… Hasta que recuperara su fuerza después de tremendo parto de dos. Alicia se había desmayado, la habían revisado y todo estaba normal, signos vitales estables. Solo necesitaba dormir. Emiliano estaba caminando de un lado a otro en la habitación, se detuvo una y otra vez de manera breve para ver si despertaba, hasta que ella lo miró preocupado haciendo ruidos al caminar. —¿Puedes detenerte un poco? Me estás mareando con esas idas y vueltas. —Emiliano miró hacia ella y sintió el alivio. —Me has dado el tercer susto más horrible de mi vida, pensé qué te habías ido, que me…—la voz de Emiliano se quebró impidiendo que siguiera hablando. —Aquí estoy, señor Rodríguez. —ella seguía pálida, adolorida, le punzaba cada parte de su cuerpo, estaba completamente molida. Definitivamente, cerraría fábrica de inmediato. Emiliano se acercó a ella y acarició su mejilla. —Solo estoy agotada, sabes que no he dormido en meses, ¿Cómo están los bebés? ¿Hay que darles de comer ya?—dijo ella intentando sen
Manhattan, New York, Estados Unidos. Emiliano levantó la vista de nuevo para confirmar lo que veía en la pantalla de la bolsa de valores, hojeó una que otro documento que tenía en sus manos, un par de televisores frente a él que estaban empotrados en la pared visualizaban las gráficas donde mostraban que el dólar decayó y otra donde el euro subió. En uno de los televisores tenía el noticiero internacional que veía cada mañana después de su rutina de ejercicio en el gimnasio privado, el teléfono inalámbrico que estaba sobre el escritorio, sonó, pero no contestó dejándolo que entrara directo al contestador. —“Emiliano, contesta. Ahora…”—era su madre y estaba muy alterada, no lo pensó dos veces cuando ya tenía el auricular en su oído. — ¿Qué es lo que pasa? —la mujer al otro lado de la línea apenas podía hablar. Emiliano lanzó los documentos sobre el escritorio y se puso de pie de un movimiento. —Tu padre…—más llanto, sintió como los músculos de sus hombros se tensaron. —Se ha ido… Y
Hacienda “El patrón” Emiliano dio indicaciones a su personal de seguridad, le hizo una seña a Ryan para que lo siguiera, caminaron por el sendero de piedra lisa que lo llevaría hasta la puerta principal de la hacienda, su corazón se agitó cuando los recuerdos lo golpearon, dos hombres custodiaban la entrada. —Buenos días, —dijo de manera educada, pero estos dos hombres con armas, no abrieron la puerta. — ¿Quién es usted? —preguntó uno de ellos a Emiliano. —Soy Emiliano Rodríguez, ¿Algún problema? ¿Por qué no estás abriendo esa puerta? —Lo siento, pero tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie. —Soy el hijo de Don Emiliano. —Al ver que no los convenció, gruñó entre dientes mientras metió su mano en el bolsillo, sacó su celular y marcó a su madre. —He llegado y no me dejan entrar. —Escuchó a su madre decirle algo—Espero. —luego colgó, momentos después, el celular sonó a uno de ellos, contestó y se tensó mientras escuchó a la persona del otro lado de la línea. —Sí, señora. —luego c
Hacienda «El patrón» Doña María llevó a su hijo al despacho para estar más cómodos y aparte de que no estuvieran escuchando su conversación, se dio cuenta de que el empleado de su hijo era demasiado discreto, miró hacia Ryan que desde su lugar solo vio la punta de un zapato negro. — ¡Oye tú! —Miró a su hijo— ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Rayan? —Emiliano casi se le escapó una sonrisa, pero se mantuvo serio. —Ryan. —dijo Emiliano, y Ryan apareció. — ¿Sí, señor? —dijo este bastante tenso. —Te presento a mi madre, ella es María Guadalupe Ansa de Rodríguez. —Ryan saludó educadamente a doña María. —Mis condolencias, señora de Rodríguez. —doña María le agradeció. —Deja llamo a esta muchacha. —Hizo una pausa para gritar— ¡Lichaaaa! —una joven mujer entró un momento después, tenía el cabello castaño recogido en una trenza que estaba a punto de desbaratarse, llevaba un uniforme tipo jumper azul marino de manga corta y le llegaba un centímetro arriba de sus rodillas, en la cintura tenía u
