El ambiente en el despacho estaba tan tenso que se hubiera podido cortar con un cuchillo. Darío fulminaba a su hijo con la mirada, aún irritado por el bochornoso incidente con Dominic.
Joseph caminaba de un lado a otro como una fiera enjaulada, con la mandíbula tensa y echando chispas por los ojos. — Querías obligarme a disculparme con ese gusano... ¿cómo pudiste humillarme así, padre?
Darío lo observaba impasible desde su escritorio de caoba.
— Debemos mostrarnos diplomáticos con los Romanov, hijo. No conviene iniciar una disputa, no ahora.
— ¿Cómo permites que este hombre esté aquí después de todo el daño que su familia nos causó? ¿Y aún pretendes que Isabell se case con él? — espetó sin disimular su desprecio.
— No me cuestiones. Tu rol es solo hacer lo que te ordeno, no eres quien para recriminarme — ladró su padre con rudeza.
Joseph apretó los puños hasta clavarse las uñas en las palmas, conteniéndose de no responder a la provocación.
— ¡Eres un maldito imprudente! No puedo creer que estuviste a punto de arruinar el pacto con los Romanov con tu estúpido arranque de ira — rugió Darío.
Sin poder contenerse, Joseph golpeó la mesa con rabia, haciendo temblar los finos vasos de cristal.
— Ese bastardo se propasó con Isabell. ¡Mi deber como hermano es defenderla! ¿O acaso pretendes entregársela en bandeja de plata? de verdad ¡Vas a casar a Isabell con el vástago de aquel que mandó asesinar a mi madre ¡El hermano del maldito que me dejó esta cicatriz imborrable! —bramó.
— ¡Y crees que no lo sé! — respondió explotando de ira — Yo también quise volarle los sesos al engendro de Lorenzo. Pero si cometes una locura, echarías a perder mis planes — replicó Darío en tono imponente.
Joseph apretó los puños con impotencia.
— Y dime, padre, ¿en qué consiste ese magnífico plan que involucra a mi hermana? — preguntó con sarcasmo.
Darío esbozó una sonrisa torcida. Joseph percibió el intenso aroma a tabaco habano y whisky que desprendía su padre.
— Isabell debe enamorar al joven Romanov. Mientras ella suelta su veneno, obtendremos valiosa información sobre la fábrica de cristal azul y secuestramos a su mejor químico así produciremos una metanfetamina tan pura que nos catapultará al poder.
Joseph sintió como la bilis le subía por la garganta.
—¿Pretendes que Isabell se acueste con ese gusano solo para conseguir tus propósitos? Eres despreciable. Cuando me fui a New York, aún conservabas tu humanidad, ¿qué demonios te sucedió, padre?
Darío se irguió, furibundo. Joseph percibió la peligrosa vena que latía en su cien, sabía que las cosas se podían poner feas en cualquier momento, sin embargo continuó.
— Yo me infiltraré entre las sombras para espiarlos y averiguare lo que necesites pero no pongas en peligro la vida de Isabell, te lo suplico.
Darío se acercó hasta quedar cara a cara, desafiante.
— Te dije que no me repliques ¿acaso quieres sucidate? Tu hermana es mi mejor oportunidad. Si mi mejor espía, Carlos, no ha logrado encontrar su laboratorio ¿que te hace pensar que tu si lo lograras? tienes muchos dotes Joseph pero la paciencia y el sigilo no forman parte de ti y lo sabes.
— ¿Y cómo sabes que Dominic se va a enamorar de Isabell padre? —
— El chico tiene debilidad hacia las mujeres y tu hermana es preciosa. Isabell lo atrapará y con unas gotas de esta droga en su copa, nos revelará todos sus secretos solo necesitamos tiempo.
Joseph soltó una risa amarga.
—¿Tiempo? Isabell morirá de dolor a su lado. ¿Estás dispuesto a sacrificar a tu propia hija? no puedo creerlo.
Dicho eso, salió dando un portazo que hizo temblar los vitrales. Una tormenta se avecinaba...Darío lo presentía en sus huesos.
Mientras tanto, en la lujosa hacienda Romanov.
Dominic llegó con entusiasmo desbordante de la casa de Isabell, incapaz de borrar la sonrisa de su rostro. Entró saludando efusivamente a sus hermanas: Alice, la pequeña rebelde; Ginebra la estudiosa, e Yulian la mayor y protectora, esposa de su amigo Thomas.
Thomas que observaba la expresión de Dominic, soltó una carcajada. —¿Tan enamorado estás de esa mujer? Pareces otro.
— ¿Acaso no la viste? Es una auténtica diosa. Nunca había sentido esta atracción por alguien. Es perfecta.
