La mañana los había encontrado profundos en un sueño poco reparador, de hecho, prácticamente habían pasado en vela tras haberse enterado de que Ariel había fallado por segunda vez y aquello no solo provocó complicación en el caso, sino que puso en riesgo la reputación de las Virtudes Divinas, quienes estaban estrictamente custodiadas por las autoridades gubernamentales y religiosas de manera clandestina.Ariel fue el primero en despertar y se sorprendió al no verse en la casa de aquellos condominios de lujo, cerca de la familia Enache. En realidad, él había reconocido el lugar cuando vio las cortinas color verde olivo que se ondeaban de manera sutil con el viento y dejaban entrar los primeros rayos de sol.Una punzada de dolor invadió su cuerpo, como si mil cuchillos se clavaran en su piel. Aquella sensación le trajo el recuerdo de la feroz bestia prensando con sus filosos dientes su pierna, mientras sacudía con tanta fuerza como para haber desgarrado su piel, tanto así que él carecía
“Estoy muriendo de inanición más que de hambre. Una parte de mí se arrepiente de haber venido, otra me exige que lo siga intentando. Todavía me quedan energías, pero desde este momento puedo sentir cómo se van agotando. Velkan se ofreció a seguir vigilando a Ileana, la presa, en lo que yo consigo una manera de adentrarme en esta inmunda sociedad. En lo que restaba de la madrugada pude salir a conocer los alrededores y he observado una especie de hospital pequeño. Si cuento con suerte podré ir a pedir empleo allí y así recomenzar, pero antes deberé obtener noticias de mi lobito, espero que no tarde y que no le suceda nada malo, justo ahora lo estoy esperando. El muy testarudo insistió en ir de día, aunque le prohibí tal cosa. Algo me llena de una alegría inexplicable, y es que no muy lejos de aquí puedo oler magia. Aunque no sea oscura creo que podré divertirme un poco y congeniar con algunas brujas, por lo que percibo no es de la magia emocionante, pero algo a nada me servirá para in
Las dos extrañas mujeres la observaban, y aquello le provocaba cierta intranquilidad a Antonella. Sobre todo porque en ese momento no era nada sin su magia poderosa y menos en aquel lugar del cual ella no se sentía formar parte. Si bien la señora rubia de falda floreada pegada al cuerpo y blusa blanca, la miraba con amabilidad –Antonella no se acostumbraba a la forma de vestir de ese mundo, le parecía asquerosa y no tenía nada que ver con exhibir el cuerpo, sino con lo ridícula que hacía ver a las personas–, la más joven mantenía aquel gesto desconfiado que más bien complicaba las cosas para la pelirroja. –Romi, hija. Es una persona que necesita ayuda –respondió la señora para luego dirigirse a Antonella–. Dinos, ¿qué te trae por aquí, chica? Yo creo en las coincidencias y, el hecho de que llegaras hasta la puerta de nuestra casa no es en vano. –Tiene razón –respondió Antonella en rumano–. Verá, soy una viajera que lo ha perdido todo, vengo de lejos y lo que ahora necesito es un poc
Antonella se encontraba consternada. No se esperaba para nada aquel obsequio tan bizarro de parte de Velkan. Además, había regresado relativamente temprano de su expedición y no con lo que a ella realmente le importaba. ¿Es que acaso pretendía desobedecerla? Poco a poco parecía dejar de ser aquel lobo que no cuestionaba nada y que cumplía con lo que ella le decía sin chistar. En definitiva su autonomía había avanzado mucho en comparación de cuando se hallaban en el pueblo y eso sí que estaba fuera de todo plan. La figura de aquella liebre joven que pataleaba por su vida ya sin caso alguno de poder sobrevivir, la había tomado por sorpresa. Antonella frunció el ceño, y recogió las peonías que se le habían caído. Velkan, quien estaba a la expectativa de su respuesta y que meneaba su cola confianzudo, dejó de hacerlo en cuanto se percató de que su pelirroja no estaba nada contenta. «¿No vas a decir nada? –inquirió Velkan, mientras la liebre daba un último chillido antes de perder la vid
