Samantha
Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?
—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.
—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero yo también soy un poco mala, así que termino riéndome con él.
—Basta, por favor, ya no puedo más. No puedo dejar de reírme —me río como una foca, sí, me estoy riendo de mi propia caída. Es increíble.
—Está bien, ya voy a parar —él deja de reír, pero sé que se quiere seguir riendo. Le lanzo una mirada de advertencia, como diciendo que, si sigue, le va a ir mal. —Ya entendí esa mirada. Ahora dime, ¿por qué saliste corriendo? Solo te invité a cenar, no es algo malo. Pero voy a ser sincero: tú me gustas. Desde el primer día que te vi, no podía decírtelo por la ética de la empresa, pero ya no me aguanté —termina de decir, y yo no sé qué cara poner. Esto es un poco incómodo.
La verdad es que él no me gusta. Es guapo, pero no me atrae.
—Háblame, por favor. Dime algo, no te quedes callada mirándome —me dice con voz suplicante.
—Lo siento, pero no puedo —él me mira, como intentando procesar lo que dije. Espero que esto no afecte mi trabajo. ¿Y si quiere despedirme? No, no puede hacer eso. Lo demandaría, porque no puede obligarme a salir con él.
—Pero, ¿por qué? —me pregunta, con una expresión de tristeza. Tomo valor para responderle.
—Lo siento, pero no siento lo mismo. No sería justo aceptar tu invitación e ilusionarte con ideas equivocadas —le digo, apenada.
Veo cómo su semblante cambia de esperanza a desilusión. No me gusta hacer sentir mal a nadie, pero no puedo darle falsas esperanzas.
—Entiendo, gracias por tu sinceridad —su voz suena melancólica. Sé que fui un poco dura, pero no puedo engañarlo.
—¿Seguimos siendo jefe y empleada? —le pregunto, esperando su respuesta.
Tarda unos segundos en contestar.
—Sí, no te preocupes. Bueno, me retiro. Sigue poniéndote el hielo —se levanta y sale. Eso fue incómodo.
Finalmente llega la hora del almuerzo. La mañana se me hizo eterna. Mi jefe me sugirió irme a casa a descansar por la caída, pero le dije que no, que estoy bien y que tengo trabajo que hacer. He pasado toda la mañana con una pequeña bolsita de hielo en la frente.
Salgo de mi oficina rumbo al comedor para encontrarme con mis amigas. Hoy tengo mucha hambre.
—¡Hello, chicas! —saluda Rossy, muy alegre. ¿Qué mosca le picó? —Pero Sam, ¿qué te pasó? —me mira y empieza a reírse. —¿Te caíste? Esto es un acontecimiento importante y único. Déjame hacerte una foto, ¡por favor! —intenta sacar el celular, pero yo la fulmino con la mirada.
—Lo siento, no puedo evitarlo.
—Sam, por favor, explícanos cómo te pasó eso. ¿Por qué tienes ese golpe? —me insiste Alex.
Después de contarles todo lo que pasó, la declaración de mi jefe, la caída y el rechazo, las dos se ríen de mí. Esto es el colmo, pero no tardo mucho en unirme a ellas.
—Paren ya, por favor, me va a dar un ataque —dice Alex, aún riéndose. Me alegra verla contenta y que no piense en la rata de John.
—Ay, querida Sam, eso fue muy gracioso —me dice Rossy. —Nunca me había reído tanto en mi vida —sigue riendo, agarrándose la panza.
—Ya entendí, dejen de reírse de mí. Lo admito, fue muy divertido, pero ya, paren —les digo, aunque riéndome un poco.
—Bien, ya paro, déjame respirar y calmarme —Rossy hace un gesto de serenarse y se echa aire con las manos. —Ok, ya me calmé, Sam, pero ¿cómo se te ocurre salir corriendo de su oficina? Además, ¿por qué rechazaste su invitación? Nuestro jefe es guapo, explícate —me dice, cruzándose de brazos.
—Sí, es guapo y todo, pero no me gusta. No voy a salir con él sin sentir ninguna atracción. La verdad, no sé por qué salí corriendo. Creo que me asusté y no supe cómo reaccionar —confieso.
—Está bien, te entendemos, pero aún sigo pensando que no tenías que salir corriendo. Pero ya, hablemos de otra cosa —sugiere Alex.
—¡Vacaciones! —grita Rossy emocionada, con una sonrisa enorme. —¿A dónde vamos? Debemos divertirnos como nunca. Yo sugiero irnos de crucero.
—Me parece genial esa idea, pero a mí me gustaría Hawái —siempre he querido ir. Me encanta.
