Isabell se removió incómoda en el asiento del copiloto, sintiendo la penetrante mirada de Dominic sobre ella. Él no le quitaba los ojos de encima mientras se acercaban al restaurante “Sophieneck” uno de los más exclusivos de Alemania. El viaje había transcurrido en un tenso silencio, solo roto por el ronroneo del motor. A pesar de la insistente atención del Romanov, esta se distrajo observando el paisaje citadino a través de la ventanilla. Al llegar, Dominic saltó del auto y rodeó el capó con impaciencia para abrir la puerta de la joven santtorini. — Gracias — expresó aceptando la mano que le ofrecía, cálida y enérgica, para incorporarse. Con una mirada recorrió los alrededores y el corazón le dio un vuelco. Por primera vez se sentía libre. Embelesada, contempló el ir y venir de los viandantes, los gritos de los vendedores de periódicos, el aroma del tabaco de los elegantes caballeros con sombrero y bastón. Era glorioso estar en la calle sin una muralla de guardaespaldas controland
“Esto solo nos traerá problemas” pensó Isabell, la pareja llevaba rato en silencio, pensando en las connotaciones que aquel beso acarrearía. Incómoda, Isabell desvió la mirada hacia su café. — Buen provecho — masculló, en un vano intento de romper el tenso silencio. — Para ti también, bella — repuso Dominic juguetón, blandiendo su vaso de whisky. Ella no pudo evitar que se le escapara una sonrisa al caer en cuenta que el no estaba comiendo, solo la observaba con intensidad. Nerviosa al recordar lo que acababa de pasar sus mejillas se sonrojaron y concentró su atención en la servilleta que tenía en la mesa. Él pareció sorprenderse gratamente. — ¿Ves? te ves más hermosa sonriendo. Deberías hacerlo más a menudo. De nuevo Isabell sintió un nudo en la garganta. No podía seguir cayendo bajo su embrujo cuando él era el enemigo de su familia. Y sin embargo, una parte de ella anhelaba quedarse allí, dejando atrás el dolor del pasado. Dominic noto su cambio de ánimo y su mirada se tornó co
La pesada puerta de roble se cerró con un estruendo sordo, sumiendo el despacho en una intimidante penumbra. El único sonido que rompía el denso silencio era el crepitar de los troncos ardiendo en la chimenea, arrojando un resplandor carmesí sobre el imponente escritorio de caoba donde Darío Santtorini estaba sentado. Con lentitud, Este exhaló una bocanada de humo de su habano y clavó su mirada como dagas en los ojos de su primo. —¿Cómo es posible que uno de mis hombres de más confianza me haya fallado de esta forma? — rugió, y su voz grave retumbó en las paredes como un trueno lejano. — Creí haberte encomendado averiguar el origen del imperio de metanfetamina de Lorenzo Romanov. Carlos tragó grueso, sintiendo cómo la furia de su primo lo envolvía como llamas abrasadoras. Sabía que la información que le había estado proporcionando durante los últimos dos años no había sido del todo cierta. Había estado protegiendo a la verdadera fuente de Lorenzo. En las sombras, junto a una estant
Joseph se encontraba en su alcoba, sentado en una silla entre un arsenal de cuchillos, pistolas y rifles. Con el ceño fruncido, afilaba uno de sus puñales favoritos, la hoja relucía a la luz de las velas. No podía quitarse de la cabeza las palabras de su padre negándole irrumpir en la hacienda de los Romanov. Si bien Joseph sabía que su padre tenía razón, la impaciencia y la rabia bullían en su interior. No iba a quedarse de brazos cruzados mientras su hermana se casaba con uno de esos cerdos inmundos. Mientras pasaba la lima una y otra vez por el filo del puñal, la letanía de la tediosa tarea los envolvió en un profundo sueño llevando su mente al pasado, seis años atrás. Recordó vívidamente aquella fría noche de octubre de 1944 cuando Edward Romanov y sus secuaces le tendieron una emboscada. Joseph y sus diez hombres regresaban a caballo de una incursión cuando, al atravesar un estrecho camino entre riscos, se toparon con cuatro vehículos que les cerraban la retirada. Rodeados de a