La conversación que había tenido con Nadia en verdad la había llenado de paz, de calma entre tanto tormento. Después de una prolongada espera a que la madre de su amiga se hubiese ido, ella había accedido a ayudarle a ocultarse en su casa. No sabía cómo agradecerle por esa gran ayuda más que auxiliarla en su recuperación y en todo lo que estuviera al alcance de sus manos. Ileana se sentía muy comprometida a ser lo más discreta posible para que nadie supiera de su paradero; cambiaría su identidad si así lo requiriera, todo para proteger su vida y la de sus padres, pero antes, al menos quería dejarles una última nota para que no hicieran por buscarla, además de que, dejaría su vehículo en la casa para no ser rastreada de ninguna manera. El plan era regresar a casa, dejar una breve nota donde sus padres pudieran encontrarla, mentir que saldría a pasear sola y regresar en transporte público lo más rápido que pudiera a la casa de Nadia. Esperaba poder lograrlo, ya que la sensación de ser
Las cuatro de la tarde habían llegado a la Iglesia Obscura, en la ciudad de Brasov; los tonos naranjas y azules del cielo, la coloreaban de una manera impresionante mientras los sonidos de la música sacra en violín creaban un ambiente solemne que salía de las cuatro paredes del atrio y llegaba a los alrededores. Aquel virtuoso ejecutante alto, de cabello castaño claro medio largo, que llevaba tocando al menos una hora con los ojos cerrados, se trataba de Raguel, quien a menudo daba extensos conciertos de violín y mucha gente llegaba exclusivamente a escucharlo por lo excepcional de su angelical sonido. Sus dedos se movían con destreza y se deslizaban rápidamente sobre el mástil de ébano y las cuerdas, mientras que su cuerpo se mecía al compás de ese estudio de Johan Sebastian Bach, que sabía de memoria. Lo que quizá nadie sabía, era que él estaba tocando por el hecho de sentirse apesadumbrado y de alguna manera… de luto, porque Sorin les había pedido a todos que se retiraran de la cl
Sorin había aparecido frente a ellos como si se tratara de un espectro. Su semblante irradiaba tensión, enojo y un ápice de angustia. Mientras Jofiel regresaba a su asiento, Gabrielle estiró el cuello para ver si atrás de él venía Ariel, pero aquello solo era una ilusión. El rubio movió la cabeza para bloquearle el panorama y verla a los ojos. –¿Qué se te perdió, Gabrielle? –alegó Sorin, mientras cruzaba los brazos. –Nada, nada –respondió la joven y a regañadientes regresó a sentarse. Sorin caminó enfrente de todos, quienes estaban en un silencio sepulcral, y el único sonido que se percibía en el ambiente era el de los pesados pasos del rubio, que pronto se sentó frente a ellos. Hasta que pronto, el silencio fue interrumpido. –Eh… perdón si interrumpo pero, ¿no vas a decirnos nada acerca de Ariel? –preguntó Raziel con un dejo de inseguridad. –Sí, Sorin –prosiguió Gabrielle–. Al menos merecemos saber si te atreviste a… –La joven no se atrevió ni a pronunciar aquella palabra. –No
El miedo y la melancolía invadían todos sus sentidos. Había estado deambulando por una hora para conseguir un mísero taxi que la llevara hacia la casa de Nadia, pero para su infortunio pasaban ocupados o la ignoraban, como si fuera una mujer invisible se tratara; esa situación ya la estaba exasperando. Encontrar transporte no resultaría ser un problema para ella, si no estuviera huyendo de la sensación de ser perseguida a dondequiera que fuera. Ileana miró a todos lados y cruzó la calle, pronto comenzó a caminar sin un rumbo específico para tratar de ser vista por alguno de los choferes aludidos, pero no había indicio de que alguno pudiera llevarla. «Esto de escapar de casa, no me ha resultado como lo esperé», pensó bastante exhausta de caminar errante. Había decidido colocarse una capa de color crema para no ser reconocida con facilidad. Por debajo de esta, de los hombros de la chica se aferraba su pequeña mochila, en donde había guardado algunos de sus objetos personales y el dine