Dominic conducía distraído acompañado de su mejor amigo Thomas, iban de camino a la hacienda Santtorini para conocer a su prometida. Estaba deprimido por este matrimonio arreglado con la hija de su enemigo Darío.
De pronto, vio el cuerpo de una mujer tendido a un lado del camino. Preocupado, detuvo el auto en seco y se bajó rápidamente a auxiliarla. La joven yacía inconsciente, con una fea herida en la frente que sangraba abundantemente. Con gentileza la levantó en brazos, dándole pequeñas palmaditas para hacerla reaccionar.
—Reacciona... Reacciona —exclamaba el joven.
Poco a poco ella recobró la conciencia, aturdida. Al ver esos grandes ojos marrones que se abrían desorientados, Dominic contuvo el aliento. Era una belleza extraordinaria. Con delicadeza retiró un rizo rebelde que cubría su pálido rostro y la miró extasiado, casi olvidando por completo su desdichado compromiso.
—¿Qué pasó? ¿Quién es usted? — preguntó débilmente.
—Tranquila, estás a salvo — murmuró en tono tranquilizador. — Soy Dominic Romanov. ¿Cuál es tu nombre? ¿Puedes recordarlo?
Isabell sintió que la sangre se le helaba en las venas al escuchar ese nombre. No podía ser cierto. Lentamente alzó la vista, aún aturdida por el golpe. Y ahí estaba él, con su arrogante mirada y su sonrisa burlona. Dominic Romanov. Su primer instinto fue alejarse, pero un agudo mareo se lo impidió. Él la sostuvo con firmeza entre sus brazos.
No supo qué decir. Odiaba a esa familia con cada fibra de su ser. Tener a un Romanov tan cerca hizo que la bilis le subiera por la garganta, no podía olvidar que Lorenzo Romanov, fue quien mato a su madre.
—Suél-ta-me— siseó entre dientes, zafándose con desprecio de sus brazos. Se tambaleó, pero logró mantenerse en pie, desafiante. Mientras recordaba la historia que le habían contado.
Era entrada la noche cuando Aurora llegó al pequeño restaurante junto a su esposo. Unas lámparas de gas iluminaban tenuemente las mesas de madera, dándole un ambiente íntimo y acogedor.
Se respiraba un aire distendido mientras degustaba la cena, ajenos a la tragedia que se gestaba afuera. De pronto, el sonido de neumáticos rechinando rompió la calma.
Aurora se asomó por la ventana y su rostro empalideció al instante. Varios autos se estacionaron frente al local y de ellos emergieron sombras siniestras cargando bidones brillantes.
—¡Gasolina! — alcanzó a gritar en el momento que los primeros disparos resonaron contra los cristales.
El caos se desató. Darío disparaba junto a algunos de sus escoltas en un intento por repeler el ataque, refugiándose con mesas volcadas mientras Aurora abrazaba fuertemente uno de sus brazos.
Ella estaba aterrada, abrazando con fuerza a su esposo mientras el caos reinaba en aquel lugar que minutos antes había sido testigo de una hermosa velada. El paraíso se había convertido en infierno y el estruendo de los disparos taladraba sus oídos, luego de examinar su cuerpo por un fuerte dolor en el abdomen se percató de que había sido alcanzada por un disparo, Darío paralizado por el dolor y el pavor de ver la sangre brotar de su amada, fue herido en un brazo, pero esto poco le importó, intentaba desesperadamente para el sangrado, sabía que era inútil pero se negaba a creerlo.
Pronto el acre olor a combustible inundó el ambiente. Aurora cerró los ojos con ferocidad al ver esa primera cerilla encenderse en cámara lenta. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla.
Al cabo de unos minutos la inmensa mayoría de sus hombres pudo repeler el ataque, se necesitaron tres hombres para sacarlo fuera de ese infierno en llamas.
La dulce Aurora solo alcanzó a musitar una última plegaria silenciosa por sus hijos antes de que las llamas lo devoraran todo.
—¿Qué sucede? — preguntó Dominic trayéndola de vuelta al presente, mientras acercaba la mano a su hombro.
Esta se alejó ante su movimiento. — Soy Isabell Santtorini, no te atrevas a tócame nuevamente — espetó con frialdad.
— Ohh, ¿con que tú eres mi futura esposa? si hubieran sabido lo bella que eres no me hubiera negado tanto. —Respondió él sarcásticamente — Aunque es una lastima que, siendo tan hermosa, seas tan maleducada. Lo menos que esperaba era un gracias.
— No te equivoques. Yo nunca seré tu esposa.
— No creas que me hace gracia la idea de desposarte, Santtorini. Pero ordenes son ordenes—dijo con fingida condescendencia.
La furia estalló en el pecho de Isabell como fuegos artificiales.
