Manhattan, New York, Estados Unidos.
Emiliano levantó la vista de nuevo para confirmar lo que veía en la pantalla de la bolsa de valores, hojeó una que otro documento que tenía en sus manos, un par de televisores frente a él que estaban empotrados en la pared visualizaban las gráficas donde mostraban que el dólar decayó y otra donde el euro subió.
En uno de los televisores tenía el noticiero internacional que veía cada mañana después de su rutina de ejercicio en el gimnasio privado, el teléfono inalámbrico que estaba sobre el escritorio, sonó, pero no contestó dejándolo que entrara directo al contestador.
—“Emiliano, contesta. Ahora…”—era su madre y estaba muy alterada, no lo pensó dos veces cuando ya tenía el auricular en su oído.
— ¿Qué es lo que pasa? —la mujer al otro lado de la línea apenas podía hablar. Emiliano lanzó los documentos sobre el escritorio y se puso de pie de un movimiento.
—Tu padre…—más llanto, sintió como los músculos de sus hombros se tensaron. —Se ha ido… Ya no late su corazón…—el llanto aumentó, se escucharon voces y luego más ruido.
— ¿Carnalito? —Era su hermano Leonardo, -era el del medio de tres hermanos- se escuchó a lo lejos más llanto de su madre. —Arráncate a Guadalajara, pero como chile quemado, nuestro “apa” se nos fue…
—Salgo en este momento. —contestó de inmediato y luego colgó. — ¡Ryan! —llamó a toda prisa, el hombre en traje de marca italiana entró de inmediato al gran despacho de estilo minimalista.
— ¿Sí, señor Rodríguez? —Ryan notó que su jefe estaba alterado.
—Necesito…—hizo una pausa breve para tomar aire, se llevó la mano a su rostro y luego lanzó más órdenes. —Una maleta con ropa básica, pasaportes y visas, los permisos de vuelo de emergencia, un auto y un equipo de seguridad de alta confianza esperando en el aeropuerto de la ciudad de Guadalajara, necesito salir en cinco minutos, cancela toda mi agenda hasta nuevo aviso. —Ryan estaba sorprendido, su jefe era estricto con los tiempos para cumplir al pie de la letra la agenda personal, ¿Qué lo tenía tan alterado?
—Sí, señor, —este salió a toda prisa intentando imaginar que es lo que estaba pasando. Ryan era el asistente personal de Emiliano, tenía cinco años trabajando para él y solo lo que su jefe quería que supiera de su vida, él estaba al tanto. Ni más ni mucho. Emiliano era estricto con su vida privada y ahora, se tenían que ir del país.
***
Aeropuerto Internacional de Guadalajara Miguel Hidalgo y Costilla.
Cinco horas y quince minutos después Emiliano subió al auto blindado escoltado por cinco hombres de seguridad privada, ya en el interior, dejó caer su cabeza en el cojín del respaldo y cerró sus ojos sintiendo el movimiento del auto.
—Señor, el cinturón de seguridad por favor. —Ryan le pidió en un tono serio, Emiliano se irritó y se lo puso sin replicar a nada, no había podido detener sus pensamientos, ya que lo abrumaron por completo los recuerdos junto a su padre, había comenzado a recordar cuando se fue hace quince años de la hacienda “El patrón” con solo dieciocho años recién cumplidos, ese día se había peleado con sus dos hermanos, le habían reventado el labio y una ceja, recordó el sabor metálico de la sangre en su boca y el dolor del labio roto, la ira que albergaba en su interior cada vez que sus dos hermanos, Sebastian –el mayor- y Leonardo –el del medio- le recordaban que no era un Rodríguez, que nadie creía que era hijo de su padre don Emilio, así que siempre le hacían bullying cada vez que había oportunidad y sin que su padre se enterara. — ¿Quiere algo de agua, señor? —Ryan lo sacó de su pensamiento, Emiliano negó.
— ¿En cuánto tiempo llegaremos? —preguntó al hombre al volante, sus miradas cruzaron por el retrovisor.
—El viaje es de una hora y veinte minutos, depende del tráfico, pero me asegura de llegar en menos tiempo, señor Rodríguez.
