SamanthaAbro los ojos, sin saber cuánto tiempo ha pasado. El frío del suelo se ha filtrado en mis huesos, pero no me atrevo a moverme. Todo regresa a mi mente como una bofetada: el roce repulsivo de Arturo, su presencia oscura invadiendo mi paz. Mi cuerpo comienza a temblar de forma incontrolable. El miedo se aferra a mí como un parásito imposible de arrancar.El sonido de la puerta abriéndose me sobresalta, y el terror me consume. ¿Ha vuelto? ¿Arturo regresó? Mi respiración se corta mientras las manos me tiemblan.Pero entonces veo a Cristian entrar, su rostro iluminado con una sonrisa que pronto desaparece al encontrarme tirada en el suelo. Su expresión cambia rápidamente a una mezcla de alarma y angustia.—¡Mi reina! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás así? ¿Estás bien? —Su voz se quiebra con preocupación.Antes de que pueda decir algo, me lanzo sobre él, aferrándome como si mi vida dependiera de ello. Lo abrazo con desesperación, buscando refugio en su calor, en su presencia firme. La
SamanthaQuizás debería regresar. Tal vez estoy exagerando, actuando como una inmadura. Pero no me importa. Estoy harta. Alguien tiene que poner en su lugar a esa estúpida de Cristal.Ya le dejé claro que me dejé en paz, pero no entiende. Sigue con su mierda como si nada. ¿Qué tendrá en ese diminuto cerebro suyo? ¿Mierda? Sí, eso sería la única explicación lógica para las estupideces que hace y dice.Tiro un grito de rabia y frustración, golpeando el volante sin control. Mis manos tiemblan mientras descargan la ira que me quema por dentro. Estoy demasiado molesta y creo que voy a cometer una locura.El camino se desvanece bajo las ruedas mientras piso el acelerador sin piedad. Ya estoy llegando a su casa. No me tomo la molestia de estacionar bien; apenas apago el motor y me bajo rápidamente.Camino con pasos firmes hasta la puerta, pero está cerrada con seguro. Mis nudillos golpean la madera con fuerza, una y otra vez, desesperada.—¡Cristal, sal ahora, estúpida! —grito con rabia. Mi
SamanthaDebería sentirme mejor después de lo que acabo de hacer. He puesto en su lugar a Cristal, le he dejado claro que no quiero verla ni a ella ni a su amante cerca de mí. Pero la verdad… no me siento mejor. Ni un poco.En este momento, lo único que siento es lástima. Algo que no debería estar pasando. Algo que me molesta sentir. Su actitud me desconcierta. Debería defenderse, gritarme, escupirme en la cara si quisiera, llamarme de todas las formas ofensivas que le encanta usar contra mí. Pero no lo hace. ¿Por qué demonios no lo hace?Gregorio se acerca rápidamente y la ayuda a levantarse. Ella se aferra a él, lo abraza con fuerza mientras llora, y él la consuela como si nada más importara en este mundo. Y yo… siento un nudo en la garganta.Envidia. Eso es lo que siento. No por algo material, sino porque Cristal tiene algo que yo nunca tuve. Un padre. Uno que la protege, que la defiende, que la abraza cuando llora. Yo no tuve a nadie. Nadie que me ayudara cuando me caía, que me le
SamanthaMi cabeza va a estallar. El dolor es insoportable, como si un martillo golpeara mi cráneo sin piedad. Juro que no vuelvo a beber. Nunca más. Abro los ojos con esfuerzo y miro a mi lado. Cristian no está. Suspiro pesadamente y me incorporo con dificultad, llevándome las manos a la cabeza. Necesito un calmante urgente… Siento que voy a morir. Literalmente.Con el cuerpo aún pesado, arrastro los pies hasta el baño. Abro el botiquín con la esperanza de encontrar algo que me alivie, pero está vacío. ¿Dónde demonios están los medicamentos? Maldición. Ahora tendré que ir al otro baño a buscar.Camino con torpeza, sintiendo cada paso como un castigo divino. ¿Por qué bebí tanto? En el fondo, lo sé. Era eso o enloquecer. Arturo jodiéndome la existencia, Cristal metiéndose en donde no la llaman, lo de la abuela… Todo se me vino encima como una avalancha. Y yo, en vez de enfrentarme a todo, terminé ahogándolo en alcohol.Cuando por fin encuentro la pastilla y me la trago con un poco de a
SamanthaUn susurro en mi oído me hace abrir los ojos. Parpadeo lentamente y lo primero que veo son los hermosos ojos de Cristian observándome con una sonrisa pícara.—Es hora de despertar, dormilona —murmura con voz ronca, mientras acaricia mi mejilla con ternura.Somnolienta, niego con la cabeza y entierro la cara en la almohada. Él no se rinde y vuelve a asentir, como si así pudiera convencerme. Yo, fiel a mis principios de pereza extrema, niego con más fuerza.—Si no lo haces… pues no tendrás otra dosis de amor como anoche —advierte con una sonrisa traviesa.Me congelo. ¿Qué acaba de decir este descarado?Levanto la cabeza de golpe y lo miro con los ojos entrecerrados. Cristian me devuelve la mirada con una expresión de reto, con los brazos cruzados y una ceja arqueada, como si realmente fuera capaz de cumplir semejante amenaza.—¿Serías capaz? —pregunto, escandalizada.—Es posible… —responde, encogiéndose de hombros con una indiferencia que no le creo ni un segundo.—¡Eso es crue
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra
Samantha Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero
SamanthaPor fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.—Wow, nue