Samantha
Esta última semana ha sido de locos. Después de decidir a dónde iríamos de vacaciones, salimos de compras. Fuimos de tienda en tienda, compramos de todo: zapatos, pantalones, blusas, incluso unos diminutos bikinis, todo acorde a nuestro destino. También fuimos al cine y luego a un restaurante donde comimos delicioso, sin ganas de cocinar en casa.
Al día siguiente, decidimos ir a un parque de diversiones y la pasamos increíble. ¿Exageraría si les digo que nos montamos en todos los juegos? Pues sí, literalmente en todos, excepto en uno porque, la verdad, me dio miedo y no quería morir joven. Por suerte, no fui la única. Hacía mucho que no me divertía tanto.
Solíamos tener planes para divertirnos los fines de semana: íbamos a discotecas o organizábamos fiestas en casa con nuestros compañeros de trabajo. Últimamente no lo hemos hecho. Trabajar en una editorial nos consume; leer y editar libros no es tarea fácil. Rossy es secretaria en edición, Alex es supervisora de edición, y yo vendría siendo su jefa indirecta, encargándome de revisar los libros y corregir cualquier inconveniente que tengan. Es agotador, pero amo lo que hago; me encanta leer y escribir.
Alex no ha vuelto a saber de Jhon; él no la ha llamado ni nada. Ella ha estado a punto de marcarle, pero hemos estado ahí para evitar que cometa ese error, a veces llorando, y es entendible. Siempre tratamos de mantenerla distraída.
Con el jefe, todo ha estado como siempre, en "armonía". Todo está como si nunca me hubiera dicho "que le gusto". Hay días en que está más irritable que otros, pero todo bien. Hoy estamos empacando todo lo que llevaremos. Rossy y Alex están más felices que nunca.
—Será divertido —dice Rossy, muy emocionada mientras empaca sus cosas.
Divertido, sí, claro... será un problema, pienso.
—No le he dicho a nadie a dónde vamos, será sorpresa. Estoy tan emocionada, se sorprenderán mucho. Ya quiero llegar. Refrésquenme la memoria, ¿cuándo fue la última vez que fuimos a visitarlos? —pregunta Alex.
Así es, pasaré las vacaciones donde nacimos, lo cual no me trae buenos recuerdos. No podía decirles que no; ese día me sobornaron, preparándome mi desayuno favorito. Además, estaban tan contentas e ilusionadas, especialmente Alex. No quería decepcionarlas y acepté. Espero no arrepentirme.
—Déjame pensar... —Rossy hace un gesto como si estuviera recordando—. Ya me acordé: hace años, unos ocho, creo, que fuimos tú y yo, menos Sam.
—Wow, ocho años. Es mucho tiempo, no me acordaba que fuera tanto —les digo. Con nostalgia.
—Pues sí, hace mucho que no los visitamos. Siempre hablo con ellos por videollamada o chat, pero no es lo mismo; los extraño mucho —dice Alex, un poco triste.
—Es verdad, no es lo mismo. Siempre me preguntan cuándo voy a visitarlos, y lo único que les digo es que pronto, que el trabajo nos tiene muy ocupadas —añade Rossy, igual con tristeza.
Por un lado, me alegra volver, pero por otro, no. No tener a tus padres es difícil.
—Tienen razón —es lo único que digo, un poco triste. Ellas se dan cuenta y siguen empacando en silencio. Saben mi situación y lo difícil que es.
Después de varias horas empacando y debatiéndonos sobre qué más llevar, decidimos organizar el apartamento. No es lujoso, pero es grande. Lo compramos entre las tres y tiene cuatro habitaciones amplias, cada una con su baño. Gracias a Dios, cada una tiene su propio baño; de lo contrario, sería un caos. Cada habitación tiene un estilo diferente: la mía es más oscura, la de Rossy es colorida, y la de Alex está entre ambos, oscura y colorida. Ya se podrán imaginar.
—Estoy muerta —dice Rossy, sentándose en el sillón y mirándome—. Explícame por qué nos pusimos a arreglar el apartamento. No tiene sentido, nos vamos mañana de vacaciones. Podíamos arreglarlo cuando volviéramos. —habla mientras me mira con seriedad.
—No me mires a mí. Yo no sé de eso; pregúntale a Alex. Ella es la obsesionada con la limpieza —le digo.
—¿Y por qué se quejan? Es donde vivimos y el lugar debe estar impecable —responde Alex.
—Tienes razón, pero... —Rossy intenta hablar, pero Alex le hace señas para que se calle.
—Pero nada. El lugar está limpio y punto. Mejor vamos a ducharnos, luego cenamos y a dormir; mañana será un viaje largo —dice, riéndose y yéndose directo a su habitación.
—Está loca —susurra Rossy.
—Estamos locas las tres —le digo, riendo—. Pero tiene razón, así que vamos, vete a bañar. Te toca hacer la cena.
Rossy solo me da una mirada asesina y yo salgo corriendo antes de que me mate. Llego a mi cuarto, cierro la puerta y escucho que dice:
—Te agarraré cuando salgas.