—Gracias. —Emiliano soltó el aire entre dientes de manera discreta, quería llegar ya a la hacienda, ver por última vez a su padre, y consolar a su madre, para después regresar a Manhattan, “Eso hubiera pedido su padre desde el mismo infierno”. La hacienda se localizaba en Ahualulco de Mercado, en una zona de plantíos de agave en Jalisco, era monumental el lugar, Emiliano recordó impregnado en cada una de sus esquinas el aroma de antaño, siempre le había fascinado como la vegetación cubría gran parte del lugar resaltando su belleza. Recordó también cuando de niño corría por sus amplios pasillos, había una gran cocina con rica comida y la cual era su escondite favorito en el que sus hermanos tenían prohibido entrar para golpearlo. Su habitación tenía una gran chimenea y una tina grande, recordó sus juguetes flotando en el agua llena de burbujas. Le encantaba explorar la antigua capilla donde acomodaba sus soldados de plástico en color verde zacate, -así como Emiliano decía y su padre reía- pero lo más fascinante era el salón de eventos donde un fin de semana al mes había fiesta y con ello muchos niños, también recordó la sala de juntas donde la mayoría del tiempo su padre se la pasaba gritando a otras personas, pero su segunda parte favorita de la hacienda eran las piscinas y los grandes jardines para correr casi imaginando que podía volar y evitar que sus hermanos siguieran lastimándolo.
—Señor, hemos llegado. —anunció Ryan con la puerta abierta del lado de Emiliano despertándolo de su breve siesta imprevista.
—Gracias. —este se retiró el cinturón de seguridad y se puso sus lentes de sol al bajar. —Terminemos con esto lo más rápido posible para marcharnos.
Hacienda “El patrón” Emiliano dio indicaciones a su personal de seguridad, le hizo una seña a Ryan para que lo siguiera, caminaron por el sendero de piedra lisa que lo llevaría hasta la puerta principal de la hacienda, su corazón se agitó cuando los recuerdos lo golpearon, dos hombres custodiaban la entrada. —Buenos días, —dijo de manera educada, pero estos dos hombres con armas, no abrieron la puerta. — ¿Quién es usted? —preguntó uno de ellos a Emiliano. —Soy Emiliano Rodríguez, ¿Algún problema? ¿Por qué no estás abriendo esa puerta? —Lo siento, pero tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie. —Soy el hijo de Don Emiliano. —Al ver que no los convenció, gruñó entre dientes mientras metió su mano en el bolsillo, sacó su celular y marcó a su madre. —He llegado y no me dejan entrar. —Escuchó a su madre decirle algo—Espero. —luego colgó, momentos después, el celular sonó a uno de ellos, contestó y se tensó mientras escuchó a la persona del otro lado de la línea. —Sí, señora. —luego c
Hacienda «El patrón» Doña María llevó a su hijo al despacho para estar más cómodos y aparte de que no estuvieran escuchando su conversación, se dio cuenta de que el empleado de su hijo era demasiado discreto, miró hacia Ryan que desde su lugar solo vio la punta de un zapato negro. — ¡Oye tú! —Miró a su hijo— ¿Cómo dijiste que se llamaba? ¿Rayan? —Emiliano casi se le escapó una sonrisa, pero se mantuvo serio. —Ryan. —dijo Emiliano, y Ryan apareció. — ¿Sí, señor? —dijo este bastante tenso. —Te presento a mi madre, ella es María Guadalupe Ansa de Rodríguez. —Ryan saludó educadamente a doña María. —Mis condolencias, señora de Rodríguez. —doña María le agradeció. —Deja llamo a esta muchacha. —Hizo una pausa para gritar— ¡Lichaaaa! —una joven mujer entró un momento después, tenía el cabello castaño recogido en una trenza que estaba a punto de desbaratarse, llevaba un uniforme tipo jumper azul marino de manga corta y le llegaba un centímetro arriba de sus rodillas, en la cintura tenía u
La hacienda “El patrón”Emiliano tomó con cuidado el dedo de Alicia, lo revisó bien para evitar que se infectara la herida, estaba demasiado concentrado que no notó que ella lo estaba observando detenidamente, la nariz, sus pómulos, esa barba bien perfilada y el ceño arrugado en señal de concentración. "¿Y es casado? ¿Es soltero? ¿Es gay? ¿Es...? ¿Es un ángel que su madre le había enviado para cuidarla? Alicia suspiró sin querer atrayendo la atención de Emiliano, sus miradas se encontraron, él notó el rubor en sus mejillas.— ¿Está todo bien? ¿Te duele?—negó rápidamente retirando la mano de la suya y sintió el ardor de la herida, abrió su boca para soltar unas cuantas malas palabras, pero se contuvo al ver Emiliano expectante por lo que saldría de su boca grosera, la cerró y presionó sus labios con fuerza para no soltar nada. Emiliano sonrió discretamente.—Anda, dilo, no hay nadie en la cocina—y Alicia no dudó.— ¡Maldita sea, eso arde como el mismo infierno! ¿Qué me puso? ¿Ácido? ¿S
