Samantha
4 horas después…
—Sam, despierta, ya llegamos —escucho la voz de Alex, llena de emoción. Cuando abro los ojos, las veo a las dos mirándome, expectantes.
—¡Siiii, qué emoción! ¡Ya llegamos! —les respondo sarcásticamente. Ellas solo se ríen.
Bajamos del avión, pasamos por otro chequeo y luego buscamos nuestro equipaje. Salimos rápidamente en busca de un taxi que nos lleve hasta la parada de autobús.
—Tengo tanta emoción que siento que no me cabe en el pecho —dice Alex, con una sonrisa que no puede ocultar.
—Yo también estoy muy emocionada, después de tantos años —respondo, contenta por verlas tan felices. Eso siempre es bueno.
—A mí también me alegra volver —añado, con un tono que se tiñe de tristeza.
—Sam, sé que es doloroso para ti estar aquí. Ahora siento que no debí obligarte a venir, perdóname —dice Alex, con la voz quebrada. No puedo evitar ver cómo unas lágrimas comienzan a rodar por su rostro.
—Alex, no llores, yo acepté venir, no te preocupes, estoy bien. Además, sus padres son como los míos, y eso es suficiente para mí —le digo, abrazándola con fuerza. Rossy se une al abrazo sin decir nada.
Es cierto, después de perder a mi madre en un accidente y de que mi papá me abandonara, los padres de mis amigas se convirtieron en mi familia. Me dieron amor, me cuidaron y me criaron como si fuera su hija.
—Ella lo dice también por tu innombrable —dice Rossy, con una mueca burlona. Yo la miro con una mirada fulminante.
—Wow, ya entendí, si tu mirada matara, ya estaría en el cementerio —responde, provocando que Alex se ría, a pesar de su tristeza.
—Bueno, ya, Alex, tranquilízate. Y tú, cállate —les digo, intentando calmar el ambiente.
Ninguna de las dos dice nada más. Me quedo mirando por la ventana del autobús, y siento cómo mi corazón comienza a latir más rápido al ver el paisaje familiar. Estoy nerviosa. Han pasado años desde la última vez que estuve aquí. ¿Estará él todavía viviendo aquí? Espero que no... pero si lo está, tendré que verlo durante un mes. Qué tortura.
Finalmente llegamos. Al mirar alrededor, todo parece igual. Nada ha cambiado. Es un pueblo pequeño, donde todos se tratan como familia.
—¿Rossy?... ¿Alex?... ¿Sam? ¡Son ustedes! —un chico lindo nos observa desde una esquina. Su rostro me resulta familiar. Nos sonríe con calidez.
—¿Williams? —pregunta Alex, sorprendida. El chico asiente, aún sonriendo.
—¡Por Dios, cuánto tiempo! —exclama Alex, y se le lanza al cuello, abrazándolo con fuerza. Yo miro a Rossy, que tiene una expresión en el rostro que no sé cómo interpretar. Algo pasó aquí, y no tengo intención de quedarme con la duda.
—¿Eres ese Williams? Ven acá y dame un abrazo —le digo, y me acerco a él. —Tú también has cambiado mucho, estás más guapo y musculoso.
Él se sonroja, y no puedo evitar sonreír. Es increíble cómo aún hay chicos que se sonrojan.
Williams siempre fue un chico muy amable y caballeroso. Es el mejor amigo de Cristian, no sé si aún lo siguen siendo.
—¿Y tú, Rossy, no me vas a saludar? —le pregunta Williams con una sonrisa. Ella se acerca, pero solo le da la mano, sin entusiasmo. Si algo pasó entre ellos, lo voy a descubrir, cueste lo que cueste.
—¿Sabes si tu familia sabe que estamos aquí? —le pregunto mientras lo seguimos.
Él nos responde que no, y nos indica que sigamos caminando. —Pues se pondrán contentos, vamos por aquí. Estoy encargado de llevar a chicas bellas a su destino —dice con una sonrisa encantadora.
—Qué amable y caballeroso, no has cambiado nada —le comento, sin perder mi tono bromista.
