La cafetería donde trabaja Irene. Valentina se acerca a la barra, donde Irene está limpiando tazas.
Valentina Intrigada por el misterio de Esmeralda.
—Hola, Irene. ¿Tienes un momento?
—Claro, Valentina. ¿Qué te trae por aquí?
—Necesito tu ayuda con algo.
—Dime.
—Ayer, Richard y yo fuimos al faro. Encontramos una caja de madera con un nombre escrito en ella: Esmeralda. ¿Te suena de algo?
Irene frunce el ceño, pensativa.
—Esmeralda... No, no me suena. Pero es un nombre bonito.
—Es extraño. No sabemos quién es. Y la caja estaba escondida en un compartimento secreto del faro.
—¿Un compartimento secreto? Esto se pone interesante.
—Sí. Y creo que Esmeralda tiene algo que ver con el misterio de Villa Esperanza.
—¿Por qué lo dices?
—No lo sé. Es solo una corazonada.
—Bueno, si quieres que te ayude a investigar, cuenta conmigo.
—¿En serio?
—Claro que sí. Me encantan los misterios.
—Gracias, Irene. Eres una gran ayuda.
—De nada. ¿Por dónde empezamos?
—No lo sé. ¿Conoces a alguien en el pueblo que pueda saber algo sobre Esmeralda?
—Déjame pensarlo. Hay algunas personas mayores que han vivido aquí toda su vida. Tal vez ellos sepan algo.
—Genial. ¿Podrías preguntarles?
—Claro que sí. Lo haré mañana.
—Gracias, Irene. Eres la mejor.
—No es nada. Me gusta ayudar a mis amigos.
Valentina sonríe, agradecida.
Mientras Valentina estaba absorta en su conversación con Irene, Richard entró en la cafetería. Al ver a Valentina, una sonrisa iluminó su rostro.
—Hola, amiga de aventuras —dijo Richard, con un tono pícaro.
Valentina se alegró de verlo, pero intentó disimular su entusiasmo.
—Hola, Richard —respondió, con una sonrisa casual—. ¿Qué te trae por aquí?
—Solo pasaba a saludar —dijo Richard, sentándose en el taburete junto a Valentina—. ¿Qué están tramando?
—Estábamos hablando de Esmeralda —dijo Valentina, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
—¿Esmeralda? —repitió Richard, con curiosidad—. ¿Alguna novedad?
—Aún no —dijo Valentina—. Pero Irene se ha ofrecido a ayudarnos a investigar.
—Eso es genial —dijo Richard, mirando a Irene con una sonrisa—. Gracias, Irene.
—No hay de qué —dijo Irene, con una sonrisa—. Me encanta ayudar a mis amigos.
Sentí una punzada de celos al ver la sonrisa de Richard dirigida a Irene. Era una sonrisa cálida, genuina, y por un momento, me sentí excluida, como si estuviera viendo una escena que no me correspondía presenciar. ¿Estaba empezando a sentir algo por él? La idea me tomó por sorpresa, pero no podía negar la atracción que sentía. Su amabilidad, su valentía, su sentido del humor... todo en él me resultaba irresistible.
Intenté ignorar mis sentimientos y concentrarme en la conversación. No quería que Richard notara mi interés, no quería arruinar nuestra incipiente amistad. Pero era difícil, muy difícil. Cada vez que me miraba, cada vez que me hablaba, sentía un vuelco en el estómago. ¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué me sentía así?
Sabía que no era el momento de pensar en el amor. Tenía que concentrarme en el misterio de Esmeralda, en el faro, en los secretos de Villa Esperanza. Pero la imagen de Richard sonriendo a Irene seguía rondando mi mente, como un recordatorio constante de mis propios sentimientos.
—¿Y tú, Richard? —preguntó Valentina—. ¿Has descubierto algo nuevo?
—No mucho —respondió Richard—. Pero he estado pensando en lo que encontramos en el faro.
—¿Y qué has pensado? —preguntó Valentina, sintiendo que su curiosidad se despertaba.
—Creo que Esmeralda tiene algo que ver con el pasado de Villa Esperanza —dijo Richard, con un tono pensativo—. Tal vez era alguien importante en el pueblo.
—Eso tiene sentido —dijo Valentina—. Pero, ¿por qué su nombre estaría escondido en el faro?
—No lo sé —respondió Richard—. Pero estoy seguro de que hay una razón.