Alicia se había quedado quieta en la puerta que estaba un poco abierta, los vellos de sus brazos se erizaron al escuchar aquel llanto de su jefe Emiliano, sintió una punzada en su pecho, haciéndole recordar que ella había perdido a su madre, sabía cómo se sentía cuando perdías a un ser querido. “Pero ellos tenían más tiempo” pensó, bajó la mirada a la charola con otro juego de café de cerámica en color negro, Alicia suspiró mientras se debatió en sí entrar o no, si dar privacidad o disculparse al entrar y dejar la charola para luego marcharse, “Pero tendrían café calientito para cuando terminaran” pensó. —Dámelo, yo lo dejaré. —anunció don Óscar a Alicia. —No te preocupes…—él suavizó la mirada al debate mental que tenía, tomó la charola y le hizo una seña para que se marchara, eso hizo ella de manera dudosa, se marchó sin mirar atrás. Óscar entró a la habitación principal con la charola de plata en las manos, la mirada de doña María se levantó para encontrárselo cerrando la puerta de
Hacienda “El patrón”Emiliano estaba absorto en sus propios pensamientos mientras tenía la mirada fija en el jardín que daba a espalda de su habitación. Tenía muchos sentimientos encontrados. Jamás se imaginó regresar a la hacienda donde creció y huyó para a enterrar a su propio padre. Cerró sus ojos y pensó detenidamente lo que haría para poder irse de nuevo a Manhattan y seguir con su vida. Al abrirlos, se le vino la imagen de su madre, estaría completamente sola, -presionó sus labios- cuando pensó que estarían sus hermanos, imaginó que solo le acarrearían problemas, y aunque doña María tenía carácter, también eran sus hijos y no tardaría en ablandarse. — ¿Qué es lo que haré para cuidarla? —se preguntó en voz alta, no podía simplemente arrancarla de su hogar para llevarla a Estados Unidos, además, a ella no le gustaba viajar hacia allá. Creía que lo mejor estaba en México así como su sazón en la comida y no desabrida como lo que le tocó probar en uno de los viajes hace años atrás.
La hacienda «El patrón» Doña María estaba sentada en el banco de madera rústico que formaba parte del comedor de la cocina, solía sentarse a platicar con sus cocineras o ayudar en la preparación de la comida cuando tenía buen humor. Siempre decía que si cocinabas de malas, la comida se amargaba, si era lo contrario, era deliciosa. En este momento, estaba emputada. Sabía que Sebastian y Leonardo, tramaban algo en contra de Emiliano, siempre habían estado celosos de él, recordó las golpizas que recibía su hijo menor y el motivo por el cual se había marchado. Pero… ¿Qué familia era perfecta? Ninguna. Cuando intentó abogar y defender a Emiliano, su esposo la había detenido y prohibido involucrarse, decía que tenía que armarse de valor el mismo para poder defenderse, y no estar siempre en las faldas de doña María. Y ahora que no estaba su esposo, tomaría cartas en el asunto desde ya. No le importaba que Emiliano tuviese treinta y tres años, que por su físico podría el mismo romperle la ca
Al día siguiente, Emiliano apenas se curaba la cruda, el dolor de cabeza y la luz, no ayudaban. Sentado en la mesa rústica del centro de la cocina, comió su tercer plato «levanta muertos» que hacía una de las cocineras de la hacienda. Se llevó su mano a la sien para ejercer presión y aliviar un poco el dolor. —¿Quiere que localice un doctor, señor?—preguntó Ryan del otro lado de la mesa, acababa de desayunar huevos rancheros y frijoles puercos que hacía doña María con pan recién horneado, Ryan estaba enamorado de la comida de la hacienda, nunca había probado algo igual, hasta pensó que pediría frijoles y tortillas de maíz para llevar a Manhattan. —No. —dijo Emiliano. —Quiero que tengas todo mi equipo listo para poder trabajar un par de horas, estoy algo atrasado. —Ryan asintió, era la primera vez que se atrasaba. —Y quiero que…—se escucharon voces venir a la cocina. — ¡Yo no lo hice, patrona! ¡Se lo juro por lo más sagrado! —Alicia se defendió de inmediato, detrás de ella entró Se
Emiliano estaba encerrado en su habitación trabajando en sus inversiones, revisando proyectos que había cerrado antes de venir a la hacienda. Después de una resaca de los mil demonios, ya su mente estaba concentrado en terminar pendientes y adelantar. Tan así que el resto del domingo se le había ido como decía su padre, «Como agua» y se percató al abrir la cortina que ya era de noche. — ¿Joven Emiliano?—era Alicia tocando la puerta, él giró su rostro y recordó haber puesto el seguro. — ¿Puede abrir la puerta? Traigo la cena. —él se levantó de mala gana, caminó hacia la puerta y la abrió, vio a aquella mujer con la charola cargada de comida. Sus ojos se encontraron. —La cena. —Alicia no pudo sonrojarse ante tal mirada intensa de Emiliano. —No tengo hambre. Gracias. —retrocedió para cerrar la puerta en la cara de Alicia, pero ella lo evitó metiendo medio cuerpo y empujándolo sutilmente para que la abriera. —Lo siento mucho, joven, pero doña María dejó estrictamente indicaciones de