La frustración era palpable en Richard y Anselmo. Regresar al faro con la esperanza de encontrar la misteriosa caja de Esmeralda, solo para descubrir su desaparición, era un duro golpe a sus expectativas.—No entiendo —murmuró Richard, pasando una mano por su cabello con exasperación—. Estaba aquí, lo vi con mis propios ojos. ¿Quién más sabría de ella?Anselmo examinaba el suelo con detenimiento. — Hay marcas de arrastre, si hay señales de que alguien haya estado escarbando. La caja simplemente... no está.Richard rodeó el pequeño espacio donde recordaba haber encontrado la caja, su ceño fruncido en señal de concentración. —¿Recuerda exactamente dónde estaba? ¿Algún detalle que pueda ayudarnos a ubicarla de nuevo?Richard señaló un hueco entre dos rocas, cerca de la base del faro. —Sí, justo ahí. Estaba medio oculta, pero se veía claramente la madera.Exploraron cada rincón cercano, moviendo piedras y apartando la arena, pero la caja de Esmeralda parecía haberse esfumado sin dejar ras
A la mañana siguiente, la atmósfera en la casa de Elara era más tranquila, aunque aún marcada por la reciente tensión. Magaly, Valentina y Elara estaban reunidas en la sala, conversando en voz baja sobre los extraños descubrimientos en la iglesia y la misteriosa llave. Valentina, aunque aún convaleciente, participaba activamente en la conversación, su mente trabajando para desentrañar el significado de cada hallazgo.En ese preciso instante, el teléfono de Valentina comenzó a sonar, sobresaltándolas a las tres. Al ver el identificador de llamadas, el rostro de Valentina palideció. Era Gustavo.Un silencio tenso invadió la habitación mientras Valentina dudaba si contestar. Magaly y Elara la miraban con preocupación, conscientes del peligro que Gustavo representaba. Finalmente, con una mezcla de temor y una necesidad apremiante de saber qué quería, Valentina deslizó el dedo por la pantalla y contestó la llamada.—¿Gustavo? —dijo con voz cautelosa, intentando ocultar el temblor en su ton
Gustavo se levantó al ver a Valentina acercarse, su rostro mostrando una mezcla de alivio y nerviosismo. Lucía demacrado, con ojeras profundas y una barba incipiente que le daba un aspecto descuidado.—Valentina... gracias por venir —dijo, su voz ligeramente temblorosa mientras señalaba la silla frente a él.Valentina tomó asiento sin apartar la mirada de Gustavo. Su expresión era seria, desprovista de cualquier rastro de afecto. —Dijiste que tenías algo importante que decirme. No tengo mucho tiempo.Gustavo suspiró, pasando una mano por su cabello. —Lo sé. Y agradezco que me des esta oportunidad. Sé que lo que hice fue terrible, imperdonable. Estaba desesperado, Valentina. Estaba perdiendo todo.—Eso no justifica lo que hiciste —replicó Valentina con firmeza—. Pusiste mi vida en peligro.—Lo sé —insistió Gustavo—. Y me arrepiento cada segundo. Pero necesito que entiendas que no fui el único detrás de todo esto. Había más personas involucradas. Personas peligrosas.Valentina entrecerr
El apartamento de Gustavo. La tensión en el aire es palpable. Estamos sentados en el sofá, pero la distancia entre nosotros parece insalvable. Sus palabras resuenan en mi cabeza, como un eco lejano y doloroso. "Tiempo", dice. "Necesitas tiempo". ¿Tiempo para qué? ¿Para que se desvanezca lo que sentimos? ¿Para que se enfríe el amor que creí eterno?Miro a Gustavo, buscando en sus ojos alguna señal de duda, de arrepentimiento. Pero solo veo preocupación, una preocupación que me duele más que la indiferencia. Se supone que nos vamos a casar. En unos meses.Él se acerca, intenta tomar mi mano, pero me aparto. No quiero su consuelo, no quiero su lástima. Quiero que me entienda, que me apoye. Pero él solo ve mi dolor, mi confusión. Y cree que la solución es alejarme, dejarlo todo atrás.—Valentina, cariño, tenemos que hablar.—Ya lo estamos haciendo, ¿no?—Sé que estás pasando por un momento difícil con lo del trabajo. Y me duele verte así.—¿Así cómo?—Desanimada, perdida. Necesitas un res