Nos subimos a una camioneta, y aunque la conversación sigue fluyendo entre Alex y yo, Rossy permanece en silencio. Algo no anda bien.
Nos enteramos de que Williams se fue a estudiar a la ciudad, pero después de terminar sus estudios, decidió regresar al pueblo. Dice que le parece mejor estar aquí.
—¿Y dime algo, tienes novia? —le pregunto, y de reojo veo a Rossy, cuya cara refleja una curiosidad palpable. Alex me da un codazo.
—¿Qué? ¿Por qué me pegas? No dije nada malo. Solo es una pregunta, y si él quiere, puede contestar, ¿no? —le respondo, mirando a Williams con una sonrisa burlona. Él solo se ríe.
—Ustedes no cambian —dice, divertido. —Contestando a tu pregunta, Sam, no, ahora mismo no tengo novia. Tenía una hace dos años, pero en este momento estoy concentrado en el trabajo y algunos proyectos. Y ya llegamos —concluye, mientras la camioneta frena suavemente.
—Muchas gracias por traernos. Sé que no te dedicas a transportar chicas bellas, pero se te agradece el esfuerzo —digo, mientras me bajo del vehículo. Él solo sonríe, algo avergonzado.
—Ha sido un placer. Nos vemos luego —se despide, y comienza a alejarse. Inmediatamente, me giro hacia Rossy.
—Hey, tú, ¿por qué no has dicho nada en todo el camino? ¿Te comieron la lengua los ratones o hay algo que debemos saber? —le pregunto, cruzándome de brazos. Alex hace el mismo gesto, esperando una respuesta.
—¿De qué estás hablando? Es que me duele la cabeza y no tengo mucho deseo de hablar. Mejor vamos —responde Rossy, caminando hacia la casa. Algo huele raro.
—Ella nos oculta algo. Lo tenemos que averiguar —dice Alex, y estoy totalmente de acuerdo. Seguimos a Rossy.
—¡Hey, espéranos!
Casi llegamos, y veo a Rossy abrazando a su madre, con lágrimas en los ojos. Su padre aparece y también la abraza, emocionado. Nos acercamos a ellos, y el recibimiento es tan cálido que siento una punzada en el pecho.
—Chicas tontas, ¿por qué no avisan que van a venir? —dice Ana, la madre de Rossy, entre sollozos. —Cuánto las extrañé, mis niñas —nos abraza a las tres con fuerza.
—Nosotras también, madre, te quiero tanto —responde Rossy, llorando también.
—Alex, hija —la voz de Rebeca, la madre de Alex se escucha a lo lejos. Volteamos y la vemos corriendo hacia nosotras. Las dos se abrazan con tanta fuerza que parece que no se van a soltar nunca.
—Ustedes dos, vengan también. ¡Hay abrazos y besos para todas! —Rossy y yo nos acercamos y la abrazamos. Qué bien se siente.
—¿Por qué no nos avisaron que venían hoy? Pensamos que pasarían las vacaciones en Hawái —dice Rebeca. Yo solo miro a Alex, buscando alguna respuesta.
—Eso mismo les pregunté yo —responde Ana, aún con los ojos rojos de tanto llorar.
—No les avisamos porque queríamos que todo fuera una sorpresa —les digo, con una voz algo triste, que me sale sin querer.
—Vaya, qué nos sorprendieron. Es la mejor sorpresa que hemos recibido. Pensábamos que no las íbamos a ver nunca más —dice Rebeca, abrazando a su hija. —Tenemos que hacer una cena de bienvenida. Vamos, Alex. —Y con esas últimas palabras, se van.
Siento una felicidad enorme en el pecho, como si todo fuera un sueño que, por fin, se está haciendo realidad.
—Mi niña, ¿vas a cenar con nosotras? —me pregunta Ana, mientras se seca los ojos. Están tan rojos por el llanto que casi me duele verla así.
—Claro que sí, pero sería mejor si lo hacemos todos juntos, la familia de Alex y nosotros —les hago una seña, señalando a Rossy, Ana y Carlos. —¿Qué dicen?