— Nunca te creí capas de robarle un beso, ¿eres estúpido o la cabeza no te da para pensar bien las cosas? Tienes agallas, amigo mío, aunque a su padre no le hizo mucha gracia.
Rieron recordando la reprimenda.
—Ah, y la cara del hermano cuando escucho la voz de su padre, parecía un cachorrito asustado —comentó Dominic secándose las lágrimas de risa—. En fin, gracias porr cuidarme la espalda.
— Para eso están los amigos. Bueno ya debo irme... — Comentó Thomas poniéndose en pie. — Ah será mejor que no comentes nada de lo que pasó con tu padre, conociéndolo yo guardaría el secreto.
—No pienso decirle nada. Además, me tiene sin cuidado lo que piense. Ya no soy un niño— replicó quitándole importancia con un gesto.
Aunque la verdad era que le importaba la opinión de su padre más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Tras despedirse de Thomas y concretar la hora para la cena con los Santtorini, Dominic fue en busca de su padre. Ninguna de sus hermanas lo había visto, así que se dirigió a la cocina para preguntarle a su madre.
—Lleva horas encerrado en su despacho y pidió que no lo molestaran, lleva horas allí encerrado. — añadió con un deje de preocupación en la voz—. Dime, ¿cómo te fue con los Santtorini?
—Bien, madre fue una reunión aburrida — Respondió con simpleza, no deseaba preocupar a su madre
Pero Beatrice no pareció tranquilizarse.
—Tu padre se volvió loco haciendo ese acuerdo de casarte con la hija de esa familia. Darío Santtorini no es de fiar, ten cuidado — le advirtió.
— Está bien madre, me mantendré alerta no se preocupe — respondió en tono suave
Luego de calmar los nervios de su madre, se dirigió al despacho. Su padre solía absorberse tanto en sus negocios que olvidaba el paso del tiempo. Más valía informarle pronto de lo sucedido antes de que montase en cólera por haberlo dejado esperando.
Ya frente al despacho llamó a la imponente puerta de roble labrado.
—¡¿Quién osa molestarme?! Creí haber dicho que no me molestaran —bramó Lorenzo con arrogancia—. ¡Había dejado claro que no quería interrupciones!
— Soy yo, padre. Dominic. ¿Puedo pasar?
Tras un breve silencio, la potente voz accedió.
— Si, está bien, entra.
Este abrió la pesada puerta y entró en el amplio despacho señorial, con estanterías de caoba llenas de libros y un enorme ventanal con vistas a los jardines. Lorenzo estaba sentado tras la mesa de despacho de fina madera noble repleta de documentos.
— Siéntate — ordenó Lorenzo secamente.
Dominic tomó asiento en un sillón de cuero frente a su padre. El jefe de los Romanov dejó los papeles que estaba revisando y lo miró fijamente.
— Y bien, habla. ¿Cómo te fue en la hacienda Santtorini? Confío en que traigas buenas nuevas si te atreviste a interrumpirme.
Dominic sonrió complacido.
— Me fue muy bien, padre. La señorita Santtorini es tan bella como cuentan los rumores. Casarme con ella no parece mala idea después de todo.
Lorenzo asintió, satisfecho con la respuesta. Se recostó en su lujoso sillón tapizado en terciopelo granate y juntó las yemas de sus dedos en actitud pensativa.
— Me alegra oír eso. Pero cuéntame más detalles ¿pudiste conocer al Toro santtorini? ¿Qué te dijo cuando llegaste? ¿Cómo te recibieron? — preguntó Lorenzo mientras se servía una copa de su costoso whisky Escocés.
Ofreció también una a Dominic, pero éste declinó la invitación ante la dura mirada de su padre.
— ¿Por qué no hablas muchacho? — Pregunto impaciente.
—Todavía no puedes beber, padre. Ya tendrás tiempo cuando te recuperes. Debes abocarte con el tratamiento…
Dominic tuvo que morderse la lengua ante la mirada desdeñosa de su padre, Lorenzo estaba acostumbrado al trago desde muy joven y no estaba dispuesto que a estas alturas se lo quisieran prohibir.
— No estoy dispuesto a tolerar órdenes muchacho, un trago no me matara… y dejar de beber tampoco me salvará — acoto con un encogimiento de hombros para luego dar un largo sorbo de whisky
— Está bien, padre. — accedió, ansiando cambiar de tema —. En cuanto a los Santtorini, me recibieron cordialmente. También supe que Joseph había llegado ya a la ciudad.
Lorenzo asintió, dando un sorbo a su whiskey.
— Me lo esperaba. Seguro su padre lo mandó llamar para tenerlo cerca ahora que Edward ha muerto. Joseph le temía a tu hermano. Algo traman, estoy seguro.
El despacho se sumió en un silencio reflexivo. Lorenzo se volvió hacia su hijo con semblante grave.
— No bajes la guardia, Dominic. Necesito que mantengas los ojos bien abiertos con esa familia. ¿Me has entendido?
— Perfectamente, padre —asintió él, tan serio como su progenitor. — Padre, ¿entonces este compromiso no es más que una artimaña para derrotar a los Santtorini?
Lorenzo negó rotundamente.
— En absoluto. Te casarás con Isabell, ese es un hecho. Pero no me fío de esa familia de advenedizos. Debes andarte con ojo — sentenció.
Dominic percibió el fuerte aroma a whiskey que desprendía su padre. Al acercarse a él posó una mano sobre su hombro.
—Te adiestre bien. Eres el mejor tirador que conozco, y tu hermano también contribuyó en tu formación. Puedes ser el mejor de los tres si aprendes a usar la cabeza y controlas tus debilidades. No quiero que bajes la guardia ni un segundo porque en el momento que lo hagas ese será tu fin.
Las palabras de Lorenzo se clavaron como puñales en la mente de Dominic. Su padre tenía razón, no podía confiarse.
La noche había caído rápidamente y Isabell se miró furiosa en el espejo mientras cepillaba sus rizos rebeldes, no había podido dormir bien la noche anterior. La imagen de Dominic Romanov robándole su primer beso ardía en su mente. ¿Cómo se había atrevido? a sus 23 primaveras nunca nadie había intentado insinuársele por temor a su apellido, pero este Romanov apenas lo conocía y ya actuaba como si tuviera algún derecho sobre ella, simplemente no podía soportarlo. Pero debía admitir que una parte de ella había despertado con las nuevas sensaciones de ese breve momento de cercanía. Un golpe en la puerta interrumpió sus agitados pensamientos. Era la señora de servicio anunciando que él joven Romanov había llegado y la esperaban para cenar. Isabell sintió una descarga eléctrica por toda su columna. ¿Estaba lista para volver a verlo después de lo que pasó? ¿Cómo reaccionaría? Isabell inhaló profundamente mientras se alisaba el vestido. El delicado encaje rozaba sus dedos, recordándole la su
Pasando media hora del bochornoso incidente, terminaron de cenar sin más inconvenientes. Aunque la escena previa había dejado una fuerte impresión que perduraría toda la velada. Era hora de partir y Dominic se despidió cortésmente de todos, dejando a Isabell para el final. Acercándose galante, le preguntó si podía acompañarlo a la salida. Isabell sintió un escalofrío recorriendo su espalda. Temía quedarse a solas con él después del atrevido beso que le había robado en su último encuentro. —¿No puedes ir solo? Busco la mirada de su padre como una súplica silenciosa, pero solo encontró el gesto serio exigiéndole cumplir con su deber. A regañadientes accedió y lo siguió hasta el pórtico amurallado por enredaderas, que enmarcaba un cielo tachonado de estrellas. La luz de la luna bañaba el rostro de Isabell, resaltando sus facciones delicadas. — Estás deslumbrante esta noche — murmuró él con la voz teñida de deseo. — Verte bajar esa escalera me dejó mudo, pero bajo la luz de la luna m
La luna derramaba su luz espectral sobre el cuerpo sin vida de Melissandra. Su pálida piel, antes tibia y sonrosada, ahora parecía cincelada en mármol. Carlos lloraba abrazándola con el alma hecha jirones, implorando a los cielos que le devolvieran a su amada. Pero sus ruegos solo encontraron el silencio de la noche como respuesta. Pasaron las horas y el frío del amanecer calaba hasta los huesos, pero Carlos estaba entumecido por el dolor. Fue entonces cuando la fría luz del alba arrancó un destello en la hierba que capturó su atención. Un collar con el símbolo del Toro... era el collar de su primo Darío. Y como un relámpago infernal, la comprensión atravesó su mente atribulada. Aquel maldito les había tendido una trampa. Recordó la mirada libidinosa de Darío siguiendo los pasos de Melissandra por la casa. Y ahora, su cadáver yacía junto al collar de su primo como una confesión muda de sus viles actos. Un grito desgarrador surgió desde las entrañas de Carlos. ¿Cómo pudo Darío traic