Varios carros llegaban a la casa de negocios de los Romanov, el toro Santtorini estaba en su Chevy Bel Air Rojo intenso y con una mirada crítica evaluaba la situación mientras esperaba que sus hombres armados se posicionarán frente para protegerlo. se quedó viendo la casa dónde siempre se hacían los acuerdos, era una zona neutral a las afueras de la ciudad. Confiado por sus más de 15 hombres que formaban parte de escolta personal, comprobó que no había peligro. Finalmente bajó del auto y avanzó hacia la puerta con paso firme. Sus botas repicaban contra el suelo y su abrigo de cuero crujía. —He venido en respuesta a una invitación para reunirme con Lorenzo Romanov — dijo en tono firme. Boris respondió con un tono serio y una mirada que reflejaba su experiencia como uno de los mejores guardias de Lorenzo Romanov. —Don Darío, estábamos esperando ansiosamente su llegada. Por favor, pase; mi señor lo espera — dijo dejando atrás a sus hombres mientras escoltaba a Dario a través d
Isabell yacía en su lecho, con los ojos muy abiertos clavados en el reloj incapaz de conciliar el sueño. No dejaba de revivir cada instante de la velada con el Romanov, torturándose internamente con dudas sobre si sería capaz de seguir el siniestro plan de su padre. Por más que intentaba negarlo, lo cierto era que se había divertido en compañía del apuesto joven. Dominic se había comportado como todo un caballero, mostrándose gentil y comprensivo en todo momento. Ni siquiera cuando ella vació aquellas copas de whisky en el restaurante, en un vano intento por mitigar sus nervios, vio un atisbo de juicio en su mirada. Al contrario, pudo percibir genuino interés cuando le confesó su pasión por el arte durante el paseo bajo las estrellas. "No es tan malvado como creía", se sorprendió pensando una y otra vez, para su frustración. Se resistía con todas sus fuerzas a verlo como alguien virtuoso. ¡Su familia era la culpable de la muerte de su madre! ¡Ellos eran la mismísima maldad encarnada!
Al llegar a su casa Darío Santtorini se dirigió al interior de su imponente hacienda. Su figura se recortaba contra el crepúsculo mientras cruzaba los jardines bien cuidados y entraba en la mansión. Aunque su rostro seguía siendo enigmático, su mirada mostraba una fatiga que había estado oculta bajo su fachada impenetrable. El Toro entró en su despacho, un lugar austero lleno de muebles de caoba y estantes llenos de libros antiguos. El ruido de la puerta al cerrarse resonó en la habitación, marcando el comienzo de su ritual nocturno. Se desprendió de su chaleco sport rojo y lo colgó en la percha junto a la puerta, revelando una camisa de seda blanca que estaba ligeramente arrugada. Los últimos días habían sido agotadores. La reunión con Lorenzo Romanov había sido solo una de las muchas preocupaciones en su mente. Su imperio del crimen, cuidadosamente tejido a lo largo de los años, estaba bajo una creciente presión. El mercado de la metanfetamina se volvía cada vez más competitivo, y
Los rayos de sol se filtraron a través de las cortinas de gasa, bañando la habitación de Dominic en una cálida luz dorada. Con los párpados aún pesados por el sueño, se desperezó lentamente en la cama, estirando sus largos brazos sobre su cabeza y arqueando la espalda. Un bostezo escapó de su boca mientras se incorporaba y frotaba los ojos, tratando de espantar el letargo. Miró el antiguo reloj de pie que decoraba una esquina de la recámara. "Las ocho de la mañana", pensó. "Hacía años que no dormía hasta tan tarde". Sonrió para sí mismo, recordando la interesante velada con Isabell Santtorini la noche anterior. Acarició las sábanas de seda pensado en la preciosa joven. Deslizándose fuera de la cama, caminó desnudo hacia el baño, sintiendo el frío del suelo de mármol bajo sus pies. Al girar la manecilla de la ducha, un chorro de agua helada cayó sobre su piel, haciéndolo estremecerse y terminando de despejar su mente. Mientras se enjabonaba el firme torso y los fuertes brazos, no pudo