Mis amigas están locas, pero así las amo.
💖💖💖
No sé si les ha pasado, pero hay días con muy buena suerte y otros con tan mala suerte. Hoy no es mi día. Estaba tan relajada durmiendo cuando siento que me están moviendo. Me despierto espantada y veo frente a mí a Rossy y Alex. El susto fue tanto que me caí de la cama. Solo pensé: las mato.
—Sam, párate. Se nos hace tarde. El vuelo sale en dos horas —habla Alex, mientras Rossy se ríe de mí por la caída.
Me levanto sobándome la frente. Esto es increíble; ya van dos caídas. Estoy salada. Me doy una ducha rápida, me cambio, recogemos las maletas. El taxi ya nos espera. Le dijimos que vaya lo más rápido posible y así lo hizo. Llegamos en 20 minutos. Salimos corriendo a equipaje y revisión. En media hora sale el vuelo.
Pensé que la situación no podía empeorar; un grave error salir corriendo. No nos percatamos de que había personas en medio. Íbamos tan apuradas que no lo vimos y ¡pum!, chocamos las tres con un grupo de desconocidos. Esto es increíble, otra más.
—Señoritas, ¿están bien? —nos pregunta un señor mayor, ayudándonos a levantarnos. Qué vergüenza.
—Deberían ver por dónde caminan, no pueden ser tan descuidadas —dice una mujer despampanante, con un cuerpo que se ve operado. La miro con cara de pocos amigos y ella no se queda atrás; estamos en un duelo de miradas.
—Discúlpenos, no fue nuestra intención chocar con ustedes; es que vamos tarde a tomar el vuelo y no los vimos —dice Alex, un poco apenada.
—Discúlpenos nada, ustedes son unas incompetentes, tontas y locas. No pueden negar de qué clase son ustedes —dice la plástica, muy molesta.
Y mi paciencia llegó hasta aquí. Me acerco a la estúpida, sin buena cara. Su semblante cambia automáticamente a uno asustado. Mis amigas me hacen señas de que no haga nada, pero no les hago caso. Cuando estoy a pocos centímetros de ella, le digo:
—Mira, solo te diré una cosa: con nosotras no te metas —le digo, molesta. Y ni bien termino de hablar, le doy una tremenda golpiza. —Eso es para que aprendas a respetar.
—Perdón, señor, y gracias por ayudarnos —le grita Alex al señor que nos ayudó. Mis amigas me agarran y salimos corriendo otra vez. No aprendemos.
Llegamos donde tenemos que abordar el avión. Rossy no aguanta y estalla en risa, Alex le sigue, y yo me termino contagiando. Subimos al avión, buscamos nuestros asientos, y nos mantenemos en silencio un buen rato, aguantando la risa, hasta que estallamos otra vez.
—Eso fue increíble, Sam. Eres genial, tenía mucho que no veía esa fase tuya —dice Rossy riéndose.
—Sí, fue genial y todo, pero no debiste golpearla. ¿Y si nos hubieran llamado a seguridad? Por suerte, pudimos escapar —me regaña Alex, quien siempre es la más recta y a veces no está de acuerdo con cosas que hacemos.
—Pero se lo merecía. Además, no voy a permitir que nadie nos maltrate y nos ofenda. Eso nunca. Podrá ser el presidente, pero merecemos respeto —le digo.
—Yo te apoyo en eso, Alex, no podemos dejar que nadie nos humille. ¿Entiendes? —secunde Rossy.
—Lo sé, pero saben que no estoy muy de acuerdo con la violencia —admite Alex.
—Te entiendo, Alex. Pero ya, vamos a descansar, porque son cuatro horas de vuelo, y con toda esta adrenalina me dio sueño —les digo, y terminamos riéndonos otra vez.
Samantha4 horas después…—Sam, despierta, ya llegamos —escucho la voz de Alex, llena de emoción. Cuando abro los ojos, las veo a las dos mirándome, expectantes.—¡Siiii, qué emoción! ¡Ya llegamos! —les respondo sarcásticamente. Ellas solo se ríen.Bajamos del avión, pasamos por otro chequeo y luego buscamos nuestro equipaje. Salimos rápidamente en busca de un taxi que nos lleve hasta la parada de autobús.—Tengo tanta emoción que siento que no me cabe en el pecho —dice Alex, con una sonrisa que no puede ocultar.—Yo también estoy muy emocionada, después de tantos años —respondo, contenta por verlas tan felices. Eso siempre es bueno.—A mí también me alegra volver —añado, con un tono que se tiñe de tristeza.—Sam, sé que es doloroso para ti estar aquí. Ahora siento que no debí obligarte a venir, perdóname —dice Alex, con la voz quebrada. No puedo evitar ver cómo unas lágrimas comienzan a rodar por su rostro.—Alex, no llores, yo acepté venir, no te preocupes, estoy bien. Además, sus p
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra
Samantha Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero
SamanthaPor fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.—Wow, nue