La conversación se interrumpió cuando un cliente se acercó a la barra para pedir una bebida. Irene se levantó para atenderlo, dejando a Valentina y Richard solos.
—¿Qué te parece si damos un paseo por el pueblo? —sugirió Richard—. Tal vez encontremos alguna pista.
—Me parece bien —respondió Valentina, sintiendo que su corazón latía con fuerza.
Salieron de la cafetería y comenzaron a caminar por las calles de Villa Esperanza. El sol brillaba en lo alto, y el pueblo estaba lleno de vida. Valentina se sentía feliz de estar con Richard, pero también sentía una punzada de preocupación. ¿Qué pasaría si descubrían la verdad sobre Esmeralda? ¿Qué secretos ocultaba Villa Esperanza?
Mientras disfrutábamos de la vista, una voz familiar nos interrumpió.
—¡Abuelo! —exclamó Richard, con una sonrisa.
Me giré y vi a Anselmo acercándose, con su habitual sonrisa enigmática.
—Vaya, vaya, qué sorpresa —dijo Anselmo, mirándonos a ambos—. Ustedes dos juntos.
—Anselmo, ¿qué haces aquí? —pregunté, sintiendo un escalofrío.
—Vine a dar un paseo —respondió, con un tono casual—. ¿Y ustedes?
—Estábamos disfrutando de la vista —dije, sintiendo que la tensión aumentaba.
—Es un lugar hermoso —dijo Anselmo, mirando hacia el horizonte—. Pero también guarda muchos secretos.
—¿Secretos? —pregunté, sintiendo que mi curiosidad se despertaba.
—Sí, secretos —dijo Anselmo, con una mirada penetrante—. Secretos que algunos prefieren mantener ocultos.
—¿Como cuáles? —pregunté, sintiendo que mi voz temblaba.
—Eso tendrán que descubrirlo ustedes mismos —dijo Anselmo, con una sonrisa misteriosa.
—Anselmo, ¿cómo conoces a Richard? —pregunté, sintiendo que necesitaba respuestas.
Anselmo sonrió, como si esperara esa pregunta.
—Richard es mi nieto —dijo, con un tono cálido.
—¿Tu nieto? —exclamé, sorprendida.
—Sí, Valentina —dijo Richard, con una sonrisa—. Anselmo es mi abuelo.
—No lo sabía —dije, sintiéndome confundida.
—Hay muchas cosas que no sabes, Valentina —dijo Anselmo, con una mirada enigmática.
—¿Qué quieres decir? —pregunté, sintiendo que mi corazón latía con fuerza.
—Solo digo que Villa Esperanza es un lugar lleno de sorpresas —dijo Anselmo, con una sonrisa misteriosa—. Y ustedes dos están a punto de descubrir algunas de ellas.
—Valentina —dijo Anselmo, acercándose con una expresión seria—. Anoche tuve otro sueño.
—¿Otro sueño? —pregunté, sintiendo un escalofrío.
—Sí —dijo Anselmo, con un tono misterioso—. El sonido de campanas que repican en la noche, pero la iglesia está vacía.
—Vaya, eso sí es tenebroso —dije, sintiendo que mi piel se erizaba.
—Sí, lo es —dijo Anselmo, con una mirada penetrante—. Y eso va a suceder esta noche. En la iglesia del pueblo.
—¿Esta noche? —pregunté, sintiendo que mi corazón latía con fuerza.
—Sí, Valentina —dijo Anselmo, con un tono sombrío—. Esta noche, las campanas repicarán en la iglesia vacía.
—Pero, ¿qué significa? —pregunté, sintiéndome confundida.
—Eso tendrás que descubrirlo tú misma —dijo Anselmo, con una sonrisa enigmática—. Pero ten cuidado, Valentina. La iglesia guarda secretos oscuros.
—¿Secretos oscuros? —pregunté, sintiendo que mi voz temblaba.
—Sí, Valentina —dijo Anselmo, con una mirada seria—. Secretos que podrían ponerte en peligro.
—¿Peligro? —pregunté, sintiendo que el miedo se apoderaba de mí.
—Sí, Valentina —dijo Anselmo, con un tono preocupado—. Pero confío en que podrás descubrir la verdad.
—¿La verdad de que? —pregunté, sintiendo que mi curiosidad se despertaba.
—La verdad sobre Esmeralda, sobre el faro, sobre Villa Esperanza.
—¿Y cómo voy a descubrirla? —pregunté, sintiendo que mi esperanza renacía.
