Samantha
Por fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.
Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.
—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.
No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.
—Wow, nuestro jefe es todo un bombón —dice Rossy, toda pícara, levantando las cejas—. A ver, cuéntanos, ¿qué te dijo? —Las dos me miran, esperando una respuesta.
—Pues nada importante, solo me dijo que olvidara todo lo que me dijo, que nos vemos mañana y ya —digo, encogiéndome de hombros, restándole importancia.
—Le has roto el corazón, eso es, y ahora quiere que lo olvides para que el ambiente no sea incómodo en el trabajo —dice Alex.
—Exacto, pero ¿qué podemos hacer? Sam no quiere nada con él —responde Rossy, sonriendo.
—Yo no quería herirlo ni nada, pero no podía aceptar...
Seguimos caminando rumbo a casa. Ellas todavía insisten con el tema de las vacaciones. ¿Es que no entienden? No me siento preparada para volver.
—Bueno, mira, ya que nos dejaste en visto, contéstanos ahora —me dice Rossy.
—¿Qué les digo? Déjenme pensar... NO, lo siento, pero no creo que sea buena idea ir. Y no será nada relajante —digo, algo molesta.
—Por favor, Sam, hazlo por mí. Sé que para ti es difícil, pero lo necesito. La ruptura duele —me dice, a punto de llorar—. Y las necesito a las dos. Sé que me derrumbaré y ustedes son las que me dan fuerza.
—Dale, Sam, acepta. Además, tenemos mucho que no vemos a la familia y creo que sería el momento perfecto para ir.
—No lo sé, tengo que pensarlo. Denme una semana.
—¿Qué? Una semana es mucho tiempo. Recuerda que las vacaciones son en dos semanas.
—Bien, denme dos días, entonces —digo, rodando los ojos, ya cansada.
Las dos se alegran con mi respuesta. Están convencidas de que les voy a decir que sí, y la verdad, no sé. No sé si sea buena idea pasar las vacaciones donde nacimos. Las entiendo a ambas; hace mucho que no ven a su familia, es comprensible. Ellas siempre los llaman, hacen videollamadas y todo. En cambio, yo no tengo a quién llamar. Es triste no tener a quién llamar.
Estos dos días serán una tortura con mis dos locas amigas.
(***)
Dos días después….
Creo que debería dedicarme a ser adivina o bruja, o ambas, porque estos dos días fueron los peores: una tortura de parte de las dos locas que tengo como amigas. Tuve toda la razón. Ahora están ambas paradas frente a mí, y yo acostada, loca por arrancarles la cabeza. No me dejan descansar ni porque es sábado. Dios, dame paciencia.
—¿Qué quieren? ¿No ven que estoy descansando? —les digo mientras las miro y pongo los ojos en blanco.
—Uy, alguien amaneció de mal humor hoy —dice Alex.
—Vamos, Sam, levántate. Ya pasaron los dos días, y hoy tienes que decirnos —habla Rossy—. Si no te levantas ahora, buscaré agua bien fría y te la echaré encima.
—Esto es el colmo, ahora me están amenazando —las miro a las dos con cara de pocos amigos, me levanto porque la verdad no quiero que me echen agua, y mucho menos fría—. Que no se les ocurra hacer eso. Déjenme entrar al baño. Cuando salga y me cambie, les voy a dar mi decisión, ¿entendido? —Las dos asienten con la cabeza, con una sonrisa tatuada en la cara, como la del gato de Alicia en el País de las Maravillas.
Esto es increíble. Las dos se confabularon en mi contra. Entro a la ducha. El agua caliente es lo mejor. Mientras me baño, sigo analizando qué les voy a decir. Di mi palabra de que hoy les daría una respuesta, y soy mujer de palabra. Cuando ya siento que es suficiente, salgo. Veo la hora: duré 25 minutos. Un récord. Cuando entro a mi habitación, las veo a las dos sentadas en mi cama.
—Es en serio. Tampoco me dejarán ponerme la ropa tranquila. Vamos, salgan las dos. Mejor vayan a preparar el desayuno; de lo contrario, no diré nada —les digo, cruzándome de brazos. Ahora, ¿quién amenaza a quién? Ja.