La hacienda “El patrón”Emiliano tomó con cuidado el dedo de Alicia, lo revisó bien para evitar que se infectara la herida, estaba demasiado concentrado que no notó que ella lo estaba observando detenidamente, la nariz, sus pómulos, esa barba bien perfilada y el ceño arrugado en señal de concentración. "¿Y es casado? ¿Es soltero? ¿Es gay? ¿Es...? ¿Es un ángel que su madre le había enviado para cuidarla? Alicia suspiró sin querer atrayendo la atención de Emiliano, sus miradas se encontraron, él notó el rubor en sus mejillas.— ¿Está todo bien? ¿Te duele?—negó rápidamente retirando la mano de la suya y sintió el ardor de la herida, abrió su boca para soltar unas cuantas malas palabras, pero se contuvo al ver Emiliano expectante por lo que saldría de su boca grosera, la cerró y presionó sus labios con fuerza para no soltar nada. Emiliano sonrió discretamente.—Anda, dilo, no hay nadie en la cocina—y Alicia no dudó.— ¡Maldita sea, eso arde como el mismo infierno! ¿Qué me puso? ¿Ácido? ¿S
Alicia se había quedado quieta en la puerta que estaba un poco abierta, los vellos de sus brazos se erizaron al escuchar aquel llanto de su jefe Emiliano, sintió una punzada en su pecho, haciéndole recordar que ella había perdido a su madre, sabía cómo se sentía cuando perdías a un ser querido. “Pero ellos tenían más tiempo” pensó, bajó la mirada a la charola con otro juego de café de cerámica en color negro, Alicia suspiró mientras se debatió en sí entrar o no, si dar privacidad o disculparse al entrar y dejar la charola para luego marcharse, “Pero tendrían café calientito para cuando terminaran” pensó. —Dámelo, yo lo dejaré. —anunció don Óscar a Alicia. —No te preocupes…—él suavizó la mirada al debate mental que tenía, tomó la charola y le hizo una seña para que se marchara, eso hizo ella de manera dudosa, se marchó sin mirar atrás. Óscar entró a la habitación principal con la charola de plata en las manos, la mirada de doña María se levantó para encontrárselo cerrando la puerta de
Hacienda “El patrón”Emiliano estaba absorto en sus propios pensamientos mientras tenía la mirada fija en el jardín que daba a espalda de su habitación. Tenía muchos sentimientos encontrados. Jamás se imaginó regresar a la hacienda donde creció y huyó para a enterrar a su propio padre. Cerró sus ojos y pensó detenidamente lo que haría para poder irse de nuevo a Manhattan y seguir con su vida. Al abrirlos, se le vino la imagen de su madre, estaría completamente sola, -presionó sus labios- cuando pensó que estarían sus hermanos, imaginó que solo le acarrearían problemas, y aunque doña María tenía carácter, también eran sus hijos y no tardaría en ablandarse. — ¿Qué es lo que haré para cuidarla? —se preguntó en voz alta, no podía simplemente arrancarla de su hogar para llevarla a Estados Unidos, además, a ella no le gustaba viajar hacia allá. Creía que lo mejor estaba en México así como su sazón en la comida y no desabrida como lo que le tocó probar en uno de los viajes hace años atrás.
La hacienda «El patrón» Doña María estaba sentada en el banco de madera rústico que formaba parte del comedor de la cocina, solía sentarse a platicar con sus cocineras o ayudar en la preparación de la comida cuando tenía buen humor. Siempre decía que si cocinabas de malas, la comida se amargaba, si era lo contrario, era deliciosa. En este momento, estaba emputada. Sabía que Sebastian y Leonardo, tramaban algo en contra de Emiliano, siempre habían estado celosos de él, recordó las golpizas que recibía su hijo menor y el motivo por el cual se había marchado. Pero… ¿Qué familia era perfecta? Ninguna. Cuando intentó abogar y defender a Emiliano, su esposo la había detenido y prohibido involucrarse, decía que tenía que armarse de valor el mismo para poder defenderse, y no estar siempre en las faldas de doña María. Y ahora que no estaba su esposo, tomaría cartas en el asunto desde ya. No le importaba que Emiliano tuviese treinta y tres años, que por su físico podría el mismo romperle la ca