—Sigue las campanas, Valentina —dijo Anselmo, con una sonrisa misteriosa—. Ellas te guiarán.
Con una última mirada, Anselmo se alejó, dejándome Richard y mis pensamientos. —¿Qué significaba el sueño de Anselmo? ¿Qué secretos ocultaba la iglesia? ¿Y qué papel jugaba yo en todo esto?—le pregunté a Richard toda integrada.
—¿Ir juntos esta noche a la iglesia? —preguntó Richard, con el ceño fruncido por la preocupación—. ¿Estás segura de que es una buena idea, Valentina? Lo que dijo tu amigo Anselmo suena... inquietante.—Precisamente por eso, Richard —respondí, sintiendo una mezcla de miedo y excitación—. Necesitamos saber qué está pasando. Si las campanas van a sonar solas en una iglesia vacía, algo extraño ocurre aquí.—Pero, ¿cómo vamos a entrar? —preguntó, mirando hacia la iglesia que se alzaba imponente en la distancia—. Seguro que estará cerrada con llave.Una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios.—No te preocupes por eso —dijo Richard, con un brillo travieso en los ojos—. Cuando era niño, solía colarme en la iglesia todo el tiempo. Sé de una puerta trasera en el jardín que siempre estaba un poco suelta. Nadie la vigilaba.—¿En serio? —pregunté, sorprendida—. ¿Te colabas en la iglesia? ¿Para qué?Richard se encogió de hombros, con una sonrisa nostálgica.—Curiosidad de niño, supongo. A veces ju
Richard y yo nos habíamos agachado detrás de unas pesadas cortinas de terciopelo que cubrían una de las ventanas laterales de la iglesia. La oscuridad era casi total, solo interrumpida por las débiles rendijas de luz que se filtraban entre las gruesas telas. El silencio era denso, roto únicamente por nuestros suaves suspiros y el ocasional crujido de la madera del viejo edificio.En ese reducido espacio, escondidos del mundo exterior, sentí la cercanía de su cuerpo al mío. Su hombro rozaba mi brazo, y nuestras rodillas casi se tocaban. Podía percibir el calor que emanaba de él, un calor reconfortante en la frialdad del ambiente. Su respiración era apenas audible, pero la sentía cerca, casi como un suave aliento en mi nuca.La tensión en el aire era palpable, una mezcla de expectación por lo que pudiera suceder y una creciente conciencia de la presencia del otro. En la oscuridad, mis otros sentidos se agudizaron. Percibía el ligero aroma a tierra húmeda y a incienso viejo que emanaba d
—Richard —dije, la urgencia marcando cada sílaba—, tenemos que ir a buscar a esa mujer. A la Vieja Elara.Richard, que estaba terminando su café con una expresión pensativa, levantó la vista.—¿Ahora? ¿Estás segura, Valentina? Irene dijo que vive apartada...—Sí, estoy segura —afirmé, mi determinación firme—. Ella podría tener las respuestas que necesitamos sobre Esperanza. No podemos perder tiempo. ¿Vendrás conmigo?Una vacilación cruzó su rostro, pero su preocupación por mí y la creciente intriga en sus ojos terminaron por decidirlo.—Está bien —dijo, levantándose—. Vamos.Salimos de la cafetería y preguntamos a un par de pescadores en el puerto por el sendero que bordeaba la costa norte hacia la cabaña de Elara. Nos indicaron un camino estrecho que serpenteaba entre la maleza, alejándose de las coloridas casas del pueblo.A medida que nos adentrábamos en el sendero, el paisaje comenzó a transformarse. Dejamos atrás el bullicio del puerto y nos internamos en una zona más rebelde, do
Cuando Richard tocó la puerta, el sonido resonó en el silencio de la tarde, un golpe seco y hueco que pareció reverberar en el interior de la cabaña. Pasaron unos segundos de tensa espera, y entonces, la puerta se abrió lentamente, revelando la figura de la Vieja Elara.Era una mujer de una edad indeterminada, con el rostro surcado por profundas arrugas que contaban la historia de una vida larga y solitaria. Sus ojos, opacos y nublados, indicaban su ceguera, pero su mirada parecía penetrar más allá de la visión física, como si pudiera ver el mundo a través de otros sentidos.Elara no nos dio una bienvenida cálida. Su postura era erguida, casi rígida, y su expresión, aunque no hostil, era distante y reservada. No nos invitó a entrar, ni nos preguntó nuestros nombres. Simplemente se quedó allí, en el umbral de la puerta, observándonos con sus ojos ciegos, como si estuviera evaluando nuestra presencia.A pesar de su ceguera, Cuando habló, su voz era fuerte y clara, sin rastro de debilid