—Yo digo que deberíamos ir a nuestra ciudad natal —sugiere Alex.
Rossy y yo nos miramos, incrédulas. No puedo creer que ella esté proponiendo eso. Creo que estoy soñando.
—Estás loca, Alex. Habiendo tantos lugares en el mundo, eliges ese —digo, un poco alterada. La verdad, no me agrada mucho la idea de volver.
—Creo que es una buena idea, me agrada —la apoya Rossy. ¿Qué? Ella también está loca.
—Digo que no y punto. Vamos a ir a Hawái y no se discute —me levanto molesta. Ya se me fue el hambre. Me dirijo a mi oficina para terminar de leer esos manuscritos. Sí, trabajamos en una editorial.
La verdad, estoy cabreada. No puedo creer que Alex haya salido con esa idea, y para colmo, Rossy le sigue el juego. Pero no, vamos a ir a Hawái. Quiero sol, playa y arena. No voy a volver a ese lugar.
Horas más tarde, mientras estoy concentrada en mi trabajo, me llega una notificación en el celular. Reviso y veo que es un mensaje del grupo que tenemos mis amigas y yo.
GRUPO "Las Babys"
Rossy: —Hey chicas, ¿dónde están que no las veo?
Yo: —Pues trabajando, no estoy de vaga —le mando una carita triste de cansancio.
Alex: —Sí, estamos trabajando. No sé tú, Rossy, ¿qué haces?
Rossy: —En lo mismo que ustedes, pero hablo para que se decidan dónde vamos a pasar las vacaciones, especialmente tú, Sam.
Alex: —Yo dije dónde, y creo que es muy buena idea para despejar nuestra mente de este ambiente tóxico de la ciudad.
Rossy: —Creo que Alex tiene razón. Sería algo diferente.
Alex: —Por fin alguien está de acuerdo conmigo.
Rossy: —Sam, ¿dónde estás? Responde.
Rossy: —Sé que viste los mensajes. Responde, tenemos que planificar esto ya.
Rossy: —Holaaaaaaa, ¿hay alguien?
Alex: —No tiene caso, hablaremos mejor en la casa. Ella no está en nosotras.
Terminé de leer los mensajes y decidí no contestar. La verdad es que no me agrada la idea de no pasar mis vacaciones en Hawái.
"Despejar la mente", sí claro, será una tortura, no un lugar de relajación. Están locas.
SamanthaPor fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.—Wow, nue
SamanthaEsta última semana ha sido de locos. Después de decidir a dónde iríamos de vacaciones, salimos de compras. Fuimos de tienda en tienda, compramos de todo: zapatos, pantalones, blusas, incluso unos diminutos bikinis, todo acorde a nuestro destino. También fuimos al cine y luego a un restaurante donde comimos delicioso, sin ganas de cocinar en casa.Al día siguiente, decidimos ir a un parque de diversiones y la pasamos increíble. ¿Exageraría si les digo que nos montamos en todos los juegos? Pues sí, literalmente en todos, excepto en uno porque, la verdad, me dio miedo y no quería morir joven. Por suerte, no fui la única. Hacía mucho que no me divertía tanto.Solíamos tener planes para divertirnos los fines de semana: íbamos a discotecas o organizábamos fiestas en casa con nuestros compañeros de trabajo. Últimamente no lo hemos hecho. Trabajar en una editorial nos consume; leer y editar libros no es tarea fácil. Rossy es secretaria en edición, Alex es supervisora de edición, y yo
Samantha4 horas después…—Sam, despierta, ya llegamos —escucho la voz de Alex, llena de emoción. Cuando abro los ojos, las veo a las dos mirándome, expectantes.—¡Siiii, qué emoción! ¡Ya llegamos! —les respondo sarcásticamente. Ellas solo se ríen.Bajamos del avión, pasamos por otro chequeo y luego buscamos nuestro equipaje. Salimos rápidamente en busca de un taxi que nos lleve hasta la parada de autobús.—Tengo tanta emoción que siento que no me cabe en el pecho —dice Alex, con una sonrisa que no puede ocultar.—Yo también estoy muy emocionada, después de tantos años —respondo, contenta por verlas tan felices. Eso siempre es bueno.—A mí también me alegra volver —añado, con un tono que se tiñe de tristeza.—Sam, sé que es doloroso para ti estar aquí. Ahora siento que no debí obligarte a venir, perdóname —dice Alex, con la voz quebrada. No puedo evitar ver cómo unas lágrimas comienzan a rodar por su rostro.—Alex, no llores, yo acepté venir, no te preocupes, estoy bien. Además, sus p
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra