Inicio / Romántica / El engaño que los separó / 💖💖Capitulo 1💖💖
El engaño que los separó
El engaño que los separó
Por: JuGuzman16
💖💖Capitulo 1💖💖

Samantha.

Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.

Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.

—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.

—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.

—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra vez en el trabajo. ¿Por qué siempre tardas tanto arreglándote? ¿No puedes ser un poco más rápida? —me dice Alex, molesta, entrando también a mi habitación como una fiera. Esa es mi otra mejor amiga.

—Ya estoy lista. Relájense, por favor. Díganme, ¿cómo me veo? —les pregunto.

—Vaya, ¿vas a trabajar o a una fiesta? —responde Alex, visiblemente de mal humor.

—¿Te soy honesta? —dice Rossy, muy seria. Asiento con la cabeza. —Te ves bella... y sexy. El jefe va a babear por ti hoy, te lo aseguro.

Pongo los ojos en blanco por lo que acaba de decir. Ja, como si me importara.

—Muchas gracias, querida amiga, pero sabes que no me interesa el jefe. Y tú, Alex, tranquilízate, por favor. Vamos a llegar a tiempo, no te preocupes —respondo con una sonrisa que no llega a los ojos.

—Siempre es lo mismo. Nos van a correr, ya verás. Y tú serás la única culpable, Samantha —dice Alex, saliendo molesta de mi habitación.

—Wow, espera, Alex, ¿qué te pasa? No tienes por qué hablarme así. Veo que hoy te levantaste del lado equivocado de la cama. Estás de un humor terrible —le digo, saliendo también de la habitación.

—Sí, Alex, ¿qué te pasa? Tú no eres así. No me digas que es por el imbécil de John. A ver, cuéntanos, ¿qué te hizo ese idiota? —le pregunta Rossy, que venía detrás de mí.

Nuestra amiga nos mira por unos segundos. Su rostro, que estaba molesto, se suaviza y sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas. Se desploma en el sillón de la sala y empieza a llorar. Inmediatamente nos acercamos y la abrazamos. No le preguntamos nada, aún; dejamos que sea ella quien decida contarnos, y la dejamos llorar en silencio.

Unos minutos después, ya un poco más calmada, nos dice entre sollozos:

—John me llamó hace unos minutos… y terminó conmigo.

Nos quedamos paralizadas. Unos segundos, que parecieron eternos, pasaron sin que pudiéramos procesar lo que acabábamos de escuchar. Ninguna de nosotras sabía qué decir. ¿Cómo podía ser posible?

—¿Ese imbécil qué? No lo puedo creer. Es un desgraciado. ¿Cómo se atreve a hacerte algo así? —le digo molesta, levantándome de golpe, sin poder contener la indignación.

—No puede ser. A ese maldito lo voy a castrar. Deja que me lo encuentre —dice Rossy, y Alex, aún entre lágrimas, se deja llevar por la ocurrencia y ríe.

Yo también me río, aunque rápidamente me pongo seria y le digo con firmeza:

—Oye, no quiero que te deprimas por ese idiota. No vale la pena, y lo sabes. Eres una mujer bella, sexy e inteligente, capaz de conquistar a cualquier hombre que se te cruce en el camino. Así que, arriba esos ánimos, ¿entendido? Sabes que siempre estaremos aquí para ti, y si hay que castrarlo, lo haremos juntas.

Alex me mira, sus ojos aún llenos de lágrimas, pero una pequeña sonrisa aparece en su rostro.

Siempre hemos sido muy unidas. Nos apoyamos mutuamente en todo. Nos conocemos desde que estábamos en el vientre de nuestras madres... bueno, no tanto, pero desde que tengo uso de razón hemos estado juntas, en las buenas y en las malas. Nuestras madres también eran mejores amigas.

—Ya dejemos las cursilerías para otro día. Recuerden que hay que trabajar —nos dice Rossy, intentando aliviar el ambiente tenso.