Al llegar a la cafetería a la mañana siguiente, el bullicio habitual del local parecía atenuado para mí. Mis pensamientos aún vagan entre el casi beso con Richard bajo la luz de la luna y la misteriosa aparición de su abuelo. Al entrar, mi mirada recorrió el espacio buscando a Irene, pero se detuvo en una figura familiar sentada en una de las mesas junto a la ventana: Anselmo. Richard, que acababa de entrar a la cafetería y había visto a Valentina llegar, se acercó a ella con una sonrisa. Juntos, se dirigieron a la mesa donde Anselmo estaba sentado, sintiendo la curiosidad picotearles por dentro.—Buenos días, Anselmo —saludó Richard, acercando una silla para Valentina.—Buenos días —añadió Valentina, sentándose frente al anciano—. Estábamos pensando en lo que nos dijiste sobre...—¿La Vieja Elara? —interrumpió Anselmo, su mirada fija en Valentina con una intensidad penetrante—. Ah, la que vive en la costa. Una mujer peculiar, sin duda.Hizo una pausa, tomando un sorbo lento de su caf
El camino de vuelta hacia la costa norte se sintió diferente esta vez. La conversación fluía con más ligereza entre Richard y yo, dejando atrás la tensión de la noche anterior y la breve interrupción de Anselmo. La idea de encontrar una pieza tangible del misterio, la mitad de una fotografía, nos llenaba de una renovada energía.Seguimos el sendero que ya conocíamos, el sonido del mar guiándonos. Richard, con su agilidad, iba apartando las ramas y señalando los tramos más complicados. Yo, aunque más cautelosa, me sentía impulsada por la promesa de la fotografía.Cuando llegamos a la zona donde Irene nos había indicado la ubicación aproximada de la cabaña de Elara, comenzamos a buscar alguna señal de una cueva cercana. Richard, con su espíritu aventurero, se adentró entre la maleza, explorando pequeñas grietas y formaciones rocosas.—¡Valentina, mira esto! —exclamó al cabo de un rato, señalando una abertura estrecha y oscura, casi oculta por la vegetación. Parecía la entrada a una pequ
Cuando Elara nos invitó a pasar a su cabaña, la imagen que tenía en mente se desvaneció al cruzar el umbral. Desde fuera, parecía una humilde morada de pescador, desgastada por el salitre y el viento. Sin embargo, el interior no era la oscuridad desordenada que esperaba encontrar en la casa de una anciana ciega que vivía sola.Una sorprendente pulcritud reinaba en el pequeño espacio. Los pocos muebles de madera oscura brillaban con un lustre cuidado, y el suelo de tierra batida parecía recién barrido. Un aroma cálido y reconfortante a hierbas secas y madera quemada flotaba en el aire, en contraste con el frío húmedo del exterior.La cabaña de Elara no era solo un refugio; era un espacio habitado con atención y cuidado, un santuario que reflejaba una calma interior inesperada en medio de la soledad. La atmósfera, lejos de ser lúgubre, era casi... serena, como si el tiempo se moviera a un ritmo diferente dentro de sus paredes. Este inesperado orden y calidez me hicieron sentir una punza
Elara, tras levantarse y dirigirse al rincón oscuro, regresó con el pequeño cofre de madera entre sus manos. Lo depositó con cuidado sobre la mesa baja, el sonido apagado de la madera resonando en el silencio de la cabaña. Con movimientos lentos y deliberados, abrió la tapa.Dentro, sobre un lecho de tela descolorida, reposaban varios objetos antiguos: un rosario de cuentas gastadas, una pequeña llave de hierro oxidado, un mechón de cabello envuelto en una cinta deshilachada y, justo en el centro, una medalla de plata ligeramente empañada.Mientras Elara revolvía los objetos con sus dedos sensibles, la medalla captó la tenue luz de las velas, emitiendo un breve destello plateado. Richard, que había estado observando con curiosidad, se inclinó hacia adelante, su respiración contenida. Había algo en ese pequeño objeto que le resultaba extrañamente familiar, una punzada de un recuerdo lejano, casi olvidado.Sus ojos se entrecerraron, tratando de enfocar la imagen borrosa que danzaba en l