SamanthaMe quedo pasmada. No esperaba verlo tan pronto. Cristian parece igual de sorprendido; sus ojos me recorren de arriba abajo antes de pronunciar mi nombre. Tardo unos segundos en reaccionar. Es como si el tiempo se detuviera y mi cerebro no supiera qué hacer. Finalmente, logro articular algo, aunque no con la elegancia que quisiera.—Hola, Cristian, ¿cómo estás? —logro decir, con una voz que traiciona mis nervios. Es lo primero que me viene a la mente, aunque después me arrepiento de haber abierto la boca.—Bien —responde él, seco, casi arrogante. Después de años sin vernos, eso es todo lo que tiene para decirme. Lo de siempre, el mismo mentiroso egocéntrico. No esperaba menos.Asiento, incómoda, sintiendo el calor subir a mis mejillas. Las palabras parecen atorarse en mi garganta.—Qué bien... este... yo... voy a salir. Hablamos luego, Williams. Cuídate. —Tartamudeo como una tonta, intentando aparentar calma. Al final, le doy un beso en la mejilla y un abrazo rápido. A Cristia
SamanthaNo sé si alguna vez han estado en un duelo —de lo que sea—. Yo nunca había estado en uno hasta ahora, porque Cristian y Jonathan están en un duelo de miradas que, si las miradas mataran, ya uno de los dos estaría muerto.—Hermano, no sabía que estabas aquí —dice Jonathan acercándose a él—. A mí no me invitaron, qué descorteses son —añade, dándole un abrazo mientras le susurra algo que no logro escuchar.—No digas eso. Ven, vamos al comedor. Es una cena de bienvenida, y Alex está aquí —le digo. Sus ojos se iluminan de inmediato. ¿Será que aún siente algo por ella?—Pues claro, vamos. ¡Voy a hacer una reclamación! —responde siguiéndome. Cristian no dice nada, parece que le comieron la lengua los ratones. Entramos al comedor.—¡Buenas noches, familia bella! Estoy aquí sin invitación. Espero ser bienvenido —dice Jonathan, sonriente, mientras dirige su mirada directo a Alex. Yo la observo; parece sorprendida, claramente tampoco esperaba verlo aquí.—Claro que eres bienvenido. Disc
Samantha ¿Y él cree que me voy a quedar sin saber qué está pasando? ¡Qué iluso! Me levanto de golpe, el corazón latiendo con fuerza, y camino hacia los establos con pasos decididos. Cuando estoy cerca, lo veo: Cristian está revisando a Princesa. Ella parece un poco inquieta, moviendose lentamente con nerviosismo. No puedo contenerme; mis pies avanzan solos.—¿Qué le pasa a Princesa? —pregunto, intentando que mi voz no suene tan preocupada, pero fracasa estrepitosamente.—Pensé que habías entrado a la casa —responde Cristian, sin siquiera mirarme. Sigue enfocado en ella como si yo fuera invisible. ¡Qué molesto es cuando hace eso!—No voy a entrar sin saber qué está pasando. Necesito saber, Cristian, por favor, dime. —Mi tono suplica más de lo que me gustaría admitir.Él finalmente levanta la vista y me clava una mirada seria que me pone los pelos de punta.—Tu Princesa está en labor de parto.Me quedo atónita. Esa respuesta no estaba en mi lista de posibles escenarios.—¿Qué? —balbuce
Samantha Todo está en completa oscuridad y silencio. Bajo las escaleras con cuidado, mis manos tanteando el pasamanos mientras intento no tropezar. No veo nada, y la sensación de que algo no está bien me pone la piel de gallina. Busco el interruptor de la luz y lo acciono, pero nada sucede. La electricidad no funciona."¿Qué está pasando?", pienso con el corazón latiendo con fuerza. La casa está completamente vacía, o al menos eso parece. Camino hasta la sala, mi respiración audible en el silencio sepulcral. Me detengo frente a la ventana, y entonces lo noto: una sombra moviéndose afuera.Me quedo congelada por un instante, mi mente debatiéndose entre salir o quedarme. Pero la curiosidad, o quizá algo más, me obliga a actuar. Sin pensarlo demasiado, abro la puerta y salgo al frío de la noche, la brisa helada acariciando mi rostro.La sombra sigue moviéndose, deslizándose hacia los establos. Corro tras ella, mi cuerpo temblando, aunque no sé si es por el frío o por el miedo. Al acerca
SamanthaAún siento la molestia en mi interior, aunque trato de ignorarla. No debería estar así, menos con mis amigas. Estas son nuestras vacaciones, deberíamos estar disfrutando, riendo... no estar peleando, pero no puedo evitar molestarme. Que apoyen a Cristian, después de lo que me hizo, es algo que me cuesta digerir.Yo soy una mujer pacífica, pero cuando mi carácter sale, no hay quien lo detenga. Y hoy no estoy en mi mejor momento. Termino de vestirme, eligiendo con cuidado algo cómodo, aunque me lleva más tiempo del que debería. Cuando finalmente me siento satisfecha, salgo de la habitación y me dirijo directo a la cocina. Estar molesta no me quita el hambre, eso está claro.Al llegar, encuentro a las chicas junto a Ana, desayunando con tranquilidad.—Buenos días —saludo, esforzándome por sonar casual. No quiero que Ana note la tensión que llevo encima.—Buenos días —responden todas al unísono, con diferentes matices de entusiasmo.—Querida, qué bueno que ya bajaste. Ven, desayun
Samantha¿Acaso el destino se empeñó en arruinarme el día? Primero discuto con las chicas, luego me topo con Cristian, y ahora... esto. Si alguien tiene un arma a mano, que me dispare de una vez, porque no creo poder soportar otro encuentro desafortunado.Ahí está, como salida de una pesadilla que juré haber superado, Cristal, con su sonrisa de burla característica. Esa sonrisa que siempre logra ponerme al borde de la locura.—Con que es verdad que estás aquí —dice, arrastrando las palabras como si saboreara cada sílaba.Respiro hondo, tratando de mantener la calma, aunque las ganas de arrancarle cada hebra de su cabello son cada vez más difíciles de ignorar. La miro sin expresión, porque darle el gusto de ver mi molestia sería como darle un trofeo.—Sí, estoy aquí. ¿Qué se te ofrece? —respondo con una frialdad que podría congelar el infierno.Su sonrisa se ensancha, y por un segundo me pregunto si ensayó esa cara frente al espejo antes de salir de casa.—Nada, querida. Solo pensé que
Samantha Perder a alguien a quien amas es un golpe devastador, una herida que nunca termina de sanar. Cuando mi madre tuvo aquel accidente de coche, pasé semanas negándolo. Esperaba que entrara por la puerta, que me abrazara y trajera ese chocolate que tanto me gustaba. Solo tenía diez años, pero ese vacío quedó grabado en mí, y escucharlo ahora en la voz de Iván me hace revivirlo todo.Nos quedamos abrazados por un buen rato, dejando que el dolor compartido nos una. Después, retomamos la caminata sin un rumbo definido, hasta que el paisaje familiar del lago aparece frente a nosotros. Aquel lago que fue testigo de tantas risas y confidencias, pero también de recuerdos incómodos con el innombrable.Mientras seguimos caminando, Iván me cuenta que todo ocurrió hace cuatro años. Desde entonces, su familia ha comenzado a aceptarlo poco a poco, y ahora trabaja junto a su abuelo, don Emilio.—¿Por qué no me llamaste? —le pregunto, sintiendo una mezcla de tristeza y enojo—. ¿Por qué no me di
Samantha El día iba mejorando. Reencontrarme con Iván había alegrado mi ánimo, pero tenía que aparecer esa maldita estúpida. ¡Qué rabia! "Mi osito", jajá, ¡qué ridícula! Solo pensar en ella hace que la sangre me hierva. Cristal siempre nos hizo la vida imposible. Antes éramos ingenuas, demasiado dóciles, pero desde aquel día en que dejamos el pueblo, juramos que jamás, nunca, volveríamos a dejar que nadie nos humillara.Sé que debería ir con las chicas y hablar de lo ocurrido, disculparme por preocuparlas, pero en este momento prefiero estar sola. Necesito un poco de tranquilidad, respirar, pensar. Hasta el hambre se me ha quitado. Mejor voy a ver a Princesa.Salgo hacia los establos en busca de aire fresco, aunque, por más que lo intento, no puedo dejar de pensar en ellos que estan juntos. La imagen de Cristal sigue rondándome la mente. Cada vez que la recuerdo, quiero hacerle una visita y arrancarle la cabeza, no la soporto. ¿Cómo se atrevió a llamarlo osito? Pero ¿por qué me moles