus ojos ciegos, como si estuviera evaluando nuestra presencia.A pesar de su ceguera, Cuando habló, su voz era fuerte y clara, sin rastro de debilid
Al llegar a la cafetería a la mañana siguiente, el bullicio habitual del local parecía atenuado para mí. Mis pensamientos aún vagan entre el casi beso con Richard bajo la luz de la luna y la misteriosa aparición de su abuelo. Al entrar, mi mirada recorrió el espacio buscando a Irene, pero se detuvo en una figura familiar sentada en una de las mesas junto a la ventana: Anselmo. Richard, que acababa de entrar a la cafetería y había visto a Valentina llegar, se acercó a ella con una sonrisa. Juntos, se dirigieron a la mesa donde Anselmo estaba sentado, sintiendo la curiosidad picotearles por dentro.—Buenos días, Anselmo —saludó Richard, acercando una silla para Valentina.—Buenos días —añadió Valentina, sentándose frente al anciano—. Estábamos pensando en lo que nos dijiste sobre...—¿La Vieja Elara? —interrumpió Anselmo, su mirada fija en Valentina con una intensidad penetrante—. Ah, la que vive en la costa. Una mujer peculiar, sin duda.Hizo una pausa, tomando un sorbo lento de su caf
El camino de vuelta hacia la costa norte se sintió diferente esta vez. La conversación fluía con más ligereza entre Richard y yo, dejando atrás la tensión de la noche anterior y la breve interrupción de Anselmo. La idea de encontrar una pieza tangible del misterio, la mitad de una fotografía, nos llenaba de una renovada energía.Seguimos el sendero que ya conocíamos, el sonido del mar guiándonos. Richard, con su agilidad, iba apartando las ramas y señalando los tramos más complicados. Yo, aunque más cautelosa, me sentía impulsada por la promesa de la fotografía.Cuando llegamos a la zona donde Irene nos había indicado la ubicación aproximada de la cabaña de Elara, comenzamos a buscar alguna señal de una cueva cercana. Richard, con su espíritu aventurero, se adentró entre la maleza, explorando pequeñas grietas y formaciones rocosas.—¡Valentina, mira esto! —exclamó al cabo de un rato, señalando una abertura estrecha y oscura, casi oculta por la vegetación. Parecía la entrada a una pequ
Cuando Elara nos invitó a pasar a su cabaña, la imagen que tenía en mente se desvaneció al cruzar el umbral. Desde fuera, parecía una humilde morada de pescador, desgastada por el salitre y el viento. Sin embargo, el interior no era la oscuridad desordenada que esperaba encontrar en la casa de una anciana ciega que vivía sola.Una sorprendente pulcritud reinaba en el pequeño espacio. Los pocos muebles de madera oscura brillaban con un lustre cuidado, y el suelo de tierra batida parecía recién barrido. Un aroma cálido y reconfortante a hierbas secas y madera quemada flotaba en el aire, en contraste con el frío húmedo del exterior.La cabaña de Elara no era solo un refugio; era un espacio habitado con atención y cuidado, un santuario que reflejaba una calma interior inesperada en medio de la soledad. La atmósfera, lejos de ser lúgubre, era casi... serena, como si el tiempo se moviera a un ritmo diferente dentro de sus paredes. Este inesperado orden y calidez me hicieron sentir una punza
Elara, tras levantarse y dirigirse al rincón oscuro, regresó con el pequeño cofre de madera entre sus manos. Lo depositó con cuidado sobre la mesa baja, el sonido apagado de la madera resonando en el silencio de la cabaña. Con movimientos lentos y deliberados, abrió la tapa.Dentro, sobre un lecho de tela descolorida, reposaban varios objetos antiguos: un rosario de cuentas gastadas, una pequeña llave de hierro oxidado, un mechón de cabello envuelto en una cinta deshilachada y, justo en el centro, una medalla de plata ligeramente empañada.Mientras Elara revolvía los objetos con sus dedos sensibles, la medalla captó la tenue luz de las velas, emitiendo un breve destello plateado. Richard, que había estado observando con curiosidad, se inclinó hacia adelante, su respiración contenida. Había algo en ese pequeño objeto que le resultaba extrañamente familiar, una punzada de un recuerdo lejano, casi olvidado.Sus ojos se entrecerraron, tratando de enfocar la imagen borrosa que danzaba en l
—Elara, antes le mostré la mitad de esta fotografía que encontramos en la cueva. Como puede sentir, está rota justo por la mitad, a la altura del torso. No podemos ver el rostro de la persona que aparece en ella, lo cual nos dificulta mucho saber quién es Esperanza realmente.—Sí, una herida en el tiempo, una imagen incompleta. A veces, lo que falta habla más fuerte que lo que se muestra. (Toca con suavidad los bordes rasgados de la fotografía)Sí... esa era una imagen... significativa para alguien que conocí hace mucho tiempo. Alguien muy cercano a Esperanza. (Lentamente, asiente con la cabeza, una expresión pensativa surcando su rostro arrugado) La respuesta que buscan... está justo ahí, en ese pedazo de recuerdo.Ante las palabras de Elara, una nueva oleada de determinación invadió a Valentina. Si la clave estaba en la fotografía, necesitaba examinarla con más detenimiento.Rápidamente, Valentina buscó en su bolso hasta encontrar una pequeña lupa que siempre llevaba consigo. Con ma