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Capítulo 3: Besos Robados

Dominic conducía distraído acompañado de su mejor amigo Thomas, iban de camino a la hacienda Santtorini para conocer a su prometida. Estaba deprimido por este matrimonio arreglado con la hija de su enemigo Darío.

De pronto, vio el cuerpo de una mujer tendido a un lado del camino. Preocupado, detuvo el auto en seco y se bajó rápidamente a auxiliarla. La joven yacía inconsciente, con una fea herida en la frente que sangraba abundantemente. Con gentileza la levantó en brazos, dándole pequeñas palmaditas para hacerla reaccionar.

 —Reacciona... Reacciona  —exclamaba el joven.

Poco a poco ella recobró la conciencia, aturdida. Al ver esos grandes ojos marrones que se abrían desorientados, Dominic contuvo el aliento. Era una belleza extraordinaria. Con delicadeza retiró un rizo rebelde que cubría su pálido rostro y la miró extasiado, casi olvidando por completo su desdichado compromiso.

—¿Qué pasó? ¿Quién es usted? — preguntó débilmente.

—Tranquila, estás a salvo — murmuró en tono tranquilizador. — Soy Dominic Romanov. ¿Cuál es tu nombre? ¿Puedes recordarlo?

Isabell sintió que la sangre se le helaba en las venas al escuchar ese nombre. No podía ser cierto. Lentamente alzó la vista, aún aturdida por el golpe. Y ahí estaba él, con su arrogante mirada y su sonrisa burlona. Dominic Romanov. Su primer instinto fue alejarse, pero un agudo mareo se lo impidió. Él la sostuvo con firmeza entre sus brazos.

No supo qué decir. Odiaba a esa familia con cada fibra de su ser. Tener a un Romanov tan cerca hizo que la bilis le subiera por la garganta, no podía olvidar que Lorenzo Romanov, fue quien mato a su madre.

—Suél-ta-me— siseó entre dientes, zafándose con desprecio de sus brazos. Se tambaleó, pero logró mantenerse en pie, desafiante. Mientras recordaba la historia que le habían contado.

Era entrada la noche cuando Aurora llegó al pequeño restaurante junto a su esposo. Unas lámparas de gas iluminaban tenuemente las mesas de madera, dándole un ambiente íntimo y acogedor.

Se respiraba un aire distendido mientras degustaba la cena, ajenos a la tragedia que se gestaba afuera. De pronto, el sonido de neumáticos rechinando rompió la calma.

Aurora se asomó por la ventana y su rostro empalideció al instante. Varios autos se estacionaron frente al local y de ellos emergieron sombras siniestras cargando bidones brillantes.

—¡Gasolina! — alcanzó a gritar en el momento que los primeros disparos resonaron contra los cristales.

El caos se desató. Darío disparaba junto a algunos de sus escoltas en un intento por repeler el ataque, refugiándose con mesas volcadas mientras Aurora abrazaba fuertemente uno de sus brazos.

Ella estaba aterrada, abrazando con fuerza a su esposo mientras el caos reinaba en aquel lugar que minutos antes había sido testigo de una hermosa velada. El paraíso se había convertido en infierno y el estruendo de los disparos taladraba sus oídos, luego de examinar su cuerpo por un fuerte dolor en el abdomen se percató de que había sido alcanzada por un disparo, Darío paralizado por el dolor y el pavor de ver la sangre brotar de su amada, fue herido en un brazo, pero esto poco le importó, intentaba desesperadamente para el sangrado, sabía que era inútil pero se negaba a creerlo.

Pronto el acre olor a combustible inundó el ambiente. Aurora cerró los ojos con ferocidad al ver esa primera cerilla encenderse en cámara lenta. Una lágrima solitaria rodó por su mejilla.

Al cabo de unos minutos la inmensa mayoría de sus hombres pudo repeler el ataque, se necesitaron tres hombres para sacarlo fuera de ese infierno en llamas.

 La dulce Aurora solo alcanzó a musitar una última plegaria silenciosa por sus hijos antes de que las llamas lo devoraran todo.

—¿Qué sucede? — preguntó Dominic trayéndola de vuelta al presente, mientras acercaba la mano a su hombro.

Esta se alejó ante su movimiento. — Soy Isabell Santtorini, no te atrevas a tócame nuevamente — espetó con frialdad.

—  Ohh, ¿con que tú eres mi futura esposa? si hubieran sabido lo bella que eres no me hubiera negado tanto. —Respondió él sarcásticamente — Aunque es una lastima que, siendo tan hermosa, seas tan maleducada. Lo menos que esperaba era un gracias.

         —  No te equivoques. Yo nunca seré tu esposa.

— No creas que me hace gracia la idea de desposarte, Santtorini. Pero ordenes son ordenes—dijo con fingida condescendencia.

La furia estalló en el pecho de Isabell como fuegos artificiales.

—¡Jamás consentiré esta farsa! No pienso unir mi vida a la de la sabandija que ayudó a masacrar a mi familia—escupió enardecida.

—¿Por qué esos ojos de rabiosa preciosa? así es que me gustan arrogantes.

         —Como te atreves — dijo sonrojada mientras lanzaba una bofetada.

Sin embargo, no contó con que el Romanov la esquivaría tan fácilmente haciendo que perdiera el equilibrio, aún estaba muy aturdida como para incorporarse, pensó que volvería a caer al suelo.

         No obstante, Dominic la sostuvo. — Esta es la segunda vez que te tengo entre mis brazos el día de hoy, ya no puedo resistirme.