—Suena estupendo, ahora mismo voy y le aviso a Ana. Vengo en un rato —dice, y se va rápidamente.
—Sam, vamos a mi habitación —me dice Rossy, tomándome del brazo para llevarme.
—Hablamos luego, señor Carlos. Fue un placer volver a verlos —le digo con una sonrisa, mientras me voy arrastrada por Rossy.—Claro que sí, mi niña, el placer es nuestro. Y no me digas "señor", me haces sentir más viejo. Solo Carlos, vayan y descansen —me responde, pero su tono es cálido.
Asiento con la cabeza y, antes de que pueda decir más, Rossy ya me arrastra hacia su habitación.
—Se ha vuelto costumbre correr. Y creo que tu padre está un poco loco —comento, mirándola con una sonrisa traviesa.
Rossy me mira extrañada, pero no dejo que diga nada.
—Claro, porque nos acaba de llamar "niñas" —le digo, riendo. Ella también se suelta a reír.
—Loco, loco no está. Quizás un poquito, pero para ellos siempre seremos sus niñas, aunque tengamos 50 años —dice, con una sonrisa que no se borra.
—Tienes razón. Bueno, vamos a bañarnos para salir un rato mientras preparan la cena —le digo, sonriendo con complicidad.
Me baño rápidamente y me visto. Rossy ya estaba lista hace un rato y se fue a la casa de Alex. Mientras yo me alistaba, me puse unos pantalones largos de cintura alta, unos botines negros y una blusa de tirantes finos. Estoy terminando de alistarme cuando escucho que me llama la madre de Rossy.
—Mi niña, baja, que tienes visita.
¿Visita? ¿Quién me va a visitar si casi nadie sabe que estoy aquí? Bajo las escaleras con curiosidad, preguntándome quién será la famosa visita.
La casa de Rossy es de dos niveles, una hermosa casa de campo pintada en tonos pastel: azul y verde. Las decoraciones vintage, que tanto me encantan, llenan cada rincón. No es una familia de mucho dinero, pero tampoco les falta nada. Se dedican a la cría de animales y a la cosecha de vegetales, de eso viven.
Tienen un establo y, lo mejor de todo, cada miembro de la familia tiene su propio caballo. Espero que Princesa esté allí; es mi caballo. Cuando cumplí 15 años, ese fue mi regalo, y fue una de las sorpresas más grandes de mi vida. Siempre había soñado con uno. Ahora, cuando salga, voy a buscarlo.
Cuando llego abajo, veo a Williams sentado en el sillón.
—Vaya, ¿a quién tenemos aquí? Llegaste muy temprano a visitarnos —le digo, acercándome a él y abrazándolo con cariño. —¿Qué te trae por acá?
—A ver, ¿no puedo visitar a las bellezas del pueblo? —responde, con tono coqueto. Yo me río ante su exagerada actitud, cuando, de repente, escucho que alguien lo llama.
Cuando volteo hacia la voz, mi mundo se detiene.
—Williams, te dije que me esperaras.
No puede ser… es el...
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra
Samantha Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero
SamanthaPor fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.—Wow, nue
SamanthaEsta última semana ha sido de locos. Después de decidir a dónde iríamos de vacaciones, salimos de compras. Fuimos de tienda en tienda, compramos de todo: zapatos, pantalones, blusas, incluso unos diminutos bikinis, todo acorde a nuestro destino. También fuimos al cine y luego a un restaurante donde comimos delicioso, sin ganas de cocinar en casa.Al día siguiente, decidimos ir a un parque de diversiones y la pasamos increíble. ¿Exageraría si les digo que nos montamos en todos los juegos? Pues sí, literalmente en todos, excepto en uno porque, la verdad, me dio miedo y no quería morir joven. Por suerte, no fui la única. Hacía mucho que no me divertía tanto.Solíamos tener planes para divertirnos los fines de semana: íbamos a discotecas o organizábamos fiestas en casa con nuestros compañeros de trabajo. Últimamente no lo hemos hecho. Trabajar en una editorial nos consume; leer y editar libros no es tarea fácil. Rossy es secretaria en edición, Alex es supervisora de edición, y yo