Al día siguiente, Isabell y Dominic se preparaban nerviosamente para su cita. Aunque ninguno lo admitiría, ambos se sentían abrumados ante la expectativa de conocerse finalmente. Dominic pasó una hora eligiendo cuidadosamente su atuendo, buscando causar una buena impresión. Se decidió por una elegante camisa blanca con cuello mao, una chaqueta azul marino de corte impecable, pantalón de vestir gris oscuro y lustrosos zapatos negros con delicada costura. Estaba decidido a comportarse como todo un caballero ante los ojos de la guapa Santtorini. Si debian casarse a la fuerza mejor disfrutar el proceso ¿no? Mientras tanto, Isabell registraba frenéticamente su vestidor en busca del atuendo perfecto. Finalmente encontró un bello vestido champagne con escote en forma de corazón, enjoyado con finos cristales que simulaban diamantes y rematado con un imponente prendedor dorado en el busto. La amplia falda de gasa y seda delineaba su esbelta figura al caminar. Complementó su vestuario con una
Isabell se removió incómoda en el asiento del copiloto, sintiendo la penetrante mirada de Dominic sobre ella. Él no le quitaba los ojos de encima mientras se acercaban al restaurante “Sophieneck” uno de los más exclusivos de Alemania. El viaje había transcurrido en un tenso silencio, solo roto por el ronroneo del motor. A pesar de la insistente atención del Romanov, esta se distrajo observando el paisaje citadino a través de la ventanilla. Al llegar, Dominic saltó del auto y rodeó el capó con impaciencia para abrir la puerta de la joven santtorini. — Gracias — expresó aceptando la mano que le ofrecía, cálida y enérgica, para incorporarse. Con una mirada recorrió los alrededores y el corazón le dio un vuelco. Por primera vez se sentía libre. Embelesada, contempló el ir y venir de los viandantes, los gritos de los vendedores de periódicos, el aroma del tabaco de los elegantes caballeros con sombrero y bastón. Era glorioso estar en la calle sin una muralla de guardaespaldas controland
“Esto solo nos traerá problemas” pensó Isabell, la pareja llevaba rato en silencio, pensando en las connotaciones que aquel beso acarrearía. Incómoda, Isabell desvió la mirada hacia su café. — Buen provecho — masculló, en un vano intento de romper el tenso silencio. — Para ti también, bella — repuso Dominic juguetón, blandiendo su vaso de whisky. Ella no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al caer en cuenta que el no estaba comiendo, solo la observaba con intensidad. Nerviosa al recordar lo que acababa de pasar sus mejillas se sonrojaron y concentró su atención en la servilleta que tenía en la mesa. Él pareció sorprenderse gratamente. — ¿Ves? te ves más hermosa sonriendo. Deberías hacerlo más a menudo. De nuevo Isabell sintió un nudo en la garganta. No podía seguir cayendo bajo su embrujo cuando él era el enemigo de su familia. Y sin embargo, una parte de ella anhelaba quedarse allí, dejando atrás el dolor del pasado. Dominic noto su cambio de ánimo y su mirada se tornó co
La pesada puerta de roble se cerró con un estruendo sordo, sumiendo el despacho en una intimidante penumbra. El único sonido que rompía el denso silencio era el crepitar de los troncos ardiendo en la chimenea, arrojando un resplandor carmesí sobre el imponente escritorio de caoba donde Darío Santtorini estaba sentado. Con lentitud, Este exhaló una bocanada de humo de su habano y clavó su mirada como dagas en los ojos de su primo. —¿Cómo es posible que uno de mis hombres de más confianza me haya fallado de esta forma? — rugió, y su voz grave retumbó en las paredes como un trueno lejano. — Creí haberte encomendado averiguar el origen del imperio de metanfetamina de Lorenzo Romanov. Carlos tragó grueso, sintiendo cómo la furia de su primo lo envolvía como llamas abrasadoras. Sabía que la información que le había estado proporcionando durante los últimos dos años no había sido del todo cierta. Había estado protegiendo a la verdadera fuente de Lorenzo. En las sombras, junto a una estant
Joseph se encontraba en su alcoba, sentado en una silla entre un arsenal de cuchillos, pistolas y rifles. Con el ceño fruncido, afilaba uno de sus puñales favoritos, la hoja relucía a la luz de las velas. No podía quitarse de la cabeza las palabras de su padre negándole irrumpir en la hacienda de los Romanov. Si bien Joseph sabía que su padre tenía razón, la impaciencia y la rabia bullían en su interior. No iba a quedarse de brazos cruzados mientras su hermana se casaba con uno de esos cerdos inmundos. Mientras pasaba la lima una y otra vez por el filo del puñal, la letanía de la tediosa tarea los envolvió en un profundo sueño llevando su mente al pasado, seis años atrás. Recordó vívidamente aquella fría noche de octubre de 1944 cuando Edward Romanov y sus secuaces le tendieron una emboscada. Joseph y sus diez hombres regresaban a caballo de una incursión cuando, al atravesar un estrecho camino entre riscos, se toparon con cuatro vehículos que les cerraban la retirada. Rodeados de a