Dominic no pudo evitar perderse en esos ojos color chocolate que lo miraban desafiantes. Sin pensarlo, se inclinó lentamente hacia Isabell, embriagado por su belleza. Rozó aquellos labios carmesíes con los suyos en un beso suave, casi tímido al principio.

Isabell se tensó por la sorpresa, pero para su propia consternación no pudo apartarse. Una corriente eléctrica la recorrió y se encontró cerrando los ojos, rindiéndose por un instante ante la calidez de ese beso.

Animado por su reacción, Dominic intensificó la caricia, apresando la delicada figura de Isabell entre sus brazos. Ella sentía que las fuerzas la abandonaban. ¿Cómo podía estar disfrutando los besos del hijo de su mayor enemigo? Era una traición imperdonable...pero ningún otro hombre había despertado tales sensaciones en ella.

De pronto recordó de golpe la amarga realidad. Con un violento empujón rompió el contacto, y su mano se estrelló fuerte sobre la mejilla de Dominic. Jadeando de furia, vio como una sonrisa burlona se dibujaba en los labios que hacía un instante la besaban con inusitada ternura.

 — Aléjate de ella imbécil —Exclamó Joseph hecho una furia bajando de su caballo, sacando su arma, y apuntándole a la cien. Dominic levantó sus manos con fingida inocencia.

Un disparo se escuchó en la lejanía — No te equivoques Santtorini ese fue de advertencia, baja el arma o hoy habrá una basura menos en el mundo. — dijo Thomas quien sostenía un rifle desde el auto.

Joseph sonrió no era el tipo de hombre que se dejaba intimidar. — En ese caso creo que habrá dos mierdas menos en el mundo — Dijo listo para ir hasta el final.

Joseph fulminaba a Dominic con la mirada, apuntándole directo a la cabeza con su pistola. Sus ojos echaban chispas por la furia.

—-Vuelve a ponerle un dedo encima y te vuelo los sesos aquí mismo, maldito —siseó entre dientes.

Dominic disfrutaba ver rabiar a ese arrogante Santtorini. Sin embargo, de inmediato noto que ese idiota estaba listo para morir —Ya, ya, ya ... tranquilos todos, que aquí vinimos en paz — comentó en tono burlesco —Relájate cuñadito, solo he venido a conocer a mi esposa y a tú padre, no a la violencia.

— ¿Esposa? que yo sepa ella aún no es tú esposa, y no tienes el derecho de besarla a la fuerza. — La ira le daba un semblante casi maníaco.

— Joseph.... no empieces una pelea que no puedes ganar, pero si están tan dolido sé un puto hombre y dispara de una vez. — Exclamó Dominic bajando sus manos.

Hasta aquí llegaste carbón — respondió determinado.

  ¡JOSEPH, BAJA ESA M*****A ARMA YA!

Este de inmediato volteo desconcertado .... el inconfundible acento ronco de Darío Santtorini tronó a sus espaldas.

Sin embargo, este no obedeció quería acabar de una vez por toda con este Romanov

— ¿Acaso no me has escuchado? ¡que bajes el arma! — Exclamó el jefe de lo Santtorini

A regañadientes, bajo la pistola, pero no sin antes expresar — Vuelve a ponerle un dedo encima y te vuelo los sesos aquí mismo.

— ¿Padre, que hace este hombre en nuestro territorio?  — el ademán despectivo que utilizo solo le hizo gracia a Dominic.

          —Ya lo sabes. Él es el futuro esposo de tú hermana ¿acaso quieres arruinar el tratado de paz que hicimos Lorenzo y yo? — Exclamó Darío en tono cortante mientras le lanzaba una mirada cargada de reproche a su hijo.

        — Eso no le da el derecho de besarla a la fuerza, ni siquiera es su esposo.

Darío miraba a Dominic conteniendo a duras penas las ganas de estrangularlo. Pero debía mostrarse política y estratégicamente correcto.

      — CALLATE. Discúlpate con Dominic. Se un buen anfitrión — Gruñó su padre.

        — No es necesario Señor Santtorini, no hace falta que se disculpé, entiendo que solo defendía a su hermana.

— Igualmente, eso no es motivo para levantar las armas en mi territorio —El tono frío de Darío no admitía objeciones y mirando al Romanov frente a él agregó —y tampoco te da el derecho a ti de besar a mi hija a la fuerza. —Te perdonaré solo esta vez por semejante osadía con mi hija —siseó entre dientes—. Pero no consentiré otro atrevimiento así ¿He sido claro?

Dominic esbozó una sonrisa nerviosa — Por supuesto, Don Darío. Ha sido solo un impulso irreprimible al ver tan deslumbrante belleza.

—Bien para arreglar este altercado Y para que quede claro que los Santtorini somos excelentes anfitriones, te invito a cenar con nosotros mañana.

—Gracias señor, no podría negarme a su amable invitación a cenar. Será todo un honor —ronroneó, mirando de reojo a Isabell.

Ella sintió su estómago retorcerse de disgusto y rabia. Aún tenía el regusto de sus labios, una sensación perturbadora que despertaba en ella extrañas sensaciones Lo odiaba con cada fibra de su ser, pero una parte muy en el fondo ansiaba saborear nuevamente ese fuego prohibido.

Tras el violento encuentro, Isabell se encerró en su alcoba, tocándose los labios con los dedos en actitud pensativa. La imagen de ese beso robado por Dominic Romanov volvía una y otra vez a su mente.

¿Cómo pudo permitir que ese arrogante mafioso la sometiera de ese modo? Ella, que siempre se jactó de su carácter indomable. Sin embargo, por un instante fugaz se sintió desfallecer entre sus brazos.

—¡No! — se dijo furiosa — Lo pagarás caro Romanov.

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