—¡Jamás consentiré esta farsa! No pienso unir mi vida a la de la sabandija que ayudó a masacrar a mi familia—escupió enardecida.
—¿Por qué esos ojos de rabiosa preciosa? así es que me gustan arrogantes.
—Como te atreves — dijo sonrojada mientras lanzaba una bofetada.
Sin embargo, no contó con que el Romanov la esquivaría tan fácilmente haciendo que perdiera el equilibrio, aún estaba muy aturdida como para incorporarse, pensó que volvería a caer al suelo.
No obstante, Dominic la sostuvo. — Esta es la segunda vez que te tengo entre mis brazos el día de hoy, ya no puedo resistirme.
Dominic no pudo evitar perderse en esos ojos color chocolate que lo miraban desafiantes. Sin pensarlo, se inclinó lentamente hacia Isabell, embriagado por su belleza. Rozó aquellos labios carmesíes con los suyos en un beso suave, casi tímido al principio.
Isabell se tensó por la sorpresa, pero para su propia consternación no pudo apartarse. Una corriente eléctrica la recorrió y se encontró cerrando los ojos, rindiéndose por un instante ante la calidez de ese beso.
Animado por su reacción, Dominic intensificó la caricia, apresando la delicada figura de Isabell entre sus brazos. Ella sentía que las fuerzas la abandonaban. ¿Cómo podía estar disfrutando los besos del hijo de su mayor enemigo? Era una traición imperdonable...pero ningún otro hombre había despertado tales sensaciones en ella.
De pronto recordó de golpe la amarga realidad. Con un violento empujón rompió el contacto, y su mano se estrelló fuerte sobre la mejilla de Dominic. Jadeando de furia, vio como una sonrisa burlona se dibujaba en los labios que hacía un instante la besaban con inusitada ternura.
— Aléjate de ella imbécil —Exclamó Joseph hecho una furia bajando de su caballo, sacando su arma, y apuntándole a la cien. Dominic levantó sus manos con fingida inocencia.
Un disparo se escuchó en la lejanía — No te equivoques Santtorini ese fue de advertencia, baja el arma o hoy habrá una basura menos en el mundo. — dijo Thomas quien sostenía un rifle desde el auto.
Joseph sonrió no era el tipo de hombre que se dejaba intimidar. — En ese caso creo que habrá dos mierdas menos en el mundo — Dijo listo para ir hasta el final.
Joseph fulminaba a Dominic con la mirada, apuntándole directo a la cabeza con su pistola. Sus ojos echaban chispas por la furia.
—-Vuelve a ponerle un dedo encima y te vuelo los sesos aquí mismo, maldito —siseó entre dientes.
Dominic disfrutaba ver rabiar a ese arrogante Santtorini. Sin embargo, de inmediato noto que ese idiota estaba listo para morir —Ya, ya, ya ... tranquilos todos, que aquí vinimos en paz — comentó en tono burlesco —Relájate cuñadito, solo he venido a conocer a mi esposa y a tú padre, no a la violencia.
— ¿Esposa? que yo sepa ella aún no es tú esposa, y no tienes el derecho de besarla a la fuerza. — La ira le daba un semblante casi maníaco.
— Joseph.... no empieces una pelea que no puedes ganar, pero si están tan dolido sé un puto hombre y dispara de una vez. — Exclamó Dominic bajando sus manos.
Hasta aquí llegaste carbón — respondió determinado.
— ¡JOSEPH, BAJA ESA M*****A ARMA YA!
Este de inmediato volteo desconcertado .... el inconfundible acento ronco de Darío Santtorini tronó a sus espaldas.
Sin embargo, este no obedeció quería acabar de una vez por toda con este Romanov
— ¿Acaso no me has escuchado? ¡que bajes el arma! — Exclamó el jefe de lo Santtorini
A regañadientes, bajo la pistola, pero no sin antes expresar — Vuelve a ponerle un dedo encima y te vuelo los sesos aquí mismo.
— ¿Padre, que hace este hombre en nuestro territorio? — el ademán despectivo que utilizo solo le hizo gracia a Dominic.
—Ya lo sabes. Él es el futuro esposo de tú hermana ¿acaso quieres arruinar el tratado de paz que hicimos Lorenzo y yo? — Exclamó Darío en tono cortante mientras le lanzaba una mirada cargada de reproche a su hijo. — Eso no le da el derecho de besarla a la fuerza, ni siquiera es su esposo.Darío miraba a Dominic conteniendo a duras penas las ganas de estrangularlo. Pero debía mostrarse política y estratégicamente correcto.
— CALLATE. Discúlpate con Dominic. Se un buen anfitrión — Gruñó su padre. — No es necesario Señor Santtorini, no hace falta que se disculpé, entiendo que solo defendía a su hermana.— Igualmente, eso no es motivo para levantar las armas en mi territorio —El tono frío de Darío no admitía objeciones y mirando al Romanov frente a él agregó —y tampoco te da el derecho a ti de besar a mi hija a la fuerza. —Te perdonaré solo esta vez por semejante osadía con mi hija —siseó entre dientes—. Pero no consentiré otro atrevimiento así ¿He sido claro?
Dominic esbozó una sonrisa nerviosa — Por supuesto, Don Darío. Ha sido solo un impulso irreprimible al ver tan deslumbrante belleza.
—Bien para arreglar este altercado Y para que quede claro que los Santtorini somos excelentes anfitriones, te invito a cenar con nosotros mañana.
—Gracias señor, no podría negarme a su amable invitación a cenar. Será todo un honor —ronroneó, mirando de reojo a Isabell.
Ella sintió su estómago retorcerse de disgusto y rabia. Aún tenía el regusto de sus labios, una sensación perturbadora que despertaba en ella extrañas sensaciones Lo odiaba con cada fibra de su ser, pero una parte muy en el fondo ansiaba saborear nuevamente ese fuego prohibido.
Tras el violento encuentro, Isabell se encerró en su alcoba, tocándose los labios con los dedos en actitud pensativa. La imagen de ese beso robado por Dominic Romanov volvía una y otra vez a su mente.
¿Cómo pudo permitir que ese arrogante mafioso la sometiera de ese modo? Ella, que siempre se jactó de su carácter indomable. Sin embargo, por un instante fugaz se sintió desfallecer entre sus brazos.
—¡No! — se dijo furiosa — Lo pagarás caro Romanov.
El ambiente en el despacho estaba tan tenso que se hubiera podido cortar con un cuchillo. Darío fulminaba a su hijo con la mirada, aún irritado por el bochornoso incidente con Dominic. Joseph caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, con la mandíbula tensa y echando chispas por los ojos. — Querías obligarme a disculparme con ese gusano... ¿cómo pudiste humillarme así, padre? Darío lo observaba impasible desde su escritorio de caoba. — Debemos mostrarnos diplomáticos con los Romanov, hijo. No conviene iniciar una disputa, no ahora. — ¿Cómo permites que este hombre esté aquí después de todo el daño que su familia nos causó? ¿Y aún pretendes que Isabell se case con él? — espetó sin disimular su desprecio. — No me cuestiones. Tu rol es solo hacer lo que te ordeno, no eres quien para recriminarme — ladró su padre con rudeza. Joseph apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas, conteniéndose de no responder a la provocación. — ¡Eres un maldito imprudente! No pued
La noche había caído rápidamente y Isabell se miró furiosa en el espejo mientras cepillaba sus rizos rebeldes, no había podido dormir bien la noche anterior. La imagen de Dominic Romanov robándole su primer beso ardía en su mente. ¿Cómo se había atrevido? a sus 23 primaveras nunca nadie había intentado insinuársele por temor a su apellido, pero este Romanov apenas lo conocía y ya actuaba como si tuviera algún derecho sobre ella, simplemente no podía soportarlo. Pero debía admitir que una parte de ella había despertado con las nuevas sensaciones de ese breve momento de cercanía. Un golpe en la puerta interrumpió sus agitados pensamientos. Era la señora de servicio anunciando que él joven Romanov había llegado y la esperaban para cenar. Isabell sintió una descarga eléctrica por toda su columna. ¿Estaba lista para volver a verlo después de lo que pasó? ¿Cómo reaccionaría? Isabell inhaló profundamente mientras se alisaba el vestido. El delicado encaje rozaba sus dedos, recordándole la su
Pasando media hora del bochornoso incidente, terminaron de cenar sin más inconvenientes. Aunque la escena previa había dejado una fuerte impresión que perduraría toda la velada. Era hora de partir y Dominic se despidió cortésmente de todos, dejando a Isabell para el final. Acercándose galante, le preguntó si podía acompañarlo a la salida. Isabell sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Temía quedarse a solas con él después del atrevido beso que le había robado en su último encuentro. —¿No puedes ir solo? Busco la mirada de su padre como una súplica silenciosa, pero solo encontró el gesto serio exigiéndole cumplir con su deber. A regañadientes accedió y lo siguió hasta el pórtico amurallado por enredaderas, que enmarcaba un cielo tachonado de estrellas. La luz de la luna bañaba el rostro de Isabell, resaltando sus facciones delicadas. — Estás deslumbrante esta noche — murmuró él con la voz teñida de deseo. — Verte bajar esa escalera me dejó mudo, pero bajo la luz de la luna m
La luna derramaba su luz espectral sobre el cuerpo sin vida de Melissandra. Su pálida piel, antes tibia y sonrosada, ahora parecía cincelada en mármol. Carlos lloraba abrazándola con el alma hecha jirones, implorando a los cielos que le devolvieran a su amada. Pero sus ruegos solo encontraron el silencio de la noche como respuesta. Pasaron las horas y el frío del amanecer calaba hasta los huesos, pero Carlos estaba entumecido por el dolor. Fue entonces cuando la fría luz del alba arrancó un destello en la hierba que capturó su atención. Un collar con el símbolo del Toro... era el collar de su primo Darío. Y como un relámpago infernal, la comprensión atravesó su mente atribulada. Aquel maldito les había tendido una trampa. Recordó la mirada libidinosa de Darío siguiendo los pasos de Melissandra por la casa. Y ahora, su cadáver yacía junto al collar de su primo como una confesión muda de sus viles actos. Un grito desgarrador surgió desde las entrañas de Carlos. ¿Cómo pudo Darío traic
Al día siguiente, Isabell y Dominic se preparaban nerviosamente para su cita. Aunque ninguno lo admitiría, ambos se sentían abrumados ante la expectativa de conocerse finalmente. Dominic pasó una hora eligiendo cuidadosamente su atuendo, buscando causar una buena impresión. Se decidió por una elegante camisa blanca con cuello mao, una chaqueta azul marino de corte impecable, pantalón de vestir gris oscuro y lustrosos zapatos negros con delicada costura. Estaba decidido a comportarse como todo un caballero ante los ojos de la guapa Santtorini. Si debian casarse a la fuerza mejor disfrutar el proceso ¿no? Mientras tanto, Isabell registraba frenéticamente su vestidor en busca del atuendo perfecto. Finalmente encontró un bello vestido champagne con escote en forma de corazón, enjoyado con finos cristales que simulaban diamantes y rematado con un imponente prendedor dorado en el busto. La amplia falda de gasa y seda delineaba su esbelta figura al caminar. Complementó su vestuario con una
Isabell se removió incómoda en el asiento del copiloto, sintiendo la penetrante mirada de Dominic sobre ella. Él no le quitaba los ojos de encima mientras se acercaban al restaurante “Sophieneck” uno de los más exclusivos de Alemania. El viaje había transcurrido en un tenso silencio, solo roto por el ronroneo del motor. A pesar de la insistente atención del Romanov, esta se distrajo observando el paisaje citadino a través de la ventanilla. Al llegar, Dominic saltó del auto y rodeó el capó con impaciencia para abrir la puerta de la joven santtorini. — Gracias — expresó aceptando la mano que le ofrecía, cálida y enérgica, para incorporarse. Con una mirada recorrió los alrededores y el corazón le dio un vuelco. Por primera vez se sentía libre. Embelesada, contempló el ir y venir de los viandantes, los gritos de los vendedores de periódicos, el aroma del tabaco de los elegantes caballeros con sombrero y bastón. Era glorioso estar en la calle sin una muralla de guardaespaldas controland
“Esto solo nos traerá problemas” pensó Isabell, la pareja llevaba rato en silencio, pensando en las connotaciones que aquel beso acarrearía. Incómoda, Isabell desvió la mirada hacia su café. — Buen provecho — masculló, en un vano intento de romper el tenso silencio. — Para ti también, bella — repuso Dominic juguetón, blandiendo su vaso de whisky. Ella no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al caer en cuenta que el no estaba comiendo, solo la observaba con intensidad. Nerviosa al recordar lo que acababa de pasar sus mejillas se sonrojaron y concentró su atención en la servilleta que tenía en la mesa. Él pareció sorprenderse gratamente. — ¿Ves? te ves más hermosa sonriendo. Deberías hacerlo más a menudo. De nuevo Isabell sintió un nudo en la garganta. No podía seguir cayendo bajo su embrujo cuando él era el enemigo de su familia. Y sin embargo, una parte de ella anhelaba quedarse allí, dejando atrás el dolor del pasado. Dominic noto su cambio de ánimo y su mirada se tornó co
La pesada puerta de roble se cerró con un estruendo sordo, sumiendo el despacho en una intimidante penumbra. El único sonido que rompía el denso silencio era el crepitar de los troncos ardiendo en la chimenea, arrojando un resplandor carmesí sobre el imponente escritorio de caoba donde Darío Santtorini estaba sentado. Con lentitud, Este exhaló una bocanada de humo de su habano y clavó su mirada como dagas en los ojos de su primo. —¿Cómo es posible que uno de mis hombres de más confianza me haya fallado de esta forma? — rugió, y su voz grave retumbó en las paredes como un trueno lejano. — Creí haberte encomendado averiguar el origen del imperio de metanfetamina de Lorenzo Romanov. Carlos tragó grueso, sintiendo cómo la furia de su primo lo envolvía como llamas abrasadoras. Sabía que la información que le había estado proporcionando durante los últimos dos años no había sido del todo cierta. Había estado protegiendo a la verdadera fuente de Lorenzo. En las sombras, junto a una estant