—Está bien. Vamos a prepararte el desayuno. Pero ni se te ocurra darle más larga al asunto —dice Alex con autoridad.
—Sí, ya entendí —digo, rodando los ojos. ¿Desde cuándo Alex es así? Veo que la ruptura la está haciendo más fuerte.
Pasaron unos 10 minutos. Terminé de alistarme y salí directo a la cocina para ver qué estaban preparando para desayunar. Cuando vi lo que estaban haciendo, me detuve. No lo podía creer. Habían preparado mi desayuno favorito: pancakes con salchichas, huevo revuelto, chocolate caliente y, para completar, mi fruta favorita: las fresas.
—A esto le llaman soborno, ¿lo sabían? —les digo, señalando el desayuno.
—Esa es la idea, querida —responde Alex, sonriendo. En serio, la desconozco. Ella no es así.
—Vamos, siéntate a desayunar, que está delicioso —dice Rossy, muy animada.
Comenzamos a comer en silencio, lo cual es extraño porque, cuando comemos, una de ellas no se calla. Especialmente Rossy. Pero hoy no dicen nada. Estarán tramando algo. Terminamos de desayunar, y lo admito, estaba delicioso. Es mi debilidad, este desayuno. Ahora las dos están sentadas viéndome fijamente. ¿En serio? Estas dos me van a poner loca.
—Rossy, ¿te pasa algo? —le pregunto, y ella hace señas con la cabeza de que no, pero no habla—. Si te pasa algo, a ver, dime, ¿por qué no hablaste en el transcurso del desayuno?
—Por nada, solo quería que comieras tranquila, sin escándalo ni nada. —responde con una sonrisa.
—Oh, qué considerada te has vuelto —le digo, riéndome.
—Lo siento, Rossy, pero mejor vamos al grano, ¿no crees? —sugiere Alex.
—Está bien. Bueno, Sam, ya queremos que nos digas sí o no, porque no podemos perder tiempo y tenemos que comprar los vuelos. Exigimos tu respuesta ya.
Ambas me miran seriamente. Y yo la verdad no sé qué responderle.
SamanthaEsta última semana ha sido de locos. Después de decidir a dónde iríamos de vacaciones, salimos de compras. Fuimos de tienda en tienda, compramos de todo: zapatos, pantalones, blusas, incluso unos diminutos bikinis, todo acorde a nuestro destino. También fuimos al cine y luego a un restaurante donde comimos delicioso, sin ganas de cocinar en casa.Al día siguiente, decidimos ir a un parque de diversiones y la pasamos increíble. ¿Exageraría si les digo que nos montamos en todos los juegos? Pues sí, literalmente en todos, excepto en uno porque, la verdad, me dio miedo y no quería morir joven. Por suerte, no fui la única. Hacía mucho que no me divertía tanto.Solíamos tener planes para divertirnos los fines de semana: íbamos a discotecas o organizábamos fiestas en casa con nuestros compañeros de trabajo. Últimamente no lo hemos hecho. Trabajar en una editorial nos consume; leer y editar libros no es tarea fácil. Rossy es secretaria en edición, Alex es supervisora de edición, y yo
Samantha4 horas después…—Sam, despierta, ya llegamos —escucho la voz de Alex, llena de emoción. Cuando abro los ojos, las veo a las dos mirándome, expectantes.—¡Siiii, qué emoción! ¡Ya llegamos! —les respondo sarcásticamente. Ellas solo se ríen.Bajamos del avión, pasamos por otro chequeo y luego buscamos nuestro equipaje. Salimos rápidamente en busca de un taxi que nos lleve hasta la parada de autobús.—Tengo tanta emoción que siento que no me cabe en el pecho —dice Alex, con una sonrisa que no puede ocultar.—Yo también estoy muy emocionada, después de tantos años —respondo, contenta por verlas tan felices. Eso siempre es bueno.—A mí también me alegra volver —añado, con un tono que se tiñe de tristeza.—Sam, sé que es doloroso para ti estar aquí. Ahora siento que no debí obligarte a venir, perdóname —dice Alex, con la voz quebrada. No puedo evitar ver cómo unas lágrimas comienzan a rodar por su rostro.—Alex, no llores, yo acepté venir, no te preocupes, estoy bien. Además, sus p
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra
Samantha Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero