SamanthaAún siento la molestia en mi interior, aunque trato de ignorarla. No debería estar así, menos con mis amigas. Estas son nuestras vacaciones, deberíamos estar disfrutando, riendo... no estar peleando, pero no puedo evitar molestarme. Que apoyen a Cristian, después de lo que me hizo, es algo que me cuesta digerir.Yo soy una mujer pacífica, pero cuando mi carácter sale, no hay quien lo detenga. Y hoy no estoy en mi mejor momento. Termino de vestirme, eligiendo con cuidado algo cómodo, aunque me lleva más tiempo del que debería. Cuando finalmente me siento satisfecha, salgo de la habitación y me dirijo directo a la cocina. Estar molesta no me quita el hambre, eso está claro.Al llegar, encuentro a las chicas junto a Ana, desayunando con tranquilidad.—Buenos días —saludo, esforzándome por sonar casual. No quiero que Ana note la tensión que llevo encima.—Buenos días —responden todas al unísono, con diferentes matices de entusiasmo.—Querida, qué bueno que ya bajaste. Ven, desayun
Samantha¿Acaso el destino se empeñó en arruinarme el día? Primero discuto con las chicas, luego me topo con Cristian, y ahora... esto. Si alguien tiene un arma a mano, que me dispare de una vez, porque no creo poder soportar otro encuentro desafortunado.Ahí está, como salida de una pesadilla que juré haber superado, Cristal, con su sonrisa de burla característica. Esa sonrisa que siempre logra ponerme al borde de la locura.—Con que es verdad que estás aquí —dice, arrastrando las palabras como si saboreara cada sílaba.Respiro hondo, tratando de mantener la calma, aunque las ganas de arrancarle cada hebra de su cabello son cada vez más difíciles de ignorar. La miro sin expresión, porque darle el gusto de ver mi molestia sería como darle un trofeo.—Sí, estoy aquí. ¿Qué se te ofrece? —respondo con una frialdad que podría congelar el infierno.Su sonrisa se ensancha, y por un segundo me pregunto si ensayó esa cara frente al espejo antes de salir de casa.—Nada, querida. Solo pensé que
Samantha Perder a alguien a quien amas es un golpe devastador, una herida que nunca termina de sanar. Cuando mi madre tuvo aquel accidente de coche, pasé semanas negándolo. Esperaba que entrara por la puerta, que me abrazara y trajera ese chocolate que tanto me gustaba. Solo tenía diez años, pero ese vacío quedó grabado en mí, y escucharlo ahora en la voz de Iván me hace revivirlo todo.Nos quedamos abrazados por un buen rato, dejando que el dolor compartido nos una. Después, retomamos la caminata sin un rumbo definido, hasta que el paisaje familiar del lago aparece frente a nosotros. Aquel lago que fue testigo de tantas risas y confidencias, pero también de recuerdos incómodos con el innombrable.Mientras seguimos caminando, Iván me cuenta que todo ocurrió hace cuatro años. Desde entonces, su familia ha comenzado a aceptarlo poco a poco, y ahora trabaja junto a su abuelo, don Emilio.—¿Por qué no me llamaste? —le pregunto, sintiendo una mezcla de tristeza y enojo—. ¿Por qué no me di
Samantha El día iba mejorando. Reencontrarme con Iván había alegrado mi ánimo, pero tenía que aparecer esa maldita estúpida. ¡Qué rabia! "Mi osito", jajá, ¡qué ridícula! Solo pensar en ella hace que la sangre me hierva. Cristal siempre nos hizo la vida imposible. Antes éramos ingenuas, demasiado dóciles, pero desde aquel día en que dejamos el pueblo, juramos que jamás, nunca, volveríamos a dejar que nadie nos humillara.Sé que debería ir con las chicas y hablar de lo ocurrido, disculparme por preocuparlas, pero en este momento prefiero estar sola. Necesito un poco de tranquilidad, respirar, pensar. Hasta el hambre se me ha quitado. Mejor voy a ver a Princesa.Salgo hacia los establos en busca de aire fresco, aunque, por más que lo intento, no puedo dejar de pensar en ellos que estan juntos. La imagen de Cristal sigue rondándome la mente. Cada vez que la recuerdo, quiero hacerle una visita y arrancarle la cabeza, no la soporto. ¿Cómo se atrevió a llamarlo osito? Pero ¿por qué me moles