—Es verdad, vámonos, que vamos a llegar más tarde de lo normal —respondo, mirando a Alex, que me devuelve una mirada apenada.

—Lo siento, Sam. Perdóname, por favor. No debí hablarte como lo hice. Estuvo muy mal de mi parte. Tú y Rossy son mis mejores amigas, y no quiero nunca perder su amistad. Además, ustedes no tienen la culpa de lo que me hizo el innombrable.

—A ver, no tienes que disculparte de nada. Te entiendo. No te preocupes y olvida todo lo que pasó, ¿sí? —le digo, abrazándola con fuerza.

—Gracias, son las mejores amigas —nos dice mientras nos abrazamos, su voz temblorosa por la emoción.

—Lo sabemos —responde Rossy, riendo para quitarle algo de peso al momento.

—Bueno, vámonos ya —digo, riendo también, sintiendo el alivio de ver a nuestra amiga algo más tranquila.

Voy a mi habitación, recojo mi bolso rojo y salimos del apartamento donde vivimos las tres. Nos subimos a mi coche rumbo al trabajo. Dirán, ¿por qué solo un auto? Bueno, lo del auto es entendible. Vivimos juntas, trabajamos juntas, y decidimos tener solo uno para ahorrar en combustible. Siempre salimos juntas a todos lados; somos como hermanas.

Llegamos al trabajo con diez minutos de retraso y entramos apresuradas. Cada una va corriendo a su puesto. Subo al ascensor, presiono el botón del último piso, el cuarto. Ni bien entro a mi oficina, el jefe me llama. Hoy será un día largo.

—Smith, llegas tarde otra vez —mi jefe, tan educado como siempre, me mira molesto, pero con algo diferente en su expresión. Me observa de arriba abajo, inspeccionándome. ¿Estará analizando mi vestimenta?

—Buenos días, señor —noten el sarcasmo en mi voz—. Me disculpo por mi tardanza. Le prometo que no volverá a pasar —sí, estoy mintiendo; sé que llegaré tarde otra vez.

Él sigue observándome, con una mirada que parece decir que quiere... comerme. No lo creo. Rossy tenía razón.

—A mi oficina, ya —me ordena, visiblemente molesto.

Vaya, vaya. Este jefe está más irritable hoy que de costumbre. Entro a mi oficina, dejo mis cosas y me dirijo a la suya. Toco la puerta y escucho un fuerte —¡ADELANTE!—. Se nota que está muy molesto. Entro, fingiendo un poco de temor. Bueno, exagero, pero solo un poco. Él está sentado en su escritorio, revisando unos documentos. Los deja al verme entrar y me señala que me siente. Eso hago. No me pongo nerviosa ni nada. Él no me intimida, y no lo va a hacer.

No voy a negar que mi jefe, Marcos Olivares, es un hombre guapo. Es rubio, tiene unos ojos muy bellos de color azul, es alto y joven. Me lleva unos cinco años. Se podría decir que está comestible, y para muchas sería el "hombre perfecto", pero para mí no lo es. La verdad, no es mi tipo, aunque no puedo negar que es atractivo.

—Sam —me llama por mi nombre. Increíble, pienso. Hoy se va a acabar el mundo, pero no le muestro mi sorpresa. Él nunca me había llamado por mi nombre, solo por mi apellido.

—Señor Olivares, yo...

No me deja continuar y, con voz firme, dice:

—¿Te gustaría salir a cenar conmigo esta noche?

Wow. Eso no me lo esperaba. Me he congelado, como Ana de Frozen. Nunca se me pasó por la mente que le gustara a mi jefe. Mi amiga me lo decía, pero siempre pensé que bromeaba. Me doy cuenta de que es real, y ahora, ¿cómo salgo de esta? ¿Qué le digo?

Capítulos gratis disponibles en la App >
capítulo anteriorcapítulo siguiente

Capítulos relacionados

Último capítulo