Con el corazón aun latiendofuerte por la reciente conversación con Gustavo y la llamada de mi jefe, tomé una decisión impulsiva. Villa Esperanza. Nueve horas de distancia, un viaje que nunca antes había considerado. Pero la frase de la postal resonaba en mi mente: "Donde los secretos duermen, la verdad espera". Necesitaba respuestas, y Villa Esperanza parecía ser el único lugar donde podía encontrarlas.Nunca había hecho un viaje tan incómodo, pero interesante. Nueve horas en autobús, un trayecto que se sintió eterno. El paisaje cambiaba lentamente, la ciudad dando paso a campos verdes y luego a colinas ondulantes. La soledad se apoderaba de mí, pero la determinación me mantenía firme.Al llegar al último pueblo antes de Villa Esperanza, descubrí que el acceso final era por lancha. Un pequeño muelle, el agua salpicando con fuerza, el olor a sal y a mar. La lancha, vieja y desgastada, parecía un símbolo de la aventura que estaba a punto de comenzar.El viaje en lancha fue aún más difí
El día siguiente amaneció con un sol radiante, pintando Villa Esperanza con una luz dorada. Después de un desayuno sencillo pero delicioso en el hotel, decidí explorar el pueblo a pie. Las calles estrechas y empedradas me llevaban a través de casas de colores vibrantes, jardines llenos de flores y pequeñas tiendas con encanto.Mientras caminaba, me encontré con Anselmo, quien parecía estar disfrutando de un paseo matutino. Su sonrisa cálida me invitó a unirme a él, y pronto estábamos conversando sobre la vida cotidiana en Villa Esperanza. Me habló de las tradiciones del pueblo, de los pescadores que salían al mar al amanecer y de las fiestas que animaban las noches de verano.En medio de la conversación, sentí que era el momento de compartir mi historia.—Anselmo, hay algo que quiero contarte —dije, deteniéndome para mirarlo a los ojos—. La razón por la que vine a Villa Esperanza... no fue solo por un cambio de aires.—¿No? —preguntó, con curiosidad.—Encontré una postal de este lugar
La curiosidad me carcomía. A pesar de mi escepticismo, no podía ignorar la extraña coincidencia de la llave. "¿Y si Anselmo tiene razón?", pensé, sintiendo un escalofrío. "No pierdo nada con investigar".Comencé a buscar la llave, explorando los alrededores del árbol donde Anselmo había estado sentado. La encontré lejos de donde el estaba, lo cual me hizo pensar que él simplemente la puso allí, y así hacerme creer que tuvo un sueño. "Que viejito más raro", pensé. "Como si no tuviera nada mejor que hacer". Aun así, ya tenía la llave en mis manos.La llave era vieja y oxidada, con un aire misterioso. La examiné con detenimiento, preguntándome qué secretos podría ocultar. "¿Dónde estará el faro?", me pregunté, mirando hacia el horizonte.Pregunté a algunas personas en el pueblo, y me indicaron un sendero que conducía a la costa rocosa. El faro se alzaba majestuoso en la distancia, una torre de piedra gris que parecía desafiar al tiempo.Cuando estaba preguntando a las personas de la vill
La cafetería donde trabaja Irene. Valentina se acerca a la barra, donde Irene está limpiando tazas.Valentina Intrigada por el misterio de Esmeralda.—Hola, Irene. ¿Tienes un momento?—Claro, Valentina. ¿Qué te trae por aquí?—Necesito tu ayuda con algo.—Dime.—Ayer, Richard y yo fuimos al faro. Encontramos una caja de madera con un nombre escrito en ella: Esmeralda. ¿Te suena de algo?Irene frunce el ceño, pensativa.—Esmeralda... No, no me suena. Pero es un nombre bonito.—Es extraño. No sabemos quién es. Y la caja estaba escondida en un compartimento secreto del faro.—¿Un compartimento secreto? Esto se pone interesante.—Sí. Y creo que Esmeralda tiene algo que ver con el misterio de Villa Esperanza.—¿Por qué lo dices?—No lo sé. Es solo una corazonada.—Bueno, si quieres que te ayude a investigar, cuenta conmigo.—¿En serio?—Claro que sí. Me encantan los misterios.—Gracias, Irene. Eres una gran ayuda.—De nada. ¿Por dónde empezamos?—No lo sé. ¿Conoces a alguien en el pueblo q