Samantha—¡Levántate, Sam! —escucho que alguien me llama, y el tono es insistente.—¡Es tarde, párate! —repiten con más fuerza.Hago caso omiso. El sueño está demasiado bueno como para dejarlo. Me niego a abrir los ojos, quiero volver a ese sueño, a ese instante en que sentí esos labios. No vi quién era, pero su beso logró descontrolarme. Sin embargo, mi felicidad se desvanece cuando, de repente, siento agua fría cayendo sobre mí.—¡Ah! —grito, incorporándome de golpe, completamente mojada. Estoy furiosa. Hoy mato a alguien.Al mirar, ahí están Alex y Rossy, riéndose como si fueran niñas pequeñas.—¡Están locas! ¿Por qué hacen eso? —les digo, lanzándoles una mirada asesina. —Más vale que huyan, porque cuando me cambie les irá muy mal.Ni bien termino de hablar, las dos salen corriendo, todavía riéndose a carcajadas. Parecen crías de escuela que no superan las bromas pesadas. Pero despertaron a la fiera, y saben perfectamente que soy buena cobrando venganzas.Miro la hora: siete de la
SamanthaCristian sigue mirando a Harry como si estuviera a segundos de lanzarse encima de él. Por mi parte, trato de asimilar qué demonios hace aquí, cuando se supone que le dejé más que claro que debía mantenerse lejos de mí. ¿O será que no fui lo suficientemente directa?—¿Qué te pasa, Cristian? ¿Se te ofrece algo? ¿Qué quieres? —le suelto, cruzándome de brazos, mientras la molestia me hierve por dentro.—Vine para que hablemos, pero veo que no estás tan ocupada —responde con tono sarcástico, aunque su mirada sigue fija en Harry, lanzándole dagas.¿Hablar? ¿Él y yo? Por favor. Solo pensar en eso me da ganas de gritarle en la cara, pero respiro profundo. No haré un espectáculo delante de un desconocido.—No sé qué tienes que decirme, pero no puedo. Estoy ocupada, ¿acaso no lo ves? Ahora vete —le ordeno, dejando que mi tono deje clara mi irritación.—No. No me iré hasta que hablemos. Vamos —dice, acercándose para intentar tomarme de la mano.Me aparto de inmediato, fulminándolo con l
SamanthaHan pasado horas… bueno, estoy exagerando, han sido varios minutos, pero así se siente. Cristian sigue caminando con rapidez, y yo continúo cargada en su hombro como un costal de papas. ¿Es que este hombre no se cansa nunca? Aunque, siendo sincera, no me puedo quejar. Desde aquí abajo tengo una vista increíble.Vaya… su trasero está más grande. Definitivamente ha estado ejercitándose. No puedo evitar deleitarme un poco con la vista cuando, de repente, se detiene. ¡Por fin! Parece que me va a bajar.Pero, claro, no lo hace de manera delicada. Me suelta tan bruscamente que mis pies tambalean y estoy a punto de caerme al suelo. Sin embargo, Cristian me agarra justo a tiempo, sujetándome de la cintura.—¿Estás bien? Discúlpame, no pensé que podías caerte —me dice con evidente preocupación, mientras sus manos recorren mi cuerpo, revisando que no me haya lastimado.Mi corazón se acelera. ¿Por qué demonios me tocas así, Cristian?—¡No pensaste! —le respondo, exagerando como siempre—
SamanthaMi mente intenta procesar la llegada de esa mujer, pero es imposible ignorar la rabia que crece dentro de mí. Esto que siento serán ¿Celos? No, no puedo sentir eso. Cristian puede hacer lo que quiera con su vida, ¿no? Pero, por más que lo niegue, me enfurece haberle permitido que me besara. Peor aún, le correspondí. Al hombre que me traicionó con esa maldita de Cristal.—Oye, mírame —dice Cristian, intentando capturar mi atención—. No vayas a pensar cosas que no son. Espérame aquí, no te muevas. Voy a abrirle.Lo fulmino con la mirada.—No estoy pensando nada. Además, es tu casa, tu vida, y a mí no me importa lo que hagas —respondo, molesta.Él suelta una risa corta, como si mis palabras fueran una broma.Cristian se dirige a la puerta, y yo me alejo unos pasos, nerviosa. ¿Será una amante? Mi corazón late rápido, y mi mente empieza a dibujar escenarios absurdos. Si tengo que enfrentarla, lo haré. No voy a dejar que nadie me humille. Aunque, ¿qué diablos estoy pensando? Ya bas